NENEH CHERRY

Neneh Cherry, camino de vuelta

 

Tras asentarse en la sierra de Granada, Neneh Cherry parece haber encontrado la estabilidad que ha perseguido durante muchos años. Después del nacimiento de su tercer hijo y la muerte de su padrastro, el trompetista de jazz Don Cherry, publica Man, su tercer disco, una nueva vuelta de tuerca en las relaciones hombre-mujer. Tal vez haya conseguido reflejar en sus nuevas canciones su verdadero sentir, aunque no haya ganado nada en el cambio que la ha llevado de los ritmos de baile más originales hasta el rock más convencional.

 

La grabación de Man fue hecha durante una época bastante especial para ti, por todos los cambios que se producían a tu alrededor.

Man fue grabado durante un tiempo problemático. Acababa de tener mi tercera hija y perdí a mi padrastro, el hombre que me educó. Fue un período duro. Paradójicamente las canciones salieron vivas, directas, repletas de energía. Como si Cameron McVey – mi pareja- y yo hubiéramos sido arrebatados por un empuje de vitalidad frente a aquel suceso conmocionante. Fue necesaria aquella prueba para que algunas cosas se liberaran en mi interior.

 

En este tercer disco no has temido haberte tomado demasiado en serio.

– Estuve más apasionadamente seria que nunca. Aunque no olvidamos las risas durante la grabación. Reírse de uno mismo es también un modo de autodescubrirse. Don Cherry, mi padrastro, tenía esa capacidad consigo mismo y con los demás. Tenía un instinto, una calidad humana a la que sacaba partido con profundidad y humor. Siguió mi vida amorosa con clarividencia y atención.

 

Estas últimas canciones están más profundamente conectadas que nunca a tu vida y sentimientos.

– Espero que las conexiones entre las canciones y mi vida hayan estado siempre presentes. Pero esta vez he sido más capaz de introducirlas en los textos y en las músicas del modo que las sentía, sin filtros.

 

Tres años entre el primer y el segundo disco y cuatro entre ese segundo y Man. ¿Avanzas a tu ritmo?

– No es premeditado. Hemos estado implicados en muchos proyectos. Por ejemplo, después del primer disco asistí a las grabaciones de Massive Attack y fue uno de los momentos más enriquecedores de mi vida. Creamos el sello Cherry Bear para favorecer encuentros y trabajar más tranquila y libremente. Muchos grupos están obsesionados con encadenar más discos y giras. Ese es el pequeño mito rock, que sólo sirve a los imperativos económicos de las empresas discográficas.

 

Homebrew fue grabado hace cuatro años en Suecia en plan distendido, en los lugares de tu infancia. ¿Crees haber vuelto brutalmente a la realidad?

– No ha sido tan brutal. Mirando hacia atrás he andado en estos seis últimos años sobre un hilo tan fino como un cabello. No supuse que el primer disco obtuviera semejante éxito. Aquello me produjo una presión que no había previsto. Me etiquetaron rápidamente como una artista hip-hop y tuve que intentar desmarcarme. Con Homebrew intenté demostrar que componíamos canciones de verdad, no necesariamente de baile. Fue lúdico, pero me alejaba de lo que sentía por dentro, de mis instintos, de una manera más directa de expresarme.

 

Puede sorprender tu opinión sobre ese disco, aunque muchos lo han alabado por su personalidad y espontaneidad.

– Musicalmente estoy muy orgullosa de él. Pero descuidé el contenido verdadero. No puse por delante las canciones más emocionales, que me habían salido directamente del corazón. Fueron relegadas por temas más pop. Pero las asumí a medias. Después del disco pasé por una crisis no sólo musical,  del tipo de cogerse la cabeza entre las manos y decir “pero, ¿quién soy, qué quiero?». Vaya dolor de cabeza. Así en lo musical necesité avanzar por mi cuenta, sin calcular nada. Tendía a alejarme de todo eso. Pero no se puede estar dando bandazos siempre: hay que enfrentarse  a los sentimientos, sondear el alma, hundir tus manos y cerebro en tu propia mierda. Cuanto más se avanza, más se comprende que la vida es dura. Pero vale la pena. En el 94, con 30 años, pensé que sería bueno seguir una terapia. Durante cinco sesiones vertí todas las lágrimas de mi cuerpo, hice el mayor balance que pude de mi pasado, mis relaciones con los demás, mis miedos.

 

¿Qué necesitabas desnudar?

– Había tenido una infancia más bien libre, llena de viajes, de descubrimientos. Mi madre era pintora y llevaba una vida bohemia. Ese tipo de vida que hace soñar a quienes tienen infancias monótonas. Pero para todo niño la cuestión es la misma: cómo encontrar su verdad, su lugar en el mundo. Con mi existencia fuera de normas no me era siempre muy fácil encontrar mis señas de identidad. Más aun:  ser una persona de color en Suecia no arreglaba precisamente las cosas. A veces me hubiera dado con un canto en los dientes por un poco de conformismo, entrar en el molde, parecerme a los demás. Pero tuve que luchar, construirme a partir de aquellos valores originales poco compartidos. Tuve que trazarme el camino yo sola, y ahora tengo que agradecer a mis padres no haberlo hecho por mí.

 

¿Cuáles son los aspectos de tu personalidad más ligados a tu infancia?

– Mi risa, las lágrimas, la tristeza. Mi sentimiento de inseguridad. Me gusta aprender, amo las cosas nuevas.

 

En Man pareces envejecer sin pretensiones reivindicativas.

– Prefiero ver las canciones como noticias, fracciones de tiempo y no manifiestos. Más que hablar con el puño en alto sobre las relaciones hombre-mujer, la identidad sexual, blandir grandes ideales o lanzar consignas, prefiero contar una historia. Jugar con las palabras, con los sonidos. Aunque sé que siempre hablaré de los mismos temas: el sentimiento, la pérdida, el dolor…

 

¿Vivir en España te ayuda?

– Seguramente. La honestidad de la gente, su franqueza. Ese paisaje inmutable de Andalucía. Pero con una agitación permanente: la gente parece tener siempre algo que hacer. No sé si España ha heredado esa vitalidad en reacción a los años de Franco. Es también el primer sitio en el que puedo vivir sin que me recuerden constantemente el color de mi piel.

Xavier Valiño

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