ULTRASÓNICA ARTÍCULO LEONARD COHEN

ULTRASÓNICA ARTÍCULO LEONARD COHEN

ULTRASÓNICA

ARTÍCULOS 2004


Leonard Cohen, la última palabra

 

        “Algo como una plaga ha aparecido en mi casa.” Con estas misteriosas palabras extraídas del Levítico, el dueño de una casa se dirige a un sacerdote al observar una extraña lesión en su morada, en busca de ayuda para eliminar la impureza denotada por las heridas de la pared. Lo más asombroso de esta voz es su vacilación, su imprecisión, su incertidumbre. Es raro que alguien no esté seguro en las Sagradas Escrituras. Pero este hombre no informa acerca de una plaga en su casa, sino que informa acerca de la creencia de contar con una plaga en su casa. ¿Por qué? Quizás su temor haya sacudido su confianza en su mente. Pero también se puede pensar en otra explicación. El centro de estas palabras, tan desconocidas en el universo bíblico pero tan familiares en el universo humano, consiste, en palabras de un antiguo rabino, en “enseñarle a tu lengua a decir: ‘No lo sé’”.     

        Aquí acaba el midrás o interpretación de Dear Heather de Leonard Cohen. Pero es precisamente de esa lengua de donde ha surgido este precioso disco meditabundo. Para los poetas, para los artistas, para los pensadores, no existe ilusión más peligrosa que la ilusión de la última palabra. No existe tal cosa como la última palabra, porque en cualquier momento la luz cambiará, se pasará página, finalizará la caricia, el hielo se derretirá, la sombra acabará, el cristal se romperá, la noticia llegará: el mundo dejará de ser como era cuando escribiste, dijiste o cantaste las palabras destinadas a captarlo, a concretarlo, a fijar su significado de una vez por todas.  

        El ideal de la última palabra representa sólo un deseo de ser liberado de la diversidad y mutabilidad de la vida, poner punto final a la experiencia y la expresión. Tras la grandiosidad de la última palabra, la gran afirmación, la imagen final, la conclusión suprema, tras todos esos pareceres y coerciones se oculta un lastimoso agotamiento y una autoridad engañosa. 

        Dear Heather es una réplica a todo ese agotamiento y un rechazo a esa autoridad. Su éxito se debe a la reducción de su escala. Cohen siempre se ha sentido fascinado por su propia pequeñez: no se rebela contra ella tanto como lo que se rebela dentro de ella. Su arte ha sido un largo y estimulante esfuerzo por extraer la trascendencia de la intrascendencia. Nunca introduce nada grande ni duradero salvo irónicamente, como si quisiera decir: aquí está lo que sabe él que no sabe…  

        Y Dear Heather es un ejemplo perfecto de esta humildad brillante. Esta vez la forma se ha puesto a la altura de la filosofía. El disco es un bloc de notas, un cuaderno de recortes, una miscelánea de ideas y estados de ánimo, de observaciones y diversiones, la declaración definitiva de la feliz pérdida de interés de Cohen en lo definitivo. El humor es provisional, lleno de digresiones, incompleto, silencioso, experimental, generoso, artesanal.  

        Dear Heather se ubica en el centro de la obra, en el centro del mundo. Cohen canta, pero no siempre; a veces deja que sean otros los que lo hagan (especialmente Anjani Thomas, en cuya voz prodigiosamente maravillosa ha encontrado Cohen al más angelical de todos sus “ángeles”), y a veces habla, expresando sus propias palabras o las de otros. Quiere que se preste atención a todo aquello que ama. Incluso en la tristeza, presenta sus elogios.  

        El disco se deleita con su propia falta de trascendencia. Ninguna emoción está libre de su insistencia en la realidad y la belleza de lo ordinario. Tomemos por ejemplo “On That Day”, la aportación de Cohen al duelo por el 11-S. Con motivo del “día en que hirieron a Nueva York”, compuso un poemilla. Dos minutos de duración en los que incluye la imprevista vibración de un arpa judío. Pero no hay blasfemia en su simplicidad. En absoluto. El tema es profundamente conmovedor por su rechazo a la tentación de la magnitud, y también por su argumento de que se puede responder al mal con locura o favores.  

        Comparemos esta inverosímil conmemoración con las grandilocuentes elegías provocadas por la catástrofe de Nueva York y recibiremos una lección acerca de la integridad del dolor. O pensemos en “Dear Heather”, el pícaro tema que da título al disco. En este caso no es la pena lo que se traduce en el idioma de lo real, sino el deseo. Una mujer camina junto a un hombre y le anula de tal forma que debe aprender a escribir de nuevo. Cohen se regodea con la banalidad de su propia lujuria. Donde antaño hubo angustia, ahora hay estupidez. La nostalgia perdura, pero la esclavitud ha acabado.  

        Y las pruebas de la libertad interior están por doquier en Dear Heather. Una ventana al corazón de un hombre extraordinariamente interesante y extraordinariamente mortal, un hombre con ganas de fugacidad que ya se adentra, por imposible que parezca, en los setenta años.

Xavier Valiño

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