FESTIVAL SINSAL SAN SIMÓN

Festival Sinsalaudio San Simón

  

 

 

 

 

“Una isla. 2 días. 4 escenarios. 11 artistas. Agua”. El lema lo resumía inmejorablemente, aunque se podría completar con lo de localización insuperable, acceso sin pulseras, comodidad, respeto por el entorno, festival de día, precios asequibles, fruta gratis repartida en los conciertos, escenarios entre piedras con historia recubiertas de musgo, pinares que proporcionan sombra, una organización modélica…

 

Y un cartel no anunciado para su décimo aniversario, Sinsalaudio X. Sí, por difícil que parezca, así era: no se desvelaron los artistas participantes porque hay confianza en la marca. Sinsalaudio se ha labrado una reputación a lo largo de 10 años y sus seguidores confían ciegamente en su criterio. Y no solo eso, sino que los músicos se ofrecen para tocar a cambio de nada (Al-Madar en esta ocasión) o los periodistas musicales y capos discográficos piden ser invitados (Simon Russell, de Rough Trade, quien se prestó a pinchar hasta cuatro veces).

 

Así que la isla de San Simón, que en el pasado fue lazareto, monasterio, cárcel y orfanato, logró prácticamente el lleno en la primera edición que se celebra en dos días con los artistas repitiendo en ambas jornadas. El riesgo en la selección se intuía de antemano, pero había que comprobarlo y dejarse guiar. Nada mejor para ello que los artistas elegidos para abrir y cerrar el festival, que además fueron escogidos con mucho tiento.

 

Al llegar al puerto, entre la niebla matinal y en el primer escenario a pie de puerto, esperaban los belgas Hoquets, con su cacharrería doméstica, ganas de hacer disfrutar, sentido del humor y unos atropellados ritmos funk que los reveló como la mayor sorpresa. Para cerrar, al ponerse el sol y en la misma localización, Shangaan Electro pusieron el baile y la fiesta desatada con su sonido electrónico surafricano. Perfecto para  abandonar la isla con una sonrisa, aunque su directo, en el que DJ Spoko pincha su música tribal a 189 pulsaciones por minuto y el resto del quinteto baila y canta por encima, no resultaría igual de exitoso en otro momento.

 

En las otras ocho horas, otras nueve propuestas. La más conocida, Alela Diane, cual Joan Baez de hoy en día, aunque tal vez, necesitada de una banda para romper la monotonía un concierto así. De Christian Kjellvander, el sueco que vivió en Seattle y adora a Waylon Jennings y Kris Kristofferson, seguramente aprendió algo Alela, que lo miraba atentamente, especialmente sobre cómo mantener la atención de todo el mundo con canciones desnudas y una guitarra acústica, con la única compañía de su mujer en las voces.

 

 

 

 

 

Un encanto similar se vivió en la actuación de Maïa Vidal, que parecía haber surgido cual ninfa directamente de las aguas que la rodeaban en medio de un viento frío mientras acababa de subir la marea. Sus canciones, revestidas con acordeón, xilófono y otros instrumentos como de juguete, atrajeron la atención de todos, niños incluidos, que capturaban imágenes con las cámaras de sus padres para la realización de un vídeo en uno de los talleres infantiles.

 

Otros no encontraron la misma respuesta. En el caso de Al-Madar probablemente se debió a que su fusión de sonidos árabes y clásicos podía entenderse como fuera de lugar, algo a lo que no contribuía precisamente la omnipresente flauta en su sonido. Aries, ahora residente en Vigo, cuenta con un directo de escasa media hora todavía por madurar, mientras que Nite Jewel proporciona un rato tan agradable como intrascendente: prueba de ello fue que su  mejor canción resultó ser una versión.

 

Todo lo contrario a Alt-J, el nuevo ‘hype’ llegado de las Islas Británicas, todo un logro de la organización que consiguió su contratación a pesar del exiguo presupuesto. El joven cuarteto aparenta una seguridad que no se desprende de su edad: mantener con esas canciones delicadas en las que mandan los silencios, los espacios, las escasas notas y las voces de otros tiempos, como acercando a The xx al mundo del rock, no parece tarea fácil, pero ellos lo solventan sin despeinarse.

 

En las dos propuestas que completaban el cartel son las guitarras las que marcan el sonido. L’Enfance Rouge las combinan con sonidos africanos en disco, aunque aquí, en formación de trío, recordaron a grupos secos y afilados como Shellac (no sería raro que pasasen por las manos de Steve Albini) o unos Sonic Youth con menos distorsión.

 

Por su parte, los pontevedreses Unicornibot, jugando en casa y sorprendidos por la cantidad de público que tenían delante, hicieron de su post-rock instrumental toda una experiencia extremadamente física a la que algunos no pudieron llegar más allá de la media hora pero a la que otros cayeron rendidos, tanto como para acabar invadiendo el escenario, mimetizados con el grupo y el entorno.

 

Esa bien podría ser la imagen resumen de este festival que recibía elogios de todos: los asistentes mezclados con los protagonistas y los músicos confundidos con el público, viendo los conciertos de sus colegas y disfrutando de una experiencia única.

 

 

 

(Isla de San Simón, Redondela, 24 y 25-7-2012. Público: 900 espectadores. Promotor: Sinsalaudio)

   

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