BANDWAGONESQUE, TEENAGE FANCLUB

Bandwagonesque, sortilegio entre la distorsión y la melodía

 

 

«Ella viste vaqueros adonde quiera que va / Dice que va a comprar algunos discos de los Status Quo / No podrás forzarla en contra de su voluntad / Dice que no toma drogas pero sí la píldora”. Cuando un disco empieza de esa forma, nada puede ir mal. Bandwagonesque es una de las cimas de Teenage Fanclub, sin duda aquel disco en que mejor conjugaron la distorsión de sus inicios y la melodía que los definiría a partir de ahí. Esta es su historia.

 

Estamos en 1991, el año de discos como Nevermind de Nirvana, Out of Time de R.E.M., The Low End Theory de A Tribe Called Quest, Ten de Pearl Jam, Achtung Baby de U2, Blue Lines de Massive Attack, Weld de Neil Young, Screamadelica de Primal Scream, Hymns to the Silence de Van Morrison o Loveless de My Bloody Valentine. Y, a pesar de tan excelente cosecha, para muchos el segundo-tercer álbum de Teenage Fanclub representa mejor que ninguno aquella temporada. Sin ir más lejos, Spin lo eligió como el mejor disco de 1991, Sonic Youth y Nirvana se los llevaron de gira y el bocazas de Liam Gallagher (Oasis) afirmó un tiempo después que era el segundo mejor grupo de la historia -después del suyo, claro-, aún sabiendo que estaba muy equivocado.

 

La banda comenzó a mediados de la década de los 80, cuando en la localidad escocesa de Bellshill Norman Blake y Raymond McGinley formaron The Boy Hairdressers. Allí ya mezclaban el pop clásico de los 60 con letras diabólicamente sórdidas, con Blake y McGinley a la guitarra y las voces.  A ellos se les unió el bajista y cantante Gerry Love, también compositor, a quien conocieron en un concierto de Dinosaur Jr., y lanzaron un sencillo, «Golden Showers», antes de disolverse.

 

 

Después, Blake consiguió un trabajo en una tienda de música (al tiempo que tocaba con BMX Bandits), McGinley se graduó en ingeniería por la Universidad de Glasgow y Love en planificación urbana y regional por la Universidad de Strathclyde. En ese momento, decidieron intentarlo de nuevo con otro nombre -Superdrug primero y Teenage Fanclub después- sumando a Brendan O’Hare, aspirante a baterista que dejó su trabajo como asistente de investigación del cáncer en un laboratorio.

 

Fichados por el sello Paperhouse en el Reino Unido (Matador en EE.UU.) el grupo editó su debut A Catholic Education en 1990, con un sonido turbio cargado de distorsión, a medio camino entre la escena shoegaze británica y el noise del otro lado del Atlántico, e incluso el grunge que aún estaba por explotar. En el álbum brillaba especialmente el single «Everything Flows», una diana melódica que vendía los mejores augurios.

 

Tras su edición, el grupo se encontró en un callejón sin salida. Por un lado, estaban contratados por una discográfica, que, dadas las limitadas ventas del álbum, no les pagaba lo suficiente para vivir y, por otro, tampoco podían acceder a las prestaciones por desempleo. Gracias al amigo común Bobby Gillespie (Primal Scream) entraron en contacto con Alan McGee y Dick Green de Creation Records, quienes les ofrecieron pagarles unas semanas en el estudio sin siquiera ponerles un contrato encima de la mesa. Los dos responsables del sello hipotecaron sus casas para poder pagar la nueva grabación de Teenage Fanclub y la de los dos discos en los que tenían depositada su confianza -y la única vía de evitar su ruina financiera-: Screamadelica de Primal Scream, y Loveless de My Bloody Valentine.

 

 

Así fue como el grupo se encerró durante seis semanas en los estudios Amazon de Liverpool para darle continuidad a su debut. En ese momento surgió también el interés de la discográfica norteamericana Geffen, aunque antes de firmar con ellos debían solucionar un problema: si querían ser libres, tenían que grabar un nuevo disco al que estaban obligados por su contrato con Matador. La solución fue registrar el álbum The King en la última noche de aquellas semanas, siete instrumentales casi compuestos sobre la marcha, más dos versiones de «Interstellar Overdrive» de Pink Floyd e «Into the Groove» de Madonna. Ese disco, de escasos 30 minutos, grabado por compromiso más que por interés y editado el 27 de agosto de 1991, siempre ha sido una nota a pie de página en su discografía y en muchos casos ni se valora su inclusión en ella.

 

El resto del tiempo en el estudio sí lo invirtieron en Bandwagonesque, el salto definitivo en su trayectoria y el álbum que les permitiría por fin dedicarse a lo que pretendían gracias a su combinación perfecta de power pop atemporal con ecos de lo que escuchaban a su alrededor a principios de los noventa. La espita que promovió el cambio de sonido que buscaban llegó gracias al productor Don Fleming, líder de Gumball y quien trabajaría también como productor con Sonic Youth, Hole o Screaming Trees.

 

A Fleming lo habían conocido en la primera gira que habían hecho por Estados Unidos unos meses antes, concretamente en su concierto en el CBGB de Nueva York en la noche de lanzamiento de su discográfica Matador. Tras escuchar las maquetas que le pasaron, Fleming accedió a viajar a Liverpool. Su primera propuesta fue que se centraran en las armonías y las melodías, en las que creía que radicaba el potencial de la banda, y que fuesen abandonando la senda de la distorsión, en la que ya había demasiados competidores. Además, en sus jornadas en el estudio les recomendaba beber Jack Daniel’s con la intención de animar el proceso de grabación y sacar lo mejor de sus voces y sus instrumentos.

 

Al mismo tiempo, los tres compositores de la banda también estaban dejando entrar algo más de luz en sus creaciones, además de abrirse a nuevas influencias: The Byrds, The Beatles, Badfinger o, sobre todo, Big Star. La mejor constatación de esto se puede encontrar en el recopilatorio Keep an Eye on the Sky de Big Star editado en 2009, que recoge esta categórica afirmación en su libreto interior: “La influencia de Big Star solo continuó creciendo en los años noventa. En Seattle, en lo álgido de la explosión del grunge, los powerpoperos The Posies les rindieron homenaje, lanzando un par de singles con versiones de «Feel» junto con «I Am the Cosmos» de [Chris] Bell. Mientras tanto, al otro lado del charco, los rockeros escoceses Teenage Fanclub lanzaban su ampliamente aclamada obra maestra Bandwagonesque, un álbum tan deudor de [Alex] Chilton, Bell y compañía que algunos críticos dieron en llamarlo ‘el cuarto disco de Big Star’”.

 

 

Por su parte, al comentar el álbum para Melody Maker en 1991, Steve Sutherland escribió que “tiene tantos ecos de Radio City que cualquier persona con un conocimiento previo de ese trabajo no puede evitar preguntarse si estos jóvenes escoceses han sobrepasado el límite donde la inspiración aceptable, incluso loable, se convierte en plagio criminal». Big Star nunca lo entendió así, y ambos grupos acabarían grabando un single en común en 1993 para recaudar fondos para las víctimas de la guerra de Bosnia-Herzegovina, con las canciones «Mine Exclusively» -versión de The Olympics- y «Patti Girl» -versión de Gary and the Hornets-.

 

Editado en diciembre de 1991, Bandwagonesque mantenía arrebatos de su pasado más ruidoso, pero contaba con un sonido más pulido, unas armonías luminosas y unos estribillos contagiosos que mostraban a un grupo diferente y único, acercándolos al power-pop, y con cierto humor escocés enrevesado: en «Satan», si se reproduce hacia atrás, se puede escuchar «Dios bendiga mis calcetines de algodón. Llevo una camisa azul».  Los tres singles del álbum, «Star Sign», «What You Do to Me» y «The Concept», además de dianas como «Alcoholiday», «Metal Baby» o «December», eran un claro exponente de lo que lo que habían conseguido, marcando la pauta para el resto del álbum y sentando las bases para los próximos trabajos del cuarteto.

 

El disco se revistió con una portada ideada por Raymond McGinley con su novia, Sharon Fitzgerald. Su intención era urdir la portada más barata jamás hecha, contradiciendo la idea de que cuando un grupo ficha con un sello más grande se invierten cantidades obscenas en todo lo que rodea a su siguiente disco. Para ello utilizaron una imagen de Microsoft de uso gratuito que mostraba una bolsa de dinero con el signo del dólar, simbolizando irónicamente los peligros de ‘venderse’ a una gran empresa. Lo que nadie podía prever era que su elección les trajese problemas judiciales. Gene Simmons, de Kiss, amenazó con demandar a la banda por la portada del disco basándose en una presunta infracción de derechos de autor: su sello discográfico, Simmons Records, tenía también una bolsa de dinero como logotipo, y aseguraba que la había registrado. Finalmente le pagaron 500 dólares para que se olvidase el asunto.

 

La influencia del disco llega hasta nuestros días. Ben Gibbard, de Death Cab for Cutie, grabó una versión entera del mismo en 2017, asegurando que se trataba de su disco favorito de su banda favorita. Ellos, mientras tanto, siempre con humildad, simplemente lo agradecieron. Tal vez la mejor prueba de la actitud del grupo, preocupados solo por la música, la dejó Brendan O’Hare en una entrevista con Los Angeles Times: “Ninguno de nosotros tiene ningún mensaje para los jóvenes. Si acaso, mira a ambos lados antes de cruzar [la calle] y no seas descarado con tus padres. No somos una banda muy rock’n’roll. No consumimos drogas y no intentamos corromper a los jóvenes. Triste, de verdad, pero cierto».

 

 

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