ULTRASONICA ARTÍCULOS 2006 JOHNNY CASH

ULTRASONICA ARTÍCULOS 2006 JOHNNY CASH

Ultrasonica e-zine :: Xavier Valiño

ARTÍCULOS 2006


Johnny Cash, espíritu muy antiguo en un cuerpo muy joven

 

 

         En las Crónicas que editó el año pasado, Bob Dylan habla de un período en el tiempo, la década de los 50, en la que sintió que Norteamérica se transformaba para siempre, de forma definitiva, irremediable. Todos los personajes que describe, los ambientes que evoca, las memorias que recupera, indican en el fin de la Norteamérica que, con sobresaltos pero en línea recta, sin desvíos, había existido desde el final de su Guerra Civil.

 

El viaje hacia el Oeste alimentado por emigrantes de todas las nacionalidades, la euforia económica de las primeras décadas del siglo XX, la Gran Depresión que le siguió, la II Guerra Mundial y los años de optimismo que llegaron después son los que Dylan describe a Martin Scorsese en el documental No Direction Home, como representando el crepúsculo de la inocencia norteamericana.

 

Años y años de convulsiones y profundas transformaciones que, con todo, mantenían inalterable la esencia de una Norteamérica a la que no podíamos aún llamar mítica. ¿Cómo llamar mito a lo que estaba todavía profundamente presente, enraizado en la vivencia de aquellos que lo habían experimentado en primera mano, de aquellos que lo tenían cicatrizado en la piel y que lo habían preservado en cancionero hecho de las vivencias cotidianas, no relegado a lectura de biblioteca?

 

Dylan, en medio de las corrientes enfrentadas, el pasado estructurado en disolución y el futuro que se comenzaba a anunciar, deambulaba por el Greenwich Village de Nueva York y fabulaba con bibliotecas, biografías, artistas del folk y todas sus historias disponibles. Como recoge en sus Crónicas, el futuro no ejercía sobre él ninguna fascinación. Le interesaba el pasado, y de él extrajo la materia prima con la que construyó la primera de sus muchas máscaras.

 

         Johnny Cash puede haber sido también un hombre de máscaras pero fue, principalmente, alguien que llevo consigo todas sus contradicciones, con todos sus valores, de ese pasado a punto de disolverse. Fue alguien que atravesó sin ceder la barrera entre el ‘antes’ y el ‘después’. Un espíritu libre en conflicto, más rebelde por la incapacidad de aplacar sus demonios interiores que por convicción; un espíritu muy antiguo en un cuerpo demasiado joven, demasiado deseoso de ceder a la tentación.

 

En En la cuerda floja, la película sobre una parte de su vida realizada por James Mangold que recientemente se ha estrenado, el puente entre esos dos tiempos está claro. El ‘antes’ está marcado por la infancia en los campos de Arkansas, en los himnos gospel aprendidos con su madre, está en la familia Carter que lo acompaña desde joven a través de la radio de casa, como premonición del ‘anillo de fuego’ que lo uniría a June Carter.

 

 

El ‘después’ es aquella música demasiado agreste para ser country y demasiado adulta para ser rock’n’roll. Todo ello configura un mundo con un cuadro de referencias viejas de un siglo en descalabro y Johnny Cash atravesándolo cual personificación excesiva del conflicto latente. Love, God, Murder Amor, Dios, Muerte-, como reza el título de uno de sus más famosos recopilatorios. Rock’n’roll y redención, resumimos nosotros.

 

Cristo y Jesse James. Johnny Cash encarnó la vieja Norteamérica que Dylan veía desaparecer. Nacido en el seno de una familia de agricultores sobreviviendo al abrigo del new deal de Roosevelt -criado para apoyar a los supervivientes más necesitados de la Gran Depresión-, creció educado en el temor a la justicia de Dios y respetando una jerarquía de valores donde cosas como la honra, el trabajo y la dignidad aparecían en lugar preponderante.

 

Cantaba himnos gospel con su madre, aprendía a dar los primeros acordes con un vecino y tenía como compañía insustituible la radio que su padre había comprado para informarse de las crecidas del Mississipi. Años después, con todo, mientras cumplía el servicio militar en Alemania, período en el que compuso sus primeras canciones, no se deshizo de su inspiración de salmos bíblicos: “He matado a un hombre en Reno sólo por verlo morir”, es lo que dicen los primeros versos de “Folsom Prison Blues”, escrita tras ver un documental sobre la prisión que se convertiría para él en una imagen de marca.

 

Es la vieja Norteamérica construida con una mano sobre la Biblia  y la otra sobre el revólver: pecado y redención. Cristo y Jesse James. Johnny Cash partido por la mitad, un Johnny Cash que transporta la vieja América hacia la nueva que surge y que, por eso mismo, nunca se encontraría verdaderamente encuadrado en ella.

 

Inició su carrera en los estudios Sun de Memphis, los mismos en los que empezaron Elvis Presley o Jerry Lee Lewis. Abandonó el gospel ‘obligado’ por el productor Sam Phillips y, con los Tennessee Two -el bajista Marshall Grant y el guitarrista Luther Perkins-, creó un sonido áspero y agresivo que le debería garantizar un lugar en la historia como precursor del rock’n’roll.

 

Así lo dice la rudeza que empleaba en el country, así lo dicen las canciones grabadas con Elvis Presley, Jerry Lee Lewis o Roy Orbison, así lo dice la histeria de las fans adolescentes y los singles destacados en las listas de ventas. Cash, con todo, sería inmortalizado como el nombre más grande del country -la música antigua- y, sobre todo, como un artista por encima de distinciones de género musical. Así lo dictó el genio, un genio unánime, un genio controvertido e inquietante.

 

 

Lo vemos en el escenario: guitarra en diagonal, con el cuerpo erguido y el brazo apuntando al público, mientras con su mirada penetrante, viva y enigmática, desafiaba a todo los que lo observaban desde la platea. Kris Kristofferson diría a este respecto: “Era un terror divino, y se convirtió en el Padre de nuestro país”.

 

Lo escuchamos en disco: una voz granítica, aparentemente poco dotada, aunque inmediatamente reconocible y con una expresión inimitable. “No sé de dónde venían esas voces de Dios, no sé quién las sustituirá”, suspiró Nick Cave a la revista Mojo, comentando su muerte el 12 de septiembre de 2003. Su renacimiento al final de su carrera en las manos del productor Rick Rubin, etapa en la que le escuchamos robar para sí canciones como “Personal Jesus” de Depeche Mode, “One” de U2 o “Hurt” de Nine Inch Nails, sólo amplifica el suspiro.

 

Acompañamos la biografía: el hombre movido a anfetaminas desde su primera actuación y que, décadas después de deshacerse del hábito que casi le cuesta la vida y la carrera, decía sentir falta de energía, del vértigo que la droga le daba a su música. El ‘Hombre de Negro’ que, en la canción que le inmortalizó el apodo, cantaba: “Voy de negro por los pobres y los maltratados que viven en el lado hambriento de la ciudad”. “¿Por qué de negro? ¿Vas a algún funeral?”, le preguntan varias veces en la película En la cuerda floja. Respuesta invariable: “Tal vez, tal vez”.

 

El cantante respetado por los conservadores que cuenta como discos más vendidos dos actuaciones en directo en prisiones de alta seguridad (Live At Folsom Prison y Live At St. Quentin) y el músico de una generación anterior que, por su mismo calado moral, es adoptado por la joven contra-cultura americana como uno de los suyos.

 

La rebeldía de los discos en directo, la empatía generada con los prisioneros y las provocaciones a la autoridad en lo alto de un escenario así lo atestiguan. Cantó a la fe de una forma tan convencida como encarnó el crimen, y fue un hombre tan deseoso de la redención como consciente de la imposibilidad de ceder a la tentación: “Walk The Line”, una de sus canciones más famosas, es la confesión de eso mismo.

 

Y, por fin -que es una forma de volver al inicio-, el clasicista revolucionario, héroe no declarado del rock’n’roll, dictó el destino que tendría que seguir inevitablemente, para que todo tenga sentido, a la familia más importante e impoluta de la música country, la Carter Family. En la cuerda floja es la historia de amor de Johnny Cash y June Carter, con la vida de Cash, sus convulsiones y contradicciones como plano de fondo revelador.

 

James Mangold, el realizador de En la cuerda floja reconoció recientemente haberse centrado en un período específico de la vida de Cash, desde la infancia hasta sus primeros tres lustros de carrera, para “representar una imagen de él que, en cierta forma, fue apagada”. Viendo el film sabemos que no sólo fue por eso. En la cuerda floja es, primero, una historia de amor y, sólo después, la de una carrera.

 

 

 

El hecho es que entre la entrada en los estudios Sun, en 1955, y el concierto grabado en la prisión de Folsom, en 1968, Johnny Cash se asentó en el universo de la música popular como uno de sus máximos símbolos. A pesar de que el renacimiento en la década de los 90 fue la confirmación definitiva de que nos encontrábamos ante un genio mayor, sólo lo que grabó en aquellos años le habría asegurado la inmortalidad.

 

En ellos, y en la película que ahora se estrena, encontramos todo aquello que componte la cosmología cashiana: la infancia pasada entre la radio y el libro de cánticos de su madre, las marcas dejadas por un padre severo y alcohólico y, principalmente, la muerte de su hermano pequeño, culpa cristiana que, como señala el film, nunca más lo abandonará. La perseverancia en continuar una carrera musical cuando todos los caminos, de las puertas de los estudios a la oposición de su primera mujer, parecían cerrados.

 

Éste es el hombre que, al entrar en una sala de grabación, tres días después de la muerte de June Carter, exclamó: “No desisto, no creo en desistir”. Los excesos de una vida en los primeros pasos del rock’n’roll, pasada en largas giras por los Estados Unidos en pequeños coches y mantenida a base de dosis industriales de anfetaminas y cerveza. La prisión y la drogodependencia. El amor obsesivo por June Carter, que sobrepasa los convencionalismos, que superó el espacio y el tiempo y que, al fin, acaba por ser su salvación.

 

En a cuerda floja es la historia del camino al éxito de una de las voces más singulares de la música norteamericana, de la turbulencia que la creó y, por fin, de su redención y matrimonio con June Carter. En 1968, cuando atraviesa las puertas de la prisión de Folsom, es ya el ‘Hombre de Negro’, donde conviven lo sagrado más profundo y el profano más visceral, el músico que revolucionó la música country y vivió intensamente los escenarios, la música, la cerveza, la droga y los desacatos con los pioneros del rock’n’roll. Es el héroe de los fuera de la ley y una voz respetada por los puritanos. Es la Biblia y Jesse James con una guitarra colgada del cuello: el espíritu de la vieja Norteamérica perpetuándose de la mejor manera posible.

 

Xavier Valiño

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