EDITORIAL 4

 EDITORIAL 4

vinilo 7

James McNew, bajista de Yo la tengo, me contaba hace unos días cómo, en muchos medios estadounidenses, escribir de música, como servir los cafés, no es más que un mal necesario camino de puestos periodísticos dignos. Y es algo que bandas como la suya lamentan especialmente: YLT pertenece a esa clase de grupos que ha podido disfrutar de una carrera dilatada, y en cierta medida exitosa, gracias al apoyo de unos cuantos críticos que consiguieron que el oyente reparase en una banda desconocida y la brindase su apoyo. Por desgracia para las nuevas generaciones, esa ascendencia sobre el receptor parece haberse perdido: ya no hay crítico que haga un éxito. Y es además mal común del campo cultural: tampoco en el cine o en la literatura un artículo elogioso o una reseña laudatoria parecen ayudar demasiado.

Hay quienes celebran ese cambio de modelo porque, dicen, es una señal de que ya no estamos ante la imposición del gusto por parte de periodistas que poseen el monopolio de la información. Gracias a las nuevas tecnologías, tenemos acceso directo a aquello que nos interesa, por lo que no necesitamos que nadie que nos imponga sus criterios. Por otra parte, hay periodistas que también se sienten liberados con este teórico nuevo modelo, ya que ahora no resulta imprescindible el conocimiento exhaustivo de un área concreta para poder escribir sobre ella, pudiendo así centrarse en lo esencial, contar historias. Desde esta perspectiva, la función del periodista cultural no es influir sino entretener.

Y a este mar de fondo se añade el elemento decisivo de las descargas. Cuando cualquier aficionado a la música (y es el caso del cine y de la literatura) puede entrar en un blog que, además de información precisa y una selección cuidada, incluye un enlace para descargarse gratis aquellas grabaciones de las que habla, ¿qué puede dar la prensa musical que mejore esa oferta (por muy ilegal que sea)?

Corre la sospecha de que el papel (es decir, el pago por los contenidos) durará sólo hasta que las generaciones socializadas en la adquisición del periódico desaparezcan, ya que los jóvenes sólo leen en internet y, por tanto, no aceptan más modelos que los gratuitos. Pero si a eso le sumamos que los blogs ya no sólo les ofrecen información y opinión, sino que además proporcionan el material en sí ¿queda algún sitio en el que pueda situarse válidamente la prensa musical?

Ante este nuevo terreno de juego, que generalmente se ha enfocado, de modo erróneo, como la pelea entre las nuevas y viejas generaciones de periodistas o como el enfrentamiento entre el papel y lo digital, conviene fijar el punto de partida. Esto es, repasar lo que sabemos:

1. En la estructura de los medios de comunicación, la palabra cultura ocupa el escalón inferior, y dentro de él, la música es la peor de las elecciones. No posee el capital simbólico acumulado por la literatura, tampoco el brillo distintivo del arte y ni siquiera cuenta con el glamour del cine. Así las cosas, no es raro que las noticias más relevantes sobre música se limiten a contabilizar las ventas o a sacar, como decía Diego A. Manrique, brillo a los muertos.

2. Es cierto que los medios de comunicación han perdido credibilidad, una situación que ha afectado notablemente a sectores especializados, pero también lo es que su ascendencia no ha decrecido. Quienes han perdido visibilidad y capacidad de llegada no han sido los medios, sino quienes forman parte de ellos. Prensa, radios y televisiones siguen siendo influyentes, quienes lo son cada vez menos son sus periodistas.

3. La responsabilidad de esta situación no sólo proviene de las nuevas exigencias de los medios de masas. Porque a la cuestión de fondo, qué podemos ofrecer para que la gente nos lea, no le hemos dado todavía la respuesta correcta. Si la pregunta principal es si estamos haciendo algo que pueda resultar especialmente interesante para el lector, la respuesta genérica no puede ser otra que la negativa.

Y es éste un asunto preocupante, en tanto señala buena parte de los males de la profesión. Empezando por los esquemas desde los que encaramos nuestro trabajo, siempre a la búsqueda de temas llamativos, paradójicos o extravagantes. Si un autor literario trabaja todas las noches de boy para ganarse la vida, entendemos que tiene una entrevista; si, por el contrario, se apellida López, es funcionario y ha descrito con precisión el alma humana en su libro, no hay tema.

Si un cantante viste con enorme gusto, enseguida le haremos un reportaje con foto; si escribe estupendas letras, que hablen de él en la red. Además, las reseñas de álbumes no suelen contener más que la descripción de los efectos que las canciones provocan en el crítico, a menudo amplificados mediante retorcidas metáforas; las crónicas de conciertos lo son mucho más de sociedad; y una gran mayoría de artículos sólo llevan dentro alabanzas del fan al artista o del autor a sí mismo.

Ciertamente, se puede llegar a un final satisfactorio por muchos caminos, también en el periodismo musical, por lo que hay muchas fórmulas de las que podemos echar mano para hacer un mejor trabajo. Pero quería reparar especialmente en una, fructífera y olvidada.

La música surge de un tiempo y un espacio que suelen darle su sentido. El R&R de los 50 no podría explicarse, entre otros factores, sin el potencial subversivo que tenían unos ritmos que evocaban sin tapujos el contacto carnal. Igualmente, las banalidades que entonaban muchos grupos de la Nueva Ola no pueden hoy ser percibidas sin rubor si no se entienden como fruto de una época que reaccionaba contra una politización excesiva y una atmósfera siempre trascendente.

Ellos querían pasarlo bien y letras tan kitsch como La tribu de las Chochoni lo único que hacían era llevar a la práctica ese deseo. Y, del mismo modo, tampoco podemos desvincular a un Corcobado o a un Nacho Vegas de las épocas en las que surgieron: su repliegue en lo íntimo era producto de un tiempo que encontró lo real en los sentimientos torturados. Esa intensidad de la vida interna era algo muy de la música de los noventa que todavía tiene su espacio.

Dicho de otro modo, la música siempre nos cuenta cosas. Y a menudo no las oímos, preocupados como estamos por el anecdotario, por las relaciones sociales, por señalar con el dedo la falta de gusto ajena o por mostrar al mundo que estamos por encima de él. Hay muchos caminos para llegar a buen puerto en esto de la cultura, pero tampoco parece mala idea que comencemos a prestar más atención a lo que la música nos dice. Aunque sólo sea porque el secreto para contar una buena historia reside en saber escuchar.

(Esteban Hernández)

Texto que Ultrasónica suscribe plenamente

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