PHOENIX

 Phoenix, llamadas de larga distancia

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Cuando dicen, It’s Never Been Like That (“Nunca ha sido así”), lo dicen con convencimiento. “Se trataba de volver a empezar desde el principio”, declara Thomas Mars, el fotogénico portavoz de Phoenix, moviéndose torpemente por un mezclador en su estudio de Versalles. “Se trataba de volver a arriesgarnos otra vez”. Y eso es lo que han intentado con su tercer disco.

 

Si precisamente hay el tipo de frescura pulida que se puede esperar escuchar en un álbum de debut, aunque se trata del tercer disco de estos cuatro fornidos franceses, existe una razón para ello. “Lo abordamos como si no hubiésemos grabado juntos nunca. Pero supongo que no hay cabida para la telepatía musical, así que algo cuajó en esta ocasión».

 

En realidad, es simplemente una historia de reiniciar el disco duro. Cuatro jóvenes franceses marcharon hacia Berlín el pasado verano para canalizar la energía de la última ciudad europea genuinamente bohemia y para reflejarla a través de su particular enfoque galo. Tal es la sincronía entre ellos, con un único modo de pensar, que se propusieron la vertiginosa tarea de grabar sin una sola nota escrita. “Sin ninguna consideración previa sobre cómo quedaría o iba a sonar”.

 

Dado que su relación y amistad se remonta a la época del Instituto, podían permitirse el riesgo. Entraron en el proceso de grabación determinados a descubrir la energía de una primera toma. No habría nada del frondoso paisajismo que habían perfeccionado en Alphabetical, su debut, o en su continuación, United. Esta vez todo se centraba en la crudeza. “Hay cierta brutalidad en el disco”, declara Thomas, “que yo mismo me sorprendí de que me gustase tanto e incluso me sorprendí más de que sonase tanto a nosotros.”

 

lt’s Never Been Like That está concebido con una mentalidad del directo. Si al principio suena alocadamente inmediato, ese vigor no debería restar mérito a sus canciones. Queda poco ya del estudiado aire de sus dos inmediatos precursores.

 

El primer corte “Long Distance Call” cuenta con una tonificante introducción de guitarra y continúa con una estrofa de parada­-arranque acentuada por uno de esos dibujos de teclado que Phoenix parecen desempolvar con tanta facilidad de algún archivo de sintetizadores y balancearlo hacia la modernidad. El estribillo es un desafiante alegato de su intención de volver a empezar. Había que alertar de alguna manera al núcleo duro de fans ansiosos por bailar en las primeras filas.

 

Otros puntos álgidos del disco incluyen el boyante y primaveral sonido discordante de “Consofation Prizes”, que hace referencia a su condición de franceses, “Napoleon Says”, y “Second To None” (“Insuperable”). El disco tiene el entusiasmo saltarín que los álbumes anteriores de Phoenix sólo habían insinuado. Es conciso y juguetón.

 

La alegría musical con la que en sus dos primeros lanzamientos se les podía ver cambiar entre un nuevo ruido técnico de hip-hop y una orquestación exquisita, entre oscilantes timbres de house y acción directa de rock, ha sido comprimida ahora en un sonido más directo. “Pero se mantiene el espíritu de Phoenix y cómo entendemos lo que la música pop puede representar”, aclaran.

 

“Este disco representa una especie de libertad ganada para la banda y suena a eso. La encontramos nada más asentarnos en Berlín. Era un enorme complejo abandonado de la Radio Estatal en el antiguo sector del Este, con la sola compañía de los fantasmas de algo del espíritu comunista que permanecía en el edificio”. Y ahí consiguieron sacar algo y preocuparse menos de los intríngulis de su sonido.

 

Ahora, Phoenix han regresado a casa en Versalles para ensayar el estreno en directo de su disco más animado y vivo. “Va a ser divertido”, asegura el líder de la banda, quitándole importancia, sabiendo que todo el mundo estará más pendiente que nunca de un grupo que debe dar cuenta de lo que ellos entienden como un renacimiento. ¿Será así?

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