ALEX CHILTON 2006

Alex Chilton: el cantante, no la canción

 

 

Entre las docenas de anónimos currantes que a principios de los 80 se dedicaban a lavar platos en los restaurantes de Nueva Orleáns, había uno que de vez en cuando atraía miradas de algún curioso que creía reconocerlo: “¿No te suena esa cara? ¿No se te parece a Alex Boxtop? ¡Sí, el de The Letter!”. “Imposible. No puede estar tan hecho polvo”. Otras veces eran jóvenes músicos llegados de fuera de la ciudad, algunos de Athens, otros de Minneapolis o Los Ángeles, en guerra con la vacuidad sintetizada de la música de su época, y que preguntaban por un tal Alex Chilton, “el de Big Star” sin obtener más que encogimientos de hombros por respuesta.

 

Al tal Alex parecía haberlo tragado la tierra, pero sí estaba en Nueva Orleáns. A veces lavaba platos, otras podaba árboles, pero a lo que realmente dedicaba su tiempo era a huir de un negocio musical que conocía a fondo desde que a los 16 años tuviera un número 1, y a intentar dejar de una vez  el pantagruélico régimen a base de narcóticos y, sobre todo, alcohol que había guardado durante los últimos años. Big Star le parecía algo lejanísimo, ni siquiera entendía el mito que habían desencadenado aquellos discos que nadie compró en su día y que tan poco le decían ya musicalmente. Su cabeza sintonizaba otra onda completamente diferente y no estaba dispuesto a mirar atrás. Su vida en la segunda mitad de la década de los 70 había resultado ser una caída en picado, un rosario de excesos quizá deformado ahora por la leyenda, pero había tocado fondo y no estaba dispuesto a dejarse llevar por otras manos más que las suyas.

 

Últimamente se había dedicado a tocar esporádicamente con un dislocado grupo de Memphis liderado por un lunático llamado Gustavus Nelson, Tav Falco para los amigos, en el que él era el único miembro musicalmente competente. Se hacían llamar los Panther Burns y el concepto de Tav era muy simple: descubrir joyas de la música popular americana sepultadas por la historia y tocarlas como su nula técnica le permitiera. Alex nunca podrá olvidar el día que lo conoció. En medio de un festival celebrado en octubre de 1978 en Memphis a modo de despedida de Mud Boy & The Neutrons (el grupo de James Dickinson, productor del Big Star 3rd / Sister Lovers y al que no debería ser necesario presentar en esta revista), un tipo vestido a lo Charlie Chaplin, de suaves modales y con toda la pinta de no saber que hacer con la sobreamplificada guitarra que tiene entre las manos, se planta a media interpretación del “Bourgeois Blues” de Leadbelly, coloca la guitarra entre dos taburetes y empieza a “tocarla” con una ¡sierra mecánica!.

 


 

Impresionado por la atronadora performance, Chilton no tarda en aparecer por su casa dispuesto a intercambiar información: tú me enseñas algo de country blues y yo algo de rockabilly. Como quien no quiere la cosa pronto aparece un no batería y un estudiante de arte al que endosan un sintetizador que no sabe tocar y ¡voilá!, nacen los Panther Burns. Inspirados por Cramps y la No Wave neoyorkina, cuenta Alex que aquellos primeros discos suenan como realmente fueron grabados: según caían las botellas, el caos se multiplicaba. En directo, la cosa era todavía peor. Si había querido alejarse lo más posible del fantasma de Big Star, aquello estaba a años luz.

 

Jon Tiven fue el primero en experimentar en carne propia el particular combate que Alex Chilton empezó a librar consigo mismo a mediados de los años 70. Tiven era un joven e inexperto productor deslumbrado por los dos primeros discos de Big Star. Así se lo había hecho saber al mundo en un artículo en la revista Fusion, y al toparse con la oportunidad de grabar con uno de sus ídolos no lo dudó un instante. Como casi todo en esta historia, no está muy claro quién buscó a quién: si creemos al productor, el artista lo agobiaba con llamadas a deshora para convencerlo de que bajara a Memphis; si escuchamos a Chilton, Tiven se ofreció graciosamente para encauzar su carrera.

 

El caso es que el ilusionado y veinteañero productor, que terminaría por ganarse una buena reputación en el negocio y acaba de producir el último disco de Frank Black, se presenta en Memphis a finales de 1975 dispuesto a grabar el comeback de una ex estrella. No podía haber escogido un momento peor. Durante las sesiones de grabación de Sister Lovers, Chilton se había hecho con los servicios de ¡un guardaespaldas! (si Jerry Lee Lewis tenía uno…) con el que se dedicaba a recorrer los garitos de Memphis, una montaña humana que atendía al nombre de Danny Graflund cuya especialidad era “transformarse” en “Other Man”, un monstruo capaz de hacer volar botellas, sillas y mesas con tal de salvar el pequeño pellejo de su amo Alex cuando se metía en problemas. Se dice que Chilton llegaba a provocar situaciones comprometidas sólo por ver actuar a “Other Man”, y Jody Stephens cuenta que lo que le preocupaba del comportamiento de su amigo no era la ingente cantidad de alcohol y barbitúricos que la pareja utilizaba, sino su capacidad de humillar al cortejo que los seguía sin que nadie fuera capaz de afearle su comportamiento.

 

 

Todo el que conoce las hazañas de Chilton durante esa época habla de comportamientos atroces, aunque pocos especifiquen en que consistían realmente. Sea como fuere, Jody,  por ejemplo, dejaría de hablarle durante años. Mientras tanto, el estudio se convertiría en una especie de campo de batalla en el que el gusto por las cosas bien hechas de Tiven tenía que luchar contra los continuos sabotajes de Chilton y sus satélites. Hasta que los consiguió expulsar de allí con la ayuda de Richard Rosebrough (un clásico en las grabaciones de Chilton y Big Star como batería y técnico de estudio), tuvo que aguantar que en medio de una canción Danny Graflund se acercara al micro para gritar cualquier burrada que pasara por su cabeza, que se pusiera a mear contra la pared o que cualquiera de las damas que lo acompañaban se acercara a la mesa de mezclas y comenzara a jugar con los botones.

 

La música no podía salir indemne en este ambiente. Si en Sister Lovers la exquisita producción de Jim Dickinson ponía orden en el caos, aquí no hay nadie que pueda atar a un Alex Chilton que a veces parece cantar con una camisa de fuerza y otras como si no estuviera allí, en ocasiones dentro de la misma canción. Es cierto que Tiven logra que su ya, a estas alturas, ex-ídolo cante una bonita miniatura pop de su propio repertorio, “Everytime I Close My Eyes”, y que se tome mínimamente en serio tanto una buena revisión de “Jesus Christ” como una estupenda versión de los Rolling Stones con un título que parece una premonición de los que será su carera en solitario, “The Singer Not The Song”, lo mejor del lote. Tampoco tiene desperdicio su visita al cancionero Beatle, una “I’m So Tired” entre adormilada e histérica, pero, por lo demás, la evidente y con todo disfrutable anarquía de las sesiones carece de la profundidad de Sister Lovers, y aunque la guitarra de Tiven, Chilton estaba lesionado y no podía tocar, ponga un interés que no se ve correspondido, el conjunto tiene más de cachondeo que otra cosa.

 

No hay más que oír “Take Me Home And Make Me Like It”, esa tontería  con sabor a Jerry Lee Lewis compuesta sobre la marcha con las barbaridades que se le ocurrían al “Other Man”, las distintas tomas de “Free Again”, o cómo canta lo que podría haber sido un caramelo, “All of the time”, y se queda a medio camino. Tal vez si Jon Tiven hubiera oído el resultado de una rara visita de Alex a los estudios Ardent durante 1975 no se hubiera aventurado en Memphis, porque “Walking dead” sí muestra el auténtico estado mental en el que se encontraba Chilton, una auténtica barbaridad en la que toca todos los instrumentos y se balancea entre la lucidez y el caos sin llegar a perder el control de auténtico milagro. Aquí no había lugar para risas.

 

 

Dos detalles para rematar el cuadro. Cuando las sesiones habían terminado, Chilton entra en un restaurante de Memphis con Dickinson, avista a Tiven, se acerca y le escupe en la cara (Dickinson lo cuenta, Tiven lo niega). Hace poco Tiven declaraba: “Mi error fue tratar de hacer un disco pop con Alex. Si algún día se decidiera a grabar un disco que expresara la negrura y la maldad de su alma podría enseñarle un par de cosas a Marilyn Manson”. Puede que mientras lava platos en Nueva Orleáns, lo único que nuestro hombre recuerde con gozo de 1975 sea el alumbramiento de “My Rival”, esa cancioncilla que provocó un click en su cabeza, y que le dio la pista de lo que quería hacer a partir de entonces. Adiós al pop, a la British Invasion y a los Beach Boys, a unas letras, las suyas para Big Star, “que no decían nada”. Ahora sólo quería cantar algo que entendiera y se entendiera, nada de angustia adolescente, música de hombres hechos y derechos. Le llevaría su tiempo conseguirlo.

 

De 1976 es probable que no recuerde nada, y si lo hace no se lo va a contar a nadie, dada su cada vez más acentuada alergia a las entrevistas. Si ya resulta difícil atar cabos entre las diferentes versiones (y visiones) de la historia de Chilton que circulan por ahí, en este punto resulta casi imposible. Si, de todas maneras, recapitulamos sobre lo que había sido su carrera hasta entonces, como quizá él hiciera en algún momento de lucidez, podemos llegar a comprender su estado de ánimo. Había salido del colegio a los 16 años para tocar el cielo: bombazo en las listas con los Box Tops, conciertos con los Doors o Buffalo Springfield, giras con los Beach Boys y colegueo con Carl y Dennis Wilson (uno le enseña a tocar la guitarra, el otro le acoge en su casa y le presenta a ¡Charles Manson!).

 

Pronto llegó el desengaño brutal con un negocio que le obligaba a cantar lo que otros querían sobre música tocada por músicos de estudio. Espantada a media gira y huida a New York. Vuelta a Memphis en 1970 para grabar un disco que no se editó. Fracaso total de los dos primeros discos de Big Star y ruptura con Chris Bell. Nadie quiso publicar lo que iba a ser el tercero y que le había costado, literalmente, sangre, sudor y lágrimas. Menos aún lo que había grabado con Jon Tiven. La pasta ganada con los Box Tops exprimida hasta el fin… Y si hacemos caso a la leyenda, todas sus pertenencias a la entrada de casa y una nota de despedida de una novia. Mirara hacia atrás o hacia adelante, el panorama que podía contemplar aquel chaval de 25 años no invitaba a la fiesta, ciertamente. Quizá el alcohol no lo arreglara, pero puede que le ayudara a no pensar demasiado.

 

El salvavidas le llegaría de Nueva York. En 1977 la ínfima escena que se desarrollaba alrededor del CBGB había crecido un palmo y ya había quien se atrevía a editar discos por su cuenta. Terry Ork, aparte de llevar los asuntos de Television decide que se puede ganar un dinero extra montando un sello discográfico, Ork Records por supuesto. Aunque el punk no había llegado todavía a Memphis es fácil de suponer que al escuchar las cintas que le llevaba Jon Tiven, Terry Ork encontrara un impensable paralelismo con lo que se cocía en el Bowery: la urgencia de las interpretaciones, la asimilación del caos como método de trabajo, las canciones por debajo de los tres minutos, todo eso estaba presente en aquella grabación, así que no tardó en escoger las cinco canciones que formarían el EP “The Singer Not The Song” a principios del año del punk.

 

 

Tampoco es descabellado  imaginar la sorpresa que se debió llevar el armadanzas neoyorkino al encontrarse en persona con un Alex al que sólo recordaba de los discos de los Box Tops: desaliñado, ropas de tercera mano, ni un duro en el bolsillo. Sin siquiera sospecharlo era todo un proto punk de libro. El propio Ork se encarga de alojarlo en su loft y presentarle a los músicos que lo acompañarían en su estancia neoyorkina. Alex congenia especialmente bien con Chris Stamey, un muchachote de Carolina del Norte admirador de Big Star, y que ya había grabado un single con los Sneakers antes de venir a buscarse la vida a la Gran Manzana. El se encargaría del bajo y un tal Lloyd Foronof de la batería. La gran expectación levantada por sus primeros conciertos sorprenden a un Alex Chilton que, después de pasarse un par de años sin rumbo, no esperaba encontrarse con los clubes más in de la modernísima Nueva York llenos de ávidos espectadores.

 

Lo que en Memphis no le habría servido más que para todo el mundo dudara de su cordura, aquí molaba. ¡Hasta el New York Times se ocupaba de él! Por supuesto decide quedarse una temporada en la que conocerá una escena que lo acogería como suyo, especialmente tras telonear a los Talking Heads, pero que no le impresionaría en absoluto: aunque hiciera buenas migas con un Richard Lloyd que en ocasiones lo acompañaría en directo, Television y Blondie no le dicen nada. Sí los Ramones, y sobre todo, curiosamente, un concierto de Devo en el CBGB. Curiosamente, porque en una época en la que empezaba a interesarse más por el rockabilly, el jazz y el r’n’b que por el pop del momento, llama la atención que lo que más le sorprendiera fuera Devo o los primeros discos de Brian Eno. Para el repertorio de sus conciertos de la época echa mano de canciones de Big Star y Box Tops, versiones más o menos chocantes (“Wouldn’t it be nice”, “California sun”, “My Way”) y un puñado de nuevas composiciones con las que parecía querer adaptarse al medio en el que se desenvolvía.

 

Su opinión sobre las maquetas que grabó para Elektra o Arista no deja lugar a dudas: “Eran una mierda. Pensé que debía grabar algo “normal” para un sello de verdad, a ver si dejaban de pensar que estaba completamente loco. No había conocido a nadie en dos o tres años que no pensara que estaba loco, y creí que todo el mundo lo seguiría creyendo si hacía lo que realmente quería hacer”. La verdad es que se nota a leguas su falta de compromiso con unas canciones que no pasan de lo simplemente correcto. Pop nuevaolero, competente y agradable, sí, pero sin chicha, con unos teclados fuera de sitio y muy lejos de lo que se podría esperar de su reputación, del que sólo se puede salvar la que probablemente sea su última gran canción pop, “She Might Look My Way”. Si ni siquiera así conseguía un contrato decente lo mejor era hacer lo que le daba la gana.

 

 

Lo más enjundioso de su estancia en Nueva York gira a 45 rpm. Hay quien dice que “Bangkok” es la mejor canción que Alex Chilton ha compuesto en los últimos treinta años, y aunque uno reconozca que disfruta de todas y cada una de las distintas etapas de su carrera, no es difícil rebatir esa opinión. No sólo es un excelente pepinazo de rockabilly mutante, sino que además goza de una impactante producción. El propio Alex toca todos los instrumentos, aunque le deja las maracas a Chris Stamey, y en menos de dos minutos podemos escuchar ráfagas de metralleta, reverbs espectrales y punzantes riffs como nunca le habíamos escuchado. El otro reverso de sus artes como productor, ese preciosista artesano del pop admirador de los Beach Boys que hace tanto tiempo que no vemos, asoma en “The Summer Sun”, el single que Terry Ork le editó a Chris Stamey. “The Summer Sun” podría haber sido compuesta por Brian Wilson y está acicalada por guitarras y teclados que aparecen y desaparecen de repente, voces celestiales, campanitas y cascabeles… Delicioso. (Por cierto, ¿para cuando un recopilatorio de los discos que Ork editó o grabó y no llegó a hacerlo: Television, Feelies, Richard Hell, Chilton, Stamey…).

 

Antes de regresar a Memphis definitivamente, aún tendría tiempo de descubrir a los Cramps en el CBGB. Tan rendido cae ante sus encantos que acude a sus conciertos siempre que puede y cuando llega a conocerlos en persona no duda en ofrecerse como productor: inverosímilmente, si tenemos en cuenta los estropicios que allí llevó a cabo, todavía tiene la puerta abierta de Ardent (uno llega la conclusión que Alex era el niño mimado de John Fry, el dueño-ingeniero-productor de los estudios), así que organiza unas sesiones gratuitas, a condición de arreglar las cuentas cuando se vendiera el master.

 

Aparte de convertirse en los míticos primeros singles de aquellos encantadores saqueadores de tumbas, las sesiones ayudarían a que repitieran la colaboración en el primer LP de los Cramps (con resultados inferiores) y, sobre todo, a acrecentar la leyenda que ya arrastraba el ex Box Top. Mitómanos incurables, Lux Interior y Poison Ivy hablan y no paran de Mr. Cool: que si como buen caballero sureño el Señor lo protegía; que si lo perseguían antiguas novias despechadas y padres ofendidos por las habilidades amatorias que ponía en práctica con sus retoños; que si meaba en un cable de corriente pelado y no le pasaba nada… (Como siempre, resulta difícil deslindar el mito y la realidad, pero justo en el momento en que escribo estas líneas me entero que nuestro hombre acaba de pasar la semana posterior al huracán sin moverse de Nueva Orleáns. Les prestó el coche a unos amigos para que se marcharan porque “no iba a ser para tanto”. Por fin, más de una semana después, aparece en Houston. Ustedes mismos.)

 

Nueva York no daba más de sí. Sin discográfica a la vista tras el rechazo de Arista y Elektra, y un trato fracasado entre Ork y Phonogram, Chilton decide volver a Memphis y grabar un disco echando mano de los amigos. Jim Dickinson sería el productor, y aprovechan que Richard Rosebrough trabaja ahora en los estudios de Sam Philips, y que convence a los hijos de éste para que cedan el estudio, para aposentarse allí durante tres días a mediados de 1978. De la edición se encargaría Sid Selvige, un músico de Memphis que tocaría en las sesiones y que regentaba un pequeño sello. Quizá desengañado por el rechazo a aquellas maquetas que él creía “normales”, quizá inspirado por sus nuevas amistades (Falco, Cramps), el caso es que no quería saber nada de pop. La mitad de las canciones serían versiones de oscuros temas folk, country, rockabilly, doo wop… o de KC & the Sunshine Band, otro de sus favoritos del momento.

 

 

En principio no iba a participar demasiada gente, tal vez uno o dos músicos más, pero cuando se presentó en el estudio, Jim Dickinson había congregado a un grupo entero. Aparte de los cuatro implicados en el proyecto también enrolaron a Lee Baker, un clásico de la escena local que ya había tocado en Sister Lovers; a la ínclita Lesa Aldridge, a quien pusieron un piano a su disposición, un instrumento para el que no parecía muy dotada; y a otro par de músicos. Dado el gusto por el caos que había desarrollado, Chilton no dice nada y deja que las sesiones partan con rumbo desconocido, porque, por supuesto, nadie sabe qué canciones van a tocar. Tras la primera noche, Chilton piensa que aquello es un desastre. Mientras le enseñaba las canciones a los demás, estos le respondían que no había problema, que ya las sabían, y tocaban lo primero que se les ocurría. Sin embargo, cuando pasa al otro lado del estudio y escucha el resultado, le parece increíblemente bueno, algo que nunca había escuchado antes. Así que allí se tiran un par de noches más en las que aquellos curtidos músicos tratan de recuperar la sensación de tocar como principiantes. Tal vez algún día alguien se atreva a editar el video que se grabó durante esas tres noches.

 

De todas maneras, si algo aprendió de Dickinson fue a manipular en el estudio cualquier barbaridad que hubiera grabado. Alex se pasó casi un año mezclando lo que acabaría por convertirse en  “Like flies on sherbert” (intermitentemente, sólo cuando Ardent estaba libre), así que todo tiene más sentido de lo que a primera vista parece. Hay quien opina que es una tomadura de pelo; otros lo califican de obra maestra. Es cierto que aún hoy, veintiséis años después, resulta chocante en primera escucha, que todo parece tambalearse y que hay veces que suena como una bar band borracha (el “I’ve Had It” que entona Dickinson, por ejemplo), pero cuando logran cogerle el punto al amateurismo fingido que Alex tenía en mente aquello se convierte en otra cosa. Alguien lo definió como las “Sun Sessions producidas por Brian Eno” y algo de eso hay.

 

Sabiendo la fijación de Chilton por el floripondio de Roxy Music, no extraña el enloquecido uso de lo que parece un primitivo sintetizador dando ambiente a una indescriptible versión de un tema de la  Carter Family “(No More The Moon Shines on Lorena”), o rajando por la mitad un “My Rival” que parece una canción diferente a la grabada en las maquetas neoyorkinas. Los pianos aparecen de la nada como sacados de canciones diferentes, como si un Thelonious Monk marciano tocara desde una casa vecina, pero también hay deliciosamente alocadas imitaciones de Elvis Presley (“Girl after Girl”), algunas de las mejores rock’n’roll songs que haya compuesto (“Hey Little Child”, “Hook or Crook”), un trepidante “Alligator Man” y espitosas visitas al rockabilly más oscuro (“Stranded on a Dateless Night”). De las muchas descripciones que he leído sobre este disco, no puedo resistirme a transcribir la que dice que la canción que lo titula suena como si “Brian Wilson persiguiera a Phil Spector por el estudio con un hacha en la mano”.

 

 

Chilton: “Mi vida se derrumbaba, y “Like flies on sherbert” es el resumen de ese período. Me encanta ese disco. Es una locura, pero es un acto positivo en un período de mi vida que no lo era en absoluto”. Mientras lo mezclaba, en diciembre de 1978 muere en accidente de moto Chris Bell, motor primigenio de Big Star, con el que había mantenido una extraña relación (Tiven llegó a decir que Alex Chilton grababa lo que grababa porque sabía que nunca podría estar a la altura de Bell). Algunos de sus allegados ven esos dos hechos casi simultáneos como el principio de la transformación que más tarde experimentaría Alex Chilton.

 

A partir de aquí el rastro de nuestro hombre se pierde entre proyectos que rozan la mendicidad (tocar en la calle versiones de rockabilly con un par de colegas que se hacían llamar Yard Dogs); excursiones delirantes con los Panther Burns (que nunca terminaban las giras con la misma formación que las empezaba); padrinazgos de nuevos grupos (The Klitz, el primer grupo de punk femenino de la ciudad, en el que cantaba Lesa); nuevas decepciones a cuenta de Big Star (sus tres discos reeditados en 1978 sin que viera un duro); y, en definitiva, lo que parecía un intento de llegar a un punto de no retorno. Antes de alcanzarlo todavía produciría el segundo LP de los Cramps y, a mediados de 1980, viajaría a Londres a promocionar con un par de conciertos la edición británica de “Like Flies On Sherbert”. Para la ocasión le montan un grupo con la sección rítmica de los Soft Boys y el guitarra de los Vibrators, y aunque no hay tiempo para muchos ensayos, los músicos saben de su historia, están encantados de tocar con él y conocen parte del repertorio.

 

Eso es precisamente lo que se trasluce en el disco que un par años más tarde recogería el concierto de su segunda noche en el Dingwalls. Aunque prensado a partir de una simple cinta sacada de la mesa de mezclas, posiblemente sin que ni el propio Alex supiera que se estaba grabando, “Live in London” documenta perfectamente su estado actual: puede que apareciera en el aeropuerto sin equipaje y prácticamente sin blanca, y que no conociera a los músicos con los que iba a tocar, pero aún a punto de tocar fondo definitivamente, tenía la clase y el savoir faire suficiente para sacar adelante aquel compromiso. Tal vez el grupo suene, comprensiblemente, deshilachado, y tarde en coger el tono, pero todavía era capaz de sumergirse en las profundidades de “Kangaroo” y salir a flote, de sacar chispas de su Fender y bombear rock’n’roll sin adulterar y en su repertorio más reciente. A la vuelta rompe definitivamente con Lesa.

 

A finales de 1981, tras un desastroso y alcohólico concierto en Nueva York cae enfermo y decide que, ya que puede pasar su convalecencia sin echar mano de la botella, no estaría mal probar qué tal sienta la sobriedad. A principios de 1982 pone rumbo a Nueva Orleáns, donde pasará dos años de retiro absoluto del ambiente musical. Un retiro del que sólo saldrá cuando un fan, el mismísimo Peter Buck, consiga localizarlo y ponerlo en contacto con un manager; cuando otros, los Replacements, se lo lleven con ellos de gira, compongan canciones con su nombre y le pidan que los produzca;  y otras, las Bangles, versioneen “September Girls” en su  multimillonario en ventas Different Light.

 

El Alex Chilton que salió por el otro lado del túnel, el que hoy conocemos, ya no sería el mismo que protagoniza este artículo. Definitivamente sobrio, confiado en sus virtudes, muchas, como guitarrista, y sin reparo a la hora de llenar los discos con semidesconocidas joyas de la música popular americana cuando no tiene mejores canciones propias que ofrecer, o de grabar un disco en una sesión de una noche cuando le apetece. “Famoso por no ser famoso”, dicen algunos, no creo que a él le importe lo más mínimo ahora que puede aprovechar mínimamente los réditos de su leyenda (reedición periódica de sus discos, giras y disco nuevo con Big Star, el estupendo y documentadísimo libro de Rob Jovanovic sobre el grupo y su carrera en solitario), y seguir jugando únicamente con las reglas que el mismo se impone. Una especie de “Bartleby el escribiente” (la analogía es de Peter Holsapple), que puede utilizar a su antojo su frase favorita, “preferiría no hacerlo”. No seré yo quien le discuta un derecho que se ha ganado a pulso.

 

 

 

 

LESA ALDRIDGE

 

Parafraseando ese tópico que nos informa de que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer, podríamos decir que tras el período más turbulento de la vida de Alex Chilton, también había una mujer, en realidad casi una niña, que echaba leña al fuego. Si la tempestuosa relación que mantuvieron es de interés no es simplemente por el afán cotilla que los que disfrutamos con las minucias de la historia del rock sin duda tenemos, sino porque su presencia es una constante en todos los movimientos de Alex Chilton durante los años que fueron desde la grabación del tercer disco de Big Star hasta su retiro en Nueva Orleáns.

 

Se conocieron a través de William Eggleston, primo de Lesa y nombre capital en la historia de la imagen como uno de los pioneros del uso del color en la fotografía artística (Sus fotos están en los mejores museos y suyas son las portadas de Radio City y Like Flies on Sherbert. También tocó algo de piano en Sister Lovers y su estilo de vida encajaba perfectamente con el Alex. Por cierto, el que realmente esté interesado en el ambiente menos conocido de Memphis, el que vivía a la sombra de Stax, Sun, Elvis y demás iconos, no debería dudar en hacerse con “It came from Memphis”, Robert Gordon, un fantástico libro del que salen muchas de las historias que aparecen en este artículo y otras mucho más increíbles todavía). Decía que se conocieron a través de Eggleston, y durante una temporada ella y su hermana fueron novias de Jody Stephens y Alex, de ahí lo de Sister Lovers como título del grandioso disco fantasma de Big Star. Además, la participación de Lesa en el disco va más allá de la inspiración.

 

Aunque los allegados coinciden en que el disco retrata la tumultuosa relación entre los dos pipiolos, que su nombre aparece en “Kizza Me” y que la madre muerta de “Holocaust” es la suya, también intervino en la parte musical, aunque Alex decidiera a última hora borrar gran parte de sus contribuciones. Las que se salvaron lo fueron gracias a Jim Dickinson. Si Chilton no pudo tocar la guitarra en las sesiones con Jon Tiven fue a causa de una pelea con Lesa: falló el puñetazo y dio en la pared. La letra de “My Rival” (“My rival / I’m gonna shoot him dead with my rifle”) la inspiró uno de sus amantes, la colección de muñecas que aparece en la portada de “Flies” es la suya, y suyas son la mayoría de las partes de piano de dicho disco (Dickinson: “Desafortunadamente se me suelen atribuir a mí. Suena como si estuviera tocando con un puño… y podría ser cierto”). No le hacía ascos a la dieta rica en alcohol y drogas legales de su chico (Valium, Secanol, Demerol, cualquier cosa que de lo que pudieran conseguir receta), le presentó a los Cramps y llegó a ser la cantante de la all girl-punk band The Klitz. No he tenido el placer de escucharlas, pero debían ser dignas de oír si nos tenemos que guiar por el único single que Lesa Aldredge grabó a su nombre, una deconstrucción de “Story of my Life” de la Velvet en la que Chilton y Dickinson, quién si no, parecen dos niños pequeños aprendiendo a tocar y Lesa no parece entender el significado de la palabra afinar. Hoy es una feliz madre de familia dedicada a la enseñanza.

 

 

DISCOGRAFIA

 

– “Singer not the Song”/ “Bach’s Bottom”/ “One Day in New York

Con el tiempo, a pesar del inicial y generalizado rechazo, las sesiones con Jon Tiven han conocido múltiples ediciones. La primera, como ya queda dicho, fue el EP que editó Ork Records en 1977, pero ya en 1978 las mismas cinco canciones de dicho EP ocuparon una cara de un raro LP editado sólo en Japón, “One day in New York”, que completaba la otra con seis más extraídas de un concierto en el CBGB. A juzgar por lo que en él podemos oír, el grupo suena mucho más conjuntado de lo que las crónicas nos quieren hacer creer. Lo mejor del lote es una fantástica versión de “Holocaust” en la que se trabaja el amplificador con ganas, casi como un Neil Young neoyorkino, y la curiosidad, una dislocada balada años 50 llamada “A Little Fishy”.

En 1980 la discográfica alemana Line, la de los vinilos blancos, publicó “Bach’s Bottom”, que aprovechaba todo lo aprovechable del infausto paso de Tiven por los Ardent Studios. A pesar de que Chilton confiesa que nunca vio un duro de las diferentes ediciones, lo que aumentó su inquina por el productor, Tiven no se cortaría un pelo y regrabaría ciertas partes de las que no debió quedar muy contento, para licenciar el material en 1993 a Razor & Tie. Estas serían las grabaciones que aprovechó Munster para reeditar un facsímil del EP de ORK con un tema más.

 

– “Bangkok”

Munster también reeditó el single en vinilo recientemente, pero puede encontrarse sin problemas en los múltiples recopilatorios que desde “Lost Decade”, a finales de los 80, agrupan canciones de las diferentes etapas de la discografía de Alex Chilton. La citada edición que Razor & Tie hizo de “Bach’s Bottom” también la ofrece como bonus track, junto a la cara b del single y la ya citada “Walking Dead”.

 

– “Like Flies on Sherbert”

La tirada inicial que Sid Selvidge hizo en su sello, Peabody, fue de 500 copias y algo diferente de las posteriores. De éstas, la más completa es la que Last Call (la antigua New Rose) hizo en los noventa y que Munster editó en precioso vinilo azul.

 

“Live in London”

No sé si en este momento tiene una edición como tal, pero no debería ser difícil localizar un CD que compartía con “Like Flies on Sherbet”.

 

– “Beale Street Green”

Pirata que recoge tomas alternativas de Big Star y varias rarezas de Chilton en solitario, entre ellas las maquetas que grabó para Elektra.

 

 Carlos Rego

 

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Sexsmith & Kerr: Destination unknown

 

 

Pueden pasar modas, podemos inventar efímeros géneros y subgéneros, modernidades que dejan de serlo en seis meses condenadas al rutinario revival veinte años después. Quizá sea necesario, pero lo que no cambiará nunca es algo tan viejo, quizá intemporal suene mejor, como el arte de escribir una gran canción, lograr en tres minutos ese inefable ‘no-se-qué’ que consigue emocionar al que escucha. Podemos hablar de acordes o letras, diseccionar   el esqueleto de los clásicos, pero lo que no puede de ninguna manera faltar es ese algo inexplicable que va mucho más allá, y que reconocemos al instante cuando se produce.

 

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 The Strokes, ahora a por la Copa

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Esto sí es, no Es esto. No se trata de una pregunta, implícita o no. No hay más signos de interrogación. Para The Strokes, su tercer álbum, First Impressions Of Earth, significa su momento de punto cero: los chicos favoritos de Nueva York se encuentran ahora en la encrucijada de romper definitivamente desde el punto de vista comercial o romper el grupo.

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PACIFICO

 

Pacífico

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Pacífico nace en Vigo a principios del año 2005 de manos de Nillo Nández (guitarras, voces, teclados y programaciones) y Jacobo de San Claudio (batería). Más tarde se uniría Javi Lavandeira (bajo). La experiencia adquirida por sus componentes en bandas como Medusa, Kabuto Jr. o Estereocéano hace de su sonido en directo uno de sus mayores atractivos. Su estreno en maqueta, No amanece (diciembre de 2005), les reportó el premio a la mejor maqueta de «Maketón Estrella Galicia 2005».

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KELLEY STOLTZ

Kelley Stoltz, senderos de gloria

 

Resulta casi imposible guiarse en la desorbitadamente fragmentada escena actual. Si es que tal cosa existe, claro, y no una constelación de galaxias formadas por incontables pequeños grandes y medianos planetas, estrellas y satélites. ¿En quién fijarse? Es bueno mantenerse informado, por supuesto. Tampoco sobran los consejos de amigos y críticos fiables (cada uno tendrá los suyos, claro está), o de tu disquero habitual, si es que todavía tienes uno. Aun así, es imposible acertar siempre. Lo mejor es guiarse por esa intuición que, después de años de entrenamiento, pocas veces nos falla.

 

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