BETTE SMITH: Jetlagger
BETTE SMITH: Jetlagger (Big Legal Mess Records)
Teniendo los ejemplos recientes de Sharon Jones, Lee Fields o Charles Bradley, parece imposible que aparezca alguien como Bette Smith y no tenga un pasado. Bien es cierto que es más joven, así que podría haberla descubierto alguien en un club recientemente y decidir grabarle un disco a este portento de la naturaleza. Y así parece: Jetlagger se presenta como el asombroso álbum de debut de Smith.
De nombre real Sharon Smith, la cantante creció en una familia adventista escuchando góspel constantemente gracias a su abuela. A los cinco años ya cantaba en la iglesia en la que su padre dirigía el coro. En casa estaba vetada la música secular, así que estuvo reprimida durante su niñez, adolescencia y parte de su juventud porque Smith también escuchaba blues y soul en su vecindario de Bedford-Stuyvesant, el área en Brooklyn de la que proviene. Lógicamente toda esa formación tendría que acabar escupida de forma volcánica, como si a la leona enjaulada largo tiempo la liberasen de repente, mostrando ese parte que permanecía oculta pero que forma parte esencial de su naturaleza.
Pero no llegó de repente. Cuando murió su padre, aún le faltaba un impulso definitivo para abrazar la música definitivamente y alejarse de su trabajo rutinario de 9 a 5: fue su hermano mayor quien, moribundo por una insuficiencia renal, le hizo prometer que perseguiría su sueño y olvidaría lo que le decían sus padres, mientras ella le cantaba canciones de Bill Withers como despedida.
Ahí desparece su rastro. Sin embargo, y a riesgo de empañar un titular rotundo, lo cierto es que Bette Smith tiene un pasado que incluso -parece ser- la trajo a España en su momento. Es difícil encontrar su rastro en la red –alguien se ha encargado de borrarlo todo, incluyendo su antigua página web, la música que grabó, sus vídeos-, pero existió. En su encarnación como Bette Stuy, Smith marchó a vivir a Los Ángeles después del 11 de septiembre de 2001. Allí la escuchó Ray Charles, quien le ofreció grabar juntos una de sus canciones, “Stay Free”, aunque falleció poco antes de que pudiera hacerlo. Smith se enroló entonces en grupos como Soul Patrol, formado íntegramente por mujeres, y en Canadá conoció a una banda en un bar que le ofreció tocar con ellos si pasaba a cantar blues.
Ya de vuelta en Nueva York grabó y autoeditó su primer álbum en 2006, From the Well of My Inner Child, convirtiéndose en una habitual del circuito en vivo de la ciudad. Casi diez años después le daba continuidad con un EP titulado Introducing Bette Stuy: This Is Neo-Blues, poco antes de ser incluida en el Salón de la Fama del Blues de Nueva York. Su web de entonces –hoy evaporada- aseguraba que “lo que Sharon Jones es al funk, Bette Stuy lo es al blues”, y la etiqueta neo-blues (que respondería al neo-soul de Erykah Badu o Lauryn Hill) era, según ella, “una fusión de raíces americanas, góspel, funk, soul, pop y rock’n’roll”.
Viene a cuento recordar su hoy sepultado pasado porque Bette Smith, con cambio de nombre por el medio, no nace de la nada. Es imposible que un disco de debut se muestre así de contundente sin esas experiencias previas. La voz está más que entrenada, la banda está más que rodada, y todos tienen muy claro de dónde vienen y, por lo que se escucha, adónde van. Si antes Stuy era el blues, ahora Smith es el soul, aunque en ambos casos las dos beben de toda la música negra de raíces.
Fue Jimbo Mathus quien propició este renacimiento. Llevó a Smith a los estudios Dial Black Sound de Water Valley, Mississippi y, si es cierto lo que cuentan, fue la primera vez que Smith estuvo en el Sur. Asegura ella que lloró una semana cuando el sello Big Legal Mess, subsidiario de Fat Possum, la fichó para grabarle este disco. En él, Mathus participa como productor, guitarrista, teclista, corista y ocasional compositor, más o menos desempeñando el papel que Gabriel Roth adoptaba con Sharon Jones. Todo se grabó en vivo, con un viejo micrófono de radio para capturar el diamante en bruto sin pulir que es Smith.
Seguramente imbuida por el espíritu sureño, la voz ardiente y arenosa de Smith luce ahora en todo su esplendor, exuberante como Betty Davis o Tina Turner. No es difícil verla venir en el corte que lo abre, en el que se muestra contenida al principio, partiendo del blues para dejarnos intuir que la tormenta acecha. Además de una rugosa adaptación de “I Found Love”, de Lone Justice (coescrita por Steve Van Zandt con Maria McKee), y la explosiva “City in the Sky” (Staple Singers), Smith recrea también de forma rotunda “Do Your Thing” (Isaac Hayes) y “Flying Sweet Angel of Joy” (Famous L. Renfroe).
Añadámosle el rock-soul de “Manchild” (parece una canción perdida de Southside Johnny & the Asbury Jukes), el funk de “Shackle & Chain” o la tensión que proporciona la sección de vientos a lo blaxploitation de “Durty Hustlin’” para entender que Smith se postula ahora como la más clara sucesora de Sharon Jones, con una voz y una personalidad tan salvaje que escuece.
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