ULTRASONICA ARTÍCULOS 2006 ORANGE JUICE

ULTRASONICA ARTÍCULOS 2006 ORANGE JUICE

Ultrasonica e-zine :: Xavier Valiño

ARTÍCULOS 2006


Orange Juice, el pop adolescente como debería ser

 

 

            El punk ya no era lo que había significado algunos años antes y el pop que se escuchaba en la radio parecía preso, sin posibilidad de enmienda, de la más completa banalidad. Básicamente, padecía del terrible nivel de comodidad de los torpes y ya no decía nada a aquellos que hacen girar el mundo del pop, a los adolescentes que esperan de una canción una ‘revelación’ o una señal que les empuje a coger una guitarra y, al día siguiente, formar un grupo.

 

            En 1979, en Inglaterra, ser punk empezaba a ser una actitud cómoda para víctimas de la moda y algo embrutecido, basado en la imagen y la violencia y acomodado a la figura aberrante, convertida en icono, de aquel que un día había tocado el bajo con los Sex Pistols, Sid Vicious. Claro que ya había quien había seguido hacia delante, empezando a crear algo que resultase del mejor legado del punk, o sea, el post que le siguió -conocido hoy como post-punk-. Ese paso adelante pasaba por cruzar intervención acústica y lenguajes estéticos; era una manifestación intelectual seria y de base, experimental; era, en fin, música hecha por quien pensaba en algo más que música.

 

            Pero Orange Juice, que habían comenzado a armar sus primeros acordes con la explosión del punk en 1976, no pensaban en nada más que en música y, siendo jóvenes sofisticados como eran, ya no apreciaban el sonido de la nueva revolución proclamada por Johnny Rotten y compañía que empezaba a enterrar la ‘voz del obrero suburbano aborrecido’.

 

Los Orange Juice de Edwin Collins preferían las enseñanzas de Roger McGuinn a los peinados mohicanos y los imperdibles, y no querían experimentar nada: tan sólo buscaban crear canciones de dos minutos y medio que ocupasen un lugar destacado en las listas de éxito.

 

Además, no sentían vergüenza al cantar un estribillo totalmente contagioso y la angustia de un corazón quebrado, ofrecido al oyente con la misma intensidad que la mostrada meses antes a la Reina -“God Save The Queen” había sido aquel exabrupto-. Como se dijo en su momento, el álbum de debut del grupo, You Can’t Hide Your Love Forever, era algo muy antiguo, hecho de una forma muy nueva: así se llega al meollo de Orange Juice.

 

En ese momento, el grupo de Edwin Collins estaba ya en una multinacional, Polydor, y el asalto a las listas llegaría al año siguiente, con la negritud funk de “Rip It Up”. La historia que más nos interesa ahora ya había sido contada, y es la que recoge The Glasgow School. Es la de las 23 canciones que habían grabado para Postcard Records, entre singles y versiones menos pulidas de lo que sería su disco de estreno, un espacio donde el pop añejo se recrea como algo nuevo.

 

Aquí se encuentra la justificación de unas 1001 carreras de los últimos 25 años; ésta es la caja de Pandora que dio su razón de ser, algún movimiento de caderas y también una sonrisa cómplice a existencialistas juveniles con tanta sensibilidad para la música y la literatura como para escoger el chubasquero a usar en una tarde lluviosa de febrero, algo que, por convención, se dio en llamar ‘indies’.

 

 

 

Básicamente, Orange Juice habían cogido a The Velvet Underground y le habían insuflado un sol radiante a “White Light White Heat”, habían adoptado el jingle-jangle de The Byrds transfiriéndolo del folk al ritmo sincopado de la música disco. Además, Edwin Collins, un chaval de 20 años con la voz de un crooner de 40, cantaba sobre aquello que cantan (casi) todas las canciones pop, amor y mujeres, como maestro de la compasión con un brillo irónico en su mirada, y con la desfachatez necesaria como para decir cosas como “Ojalá pudiera volver a ser joven”.

 

El título de su primer single, “Falling And Laughing” –“Riéndome y cayéndome”- ya lo dice casi todo, y está claro que Morrissey, de The Smiths, y Stuart Murdoch, de Belle & Sebastian, ya estaban muy atentos tomando nota. En su cara B, el instrumental “Moscow”, suena como la versión sonora perfecta de lo que se dio en llamar twee (derivación de la palabra sweet -dulce-): son la Velvet Underground tomando un refresco mientras bailan con The Shadows.

 

En los textos que acompañan a The Glasgow School se escribe que Orange Juice intentaron unir los sonidos pop a una ética punk. Seguramente. Los sueños pop están por todos lados y son premonitorios. En “Breakfast Time” se encuentra la luminosidad del pop psicodélico de los 60 entre asperezas post-punk, dándole su punto de partida a Franz Ferdinand, sin ir más lejos. “(To Put It In A) Nutshell”, con su sh-sh-sh en el estribillo, y The Zombies y The Monkees en la memoria, se convierte en una luminosa nostalgia por parte de alguien que aún no ha vivido lo suficiente para invocarla, y en su interior caben todos los ‘indies’ del mundo.

 

En canciones de dos minutos y medio, Orange Juice transformaban la inmediatez del pop en melancolía de literato. Desde lo alto de sus canciones a lo Roger McGuinn, se escarnecían de sus propios lamentos y susurraban cosas como “sólo mis sueños satisfacen el latido real de mi corazón”.

 

Los punks descubrían así la sensibilidad y recuperaban los placeres perdidos de canciones que, si el mundo fuese un lugar serio, ocuparían lo alto de las listas de venta. Más tarde llegarían a ese punto, pero el grupo ya no era exactamente el mismo. En aquel corto espacio de tiempo, se limitaron a inventar aquello que el mundo conocería como ‘indie’ y, por el camino, grabaron 23 canciones que son un himno a la perennidad, la inquietud y la eterna adolescencia del pop. Son los Orange Juice de The Glasgow School y se presentan, nuevamente, 25 años después, sin que su música haya envejecido ni un solo día desde entonces.

 

Xavier Valiño

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