The KLF, caos y magia

The KLF, caos y magia. La banda que quemó un millón de libras (Libros Walden)

The KLF, caos y magia

The KLF fue una de las células más subversivas del mundo del rock. A Bill Drummond y Jimmy Cauty se les puede atribuir algunas de las acciones más espectaculares jamás perpetradas por un grupo de éxito. Parieron proyectos sin fin que derivaron, al mismo tiempo, en algo deslumbrante y estúpido. A pesar de ser ya entonces venerables padres de familia, se comportaban como terroristas concienciados para, al minuto, parecer adolescentes descerebrados.

Sí, quemaron un millón de libras, pero eso no fue lo único. Sin ir más lejos, en su primer disco había una canción, “The Queen And I”, que sampleaba impunemente “Dancing Queen” de ABBA. Cuando el grupo le pidió que lo retirasen, el dúo marchó a Suecia para hacerles llegar un disco de oro a través de una prostituta. En el viaje de vuelta prendieron fuego a la mayoría de copias del disco en un bosque. La humareda atrajo la atención de un granjero armado que la emprendió a tiros con ellos y, en su retirada, aún tuvieron tiempo de hacer unas temerarias fotografías que servirían para la portada de su segundo disco.

A partir de ahí, todo lo inimaginable. Modificaron anuncios publicitarios para traerlos a sus inexistentes causas. Quemaron un enorme hombre de paja en una isla remota del Norte de Escocia para celebrar el solsticio de verano, tras pagar el viaje en avión a unos cuantos periodistas. Intentaron comprar todo el espacio disponible en la revista musical británica más influyente, New Musical Express, sólo para colocar allí sus propios artículos. Convencieron a una vieja gloria del country para cantar “Están justificados y son antiguos, conducen una furgoneta heladería” que se convirtió en su mayor éxito. Participaron como estrellas en la gala de entrega de los premios Brits en 1992 acompañados de un grupo de metal extremo, dejando a continuación una oveja muerta en las puertas del Hotel en el que se celebraba la fiesta posterior con un cartel que decía “He muerto por vosotros” tras anunciar que “The KLF ha abandonado la industria musical”. Poco después dieron un premio de 40.000 a la peor pieza artística del año, tras crear un enorme mural con un millón de libras clavadas que vendían por la mitad de ese dinero. Como grupo, su última acción fue descatalogar toda su música hasta 2018 (renunciando así a unos sustanciosos ingresos) en un contrato firmado por ambos en una furgoneta que despeñaron por un acantilado.

El libro The KLF, caos y magia. La banda que quemó un millón de libras es el primero que cuenta su historia en castellano, tras el capítulo que quien firma estas líneas le dedicó en El gran circo del rock. Anécdotas, curiosidades y falsos mitos hace ahora diez años. Su autor, John Higgs, repasa su trayectoria sin ir más allá de 1995. Su punto de partida es, por supuesto, aquella noche de 1994 en la que el grupo, acompañados sólo por su mánager, Alan Goodrick, y un periodista del diario The Observer, Jim Reid, quemaron el millón de libras en la lejana Isla de Jura, filmando su acción para luego proyectar la película y dar ruedas de prensa en la que no respondían a casi nada y que cada cual lo interpretase como le viniese en gana.

Sin ceñirse únicamente a los hechos, Higgs intenta también dotarlos de un contexto, relacionándolo con la novela de Robert Anton Wilson Trilogía ¡Illuminatus! que dio lugar a la banda, varios de los nombres que utilizaron en sus distintas encarnaciones y muchos de los elementos que fueron dejando caer en sus acciones. Sin embargo, la conclusión a la que llega se plantea más bien en forma de pregunta: ¿Se trataba de unos iluminados o de unos completos gilipollas? ¿Se descubrirá todo en 2018 cuando aquel contrato venza, si es que entonces el dúo se decide a hablar por fin?

Provocadores o lunáticos, cínicos u oportunistas en busca de publicidad, lo cierto es que The KLF en sus múltiples reinvenciones vivieron más intensamente cada uno de sus cinco años de trayectoria que la mayor parte de los grupos en toda su extensa carrera, tan vertiginosamente que ni se pararon a explicar sus acciones o a intentar acaparar la atención de los medios; de hecho, muchos de sus golpes se produjeron lejos del ojo público. Toda la ironía e impacto teatral de sus actos tuvo una esencia romántica y mística, un sentimiento de que se puede hacer mucho más en esta vida y, sobre todo, que puede haber mucho más en el rock que simplemente dejarse llevar. Suficiente como para querer saber más, algo que este libro no puede aclarar del todo pero que al menos intenta. Vaya que sí.

 

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