PRIMAVERA SOUND 2013

Optimus Primavera Sound

 

 

No había más que mirar a los ojos de Nick Cave, Gareth Liddiard (The Drones), Michael Gira (Swans), Steve Albini (Shellac) o Jenny Beth (Savages) para darse cuenta de que estaban en algún tipo de trance, tal vez poseídos, seguramente totalmente confiados en sus apabullantes directos. Ellos representaron alguno de los grandes momentos de este año en el Optimus Primavera Sound de Oporto, un festival que tan bien resultó el año pasado que se repitió tal cual, sin casi apenas cambios. Y, a pesar de que el viernes contó con más público debido al tirón de Blur, se siguió viviendo de la misma forma: cómodo, abarcable, razonable, bastante distinto a su hermano mayor de Barcelona.

 

 

 

Se sabía, porque había ecos de lo sucedido en Barcelona. Nick Cave llegó y arrasó, con un concierto que difícilmente nadie podrá olvidar. La imagen de los tres días del pasado fin de semana tiene que ser la de Cave subido a la valla de seguridad del foso sostenido en los escasos centímetros de diámetro del tubo de su parte superior gracias a los brazos de sus seguidores en las primeras filas, que le agarraban las piernas fijamente, mientras el australiano escupía sus letras en la cara de aquellos que se ponían a tiro, como un golpe definitivo que deja noqueado. Aunque se hizo corto, su concierto tuvo aún más mérito porque entre clásicos como “Tupelo”, “Stagger Lee” o “The Mercy Seat” intercaló cuatro canciones de su último disco, todos tiempos lentos, con la excepción de una brutal “Jubilee Street”, tal vez lo mejor del Festival.

 

 

El sábado, tras una tarde que parecía indicar que también puede haber jornadas en el Primavera Sound para el olvido, todo cambió con la inesperada intensidad de Savages. El sonido post-punk de las cuatro jovencísimas integrantes de la banda fue crudo, seco, cortante, afilado. Tienen en su cantante a la Ian Curtis del siglo 21, con unos movimientos igual de espasmódicos y una energía contagiosa. En Oporto se las vio en su momento justo, con un hambre de escenario brutal. Mejor incluso que en su -a ratos irregular- debut, aquí hay un hype a defender sin dudarlo.

 

No fueron los únicos músicos que parecieron iluminados o tocados por la gracia de Dios, mejor dicho, de su antagonista, cual de una posesión infernal se tratara. Los australianos The Drones conducen arriba y abajo por una espiral de guitarras que parece representar la vida más cruel y real. A Shellac ya se les conoce de sobra por su participación en el Festival (Barcelona y Oporto) en sus últimas cinco ediciones. Si acaso, esta fue la más rotunda, con su habitual escenografía descarnada y su instrumentación pesada, avisando del apocalipsis. Para desatarlo, ya están Swans, con los que se abre la caja de los truenos y la madre de todas las tormentas, sónica o real, que tanto da, en una sucesión de letanías en las que hay sitio para la improvisación y la conmoción.

 

 

Grandes momentos se vivieron también con Metz, rememorando aquella explosión y entrega punk-grunge de principios de los 90; con White Fence, toda una sorpresa psicodélica desde el escenario más agradecido, el ATP; con la locura desatada de Dan Deacon transmitiendo el espíritu de una auténtica fiesta, en esta ocasión  recortada para que llegase a tiempo a tomar su avión; y con James Blake, mucho más suelto y con una concepción del directo mejorada respecto a su visita a Barcelona hace dos años.

 

Otros ofrecieron justo lo que se esperaba de ellos, como Deerhunter: a pesar del brillante contraste entre sus dos guitarristas, les tocó el difícil papel de salir tras Nick Cave. Lo mismo se puede decir de Meat Puppets, infalibles, u OM, adecuados a un horario a primera hora de la tarde para entrar levitando al resto de las propuestas del día. Si acaso Dinosaur Jr. estuvieron algo por encima de sus últimas visitas, a pesar de la ausencia de su batería Emmet Murph, con Lou Barlow más entregado y J. Mascis aparentemente disfrutándolo más.

En cuanto a las propuestas más pop, tanto Local Natives como Wild Nothing serán los nombres a recordar. Los primeros, con sus armonías vocales a cuatro voces y versión de Talking Heads incluida. Los segundos, pasando en pocas canciones del shoegaze a temas más bailables. En este negociado, The Sea and The Cake no contagiaron de igual forma la magia de sus excelentes discos, mientras que Grizzly Bear merecen más atención y concentración de la que se les puede prestar en un festival así. Siempre parece que cuesta más apreciar un repertorio más tranquilo como el suyo, o también como el de Neko Case, aunque lo de la pelirroja invitaba a tirarse en la hierba del parque a primera hora de la tarde y vivirlo como si de otra pradera se tratase. En cuanto a Dead Can Dance, sus sonoridades de otras latitudes invitaban a querer repetir en un escenario más adecuado como un Auditorio.

 

 

Blur era el gran reclamo de esta edición, y solo cabe reconocer que dieron el mejor concierto posible. Con sección de viento, coristas de color y un repertorio de éxitos al que solo le sobra “Country House”, que desmerece un tanto, dejaron para el final un bis inapelable. Si Damon Albarn se había comportado por instantes como un hooligan deseando levantar a todo el público, se redimió con grandes interpretaciones en “The Universal”, la magnífica “Under the Westway” o un “For Tomorrow” que mejora bastante su versión en disco.

 

El sábado el reclamo lo aportaba My Bloody Valentine, quienes, desde luego, no iban a atraer a la misma cantidad de público, a lo que hay que añadir que parte de los que no los conocían fueron desertando poco a poco. En sus más de dos horas se fueron creciendo, subiendo el volumen y exigiendo más tanto a su público como a ellos mismos. No es lo mismo que verlos en un recinto cerrado, como hace dos años en Barcelona, pero sigue siendo una experiencia sensorial única.

 

 

La representación del otro país peninsular llevó hasta Oporto a los catalanes Manel, sobrios pero con un público poco receptivo, y a los siempre efectivos Guadalupe Plata, con un blues sureño de plasmación más universal. Junto a ellos, la mejor versión de Los Planetas, a pesar de un sonido que no acompañaba del todo, recuperando Una semana en el motor de un autobús y un par de temas de otros discos con una iluminación y unos visuales realmente acertados.

 

También hubo decepciones, como era lógico, aunque estas fueron la menor parte: The Breeders y su amateurismo a medio gas, Four Tet mal ubicado en cuestión de horario, Degreaser con un rock-cliché o el desatino de Glass Candy. Lo de Daniel Johnston ya no se sabe muy bien dónde meterlo: bien por la banda de acompañamiento, Betunizer, pero es difícil sustraerse al estado lamentable que uno ve en él encima de un escenario, a pesar de que es difícil pensar que lo pueda hacer mejor. A nadie más se le perdonaría todo un concierto desafinado y siguiendo todas las letras desde un atril.

 

Por lo demás, el Parque da Cidade ha vuelto a revelarse perfecto para un festival así, con sus mesas para picnic, bancos, buena visión desde todos los ángulos (complementada por unas fabulosas pantallas LED a los lados de los dos escenarios principales, a pesar de la penosa realización televisiva del jueves) y un sonido excelente, especialmente ese escenario que hoy por hoy no tiene parangón en toda la Península Ibérica, el ATP.

 

También ayuda que se trate dignamente a los espectadores, regalando bolsos-manteles, con unos puestos de comida algo más decentes de lo habitual y sin colas importantes en las barras. Con todo este bagaje, no resulta extraño que esta segunda edición del Optimus Primavera Sound superase incluso la afluencia de la primera, lo que suponemos garantizará su continuidad el próximo año. Ahora sola queda rezar para que este secreto de 20.000 espectadores no se convierta en algo masificado como su franquicia madre en Barcelona, o sea, que no muera de éxito.

 

(Parque da Cidade. Oporto. 30 y 31 de mayo y 1 de junio de 2013)

 

 

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