PRIMAL SCREAM

Primal Scream, a por el trono de los Rolling

 

 

 

            Parece que ha llegado el momento del triunfo a gran escala para Primal Scream. Incluso se presentan ahora con una banda compacta y riffs robados de la mejor etapa de los Rolling Stones, aquella de principios de los 70, más o menos cuando el Exyle On Main Street, lo que se supone que es toda una garantía de éxito.

 

            )Qué ha sucedido, entonces, desde que Bobby Gilliespie dejó su sitio tras la batería de The Jesus & Mary Chain? De todo. Primero fueron los sonidos cristalinos, trabajados en la independencia del sello Creation, a imagen y semejanza del pop británico de los 60, con su reflejo más evidente en Sonic Flower Groove en el 87. Luego vino la estética del cuero negro y giras conti­nuas, en las que llegaron hasta Vitoria, marcados por todos los excesos y tópicos de la estrellas del rock que llevan sus experiencias al límite. El disco que definió aquella etapa fue Primal Scream en el 89.

 

            Y, de repente, el cambio, gracias a un productor: Andy Weatherall, quien rebautizó un tema de su segundo disco como «Loaded» y enderezó el camino de la banda hacia el eterno y rentable verano del amor. En ese momento, Primal Scream dejaron de ser unos imitadores para convertirse en cabezas visibles de toda una generación y marcar la pauta, algo que se podía intuir por la amplia serie de influen­cias de Bobby Gilliespie, un auténtico devorador de la histo­ria del rock, y por su profundo convencimiento al proclamar más de una vez que daría al pop uno de sus momentos claves.

 

            Screamadelica fue, en el 91, ese disco. Su magia estaba en combinar, como nadie, el mejor rock y las últimas tendencias en la música de baile. Gran parte de la culpa la tuvieron sus cuatro productores: Hugo Nicholson, Alex Paterson, Jimmy Miller y Andy Weatherall. Sin ellos, ni la inspiración del escocés hubiese parido algo parecido.

 

            Tres años después, parece demasiado evidente. La vida al límite, tal y como siempre se esperó de una estrella del rock, parece haber sido la norma en la vida del grupo en los últimos meses. Por ello, y salvo muy contadas excepciones, han  emprendido el camino hacia sus referencias más clásicas. Las citas en Give Out But Don’t Give Up son obvias: Rolling Stones, The Faces, un poco de George Clinton…

 

            El trabajo de los productores es, de nuevo, eficaz, aunque ya no tan decisivo. Como ahora se lo pueden permitir, han decidido contar con la colaboración de Tom Dowd -el productor de las grabaciones clásicas de Aretha Franklin-, George Drakoulias -habitual en los discos de The Black Crowes- o del mismísimo George Clinton.

 

            Entre todos intentan salvar la labor de un disco que encierra un instrumental, varias baladas que parecen la misma canción con distintas letras, dos cortes en la línea de Scre­amadelica, aunque sin la inspiración de aquel disco, y otros que parecen haber salido directamente de la guitarra de Keith Richards. No es que Primal Scream hayan perdido definitivamente el norte. Sucede simplemente que lo clásico es lo menos arriesgado. Y que si este año alguien pretendía comprarse un disco de los Rolling Stones, ésta es su mejor elección posible: es justo la clase de disco que Jagger y sus compañeros matarían por firmar hoy en día, cuando ya no encuentran la inspiración de antaño.

Xavier Valiño

 

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