THE PRODIGY THE FAT OF THE LAND

 

THE PRODIGY: The Fat Of The Land (XL-Caroline, 1997)

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Un buen día The Prodigy, cuatro festivaleros de las clases obreras de Essex, regresaron con el impacto de “Firestarter” y “Breathe”, y, poco después, con su álbum The Fat Of The Land. Con él empezaron a ser vistos como cuatro locos de los sintetizadores amenazadores. Definirlos entonces como los Sex Pistols del techno no hubiera sido ninguna exageración. Lo que The Prodigy hace es, simplemente, sacar el techno del nirvana comunal de las raves y convertirlo en teatro punk, brillantemente, por cierto. 

El arma principal del grupo nunca fue la imagen amenazadora y cibernética de su cabeza visible Keith Flint, famoso por el vídeo de “Firestarter”, ni tampoco su recitador principal, Maxim, sino el hombre que es en sí mismo toda una sala de máquinas, Liam Howlett. No es que se trate de un genio del loop al estilo de Aphex Twin o u-Ziq, pero en The Fat Of The Land llegó a donde ningún maestro del techno había llegado con anterioridad, sobrepasando sin dificultad su Music For The Jilted Generation, del 94, y dando a la luz parte de la música más enervante de la década. 

El mérito de The Fat Of The Land es que encierra toda la pegada visceral del rock en su mejor forma incendiaria, algo que quedaba claro desde el primer instante con la canción que inducía al pánico “Firestarter”. No hay nada genial en las líneas de bajo de terremoto de Howlett ni en sus programaciones de percusión. Ni tampoco se anda con rodeos a la hora de mostrar sus referencias rock. Las guitarras sucias embadurnan todo el álbum, sobre todo en la versión de L7 “Fuel My Fire”. “Climbatize” roba sin reparos el riff de teclado del “Won’t Get Fooled Again” de los Who, y el salvaje “Serial Trhilla”, que samplea el “Selling Jesus” de Skunk Anansie, es tan fiero en apariencia como cualquier tema de Rage Against The Machine. Por lo menos, la deuda con los Pistols sólo es demasiado explícita en el estribillo de “Breathe”. 

Sin embargo, su forma de encarar el futuro reconstruyendo bastardamente el punk, el rock y el techno es lo que los convierte en especiales. No hay tensión pre-milenio en el disco ni el grupo parece en absoluto interesado en los 60. Mientras que los Chemical Brothers están intentando hacerse con determinado público al guiñar un ojo al pasado haciendo el “Tomorrow Never Knows” de los Beatles una y otra vez, The Prodigy construyen bandas sonoras cibernéticas para la juventud descastada. O sea, electro-punk futurístico que, en sus resultados, sirve como contrapeso británico al sonido industrial de Trent Reznor o a los paisajes del Wu-Tang Clan. 

The Fat Of The Land es una pesadilla intoxicante y retadora, un flash de energía de proporciones desbocadas. “Esto es peligroso”, escupe Maxim en “Mindfileds”. “¡Abre tu cabeza, siente el shock!”. Si el mundo estuviera preparado para aceptar su gamberrismo sonoro no habría límites para su maridaje de hombre y máquina.

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