PATTI SMITH

Patti Smith, rebeldía adulta

 

 

 

«Tres acordes de rock, casados con la potencia del verbo». Así definió en su día Patti Smith la clave de sus canciones. Aquella delgadísima chica de aspecto andrógino que apareció en 1967 entre la bohemia neoyorquina, grabó cuatro disco definitivos y se retiró a la vida familiar,  regresando a finales de la década pasada convertida en una persona madura y sincera con Gone Again. Puede que el trato habitual con los muertos entonces (en pocos meses vio como desaparecían su marido, su hermano, su primer amante y uno de sus músicos) ayudarán a formar esta  Patti Smith adulta en la que la antigua furia se torna lúcida reflexión. Este domingo 18 se presenta en Galicia en el Auditorio de Castrelos de Vigo.

 

 
Patti Smith tiene ganas de repasar su pasado, tal vez por el tiempo que lleva sin hacerlo, por el nerviosismo que produce volver una vez más a los escenarios o para reencontrarse con sus raíces, recordando también que le faltan un montón de referencias cercanas. Así que comenzamos en Nueva Yersey, donde vivió sus primeros años junto a su madre, camarera y vocalista de jazz.

 
«No fui criada como una niña mimada, Mis padres eran trabajadores y se las veían para sacar adelante a los cuatro hermanos. De niños había veces que no teníamos para comer pero éramos felices. Entre hermanos éramos como una piña, llenos de fantasías. Mis padres demostraban inteligencia e imaginación para salir adelante. Un día no teníamos más que un dólar para toda la familia: compramos chocolatinas y nos sentamos todos alrededor imaginándonos que estábamos en la cárcel y que no había otra cosa para comer… Mi madre sabía convertir en algo divertido hasta los peores momentos de la vida. Fue más tarde, en Europa, cuando me convertí en una adulta consentida».

 
Tanta influencia como la de su familia la tuvieron ciertos héroes culturales, especialmente en sus años adolescentes. «Creía en ese papel de los héroes, probablemente porque estaba muy inspirada por el trabajo de otros como Rimbaud o Bob Dylan. Ahora creo que la Madre Teresa de Calcuta es más heroica. Me fue difícil remontar el terrible período en el que se convirtió mi adolescencia. Era una inadaptada, un poco torpe, no me identificaba con nadie, sufría en solitario. Gracias a la música y el arte sentí que no estaba sola en el medio de la nada. Es el rol de los artistas inspirar a la gente y hacerles sentir ligados al mundo. Muchos de nosotros estamos, de un modo u otro, desconectados de la realidad. ¿Quién me ayudó a pasar el escollo de los 16 años? Arthur Rimbaud, su trabajo, su obra, su energía y sus ideas. Otros elegirán a Jesús, Picasso, Jackson Pollock…»

 
La rebelde adolescente fue perfilando sus gustos e influencias artísticas, a tono con los nuevos tiempos, y pasó pronto a escuchar a Edit Piaf, María Callas, Nina Simone y los primeros grandes del rock. «Yo fui la primera sorprendida, nunca se me había pasado por la cabeza. Lo mío era la música de los años 50. No era ni músico ni cantante, como mucho pensé en cantar ópera, pero no tenía voz para ello. Vi a Dylan en el 63 y a los Stones en el 65, pero no pensé que acabaría entrando en el rock. Fue algo que llegó de modo natural».

 
«Mis padres escuchaban a Duke Ellington o Frank Sinatra. Yo escuché por primera vez a Little Richard cuando tenía cinco años: fue un choque intenso, inmediato. Casi vi el nacimiento del rock y crecí con el, pero en aquel ambiente había poco sitio para el arte. La gente trabajaba en la fábrica o el campo, con la única preocupación de tener un techo sobre sus cabezas y alimentar a sus hijos. Para el arte había que escapar a la ciudad».

 
En aquellos años se matriculó en una escuela de arte, pero no llegó a acabar los estudios. Tenía 20 años y pasó por una experiencia que sus biografías no suelen relatar: el nacimiento de su primer hijo. «En aquella época, y sobre todo en un pequeño lugar de provincia, una cosa así te convertía en alguien rechazado. Fui muy responsable durante el embarazo para asegurar una buena salud para el bebé. Después lo dejé en adopción. No estaba en absoluto preparada para formar una familia. Me he reencontrado con aquella hija hace unos años; no la había visto antes jamás. Es músico, muy inteligente y dotada, aunque prefiero no hablar más por respeto a su vida privada».

 

 

 

Inmediatamente después, en el 67, partió hacia Nueva York. «Quería convertirme en escritora, viajera. Vivía en aquel rincón rural pero amaba a los poetas beat, William Burroughs, el jazz… Me miraban como alguien raro. Cuando descubrí a Rimbaud pensé que había al fin alguien que sentía como yo. La primera vez que oí a Jim Morrison por la radio me sentí menos sola. Gracias a Bob Dylan y a los Doors la poesía empezaba a ser integrada por el rock. Con el tiempo, con mi grupo, sabía que ayudábamos a alguna gente a sentirse menos sola; me iba a sentir orgullosa de devolver lo que me habían aportado a mí otros artistas».

 
En la Gran Manzana hubo un encuentro determinante, el entonces bohemio artista, y luego reputado fotógrafo, Robert Mapplethorpe. «Era el verano del 67. Acudí a la Escuela de Arte de Brooklyn para visitar a un amigo. Me indicaron que en el cuarto del fondo había alguien que me podría informar. Al abrir la puerta me encontré con un muchacho que dormía en el sofá: era guapísimo, con el pelo largo y ondulado. Se despertó y me sonrío. Era Robert. El entendimiento y la intimidad entre los dos fueron inmediatos».

 
Robert Mapplethorpe fue algo más que su guía urbano. «Él fue mi primer verdadero compañero. Creía en mí, nos apoyamos enormemente entre ambos: por el día me ganaba la vida en una librería y pasábamos las noches enteras trabajando juntos. No paraba de moverse entre sus diseños, aunque con la fotografía empezó más tarde, en el 69. Queríamos ser artistas pero no encontrábamos nuestro lugar en el mundo. Éramos solitarios sin blanca, jóvenes, inexpertos, inocentes, sólo queríamos tragarnos el mundo. Robert sólo comenzó a replantearse su sexualidad dos años después, cuando fue consciente de sus impulsos homosexuales. Nunca lo habíamos tratado, ni siquiera sabía si los rechazaba porque durante todo el tiempo sólo se ocupó de mí».

 
A partir de ese momento las cosas cambian y Patti vive en París, luego convive con Sam Shepard y por fin consolida con Lenny Kaye el grupo de rock con el que se daría a conocer con los discos Horses, Radio Ethiopia, Easter y Wave. Del retiro familiar vuelve en el 89 con Dream Of Life y, después, definitivamente con Gone Again en 1996, al que siguieron Peace and Noise, Gung Ho, Trampin’  y Twelve, su último disco en estudio hasta el momento, formado por doce versiones y editado hace tres años.

 
¿Qué queda de aquella chica rebelde que abrió vía a tantas rockeras actuales? «Yo era eso que llaman una estrella del rock, siempre en las páginas de las revistas. Hoy me concentro en escribir, me preocupo menos por mí misma. Si tienes hijos, te debes acostumbrar a eso. Me siento mucho más fuerte que en el pasado. Soy más vieja, tengo el pelo gris pero no me preocupa. Creo que he salido mejor de lo que era tras estos difíciles últimos años».

 
La sensación es, cuando menos, extraña: Patti Smith recuperada como diva rock. «La reacción de la gente me ayuda mucho, la necesitaba. Dejé Detroit y traté de vivir en Nueva York con mis hijos. Necesitábamos también un dinero. Al volver a este mundillo me fío aún menos de en qué se ha convertido el negocio musical, de su terrible espíritu competitivo, de su vanidad. Tenemos que tratar sobre todo de no perder nuestro espíritu de rebelión, tenemos que seguir siendo, en cierto sentido, unos renegados».

 

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