FESTIVAL DE BENICASSIM 1998

Benicassim 98: sangre, sudor y lágrimas

 

Saint Etienne

 

Hacía falta verlo para creerlo, porque el cartel con el que amenazaban era de órdago. Y las previsiones no defraudaron, a pesar de la caída, por imponderables al margen de la responsabilidad de la organización, de valores consistentes como Cornershop, Morcheeba, Black Box Recorder o Urusei Yatsura -estos últimos con la suerte en contra por segunda vez, después de que el año pasado cayera el escenario justo cuando empezaban a actuar-.

 

Lo más importante, el apartado musical, concentrado en su mayor parte en tres jornadas, tuvo de todo y siempre bueno. Y eso quiere decir representación de las tendencias más vivas y creativas de la música que se hace ahora mismo, en una programación de lujo que atrajo a 23000 personas cada día llegados de muy distintos países.

 

Sin duda, la reina del Festival, y la mayor sorpresa también, fue la islandesa Björk. En un formato atípico, acompañada sólo por el programador Mark Bell -de LFO- y una sección de cuerda de siete músicos, ofreció un recital de los que consiguen hacer saltar las lágrimas. Por una vez, obvió los ritmos de baile a los que debe gran parte de sus tres discos, y completó un repaso inmaculado a sus exquisitas canciones que demuestra que lo suyo está por encima de las definiciones y que continúa inventando el pop con cada paso, con cada nota. «So Broken», con la guitarra de Raimundo Amador, fue el momento para la posteridad. Sencillamente insuperable.

Si Björk consiguió tanta emoción con tan escasos recursos, Sonic Youth buscaron el corte inciso en la yugular de todos los que tuvieron la suerte de verlos en la noche del viernes a base de guitarras punzantes, y vaya si lo consiguieron. Ofrecieron toda una lección de electricidad a las nuevas generaciones de aprendices, que se cuentan por miles, centrándose en su nuevo disco. El noise, el indie, el rock progresivo -sin connotación peyorativa- les deben la vida, los tienen por padres putativos, y así lo atestiguaron. Soberbia entrega sin concesiones, con la única repesca final del «Death Valley 69» que aún resuena en la distancia con su distorsión.

 

Otra mujer única y arrebatadora, P J Harvey, volvió a escarbar en los abismos del deseo, aunque en este caso no logró enganchar como en ocasiones anteriores por empecinarse en presentar en Benicassim su nuevo disco entero –Is This Desire?-, aunque nadie lo conociera. Por contra, Spiritualized si consiguieron hacer levitar con su rock-gospell repetitivo y de arenas pantanosas a todos los que los seguían a las cuatro de la mañana, sin duda su horario ideal.

 

Otros triunfadores del escenario principal fueron Teenage Fanclub, sin duda el mejor grupo de canciones pop de los 90. Su trilogía de influencias B -Byrds, Beatles, Big Star- se muestra siempre demoledora. Tindersticks sacaron a escena una vez más su dramatismo afectado en parte de las canciones más tristes del final de década, con todo un caballero interpretándolas, el magnífico actor Stuart Staples. Yo La Tengo defendieron la convivencia de la electricidad y el lirismo. Primal Scream volvieron a demostrar cómo deberían sonar los Rolling Stones -sucios, peligrosos- de los 90. Y Placebo engancharon con las canciones más asequibles de todas, a un paso de convertirse en los U 2 del principio del milenio.

 

Saint Etienne, con su pop exquisito, y Bernard Butler, aquejado de una pretenciosidad para la que no le alcanza la voz y sí la guitarra, sólo a ratos alcanzaron sus altas intenciones. Más decepcionantes estuvieron The Jesus & Mary Chain, a los que la leyenda les pesa mucho, como los años, y Super Furry Animals, un montaje británico que no llega en directo al potencial de sus discos.

  

Más afortunados estuvieron los asturianos Manta Ray, inmensos en directo, y Los Planetas, con la voz más diluida aún en el sonido que en sus grabaciones. En el escenario Maraworld destacaron Red House Painters, Gorky’s Zygotic Mynci, Unbelievable Truth, Auotur de Lucie y, sobre todo, las atmósferas de Mogwai y Tortoise.

El éxito fue rotundo en la carpa de baile, con unos abrasivos Lionrock y los pinchadiscos -James Lavelle, Fatboy Slim, David Holmes y, especialmente, Chemical Brothers, abonados al Festival- que consiguieron que los adictos bailaran hasta el alba. Goldie, que saltó al escenario principal para cubrir otros desplantes, cerró el Festival con la sesión  más demoledora y abrasiva en directo, poniendo en evidencia lo limitados que están los demás cuando pretenden jugar con el jungle. Él, evidentemente, no lo está, y aunque eran las seis de la mañana del domingo, parecía que acababa de dejar atrás cien años en cautividad.

 

También hubo lugar en este edición para las actividades paralelas, centradas en cursos de verano, concurridos desfiles de moda, teatro en las calles y ciclos y debates sobre el cine menos representado en las pantallas comerciales. La pretensión, para el próximo año, es alargar su duración a una semana.

 

Pero esta cuarta edición, la que todos coinciden en señalar como la de la confirmación, tuvo su mayor enemigo en el calor, el mismo que evidenció las mayores carencias: un camping que no merece tal nombre y que sigue siendo la asignatura pendiente. Este año, además, poco ayudó su localización a más de tres kilómetros del recinto de las actuaciones y la falta de espacios a la sombra. 

A pesar de estos aspectos, en los que se debe trabajar urgentemente, Benicassim es, desde ya, el Festival por excelencia. Lo que se podía intuir desde su primera edición, a base de una política tan valiente como loable, en la que se apuesta decididamente por la música de calidad y no por la ‘fiesta’ sin más, se ha convertido en una realidad que no admite paliativos: las agencias foráneas ofrecen a sus grupos para las próximas ediciones del Festival -la piscina ayuda lo suyo, evidentemente- y todos quieren estar en la cita que cuenta, en estos momentos, con la mejor reputación a nivel europeo. Un logro que, de seguir así, podrán repetir y superar. Por muchos años.

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