UNIÓN BRAVÚ

Unión Bravú, a quien le arda el pecho

 

Cuando en los años 50 aparecieron los primeros rockeros rascando las guitarras tenían el cuento bien claro. Ser músico en su época era un oficio. Había que saber leer partituras y pasar una buena cantidad de años marcando compases en el conservatorio hasta conseguir, ya en la tercera edad, unos dedos virtuosos tipo Paganini. Los locos esos de la cuestión del rock’n’roll pretendían hacer justamente todo lo contrario. No tenían ni idea de las artes de la armonía. Por lo tanto su única ambición era despotricar, romper los instrumentos, hacer ruido, molestar y repartir emoción. Este era el poder subversivo del cuento. La fuerza de la vida de los que no saben. Juventud embravecida frente al mundo.

 

Años después en el Finisterre atlántico se repite la historia, aunque por etapas. En los años 70 llegó a la aldea la televisión. En los 80 los electrodomésticos. En los 90 las guitarras eléctricas. Bravura ancestral enchufada en un amplificador.

 

Dato cronológico. Estado de la cuestión rock’n’roll en los años 90: estamos conquistados por la repugnancia. La música pop, pop-rock, rock-pop, pop-ful es sinónimo de idiotez. Melodías de cartón-piedra, toques de maquinillo, acordes de pastel. Los baterías ya no redoblan y, por si fuera poco, aparecen por todas partes críticos expertos a rompernos la cabeza con la calidad de la producción, el virtuosismo de los instrumentistas y el prestigio de los estudios en donde se graba cualquier cosa. Falta pecho, falta emoción.

 

Con la convicción de que, además, los gallegos vivimos en el culo del mundo. En un lugar olvidado de un país en crisis, de la parte más deprimida del Sur de Europa. Las películas las hacen en Hollywood, la música en Inglaterra, la política en Bruselas y las máquinas en Japón. Y nosotros a aguantar.

No tendremos ideas tipo Bach, pero maquinamos más que nadie. Poder de putiferio, de discotasca… música brava sin ambientador. Frente a la crisis, frente a los repugnantes, ahora se propone arroutada y subversión. El Rock Bravú es la cuestión latente. Vivimos en el culo del mundo pero tenemos bravura para destrozar el Universo. En cada calle hay una tropa de la tralla, en cada aldea un conjunto arroutado.

 

Antes los chavales decidían armar un conjunto y compraban los instrumentos vendiendo churros o como fuese, directamente contra el mundo; ahora los nuevos rockeros le piden los instrumentos a los Reyes Magos. Y cuidado, que cuando uno toma un trago de tontería disco-pop queda ‘apirolado’ para toda la vida.

 

Hablemos entonces de su consecuencia. Cuando el maestro de la arroutada, Manu Chao, montó Mano Negra e inventó el término pachanka -con k de rock’n’roll– estaba, seguro, pensando en la Galicia de sus ascendientes. Detrás vinieron Os Diplomáticos de Monte-Alto, los responsables de parte del invento, definiendo la arroutada: «Emoción. Todo lo que se hace de corazón. Cualquier cosa vale si se le pone sentimiento. A estas alturas, en el fin del milenio, si no hay pasión en el pecho retírate. ¿Cómo puedes ser un buen corredor de fondo si tienes miedo que te arañen los tojos? ¿Cómo vas a montar una fiesta encima del palco si sólo piensas en las piedras que hay en el suelo? ¿Cómo vas a hacer tragar a los demás si tú sigues una dieta macrobiótica?»

 

Los chavales de por aquí se crían entre la aldea y la ciudad. Como somos de barrio, somos heavies, como somos de aldea nos va la música de verbena y taberna, y las melodías mejicanas en el campo de la fiesta. Porno-punk de tapadillo y los saxofones de orquestas tipo Los Satélites. Tal revoltijo de emociones tenía que reventar y está reventando. Los ritmos bravos siempre nacieron en la taberna, en lo peor de todo: el blues, el zydeco, la ranchera, el tex-mex… porque allí es donde hay más fuerza vital.

 

Edicións do Cumio se atrevió con una serie de 12 grupos para el primer recopilatorio Unión Bravú, de todos los puntos de la geografía gallega: Os Skornabois (Mondoñedo), Rastreros (Chantada), Os Impresentables (Vimianzo), Os Túzaros (Santiago), Kaos (Moaña), Papaqueixos (Coruña), Os Diplomáticos (Monte-Alto), O Pinto (Herbón), Xenreira (A Estrada), Bochechiñas (Santiago), O Caimán do Río Tea (Ponteareas) y Ruín Bois. Hay otros muchos que les siguen la pista: Os Maruxa (Cedeira), Os Verjalludos (A Coruña), Os Inmortais (Culleredo), Yellow Pixoliñas (Monforte), Malavida (Laracha), Desertores do Arado (Cerceda), Papirus (Fisterra), Cen-Tolos (Laxe), Ke-Lanse (Camariñas), SobreKarga (Ponte do Porto)…

 

Entre todos están armando una fuerza intensa, la mayor explosión musical jamás vivida en este culo del mundo. Cada cual que le llame como le apetezca. Por aquí somos tan negados que ni siquiera sabemos desmentir su existencia o la inclusión de un grupo en el movimiento. Nosotros le llamamos arroutada, tralla-brava, rock bravú

 

Dejemos que Manuel Rivas, su biógrafo oficial en los medios, los despida: «Andan por ahí docenas de chavales peinados por el viento. Disparan ráfagas de ardor por los ojos, beben el aburrimiento, echan fuego como melancólicas cenizas de otoño, son de árbol centenario y todo lo que tocan acaba impreso como un tatuaje en la corteza del aire. Cuando atraviesan una aduana (hay tantas que pagar en este tragicómico reino) declaran al estilo de Oscar Wilde: ‘No llevo nada, macho, sólo mi dignidad’. O sea, su único patrimonio es la arroutada. Una guitarra y alma de aguardiente, corazón de café: dulce como los ángeles, caliente como el infierno.  Los bravús son una Confederación Irmandiña. No hay programa, ni ideas preconcebidas, ni uniformes. Unidos por la tierra, la lengua y la música, peinados por el viento, los guerreros desbrozan los caminos ciegos».

Xavier Valiño

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