Festival Sinsal 2025

Sinsal Son Estrella Galicia 2025, veinte mil leguas de un viaje musical sorprendente

La isla de San Simón podría pasar, cuando el profano se acerca a ella, como un pequeño barco encallado. Casi tocándola se puede distinguir, visible a todas horas, una escultura que parece caminar sobre las aguas. Con la marea baja, mientras la lengua de arena une la isla con la playa de Cesantes al otro lado, en tierra firme, aparecen también a la vista dos buzos indagando en las interioridades del mar. Las tres figuras homenajean al capitán Nemo, el personaje inagotable creado por la imaginación de Julio Verne en Veinte mil leguas de viaje submarino, y a los submarinistas que en la novela encontraban los restos del naufragio de un convoy español de galeones, cargado de oro y plata, procedente de América, que terminó hundido en la ría de Vigo para no caer en manos de la flota inglesa. 

Sarah Halgan

En su honor, en el Festival Sinsal Son Estrella Galicia se paga en nemos, la moneda oficial. Mientras, los asistentes de cada edición pueden disfrutar de una programación musical diversa, heterogénea, cargada de contrastes, que se pasea por varios continentes y estilos, a lo que se suman audiciones, visitas guiadas y talleres, en un marco incomparable -nunca mejor dicho-. Este año la cita llegaba a su vigésimo tercera edición, mostrando una lozanía más desafiante incluso que en sus inicios.

Throes & The Shine (Foto: Lucía Pita)

No hay síntomas de estancamiento porque Sinsal no se parece a ningún otro festival. Se puede comprobar cada año, y se pudo comprobar en esta ocasión con un programa que se abrió el viernes con un grupo catalán de tono folk a lo Bon Iver (Azulceleste) y que se cerró el domingo con una formación íntegramente femenina de cinco mujeres haciendo música gnawa del desierto (Asmâa Hamzoui & Bnat Timbouktou) a lomos de un guembri, instrumento de cuerda equiparable a un bajo. Fueron en total 21 artistas, 17 de los cuales debutaban en Galicia y 12 de ellos en España.

Arsenal Mikebe

Al igual que en las dos ediciones anteriores, el escenario Santo Antón, al final de la isla y al que se llega tras cruzar un vetusto puente de piedra, acogió una actuación cada día, con propuestas muy singulares. El viernes fue el turno de Cocanha (Francia), un dúo femenino que reivindica la lengua occitana a través de polifonías hipnóticas que utilizan tambores de cuerda y percusiones corporales. Más ambiental resultó el pase del sábado con Dasom Baek (Corea del Sur), creando loops sobre bases de sonidos surgidos de las profundidades marinas. La más celebrada de las tres resultó la del domingo con Bitoi (Suecia), tres voces femeninas purificadoras que sobrevolaban las escasas notas de un bajo eléctrico rasgado mínimamente por el etíope Cassius Lambert.

Dog Race

Ya en los dos escenarios de la isla principal, Buxos Fest Galicia y Son Estrella Galicia, las propuestas más o menos bailables congregaron a mayor público. Entre lo más destacado, Sahra Halgan (Somalilandia), con una exquisita combinación de tradición llegada desde el cuerno de África y guitarras eléctricas rotundas. La psicodelia y soul a lo Khruangbin es la base de la música de los indonesios Ali, con una propuesta más cadenciosa y casi enteramente instrumental. Por su parte, Fidju Kitxora (Cabo Verde) conjugan las sonoridades de la diáspora africana con el afro-house. Mucho más revolucionados, Throes & The Shine (Angola), pasan del kuduro al afrobeat atropelladamente, apoyándose en una puesta en escena gimnástica de su vocalista, en esta ocasión con una recíproca invasión del escenario por parte del público y de la platea por el cantante.

Good Sad Happy Bad

No fue, sin embargo, la propuesta de mayor ritmo por minuto, que llegó de la mano de Arsenal Mikebe (Uganda), tres percusionistas incansables que con un derroche físico envidiable aporreaban un sistema artesanal de percusión de acero a la que los espectadores ni siquiera sabían muy bien cómo responder. Inclasificable resultó también el colorista dúo WaqWaq Kingdom (Japón), entre los ritmos jamaicanos y las bandas sonoras de los videojuegos. Pero, sin duda, lo más irreverente y singular lo aportó el búlgaro Ivo Dimchev, a medio camino entre el rock y la pericia vocal y presencia de una prima donna, entre Anohni, Morrissey y Rufus Wainwright.

Uche Yara

Las bandas más cercanas al rock en esta edición llegaron del Reino Unido y Austria. Dog Race, grupo que está iniciando su carrera, se mueve entre el post-punk y los sonidos góticos. No deja de ser curioso que haya sido la única formación en las últimas ediciones que ha repetido dos días. Good Sad Happy Bad son los herederos directos de aquel proyecto llamado Micachu and the Shapes que grababa para Rough Trade, con Mica Levi llevando con su guitarra las riendas de un sonido siempre sorprendente, y por ello bien interesante, que muta de una canción a otra y dentro de cada una varias veces. No es el caso de Uche Yara, un cuarteto con la nigeriana que lo lidera dándole nombre, algo así como si Zendaya se hubiese aliado con Måneskin como banda de respaldo.

Chicharrón

La representación gallega estuvo este año a cargo de Chicharrón, en formato de cuarteto, recuperando lo más contundente de sus primeros tiempos pero también prestando atención a sus recientes discos más nebulosos y cercanos al slowcore. Desde Andalucía llegó Rocío Guzmán, con su propuesta de flamenco profundamente emocional, casi murmurado y que se escurría un tanto entre la bruma del mar que podía casi abrazar desde el escenario. Por último, el pop alternativo de las argentinas Fin del Mundo, más comedido en su inicio, acabó derrochando pericia y rotundidad instrumental hacia el final, en una progresión tan ascendente como la de su incipiente trayectoria.

Fin del Mundo

Es esta, la parte musical, el corazón de un festival que se desarrolla en una isla que ha sido campo de concentración, lazareto y orfanato y que se sabe muy singular por varios elementos diferenciadores. Entre ellos, revelar su cartel solo cuando los barcos dejan al público en el embarcadero, programar actividades paralelas tan interesantes como la grabación in situ en un cilindro fonográfico de cera igual al que se empezó a utilizar en San Francisco allá por 1889, eliminar las papeleras y concentrar todo en un único punto de reciclaje, limitar su aforo a 800 personas persiguiendo sobre todo la comodidad y, sobre todo, cuidar a su público y brindarle auténticas epifanías. Por ahora lo de resucitar al capitán Nemo ya se antoja más complicado.

Cocanha grabando en cilindro

Texto y fotos: Xavier Valiño

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