CAETANO VELOSO

Caetano Veloso, nuevas y viejas perspectivas

 

 

Cuando un disco se titula Meu coco, ya puede que indique bastante bien su contenido. Traducible como Mi cabeza, en él Caetano Veloso publica, llegando a sus 80 años, la primera colección de canciones inéditas en casi diez años. Y, sí, está todo en su mente, su curiosidad innata y unos temas que suenan tan eclécticos como lo ha sido su trayectoria durante seis décadas. Él mismo nos comenta su nuevo álbum.

“A menudo siento que he hecho demasiadas canciones. ¿Falta de rigor? ¿Descuido crítico? Debe serlo. Pero ocurre que desde pequeño me encantan las canciones populares, también por su fácil proliferación. A los que les gustan las canciones, les gusta la cantidad. Desde la radio cuando era niño, pasando por TV Record y MTV en sus inicios, hasta TVZ en el canal Multishow ahora, me encanta la multiplicidad de pequeñas piezas musicales cantadas, aunque luzcan en un momento dado redundantes y caóticas.

 

Hace nueve años que no lanzo un álbum de canciones inéditas. A finales de 2019, tuve un intenso deseo de grabar cosas nuevas por mi cuenta. Todo se inició a partir de un ritmo en la guitarra que parecía delinear algo que (si se realizaba como soñaba) sonaría original para cualquier oído en cualquier parte del mundo. “Meu coco”, la canción, nació de esto y, aportando sobre el boceto rítmico una melodía con la elección de nombres de mujeres brasileñas, cortaba un ritmo de samba en células simplificadas y duras. Mi esperanza era encontrar los timbres adecuados para convertir este riff soñado en una novedad concreta. Y estaba seguro de que el ritmo, su sonido y su función sólo se plasmarían definitivamente si los bailarines del Ballet Folclórico de Bahía creaban gestos a partir de lo que se perfilaba en la guitarra. Con eso descubriría el timbre y el resto. Pero llegó 2020, el coronavirus recibió el nombre de Covid-19 y me quedé atrapado en Río, posponiendo mi viaje a Bahía para hablar con los bailarines. ¿Esperaría unos meses?

Pasó más de un año y yo, habiendo compuesto canciones que parecían nacer de “Meu coco”, necesité empezar a grabar en el estudio de casa. Llamé a Lucas Nunes para que iniciara el trabajo. Él es muy musical y también es capaz de manejar una mesa de mezclas. Empezamos con “Meu coco”, del que “Enzo Gabriel” es una especie de península: su tema (su título) era el nombre más elegido para registrar a los recién nacidos brasileños en los años 2018 y 2019.

 

 

Mientras hago nuevas canciones, prometo investigar la razón por la cual, en mi generación e incluso antes, los nombres ingleses de presidentes estadounidenses eran elegidos por personas sencillas y no muy letradas, en su mayoría negras, para bautizar a sus hijos: Jefferson, Jackson, Washington —así como Wellington, William, Hudson— eran los nombres preferidos de los padres negros y pobres brasileños. Todavía no he hecho ningún planteamiento a este respecto, pero tener este álbum listo y comprometerme a lanzarlo me lleva a asegurarme de que lo investigaré como si fuera un sociólogo. Al igual que haber hecho “Anjos tronchos”, una canción reflexiva que trata de la ola tecnológica que nos ha proporcionado las computadoras portátiles, los teléfonos inteligentes e Internet, me hace prometer que leeré más sobre ello.

Cada pista del nuevo álbum tiene su propia e intensa vida. Si “Anjos tronchos” tiene un sonido similar a Abraçaço, el último disco que había hecho antes de este, “Sem samba não dá” suena como Pretinho da Serrinha: una base de samba tocada por los que saben -y el acordeón de Mestrinho-, que comenta las fusiones de la música sertaneja con la samba tradicional. Una discusión sobre el (no) uso de la palabra ‘você’ [tú o vos, en español] por parte de la joven y brillante cantante de fado Carminho se convirtió en el fado medio atlántico “Você-você”, que ella terminó cantando conmigo, y ganó la sabia mandolina de Hamilton de Holanda en lugar de la guitarra portuguesa.

 

Está “Não vou deixar”, con una base de rap creada al piano por Lucas y con una letra de rechazo a la opresión política, que fue escrita en un tono de conversación amorosa. “Pardo”, cuyo título ya sugiere una observación del uso de las palabras en la discusión actual de la cuestión racial, fue arreglada por Letieres Leite, de Bahía, bajo la percusión de Marcelo Costa, de Río de Janeiro. “Cobre”, una canción de amor romántico, habla del color de la piel que compite con el reflejo del sol en el mar de Porto da Barra al final de la tarde. Jaques Morelenbaum, romántico incurable, vino a orquestarla. Pero él también se ocupó de “Ciclâmen do Líbano”, con un fraseo del medio oriente salpicado de Anton Webern.

 

A mi hijo Tom le debo el contacto con Lucas Nunes: ambos están en la banda Dônica. A mi hijo Zeca le debo la atención a las nuevas perspectivas críticas. A mi hijo Moreno le debo la intensa belleza del tema “GilGal”: él marcó el ritmo del candomblé para que yo pusiera la melodía y letra que ya estaban bosquejadas, pero que solo se concretaron bajo la percusión. Y la canto con la extraordinariamente talentosa Dora Morelenbaum.

Este es un álbum de cantidad e intensidad. “Autoacalanto” es un retrato de mi nieto que ahora tiene un año. Tom, su padre, toca la guitarra conmigo en la canción. La nave nodriza, “Meu coco”, mantuvo algo del ritmo imaginado, ahora con la percusión de Márcio Vitor. Pero el arreglo orquestal que la ilumina es obra de Thiago Amud, un joven creador de Río de Janeiro cuya existencia lo dice todo sobre la veracidad del amor brasileño por la canción popular”.

 

 

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