THE BEES

The Bees, la gran evasión

 

        Dos años son toda una eternidad. Sin embargo, la percepción ha sido que The Bees, Paul Butler y Aaron Fletcher, han estado ausentes por más tiempo del estrictamente necesario, como si, después de publicar en el 2002 Sunshine Hit Me, su álbum de debut alabado y nominado a los Premios Mercury, los chicos de la Isla de Wight hubiesen pensado: “Nos vamos a dar un paseo, puede que tardemos un tiempo.” Y desaparecieron. 

        Garantizado: el tiempo sí que parece que se marca un poco diferente en la isla, algo que es una de las muchas atracciones que ofrece para un grupo que está tremendamente orgulloso de sus raíces. Aunque ahora, tras dos años de incesantes giras y tres semanas fecundas en los estudios Abbey Road a sus espaldas, Paul y Aaron están listos para presentar una segunda ración de música difícil de clasificar e imposible de ignorar. Una escucha de Free The Bees te convencerá que valía la pena la espera. Un par de escuchas más, y volverás al mismo delicado chapotear de olas que hizo de Sunshine Hit Me una obra que no se podía ignorar.  

        ¿Qué hay, entonces, del cobertizo en el jardín de los padres de Paul donde se fraguó Sunshine, y que el dúo juró que nunca se plantearían abandonar? “Desde entonces, nos encerramos al estilo de Help!,” comenta el dúo, “conviviendo juntos en una casa cercana, en una planta cada uno con un estudio entre las dos. El plan era grabar allí nuestro segundo álbum, hasta que Paul hizo un trabajillo en para un colega en Abbey Road, y se expuso al tirón gravitacional de los estudios donde cierto cuarteto de Liverpool hizo historia una vez. Cuando nos planteamos qué pasaría si no pudiésemos grabar en el cobertizo, pensamos que si grabábamos en otro sitio tendría que ser en el mejor estudio del mundo.” 

        No hay más que preguntarle a Aaron qué le impulsa a escribir sus letras soñadoras -aunque claramente ambiguas- para que se encoja en una esquina, como un colegial a quien le acaban de pedir que recite un poema en una entrega de premios. “Un poco de fantasía, un poco de realidad, aunque espero que puedas identificarte con las canciones y, luego, puedas soñar con ellas.” 

        Como nos han mostrado antes, a The Bees también les gusta ralentizar un poco las cosas, y las canciones no son mucho más vertiginosas o más extasiadas que I Love You, un tema que conduce a la ética escapista del grupo y que embotella su esencia para nuestro deleite. “Los coros al estilo Temptations sustentan la rendición al estilo crooner de Paul,” comenta Aarón, “a través de un micrófono RCA antiguo de los años 60, mientras canta: “No te marcharías si mis historias no fuesen verdad.”  

        Pero el grupo que no tuvo ningún problema en hacer una versión de “A Minha Menina” de Os Mutantes, también tiene una predilección por el caos sónico atropellado. “Chicken Payback” es nuestro lado más desenfrenado y menos disciplinado, un tema que casi se derrumba bajo sus fuertes y acentuadas puñaladas de metales, y que prueba que nuestra vida no es todo perezosas tardes de domingo pasadas tirado tumbado en la hierba,” añaden.  

        Otro destellante punto álgido en un álbum salpicado de gemas es “Horsemen”, que brilla positivamente con la influencia de la colección de vinilos clásicos de Paul y Aaron. “Sí, los coros son un homenaje a Brian Wilson, y cuando decimos “Te he dicho que no te preocupes”, creo que, al instante, te apetece aceptar la sugerencia de la canción.” 

        Sunshine Hit Me fue el trabajo de dos colegas de cobertizo, frente a frente con su equipo analógico. En Free The Bees vemos al grupo en su forma desarrollada. “Están Kris Birkin (guitarra), Michael Clevett (batería), Tim Parkin (trompeta) y Warren Hampshire (teclados) que han tocado con nosotros durante años en un número indeterminado de reencarnaciones, desde ocasiones especiales hasta sesiones de improvisación en las que salen a relucir nuestras influencias.” 

        No hay rastro ni evidencia de los problemas que a menudo asedian y descalabran los segundos álbumes grabados con personal adicional y el dudoso lujo de una mesa de grabación multipistas. Incluso en Abbey Road, lo máximo que se permitió el grupo fueron 16 pistas. “Creo que Free The Bees es más crudo que su antecesor, al menos en términos de su acabado sonoro, y el resultado es totalmente de lo más liberador. Es como si nos viésemos en la necesidad de aferrarnos a la crudeza y pasión que daba inmediatez y urgencia a nuestro debut.” 

        Free The Bees representa una evidencia irrefutable de un grupo todavía desesperadamente enamorados de la idea de estar enamorados de la música. Es seguro que, dentro de sus predilecciones, están esas mini masas de tierra (sus islas) peinadas por el tiempo y a la deriva en los mares británicos, así como un montón de LPs sobados y rayados. Dice mucho a su favor que, enfrentados a las tentaciones de una vida en la isla relativamente sin estrés, hayan escogido continuar decantándose por el caos. Escuchar Free The Bees es intentar encontrar puro escapismo convertido en música. Es un poco más oscuro y más lioso que eso, aunque no menos seductor. Y, como demuestran The Bees tan poderosamente, incluso el escapismo requiere finalmente una estructura.

Xavier Valiño

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