LEONARD COHEN

Leonard Cohen, la edad de la experiencia

Durante la década que Leonard Cohen había pasado en un monasterio zen, tras la consagratoria y agotadora gira de 1993, su manager -y ex amante- lo estafó hasta el último centavo. Cuando ya todos nos conformábamos con escucharlo en los periódicos discos en colaboración con su corista y esposa Sharon Robinson, Cohen terminó dando la mejor de las noticias a sus devotos seguidores: regresaba a los escenarios para recomponer su maltrecha situación financiera.

 

Así que en agosto de 2009, a los 74 años, el cantautor de la desesperación existencial, de las sábanas revueltas y del misterio femenino, se encontraba de nuevo en la carretera. Tras más cien recitales y muchos otros por delante, llegaba de nuevo a España. Esta entrevista se hizo en aquel momento.

 

¿Qué has aprendido de estar de nuevo en el escenario por primera vez en 15 años?

– Aprender, no sé; es difícil enseñarle a un perro viejo, como sabrás hay trucos. No sé si he aprendido algo, pero estoy agradecido de que esté yendo bien. No se puede garantizar que siga así porque hay un componente que uno realmente no domina en estos asuntos.

¿Qué elemento es ése?

– Algún tipo de gracia, una especie de suerte, algún tipo de espíritu. Es difícil ubicarlo y realmente uno no quiere ubicarlo,  pero hay un misterioso componente que hace a una noche memorable. Porque, como músico nunca sabes lo que va a pasar cuando pisas el escenario. Nunca sabes si vas a poder ser la persona que quieres ser, o si el público va a ser acogedor con la persona que percibe; hay tantas incógnitas y tantos misterios conectados. Incluso cuando el show alcanzó un cierto grado de excelencia: todo bien ensayado, todo el mundo conoce las canciones, y aun así nunca se sabe lo que va a pasar.

Recientemente fuiste defraudado por alguien con quien trabajaste personalmente muy cerca durante muchos años. Esto fue noticia y se investigó la manera en que ocurrió. ¿Ha sido importante para ti reconstruir el nido cuando ese dinero desapareció?

– Se presentó en términos mucho más urgentes que eso. Era una cuestión de supervivencia financiera, por lo que no me senté a pensar si era importante reconstruir el nido. Era importante producir ingresos. Así que me ocupé y fui capaz de poner en marcha algunas cosas, pero como digo, puedes poner tu mejor esfuerzo, pero no hay garantía de que las consecuencias van a producir los resultados que pretendemos. Así que puse mi mejor esfuerzo y, afortunadamente, han sido recompensados con cierta remuneración financiera.

¿Cuán importante es la riqueza material para ti en este momento?

– No puedes ignorarla. Me gusta vivir simplemente, pero eso no es una virtud, es una preferencia. Hay gente a la que le gusta tener mármol y salones de baile y ese tipo de cosas. Ese tipo de vida nunca me atrajo, así que no considero nada especial el vivir de manera simple. Me encanta mi casa, ha sido muy amable conmigo y mis hijos a lo largo de los años. Es un bello lugar para vivir. Es simple, pero eso es sólo una preferencia.

Permíteme preguntarte sobre “Hallelujah”. La escribiste en 1984 y desde entonces han salido versiones de Jeff Buckley, Rufus Wainwright, Katie Lang… Hace poco llegó a los más altos lugares de las listas en el Reino Unido.

– Me hizo feliz. Por supuesto tenía un lado irónico y divertido porque el disco del que provenía, Various Positions, no fue considerado lo suficientemente bueno para el mercado americano y no lo editaron, de modo que surgió un leve sentimiento de venganza en mi corazón.

Es una de tus canciones preferidas, y su popularidad crece cada año.

– Me gusta la canción y creo que es una buena canción, pero creo que la gente debería dejar de cantarla por un rato.

¿Cuál es la magia de “Hallelujah”?

– No lo sé. Uno siempre pone su mejor esfuerzo en una buena canción. Me tomó mucho tiempo. Salió en el 83 u 84 y, la única persona que pareció reconocer la canción fue Bob Dylan.

¿Alguna vez has sentido las canciones como posesiones, alguna vez no has apreciado una versión ajena?

– No estoy seguro de que esto haya ocurrido. La mayoría de mi vida tuve una carrera muy modesta y mi capacidad de crítica entraba en suspenso cuando alguien hacía una de mis canciones. Yo generalmente estaba encantado… y todavía lo siento de esa manera.

En 2001, luego de ver a Alberta Hunter cantar canciones de amor en Nueva York a los 82 años, dijiste: “Me encanta ver a una vieja cantante poner todo en el escenario y me gustaría ser uno de ellos”. ¿Aún aspiras a eso?

– Sí, me gustaría. Ella tenía alrededor de 82 años, creo. Sí, me encantaría escucharme a los 82. A medida que envejezco, me gusta cada vez más escuchar historias de los ancianos. Estoy leyendo los poemas de Irving Leighton otra vez, especialmente los poemas que escribió hacia el final de su vida, y son profundos y muy instructivos, no de forma pedagógica, sino con algún tipo de información de la que el corazón tiene hambre.

¿Cómo esperas que suene tu voz a los 82?

– A Alberta Hunter.

 

Al principio de tu carrera como cantante, ya eras un conocido poeta y escritor, pero ya habías entrado en la treintena. ¿Sentiste miedo de iniciar una segunda carrera en ese momento?

– Yo he sido temeroso de todo en general, así que esto sólo se inscribe en el estado general de ansiedad que experimenté en mis primeros años de vida. Cuando dices que tenía una carrera como escritor o poeta, eso apenas describe la modestia de la hazaña. En Canadá, en ese momento, muchas veces imprimíamos nuestros libros, los copiábamos. Una edición de 200 se considera un best-seller en poesía. Había una vocación, había un cierto tipo de llamada, pero no lo podías denominar una carrera. En cierto momento me di cuenta de que iba a tener que empeñarme y ganarme la vida, aunque no sabía cómo hacerlo. Yo había escrito un par de novelas, que habían sido bien recibidas, pero habían vendido alrededor de 3000 copias.

Ganadoras de premios.

– Alguna ganó un premio o dos, y los comentarios fueron buenos, pero las ventas fueron muy, muy limitadas, así que tuve que hacer algo, y lo único que realmente sabía hacer era tocar la guitarra. Así que me encaminé a Nashville. Me encanta la música country. Pensé que tal vez me conseguiría un trabajo tocando la guitarra. Y además había estado en Grecia durante mucho tiempo. Cuando llegué a Nueva York, me encontré con lo que más tarde fue llamado el renacimiento folk. Estaban Judy Collins, Dave Van Ronk, Bob Dylan, y Joan Baez. Había cantantes maravillosos y yo no había escuchado su trabajo. Eso me tocó mucho porque yo también venía escribiendo pequeñas canciones desde siempre, pero nunca pensé que había algún lugar en el mercado para ellas.

Sin embargo, algunas personas pensarían que es irónico entrar en la música para hacer dinero. No es necesariamente la profesión más lucrativa para la mayoría de los artistas.

– Sí, lo sé, lo sé. Y tampoco tenía mucha voz ni tocaba tan bien la guitarra. No sé cómo suceden estas cosas en la vida. La suerte tiene tanto que ver con el éxito y el fracaso.

¿Cómo fue, pasados los 30, presentar musicalmente lo que estabas escribiendo?

– Siempre tuve la idea de que tenía un pequeño jardín para cultivar. Nunca pensé que era en realidad uno de los grandes, así que mi trabajo, el trabajo que estaba frente a mí, era sólo cultivar esta pequeña esquina del campo de la cual pensaba que sabía algo, que tenía que ver con la indagación de uno. Sin autoindulgencia. Nunca sentí que la confesión pura fuera realmente interesante, sino la confesión filtrada a través de una tradición de habilidad y trabajo duro. Ésa era mi pequeña esquina, y comencé a escribir acerca de estas cosas que yo pensaba que conocía o que quería conocer, así es como empecé. Yo quería que las canciones sonaran como las canciones de todos. En otras palabras, yo estaba muy influido por las voces femeninas de fondo.

¿Voces femeninas de fondo?

– Sí, me gustaban las canciones que tenían esa sensación, las canciones de los años 50, ésos eran los sonidos que quería reproducir. Y también mi propia voz sonaba tan desagradable cuando la escuchaba que realmente necesitaba la dulzura de voces femeninas detrás.

¿Ya has superado ese desagrado por tu voz?

– No, en absoluto.

¿Todavía no?

– Todavía no, puede ser que algún día lo haga, pero será más adelante.

Me has dicho que siempre fuiste temeroso de todo. ¿Cuándo te diste permiso para creer en ti mismo y llamarte un cantante y músico?

– Uno atraviesa cíclicamente estos sentimientos de ansiedad y confianza. Si algo va bien en la vida, uno siente los beneficios del éxito; cuando algo no va bien, uno siente remordimiento. Esos sentimientos persisten hasta este momento.

¿Incluso ahora no te sientes legítimamente un cantante y músico?

– Bueno, la legitimidad es otra cuestión. Quiero decir: tengo una fuerte sensación de que existo, y eso es todo lo legítimo que necesito. Pero cuando estás ahí delante del público, vas a obtener un montón de respuestas, y a esta altura del juego ya tengo la piel bastante gruesa. Prefiero las alabanzas a las críticas, pero estoy realmente preparado para las dos.

Pasados los 70 años, te has vuelto bastante prolífico. Muchas de las canciones que has compuesto parecen inspiradas por, escritas para o sobre mujeres. Quiero preguntarte acerca de las mujeres en tu vida. ¿Han sido una fuente de fortaleza o debilidad?

– Buena pregunta. Ésta es la actividad más difícil con la que los seres humanos entran en contacto, el amor. Tenemos la sensación de que no podemos vivir sin amor, que la vida tiene muy poco sentido sin amor. Entonces somos invitados a este campo, que es un escenario muy peligroso, donde las posibilidades de humillación y fracaso son grandes. No hay una lección fija que podamos aprender acerca de ello, porque el corazón está todo el tiempo abriéndose y cerrándose, ablandándose y endureciéndose. Siempre estamos sintiendo alegría o tristeza, por lo que no hay… ¡bingo! Vas a tener que tener coraje, porque después de cierto de tiempo, la acumulación de derrotas va a ser significativa. Así que creo que las personas que, a pesar de la derrota, a pesar de la imposibilidad de establecer un contacto razonable con el otro, tienen la suerte de poder seguir haciéndolo, son realmente afortunadas. Hay muchas personas que están cerradas. Y hay veces en la vida cuando uno tiene que cerrar, para reagrupar.

¿Alguna vez has lamentado el poder que las mujeres han tenido sobre ti?

– Nunca lo miré de esa manera: hay veces en que me lamenté, hay veces que me alegré, hay veces en que fui profundamente indiferente… La mayoría de los hombres tienen una mujer en su corazón y la mayoría de las mujeres tienen un hombre en su corazón, pero la mayoría de nosotros conservamos una especie de sueño sobre la entrega. Pero éstos son sueños y a veces son derrotados y, a veces, se realizan.

¿Crees que el amor otorga poder?

– Es una actividad feroz, donde uno experimenta derrota, aceptación y exaltación, y una idea fija al respecto definitivamente será causa de un gran sufrimiento. Si tienes la sensación de que va a ser algo fácil, te vas a decepcionar; si tienes la sensación de que va a ser todo un infierno, es posible que te sorprendas.

¿Crees que la depresión ha sido una parte importante de tu proceso creativo?

– Era la actividad central de mis días y mis noches. Se trata de un sentimiento de ansiedad, angustia, aflicción, un fondo de angustia que prevalecía.

¿Cuán importante ha sido la escritura para tu supervivencia?

– Había una serie de beneficios, y uno era de tipo económico. Escribir no era un lujo para mí, era una necesidad. Sin embargo, en la escritura, si puedes descartar los eslóganes que naturalmente te vienen, especialmente en un momento tan politizado como lo es ahora, donde la política de género, la política ambiental, la política en general… Estos tiempos son muy difíciles para escribir porque los eslóganes están realmente interfiriendo las ondas. Así que la escritura es una muy buena manera de…

¿Qué quieres decir con los eslóganes?

– Lo que es correcto, cuál es la buena posición. Es algo que va más allá de lo que se llama lo políticamente correcto. Es un tipo de tiranía de una postura, una especie de tiranía que existe hoy en día de lo que debería ser lo correcto. Esas ideas están pululando por el aire, y es difícil para el escritor determinar lo que realmente piensa acerca de las cosas, lo que realmente siente acerca de las cosas. En mi caso, tengo que escribir el verso y luego ver si se trata de un eslogan o no y luego desecharlo, pero no puedo desecharlo hasta que haya trabajado en él y visto lo que realmente es. Entonces atravieso este proceso de escribir versos y descartarlos hasta llegar a obtener algo que no suene como un eslogan, que no suene como algo fácil, que me sorprende a mí.

¿Cuál es tu momento más oscuro?

– No te lo diría si lo supiera. No me viene nada a la mente. No me atrevo. Incluso hablar de uno mismo en un momento como éste es una especie de lujo insalubre. Hay tanto sufrimiento en este momento… Hablar de mi momento más oscuro frente a lo que pasa en la mayoría de los lugares en el mundo ahora, es algo que me deja bastante indiferente. No creo que haya tenido un momento más oscuro en comparación con los momentos oscuros en que están tantas personas ahora mismo. Un gran número de personas está esquivando bombas, sus uñas están siendo arrancadas en calabozos, padeciendo el hambre, la enfermedad… Y me refiero a un gran número de personas. Creo que realmente deberíamos ser prudentes acerca de la seriedad con la que tomamos nuestras propias inquietudes hoy en día.

En 2001 dijiste al diario The Observer que a esta etapa de tu vida te referías como el tercer acto, y citaste a Tennessee Williams: “La vida es una obra bastante buena, salvo el tercer acto, el último”. Tenías 67 cuando dijiste eso. Ahora, a los 74, ¿todavía crees que es cierto?

– Está bien escrito. El inicio del tercer acto parece estar muy, muy bien escrito. Pero claro, al final del tercer acto, cuando el héroe muere… Mi amigo Irving Leighton dijo sobre la muerte que no es la muerte lo que le preocupa, sino los preliminares.

¿Y estás preocupado por los preliminares?

– Claro, cada persona debe estarlo.

De vuelta a Tennessee Williams, dijiste: “Cómo termina no es asunto de nadie, y generalmente se acompaña de circunstancias algo desagradables”.

– Sí, así parece ser que es.

“Todos mis amigos se han ido, mi pelo es gris, siento dolor en los lugares donde solía jugar”. Lo escribiste hace ya 20 años. ¿Cuánto reflexionas sobre tu propia mortalidad ahora?

– El cuerpo te envía una serie de mensajes a medida que envejeces. No sé si es una cuestión de reflexión. No lo sé. Eso implica un reconocimiento pacífico de la situación. De vez en cuando se siente una puñalada de dolor o un malestar, y te acuerdas de que esto no va a durar para siempre. Mi amigo Irving Leighton estaba muy preocupado con la inmortalidad y la posteridad, y ahora que he leído su obra creo que va a conseguir lo que quería: si no una vida eterna sobre la base de su trabajo, al menos una vida más extensa. Pero yo nunca he tenido esas preocupaciones.

¿Hay alguna manera de prepararse para la muerte?

– Como con cualquier otra cosa, hay un cierto grado de libre albedrío. Tú pones tu mejor esfuerzo para prepararte para cualquier cosa, pero no puedes manejar las consecuencias. Hay metodologías religiosas y espirituales que te invitan a prepararte para la muerte y que uno puede iniciar y adoptar, pero no creo que exista ninguna garantía de que vayan a funcionar. Porque nadie sabe lo que va a pasar próximamente.

Volviendo al miedo, ¿tienes miedo a la muerte?

– Bueno, creo que cualquier persona razonable va a… No es tanto la muerte, son los preliminares. Por supuesto, todo el mundo tiene que tener una cierta cantidad de ansiedad acerca de las condiciones de su muerte. Las circunstancias, el dolor en cuestión, pero hay tan poco que se puede hacer al respecto. Nos hemos llevado a asumir, nos hemos llevado a vivir nuestras vidas como si fuesen reales, como si no fuesen a terminar de inmediato, por lo que tenemos que vivir en esas… la gente puede llamarlas ilusiones.

¿Hay un cuarto acto? Parece que todavía están pasando muchas cosas.

– Podría haber un cuarto acto, pero eso se lo vamos a dejar a los teólogos.

 

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