JAMIROQUAI

Jamiroquai, el cowboy espacial

 

Aquí presentamos al auténtico Jamiroquai, fichado en 1.991 para… ¡ocho años! Algo debieron ver en él los ejecutivos de la compañía que decidieron arriesgarse de esa manera. Después de dos discos, el bueno de J. K. y su banda presentan Travelling Without Moving. Y no hay nada nuevo bajo el sol: sigue componiendo rodajas de funk contagioso con mensaje y ecos de Stevie Wonder. ¿Seguirá haciendo lo mismo al final de su contrato? 

Tu madre era una cantante de jazz, pero supongo que crecerías escuchando otras músicas. ¿Cuándo diste el paso para formar Jamiroquai?

– Siempre estuve en contacto con la música en vivo. De pequeño escuchaba la música de Motown, Stevie Wonder, Dinah Washington, Ella Fitzgerald, algo de blues. Cuando empecé a tocar, componía con una caja de ritmos, pero me di cuenta de que necesitaba una banda real para hacer lo que me proponía. No quería trabajar con músicos de sesión con los que nunca entablas una amistad. Yo no puedo escribir una sola nota, tengo que expresarlo verbalmente, y es importante encontrar gente con la que te lleves bien, en tu nivel, que tengan habilidad para entender lo que expresas y con los que puedas convivir en una gira.

 

Cuando tenías 15 años abandonaste tu casa. ¿Qué buscabas entonces?

– No quería un trabajo de oficina monótono de 9 a 5, no me conformaba con eso, ni con el sistema inventado para que las personas insignificantes sujeten o mantengan a las grandes e importantes. Mis ideas eran entrar en la música, poner voces en una cinta… A alguien le interesará, pensé, ya que por aquella época había mucha basura en las listas. Tenía que buscar un equipo musical e hice un maqueta del tema «When You’re Gonna Learn?», y fui a la compañía Acid Jazz, a la que le interesó mucho. A partir de ahí, el resto de las compañías grandes empezaron a mostrar interés.

 

¿Qué sabe un chico de Ealing de ecología y sangría del mundo, dos de las citas de esa canción?

– Cuando empecé a darme cuenta de quién toma las decisiones en el mundo, descubrí todas las injusticias que hay a nivel social, del modo en el que se reparte el mundo. Es una batalla perdida: las cosas no están organizadas eficazmente, la tierra está siendo violada. Está bien coger, pero hay que devolver, y en el mundo occidental obviamente no lo entendemos así. Primero estropeamos nuestro jardín, luego vemos que el jardín del vecino está limpio y nos lo cargamos.

 

De ahí, por ejemplo, tu denuncia de la situación de los aborígenes.

– Exactamente. Eso es lo que pasó con los americanos originarios y los aborígenes. Todas esta gente quería seguir su camino pacíficamente hasta que nos interpusimos en él y empezamos a crear problemas y, luego, para colmo, hacemos que nos deban dinero a través de la deuda externa. Todo está equivocado y tiene que existir un sistema mejor que gastar dinero en armas cuando hay gente que alimentar. Creo que la gente está lejos del problema porque viven muy bien en su sociedad civilizada, pero se está acercando. La población aumenta, y eso significa que nos morimos. Si son pobres es porque no hemos contribuido a desarrollar esas partes del mundo.

En canciones como «Too Young To Die» o «Revolution 1.993» de tus principios, y también en el nuevo disco, tratas el tema de las guerras. ¿Buscas una solución?

– Tiene que haberla. Alguien compra armas, misiles… No entiendo, se supone que ellos son los inteligentes. Parecen un puñado de críos jugando con sus tanques, sus misiles. No sólo destruyen la tierra, también a la gente. Todas estas guerras, la de Yugoslavia, las religiosas entres cristianos y musulmanes…, nunca te vas a deshacer de la gente que no te gusta. Y es un problema que no se puede resolver, porque lo que tenemos que hacer todos los días gracias al sistema no nos permite mirar hacia arriba y luchar contra lo que sabemos que es un error. La revolución es un cambio en la actitud porque nos ha enseñado a mirar las cosas de una forma distinta, gracias a los medios. De todas formas, a veces me preocupa hablar tanto de todo esto. Luego me recriminan que no voy a solucionar nada.

 

Pasemos a las influencias de tu música. Una y otra vez sale a relucir el nombre de Stevie Wonder.

         – Será porque no hay tantas bandas blancas de jazz-funk. Yo nunca he dicho que me pareciera a Stevie Wonder. Lo que ocurre es que la gente suma 4 y 4 y les da 5, encuentran un parecido en los registros, ven cierta similitud. Me parece fantástico, pero no me tiro todo el día escuchándole tratando de parecerme a él. Es un insulto a él y a mí; somos dos entidades distintas, cada uno con sus propias ideas. Lo que ocurre es que los periodistas no deberían ser tan listos, tan solo intentan descubrir algo para pillarte.

 

Otro de los elementos que se repite siempre es lo desmesurado de la duración de alguna de tus canciones.

– Justo, la compañía las quiere recortar. Pero tiene que haber una especie de dibujo mental completo de la canción para que tenga sentido, hay que dejar que progrese en el disco. Además la gente que se gasta el dinero lo agradece. Hay gran variedad y amplitud de temas en los tres discos, no sólo dos éxitos.

 

¿Hasta que punto eres perfeccionista?

– Me gustan las cosas bien hechas. Cuando estás aprendiendo no siempre resultan tan perfectas, aunque, por otra parte, creo que los errores le dan personalidad y carácter a las canciones.

 

¿Y cuál es el significado del nombre que tiene la banda y de ese sombrero con el que apareces siempre?

– Jam es la parte que representa la música y el resto es el nombre de una tribu. Jamiroquai es una nueva palabra con profundidad que representa los valores de todas las tribus del mundo. El gorro no es más que un símbolo espiritual, siempre que lo llevo lo asocio a la salida a escena para actuar. Y creo que tiene una especie de aura.

Xavier Valiño

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