BECK
Muchos caminos andados, muchos discos viejos escuchados. Suficiente para conformar una personalidad bastante especial. La del trovador por excelencia de la América profunda, con la electrónica a su servicio. Beck, un nombre que tampoco pretende nada, pero que conoce lo bastante lo que se cuece a su alrededor como para dejar que se le escape algo. Su experiencia es su grado, y aquí nos lo relata.
«No tengo nadie que me respalde, ni siquiera una base de la que partir. Siempre he ido por libre. Incluso, cuando era un niño, tenía que descubrirlo casi todo por mi cuenta», dice Beck, pausadamente. «Hoy en día, los padres tienen que trabajar y las familias no están organizadas, así que creces dependiendo de tu propio juicio, de la televisión o de la gente que conoces. No estás protegido, ni te encaminas hacia algo en concreto».
De ahí parte el interés de Beck por el mundo que le rodea, ya desde muy joven, aunque no todo fuera tan sencillo. «Trabajé desde los quince años. Pasé unos años en el callejón sin salida, así que antes de asentarme quería ver mundo». La compañía de autobuses Greyhound era el medio perfecto. Su publicidad decía que por 30 $ te llevaba a cualquier lugar de su país. Así que empaquetó sus cosas y su guitarra y se dedicó a recorrer los Estados vendiendo máquinas de cacahuetes. «Los buses Greyhound son el medio de transporte de los trabajadores. Reconozco que era algo peligroso. Recuerdo que iba en la parte de atrás del bus con un puñado de convictos y, en medio de la noche, uno se acercó a mí y me dijo que me iba a rebanar el cuello. Quién sabe si iba en serio».
Mientras, la guitarra se iba convirtiendo en algo muy valioso, aunque no de la forma que podemos pensar. «Cuando aparecía algún tipo raro, balanceaba mi guitarra o hacía el pino. Bueno, no exactamente. Pero lo mejor para asustar a esta gente», continúa, desvelando un secreto celosamente guardado, «es aparentar que estás loco».
Sin raíces, ingenioso y con sentido de la supervivencia, Beck se trasladó a Nueva York. «Me resultó muy difícil vivir en Nueva York. Fue tragicómico. Ahorré algo de dinero trabajando en el YMCA, y se lo di a una mujer a la que le iba a alquilar un apartamento. Era una drogadicta y lo gastó por toda la ciudad. A partir de eso todo empezó a ir cuesta abajo. Una semana después me asaltó una pandilla de puertorriqueños. Más tarde encontré un coche anunciado por 100$ y lo tuve un día. Se le quemó el motor en medio de la autopista y fue toda una pérdida, ya que si no tienes un coche allí, pierdes más tiempo esperando el bus que lo que realmente pasas en el trabajo». No se acabaron ahí las calamidades. «Alguien me dio una bicicleta… (y me la robaron! También me dieron un monopatín y se rompió. Así que todo quedó reducido a mis pies. Pensaba que también me los iban a robar».
De todo ese cúmulo de circunstancias viene el título del segundo disco de Beck, Odelay, que es lo que el entiende por lo que los mejicanos pronuncian «Ándele». O sea, que aunque la vida te haya tratado mal, no te dejarás vencer: toda una reacción positiva a estímulos negativos. Aplicado al disco, significa que hay muchos más estados de ánimo que la insatisfacción y el odio, que hay más colores que la miseria negra y que hay más de una forma de hacer música.
«Es como actuar. Si todo lo que se te pide es que grites y que tires cosas, entonces te será muy fácil. Pero lograr algo más sutil que el odio o que la locura exagerada es más complicado. Gran parte de mi primer disco Mellow Gold era una enorme tontería, y eso venía de tener que tocar para gente que pasa la mayor parte de su tiempo viendo telecomedias. Eso me pasaba a mí, que pensaba realmente que Leonard Cohen era un tipo divertido».
No todo acabó con la bicicleta robada. «En el último año han muerto siete personas cercanas a mí, así que cada mes y medio tenía un funeral. El mecanismo que se activa cada vez que oyes algo así estaba siendo estimulado demasiado a menudo, por lo que al final ni reaccionaba. En un momento dado creí que iba a escribir un puñado de canciones sobre la muerte. Pero acabé refiriéndome a lo que sería que toda esta gente estuviera viva». ¿Y qué será lo que Beck verá delante de sus ojos cuando muera? «Probablemente no será nada como para impresionar. Seguro que pensaré que tengo que sacar mi ropa de la secadora».
Por fin surge la cuestión de las nuevas técnicas y hay que aprovechar la ocasión. Beck se muestra siempre reacio a tratar el tema y, a pesar de que sus discos contienen una instrumentación actual, no hace más que repetir que está en la tradición de los cantantes folk de los años 40. «La capacidad de nuestra mente ha sido destruida por los televisores, los ordenadores, la electricidad, los microondas y las ondas radiofónicas expandiéndose por nuestros cuerpos».
Aun así, no puede ocultar por más tiempo su reciente atracción por las nuevas técnicas. «A medida que la música se volvía más rutinaria, recuerdo como me sorprendió el folk y las grabaciones antiguas, aunque llegó a ser ridículo. Escuchar esas canciones no tenía nada que ver con la forma de vida que llevaba. Ahí fue cuando me decidí a emplear las máquinas y los instrumentos eléctricos».
«La pregunta era: ¿Tienen plástico en la otra vida? ¿Admiten la música que hace guiños a la vida moderna? Si permaneces alejado de algo, ese algo tiene poder sobre ti, pero si lo aceptas, lo tienes a tu disposición. Supongo que ésa fue la razón fundamental para… intentar hacer rap. «Loser» no hubiera sido editado si no es porque no la escuché durante los dos años que siguieron a su grabación. Para entonces ya me sentía bien con la canción, pero antes tenía una idea mucho más purista».
Ahora, después de estos años, Beck está seguro de que sus canciones pasarán a la posteridad: música folk para una era sexual y paranoica. Aunque, por el momento, una de sus mayores preocupaciones es saber si alguien está interviniendo sus comunicaciones telefónicas. Tanto, que hasta sus relaciones se ven afectadas, aunque no podamos asegurar lo que hay de cierto en lo que dice para despedirse: «Cuando me meto en una relación estoy siempre protegido por trajes de esos que protegen el cuerpo de pies a cabeza. Todo intercambio está protegido por materiales resistentes al fuego».