TRACY BONHAM

 Tracy Bonham, la violinista en el tejado

 

 

Recapacitemos. Ani Di Franco, Lisa Germano, Liz Phair, Leticia, Lisa Germano, Lorette Velvette, Poe, Maria McKee, Aimee Mann, Cheralee Dillon, Beth Orton… Y así hasta el infinito. La mejor generación de cantautores rock está grabando ahora sus discos y tiene nombre de mujer. Ellas han tomado las riendas y combinan los sonidos más agresivos con cierta experimentación. La americana Tracy Bonham tiene en The Burdens Of Being Upright la mejor prueba, tan airada como arriesgada.

 

Tiene 27 años y una sensibilidad melódica nada convencional. Se llama Tracy Bonham y acaba de editar su debut para Island Records, titulado The Burdens Of Being Upright. Sus provocadoras canciones y su chocante sinceridad transmiten una fuerza extraña para alguien que inició su nueva andadura hace cosa de unos tres años, después de que su formación durante años discurriera por la vía clásica, pegada a un violín.

 

«Para mí cada canción es una explicación de cada una de esas cargas del título –burdens-, cada una de esas cosas que no está del todo bien», explica Tracy. «No son quejas, tan sólo observaciones de la vida, la gente y de mi misma que me confunden, que me no me parecen correctas o que son pura ironía. «The One» supera lo que es una mera declaración de amor para convertirse en una declaración de intenciones y en «One Hit Wonder» quise hablar de la arrogancia y la inseguridad que discurren por la cabeza del artista».

 

Nacida en Eugene, Oregón, Tracy Bonham se empezó a interesar por la música antes de su décimo cumpleaños. «Primero me atrajo el violín, un poco gracias a las sugerencias de mi madre, que también es profesora». La elección fue afortunada ya que su dominio de ese instrumento le dio acceso a una beca para la Universidad del sur de California.

 

Aunque nunca dejó de amar el violín, como refleja el uso que hace del mismo en The Burdens Of Being Upright, su deseo de adentrarse en el mundo clásico se agotó pronto. «Sentí que había llegado a un callejón sin salida, y lo que de verdad quería era crear mi propia música, experimentar todas las emociones que eso conlleva. Así que cambié de carrera y de costa, y me marché a Boston». Allí, a la vez que estudiaba voz y violín, empezó a componer con la guitarra y pronto se convirtió en una habitual de los escenarios de aquella ciudad. «Lo peor de aquella época es que la primera vez que actué en público sólo me sabía un acorde, y gracias a que podía tocarlo en todos los trastes», dice con una carcajada.

Algo de exageración hay en sus palabras. Sus actuaciones llamaron rápidamente la atención no sólo del exigente público de las salas de Boston, sino también de los profesionales de la industria musical que se interesaron por ella justo antes de la publicación de su primer disco independiente. «Mi primer EP, The Liverpool Sessions, fue publicado por Cherry Discs, y en el 94 apareció el tema «The One», que ahora recupero en mi primer disco, en una recopilación llamada Girl.

 

Suficiente como para hacerse con los primeros premios musicales de Boston del año 95 en categorías como artista revelación, single y vocalista femenina. «Fue gratificante obtener semejante respuesta pero también fue agotador, porque me obligó a avanzar a toda velocidad para que la situación no me superara. Me ayudó a ser mucho más decidida y a estar más segura de mi misma».

 

Esta confianza no es una novedad absoluta en el repertorio de Tracy Bonham, como demuestra su canción estrella, «Mother, Mother», una de las primeras que escribió. «Parece una carta abierta y, en alguna medida, lo es. No pretendía meterme con mi madre concretamente, pero creo que esa canción describe algo por lo que pasa todo el mundo al ir creciendo», dice confiándose abiertamente. «No se la enseñé a mi madre inmediatamente. No quería herirla. Pero, cuando en un viaje a casa vio en mi cuarto las cintas con el título, se asustó y no tuve más remedio que dejársela escuchar. Le alivió ver que la canción trataba más de mí que de ella».

 

Si bien el tema de esa canción es evidente, hay otras en las que explora terrenos más movedizos. «Sí. Por ejemplo «Navy Bean» es la descripción de la manipulación que sigue a un desafortunado lío amoroso. «Sharks» tiene cierto aire de fábula: empieza como si fuera una canción de cuna y avanza hacia un clímax en el que caben preguntas sobre la vida y la muerte. Y «Brain Crack» tiene un aire psicodélico que acentúa la impresión de trastorno psíquico que le quisimos dar».

 

Puede que tenga bastante que ver con ello la astuta producción de Sean Slade y Paul Kolderie, gente que ha trabajado con Hole, Radiohead o Morphine, y las mezclas de Tom Lord Alge, que también tiene su experiencia con bandas como Live o American Music Club. Las canciones ganan en tensión dramática, pasando rápidamente del susurro al grito y, de nuevo, a la placidez. «Quizá es que nunca me molesté en aprender las reglas de la composición de una canción. Yo no me paro a pensar si una canción debe ir en una determinada dirección u otra. Me limito a dejar que la canción me lleve a donde quiera llevarme». A juzgar por el paisaje hechizador de «The Burdens Of Being Upright» no sería mala idea hacer lo mismo al escucharlo.

 

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