EL SACRIFICIO DE UN CIERVO SAGRADO

El sacrificio de un ciervo sagrado

Yorgos Lanthimos (A24)

 

 

Esperemos que no haya nadie que entre en una sala para ver una película del realizador griego Yorgos Lanthimos sin conocer cómo se las gasta. Con antecedentes como Canino, Alps o Langosta, cualquiera debería ser consciente de que su cine enrevesado y exigente no deja precisamente buen cuerpo. Su efecto incómodo suele prolongarse días y sus películas no son de las que uno se desprende y olvida rápidamente, en especial debido a sus rebuscados -y premiados- guiones.

 

El sacrificio de un ciervo sagrado, aun mostrando su singularidad desde el inicio, tiene una primera parte que resulta la más convencional de las que ha rodado hasta ahora, siempre que el espectador supere esa primera secuencia de una operación a corazón abierto que advierte de la disección que se va a operar después en sus protagonistas y todos nosotros.

 

A partir de ahí, esta cinta que toma su nombre del mito griego de Agamenón e Ifigenia, nos enfrenta al viaje a los infiernos de una familia en apariencia perfecta, cercada por la cercanía de un joven interpretado perturbadoramente por Barry Keoghan. Puede parecer de ritmo parsimonioso, habrá secuencias que semejen irrelevantes o gratuitas, podrá considerarse una historia fantástica, pero aun así no es posible escapar a su poderoso y pernicioso embrujo.

 

 

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