PREFAB SPROUT LET’S CHANGE THE WORLD WITH MUSIC según Paddy McAloon

Prefab Sprout, simas de profunda tristeza

“Me gustaría decirte algo acerca de nuestro nuevo álbum, Let’s Change The World With Music, pero antes necesito hablarte de las ‘Simas de profunda tristeza”. Así empieza Paddy McAloon su explicación, sin necesidad de interrupciones, de por qué un álbum como éste, seguramente lo más brillante del 2009 en el mundo del pop, todo un regalo y una inesperada delicia, ha tardado 17 años en ver la luz. Cedámosle todo el protagonismo a él y a su hermosa justificación.

“Cuando era joven, quedé fascinado por la historia del disco perdido de los Beach Boys, Smile. La sola idea de todo un disco lleno de música, grabado por Brian Wilson en la cima de su creatividad, en la época de “Good Vibrations”, que permanecía archivado en algún cajón del estudio de grabación, era a la vez desconcertante y tentadora. Hoy Smile es una piedra angular en la mitología del rock, y las circunstancias de su grabación y su abandono (y reciente recuperación) están bien documentadas. Pero en 1970 la historia todavía brillaba como la leyenda del Santo Grial.

En 1976 me crucé con un artículo escrito por Tom Nolan, de la revista Rolling Stone, que hablaba del disco Smile y de su época, así como de esa embrujadora -y aparentemente descartada- música. Nolan había dedicado un montón de tiempo a escuchar testimonios sobre los experimentos de Wilson con el sonido. Al tratar de definir el efecto que la música había tenido en aquellos que habían tenido la suerte de escucharla, algunas de sus descripciones se habían vuelto casi poéticas.

Una frase en particular ejerció un extraño poder sobre mi imaginación y aspiraciones como compositor de canciones: “Smile contiene destellos de brillo y luminosidad, aunque también profundas sombras de tristeza como enormes simas de densa hiedra trepadora”. Sentí como si pudiera ver esas ‘profundas simas’ y escuchar esa música, y -optimista en cierto modo- imaginé que si lo intentase lo suficiente podría, en alguna fecha lejana, llegar a sugerir esos sentimientos tan profundos en mis propias canciones.

Tal vez debería aclarar en este momento que no tenía intención de escribir ‘como’ Brian Wilson -ni siquiera hubiera sabido por dónde empezar- y, creo, ya era consciente entonces de que si copias el estilo de alguien, lo mejor que conseguirás será un pastiche. Además, yo estaba ‘leyendo’ acerca de esa música y tratando de imaginarme su poder. Pero me gustaron las palabras de Tom Nolan y rápidamente comprimí en una frase muy simple el sentimiento que me proporcionaban al leerlas. Durante los siguientes 30 años hubo numerosas ocasiones en las que me senté a escribir una canción y pensé en esas ‘simas de profunda tristeza’, de la misma forma en la que otra persona puede hojear su fotografía o pintura favorita en la pared encima de su mesa antes de empezar a trabajar.

  

Había mucho en el artículo de Nolan que disparó mi imaginación. Citó unas palabras de Brian Wilson en las que decía que en aquel momento estaba haciendo ‘música espiritual’. Entendí que eso significaba que Wilson intentaba sintonizar con algo más que consigo mismo y articularlo a través de la música. Claramente, no estaba utilizando la palabra ‘espiritual’ de una forma estrecha de miras, religiosa y relacionada con la Biblia. Creo que quería celebrar el ser parte de algo más grande, que estaba hablando de la trascendencia.

 

Fue un gran amigo mío, Tony Taylor, quien me informó por primera vez que parte de aquella música sin publicar se encontraba en las estanterías de una tienda de discos de Newcastle esperándome. Era una parte, una más de las que a lo largo de los años los Beach Boys irían dando a conocer del proyecto Smile. Así que compré Surf’s Up, me lo llevé a casa, escuché la canción que le daba título, y a los pocos minutos entendí por qué aquella historia nunca me dejaría y por qué Tom Nolan escribía sobre esas profundas simas.

Además de las vividas descripciones de aquella música perdida, Tom Nolan también aludía a varios factores que podían haber jugado un papel importante en la no publicación de Smile, pero no les presté demasiada atención: el descontento con las letras, el arriesgado negocio de abandonar una fórmula fiable y contrastada, toda la cuestión política de la ansiedad de una compañía de discos por el desorbitado tiempo (y dinero) gastado en los estudios, la supuesta excentricidad del compositor… Ninguno de esos detalles extra-musicales me impresionó demasiado entonces.

Tampoco le dediqué mucho tiempo (si es que le dediqué algo) a preguntarme si Brian Wilson estaría consternado por lo que le había pasado a su música. Suponía que tendría sus razones para no acabarlo. Pero siempre que me cruzaba de nuevo con la historia, me hacía varias preguntas: ¿Estaría derrotado después de haber trabajado tan duro en un disco viendo cómo se le había pasado su momento? ¿Tendría dudas sobre su propio trabajo o estaría desconcertado porque otra gente no viese las cosas como él las veía? ¿Y se le habría ocurrido pensar que mientras él hablaba de ‘música espiritual’ otros podrían interpretar sus palabras como sinónimo de suicidio comercial, mientras deseaban que volviera a componer canciones sobre tablas de surf, chicas y coches?

  

¿Por qué no pensé en nada de ello? Bueno, tenía 19 años y -me ruborizo al decirlo- estaba heroicamente entregado a la causa de la música como algo ‘ideal’, algo que flotaba muy por encima del gris e insípido mundo de las responsabilidades del día a día. Me imaginaba a Brian trabajando en esas ‘simas de profunda tristeza’ y pensaba que se merecía mucho margen de maniobra. Para ser sincero, estaba completamente decidido a tener un trabajo exactamente como el suyo.

Tener 19 años es maravilloso, pero te ciega en algunas cosas. Y leer una historia llena de advertencias a través de unas gafas tintadas de rojo es una de ellas. No se suponía que yo supiera entonces que si tu último disco no ha sido un éxito rotundo o si ha sido demasiado largo, algunos escépticos podrían no estar totalmente encantados por tu próxima ‘obra maestra’, tus excentricidades o tus aspiraciones espirituales / musicales.

Así que era un estudiante del mito de Smile, pero no precisamente uno de los buenos. De hecho fui un mal intérprete de sus implicaciones. Lo que es una pena, porque una interpretación más adecuada podría haberme ayudado a entender qué fue lo que le sucedió a la música que esperaba grabar, e intenté, con Prefab Sprout en el verano del 93, un álbum titulado Let’s Change The World With Music.

Empecé a trabajar en el otoño de 1992 en lo que sería la continuación de Jordan: The Comeback. Puse todo lo que tenía en las canciones, algunas de las cuales emplean abiertamente -por curioso que parezca- metáforas espirituales: la música como fuerza consoladora, la inspiración, incluso -tal vez- la música como la voz de lo sublime. Ocasionalmente me apoyé en la clase de lenguaje e imaginería que puedes encontrar en el gospel. Intentaba capturar parte de aquello que hace que la música soul, o el gospel, tengan alma.

  

Tú si podrías apreciar lo que pretendía, ¿verdad? no estarías tan literalmente cerrado como para que te alienase esa clase de lenguaje, ¿verdad? habrías visto qué quería. Justo. Hablaba de la trascendencia. Buscaba la trascendencia. Trascender a través de la música. Sí. En eso estaba hace 17 años. Y, 17 años después, estas canciones son todavía algunas de mis favoritas entre las muchas que he compuesto. No son “Good Vibrations”, por desgracia, pero todavía vivo con la esperanza.

No hace falta ni decir que me hubiese gustado grabar Let’s Change The World With Music con mi hermano Marty, Wendy Smith, Neil Conti y Thomas Dolby. Creo que ellos querían, pero se nos pasó el momento y no pudo ser. ¿Por qué? No tengo ni idea. Me golpea el recuerdo. De cualquier modo, un día de mayo del 93 dimos un paso equivocado. Pero no hurguemos en el tema. Corrí un tupido velo y volví al folio en blanco. Por aquel entonces, todo lo que de verdad me importaba eran esas simas de profunda tristeza.

Espero que no importe si no entro en los detalles de cada una de las canciones de Let’s Change The World With Music. Después de todo este tiempo, todavía estoy demasiado próximo a él como para ver con claridad, y sería preferible que hablase antes de la música de cualquier otro. Así que me gustaría dejar para el final mis pensamientos sobre Smile y, si puede ser, los denominados ‘discos perdidos’.

Me ha llevado demasiado tiempo darme cuenta de que el mito de Smile sólo tiene que ver en parte con la música, por mucho que valoremos las canciones de Brian Wilson. Ciertamente, también se trata de las cosas sombrías y grises a las que los músicos se tienen que enfrentar a menudo, o por lo menos ignorarlas bajo su propio riesgo. Es cierto que ello hace que destaquen las dificultades a las que los compositores de letras se enfrentan en un mundo de mentes demasiado literales. Y puede que incluso tenga algo que decir del ego: sobre asumir, de forma poco realista y alegremente, que todo el mundo lo ve como tú lo ves. Al final, no es más, probablemente, que una historia sobre la entropía: la tendencia natural de las cosas, por muy hermosas que sean, a tomar caminos distintos en un momento dado”. 

 (Ver entrevista con Paddy McAloon sobre Let’s Change The World With Music y toda su obra)

(Ver revisión de la obra de Prefab Sprout)

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