BOHEMIAN RHAPSODY (I)

Bohemian Rhapsody, la piedra Rosetta del rock (I)

Queen - Bohemian Rhapsody (portada España)

Puede resultar cargante para unos y seguro que pone a otros a levitar. Desmesurada, ególatra, excesiva, lo cierto es que sigue cautivando a todo tipo de públicos más de 40 años después de su gestación y que representa, como casi ninguna otra canción grabada desde entonces, hasta dónde se puede experimentar en un estudio de grabación y hasta que límites se puede llevar un tema -aparentemente- rock. Repasamos toda la historia de la canción en tres entregas; hoy, la primera.

 

Estamos en 1975. Margaret Thatcher lidera el partido Tory, cuatro años antes de convertirse en Primera Ministra del Reino Unido, y Tiburón es la película más taquillera del año. Ni rastro aún del punk; los dinosaurios (sin que se les conozca todavía como tales) reinan impunemente en el mundo del rock. Un cuarteto británico acaba de tener un relativo éxito con la canción “Seven Seas of Rhyme” para repetir, poco después, con “Killer Queen”. Queen –con un nombre tan excesivo que solo lo puede igualar o superar el de Rey o Dios–, están en cambiando de mánager, dejando atrás a Norman Sheffield para pasar a ser representados por John Reid, el agente de otro peso pesado del rock y los eventos en grandes estadios de aquel momento, Elton John.

Por aquel entonces, Freddie Mercury tiene ya el boceto de una canción que ha compuesto en gran parte en el dormitorio de su vivienda de Holland Road, en el distrito londinense de Kensington. Allí ha dispuesto un piano con candelabros como cabecero de la cama, por si algún día le viene la inspiración de noche. Y eso es justo lo que le sucede con esta nueva canción: parte de su melodía la toca de espaldas desde la cama una noche, mientras se le va ocurriendo.

Queen (2)

Sin embargo, su primera encarnación data de 1968, cuando es todavía un estudiante en la Facultad de Arte de Ealing, en Londres, y forma parte de la banda Smile con Chris Smith, quien recuerda haber escuchado sus primeras estrofas, “Mama, I just killed a man” (“Madre, he matado a un hombre”), sin melodía ni más letra. Como a Mercury aquella frase le recuerda al viejo Oeste, la llama durante un tiempo “The Cowboy Song” (“La canción vaquera”).

En 1974, cuando se pone de nuevo con ella, Mercury escucha una y otra vez el musical Cabaret de Liza Minelli, por lo que no sorprende que la melodía pueda recordar a un musical y tenga partes operísticas. En su versión final, la canción aparecería sin estribillo y con seis secciones: una introducción a capela, una balada, un solo de guitarra, una parte operística y una coda final que vuelve a recuperar el tono y el tempo del inicio.

La primera vez su productor, Roy Thomas Baker, la escucha es en el apartamento de Mercury, una noche antes de salir a cenar juntos. Este le toca la sección inicial, la de la balada, y a continuación le dice: “Aquí es donde entra la parte operística”. Baker sonríe sin saber que realmente eso era lo que tenía pensado y decidido. Cuando se lo repite ya en el estudio, sabe que no bromea y entonces accede a poner todos los recursos y su experiencia para dar forma a aquella visión. Según Baker, Queen buscaba romper los límites preestablecidos, ver hasta dónde podían llevar los acordes y las armonías, creando algo innovador desde abajo, sin que resultase ridículo ni les limitase la tecnología.

Queen - A Night at the Opera

La base instrumental se graba en los estudios Rockfield de Gales a partir del 1 de agosto de 1975, utilizando el mismo piano que Paul McCartney había empleado en la grabación de “Hey Jude” de The Beatles. Freddie tiene toda la estructura en trozos de papel aparentemente desordenados que ha ido acumulando, bien sean folios arrugados, trozos de guías de teléfonos o servilletas, pero que él sabe perfectamente dónde encaja cada uno.

Todo se registra en una única habitación del estudio en un equipo de 24 pistas, el más adelantado de la época, tapando el piano con fundas para silenciar los otros instrumentos. Durante la grabación, Roger Taylor se aísla en el cuarto donde se guarda la cinta de grabación. Su mayor preocupación es que en la cara B de ese single que están grabando aparezca su canción “I’m in Love with My Car”, algo que finalmente consigue unas semanas después.

El solo de guitarra es también de Freddie Mercury, compuesto con el piano. Según May, “fue algo que él tocó con su mano izquierda al piano en octavas. Así que esa fue mi guía, algo muy difícil de hacer porque la forma suya de tocarlo era excepcional, aunque él no lo creía así”. Brian May, siguiendo aquellas indicaciones, busca interpretar con su solo algo diferente que haga de contrapeso al resto de la canción. Antes de interpretarlo, lo mentaliza nota por nota íntegramente en su cabeza, ya que “los dedos se vuelven predecibles a menos que sean dirigidos por el cerebro”.

Las armonías operísticas son grabadas por el guitarrista Brian May en sus tonos graves, el vocalista Freddie Mercury en los medios y el baterista Roger Taylor en los agudos; el bajista John Deacon prefiere no cantar. Se hacen 180 grabaciones durante tres semanas (más de lo que se tarda en grabar una buena parte de los discos editados cada año), en sesiones de diez a doce horas de canto ininterrumpido, completadas en otros cuatro estudios diferentes (Wessex, Roundhouse, SARM y Scorpion). Como los estudios solo cuentan con cintas analógicas de hasta, como mucho, 24 pistas, es preciso que se graben por encima numerosas veces y se reiteren esas tomas en sucesivas remezclas. La cinta es utilizada en tantas ocasiones que al final se vuelve casi transparente. Ni así le resulta suficiente a Mercury: cada vez que parece que han acabado, se presenta diciendo que tiene “unos cuantos Galileos más que cantar”.

 

 

 

 

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