UNA PASTELERÍA EN TOKIO

Una pastelería en Tokio

 Naomi Kawase (Caramel)

Una pastelería en Tokio

 

“No importa en qué nos convirtamos. Todos hemos venido aquí para influirnos unos a otros”, reconoce uno de los tres personajes clave de esta película cerca de su emocionado final. Y ahí está la clave del film protagonizado por tres personajes dañados en la vida, solitarios, en busca de una afinidad con otros que los comprendan y que les presten atención.

En esta ocasión, a diferencia de otras películas de la directora Naomi Kawase como, por ejemplo, la que le precede Aguas tranquilas, no se trata de un argumento desarrollado por ella, sino la adaptación de la novela homónima de Durian Sukegawa. Por eso tal vez en este caso el fondo se impone a la forma, convirtiéndose en su película más accesible y convencional, premiada en Cannes o la Seminci.

Aquí, el trío protagonista se encuentra alrededor de una cocina que prepara dorayakis (pequeñas tortas rellenas de dulce de judías), siguiendo la tónica, entre el drama y la comedia, de otros filmes de cine culinario como Chocolat, Como agua para chocolate, Comer, beber, amar, Un viaje de diez metros o El festín de Babette. Como es previsible en el cine de Kawase, la historia se trata desde la sutileza y la contención, a un ritmo pausado, prestando atención a los almendros en flor, la brisa y otros elementos de la naturaleza para hablar de soledad, dolor, ilusiones perdidas y el paso del tiempo.

 

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