CAMPUS GALICIA ARTICULO THE ISLEY BROTHERS

ARTÍCULOS 2000

The Isley Brothers

Cosecha para el mundo

Orgullo, poder y política. Funk. Un retrato de la América soul. Durante una gran parte del siglo XX, The Isley Brothers han sido la antorcha y el hilo conductor de una dinámica tradición soul que abarca el rhythm & blues, el gospel e incluso el jazz. Han formado parte de todos los movimientos relevantes de la música popular desde los últimos años cincuenta, momento en el que grabaron “Jealous” y “Angels Cried”.

Aquellas primerizas canciones, enfundadas en el ropaje doo-wop de la época, macaron un punto de referencia para una odisea que continúa 40 años después. Coincidiendo con este aniversario, su reciente recopilatorio It’s Your Thing, The Story Of The Isley Brothers recuerda en tres compactos cuánta música imprescindible nos han legado. Cualquiera puede sentirse atrapado por su grandeza, debido, sobre todo, al estilo y al espíritu del enfoque del grupo, algo que ya se intuía en aquellas dos canciones y que les garantiza una vitalidad eterna.

En el 98, los Isley Brothers celebraron 40 años –40 años- en el negocio musical. No 40 años en la periferia del negocio, sino cuatro décadas en el mismo centro de la acción y de las modas que definen la historia de la música reciente. Pocos artistas de cualquier género pueden rivalizar con el impacto que los Isley Brothers han tenido en la música contemporánea.

No se han limitado a recrear e imitar aquello que los ha hecho populares década tras década. Al igual que Miles Davis en el terreno del jazz, los Isley Brothers han continuado siendo relevantes a base de crear un sonido que habla apropiadamente del aquí y del ahora. Y lo que los convierte en un caso sin igual es la forma en la que han llegado a formar parte, aunque todavía a una distancia prudencial, del Sistema.

La longevidad, que no el buscar apoyos dentro de él, es lo que les ha hecho parte de ese Sistema. Al mismo tiempo, se han resistido instintivamente a los esfuerzos que el Sistema ha hecho por cambiarlos, por comprometerlos. Rechazaron, en todo momento, entregar la esencia del Oro Negro –como tuvo que hacer al final el sello Motown- que lleva al desapego de la realidad y de la Comunidad, de su gente.

El secreto de la larga vida de los Isley Brothers, fueran o no conscientes de ello, es que nunca dejaron a la Comunidad. Mucho antes de que el término representar se pusiera de moda, los Isley Brothers ya estaban dando cuenta de la importancia de mantenerse fieles a las raíces de uno.

Por supuesto, eso ha sido, a la vez, una bendición y una maldición. Una bendición para todos aquellos que en algún momento escucharon o se sintieron tocados por sus canciones, y una maldición para su propia carrera, en la que la mayor parte del tiempo han sido considerados como aquellos artistas que hay que mantener casi a la fuerza, en un segundo plano, sin comprenderlos en absoluto y sin conseguir doblegarlos.

Por todo ello, sus canciones –y, por extensión, la música seleccionada para la colección It’s Your Thing, The Story Of The Isley Brothers- es también un retrato de la cultura afro-americana de todos estos años. Incluso cuando más cerca estuvieron de la fama en todos los aspectos, el grupo supo reabastecerse y mantener pura la fuente de su instinto creativo. Siguieron pintando viñetas de la vida de la gente de color en las que la ira, la frustración, el disfrute y la resistencia han dado forma a la esencia, vibrante y vital, de lo que conocemos como soul.

En los cuatro décadas que se recogen en este triple compacto, los Isley Brothers fueron asimilando muy diversos estímulos: la brutalidad racial de los cincuenta, la resistencia de los barrios de color de las ciudades de los sesenta y los setenta y el espíritu empresarial de los ochenta y los noventa.

Para mucha gente, la pasión ardiente de la comunidad afro-americana –el entusiasmo por la vida, la chispa del instinto creativo- ha sido enterrada bajo capas de pretensiones, jugando con la herencia de la doble conciencia, manteniéndose vivos para seguir adelante. Han estado jugando el juego que se les marcaba, cantando para el amo durante tanto tiempo que han acabado por olvidar en dónde están las raíces.

Por suerte, la música de los Isley Brothers ha ido haciendo tajos en esas capas, generación tras generación, con acordes que los transportan hasta sus raíces más desnudas. Con himnos políticos como “Fight The Power”, mensajes concienciadores como “Harvest For The World”, ataques de lujuria desbocados como “That Lady” o baladas sensuales como “For The Love Of You” o “Between The Sheets” que recuerdan que en el Amor Negro está su salvación.

Los Isley Brothers han sido el latido de los afro-americanos. Son su pulsación, el ritmo lejano que recuerdan de dónde vienen y los profundos océanos que han cruzado. Y, si tenemos en cuenta lo que representa su comunidad para el mundo, los Isley Brothers han sido, también, el latido del mundo.

Xavier Valiño

CAMPUS GALICIA ARTICULO FESTIVAL SANTIROCK 2000

ARTÍCULOS 2000

Santi Rock, digna primera edición

Sonic Youth en Santiago de Compostela

Curioso festival. Ya desde que uno llega el primer día y se encuentra con aquello de “Prohibida la entrada de animales cuadrúpedos; para los bípedos nos reservamos el derecho de admisión”, se adivina que no está ante un evento al uso. Sí, los pasados 13, 14 y 15 de julio tuvo lugar en Santiago la primera edición del Festival Rock por excelencia de Galicia desde ya mismo. Y lo ha sido porque no muchos pueden presumir de reunir el cartel con el que hemos contado.

A pesar de todo, el protagonista principal no fue ninguno de los grandes nombres, sino… ¡el viento! Quedará para siempre grabado en los oídos de los asistentes como las rachas de viento hacían que el sonido de los grupos fuera y viniese sin otra explicación. Y no es que el equipo contratado por la organización se quedase corto, sino que ante los elementos de la naturaleza poco se puede hacer. De todas formas, nada como acercarse al escenario o pensar que mejor eso que tener que suspender por la lluvia o algo peor.

Iggy Pop triunfó la primera noche. Como siempre, a torso descubierto, pantalón de cuero negro y sobriedad en el escenario y en sus músicos, aunque para energía y electricidad sin tregua ya estaba él con sus 53 años. Él suda, mientras otros –Jagger, por ejemplo-, transpiran colonia de precio prohibitivo. A su misma altura, en otra concepción muy distinta de la música, estuvieron Asian Dub Foundation, la única nota plenamente actual de los tres días, con sus proclamas políticas, sus increíbles bases rítmicas y un sonido insuperable, aunque para entender a su cantante se necesite haber nacido en su misma casa.

El segundo día brilló con luz propia la voz y la presencia en escena de Skin, cantante de Skunk Anansie. Los músicos que la acompañan no siempre están a la altura y en este caso, aunque queda claro que ganan en directo respecto a sus discos, sólo pudieron seguirla al principio y al final. Ash no pasaron de correctos, mientras que Killer Barbies y L 7 demostraron un saber estar encima de las tablas casi similar al de Skin. Potentes, cuando menos. Dover, como siempre, lo tenían todo ganado, y ni siquiera necesitaban de versiones como “Time After Time” de Cindy Lauper o el espectáculo de ver a su batería desnudo haciendo el pino para arrasar con su sonido de hace diez años.

Sonic Youth, por mucho que digan, brillaron como en sus mejores momentos, en el que fue sin duda el mejor día de los tres. Dejaron de lado su difícil último disco y dieron, de nuevo, una lección para todos sus discípulos en el mundo del noise, del grunge, del punk y, por extensión, a toda la escena del rock. Emplearon sus mejores armas: un buen diseño de escenario y distorsión a raudales, la misma que utilizaron por momentos Yo La Tengo. Aunque en el caso de estos últimos, lo suyo fue mucho más atípico: de la delicadeza a la furia en segundos y dejando para la posteridad el mejor momento de todos: su interpretación coreografiada –y cómica- de un oscuro éxito de la música disco “You Can Have It All”.

Mientras, Manta Ray volvían a deslumbrar con sus ambientes, que no canciones, siempre embelesadores en vivo. Teenage Fanclub decepcionaron por no traerse ensayada la lección y por empeñarse en sonar aún más pop en sus nuevas canciones. Ocean Colour Scene, aunque se mostraron por encima de lo esperado escogiendo lo más granado de su repertorio, se empeñaron en dejar claro lo retro de su sonido cerrando con el “Day Tripper” de los Beatles.

La sorpresa llegó de la mano de los portugueses Madamme Godard, un grupo sin sello discográfico aún por el que vale la pena suspirar. Ocean Colour Scene aportaron el personaje más entrañable: un viejecito que tocaba la pedal steel guitar y que hacía de roadie para el grupo, encendiéndoles los cigarrillos. ¿Sería el padre de alguno de ellos, el auténtico causante de la vocación de sus hijos?

Más curiosidades: Iggy Pop apareciendo en Mercedes en el recinto para, a continuación, seguir con atención la actuación de Sexy Sadie y pedirles un disco. No fue el único que mostró su alma de fan: Cristina Llanos, de Dover, presenció varias actuaciones desde la primera fila, en especial la de las salvajes L 7. También se pudo ver entre el público a gente de Los Enemigos, Los Flechazos o Barricada, estos acomodados a resguardo del viento y haciendo tiempo hasta que les tocase salir al escenario en otro punto de Galicia.

Se pueden mejorar muchas cosas, desde luego, y la organización es consciente de ello. Sobre todo, esa carpa dance que, prevista para sólo mil personas, se quedó pequeña desde el primer momento. Mejorar las señalizaciones de entrada, poner autobuses gratuitos desde el centro de la ciudad y habilitar una sala de prensa son también cuestiones pendientes. Ni se debería tampoco anunciar el cartel hasta que esté cerrado en su mayor parte, tal y como se hizo este año, creando unas expectativas que luego no se pueden cumplir.

Pero lo que hay que dejar muy claro es que el balance es totalmente positivo, sobre todo por esos casi 40.000 asistentes que superaron ampliamente a los 5.000 que esperaba la Consellería de Cultura. Por todo ello, por el éxito artístico y de público, se debe asegurar ya, sin más dilación, la continuidad de un acontecimiento que se ha convertido, en su primera edición, en cita ineludible del verano festivalero.

Xavier Valiño

CAMPUS GALICIA ARTICULO SELLO OUTCASTE

ARTÍCULOS 2000

Outcaste

Tradición y vanguardia

De nuevo los Beatles. Antes de ellos, y al menos en el mundo del pop, nadie conocía la música de la India, un continente en sí mismo, con sus mil millones de habitantes. “Norwegian Wood”, de su disco Rubber Soul de diciembre del 65, contenía un sitar interpretado por George Harrison. Los meses siguientes vieron a los cuatro de Liverpool retirados en distintas comunidades de la India y nada, ni siquiera su música, fue lo mismo a partir de ese momento.

Desde entonces veteranos como Ravi Shankar pudieron pasear su sonido por escenarios de todo el mundo. De todas formas, tendría que llegar la electrónica en los ochenta y pasar aún unos años hasta que la fusión entre los sonidos más actuales y la tradición india se convirtieran en una –deliciosa- realidad.

Peter Gabriel lo intuyó e incluyó en su catálogo al artista de más proyección en toda la historia del subcontinente indio, Nusrat Fateh Ali Khan, quien, con esa pequeña ayuda, extendió el virus del sufismo paquistaní por todo el mundo, hasta su muerte en agosto del 97.

Michael Brook le produjo en 1991 su aclamado álbum Mustt Mustt. La remezcla que Massive Attack hicieron del tema que le daba título puede ser considerada como la carta de naturaleza de una fusión que durante los 90 se estaba haciendo con las pistas de baile más especializadas.

Joi, Vas, Talvin Singh, Trilok Gurtu, Black Star Liner, Jasi Uttal, Future Soundz Of India, Earthtribe, Fun-Damental, Cornershop, State Of Bengal…, todos ellos nombres que configuran ese sonido a medio camino entre los ritmos indios y la electrónica más carnosa. Llamémosle bhangra, asian underground, eastern uprising o ethno-techno, el caso es que estos artistas han dado a la luz parte de los sonidos más excitantes de los últimos años.

Los aromas orientales, ninguneados en el pasado por la prepotente cultura occidental, gozan en los últimos tiempos del certificado de lo moderno. Al menos ahora los músicos nacidos al este de Londres o dentro de las comunidades indias de la capital británica ya no son considerados bichos raros, y sus discos son algo más que el apunte exótico de una colección que se precie.

Outcaste, fundado en el 94, se ha convertido en la discográfica con el catálogo más completo de nueva música anglo-india, distribuido en nuestro Estado desde hace unos meses.

El mejor acercamiento a una idea global de lo que representan estos sonidos son los tres recopilatorios editados hasta el momento por el sello: Untouchable Outcaste Beats, Outcaste Too Untouchable y Outcaste New Breed UK. Ahí están recogidos los más interesantes experimentos en la unión del folklore indostánico con las propuestas electrónicas, junto a nombres de más relevancia como Cornershop, Trilok Gurtu o Shri y Nitin Sawhney, los dos pesos pesados de Outcaste.

Shri nació en Bombay y allí aprendió el arte clásico de la tabla, el instrumento de percusión más omnipresente en la música hindú. Sus contactos con el jazz y la música occidental le permitieron inventar un bajo eléctrico muy particular con el que ha desarrollado un estilo único de interpretación.

Su primer álbum, titulado Drum The Bass (1997) y producido por Nitin Sawhney, muestra las posibilidades que ofrecen las técnicas de interpretación hindúes al mezclarse con la tecnología occidental. Su segundo disco, Dancing Drum (1998), realizado en colaboración con el yemení Badmarsh, significa un paso adelante en la evolución de los ritmos globales.

Pero quien mejor sirve al sello Outcaste es el inquieto Nitin Sawhney. Desde pequeño canalizó su creatividad a través de la música, estudiando piano, guitarra flamenca e intentando encontrar la relación entre el jazz-rock y la música clásica india que escuchaba en casa.

Aunque el impulso definitivo a sus experimentos fue la colaboración como teclista con The James Taylor Quartet, que le introdujo en la escena de los clubes de baile y por la que entró en contacto con Talvin Singh, percusionista de Courtney Pine, con quien formó el Tihai Trio, un ente imaginativo que abrió el camino al usar tecnología digital en la tradición acústica de la música india.

Desde que en 1994 publicara su primer disco, Spirit Dance, ha editado otros tres con el sello Outcaste: Migration (1995), Displacing The Priest (1996) y Beyond Skin (1999), además del recopilatorio Introducing, una introducción elaborada para el mercado español.

Lo más sobresaliente es que su evolución le ha llevado a situarse por encima de la fusión de la que un día partió, para llegar a un vocabulario propio que se extiende a cada paso. La paleta de Nitin Sawhney conserva aquella mezclas de colores primarios –sonidos ancestrales de la India y ritmos contemporáneos-, que ahora conviven con guitarras flamencas, jungle, tablas, drum’n’bass, rap, canción bengalí, ritmos latinos y el hipnótico juego de voces de cantantes como Devinder Sighs, Denise Anogyu o Jayanta Bose. Más que un simple ambiente exótico, sus canciones son un reconfortante ejercicio para el cuerpo y para la mente.

Xavier Valiño

CAMPUS GALICIA ARTICULO

ARTÍCULOS 2000

Xavier Valiño

CAMPUS GALICIA ARTICULO MARVIN GAYE

ARTÍCULOS 2000

Marvin Gaye

Orgullo y gozo

Cuando Marvin Gaye falleció en 1984, había dejado detrás uno de los legados más importantes del pop y, por extensión, de la música del siglo XX. Más que un brillante vocalista y un sutil compositor, fue un visionario, un artista revolucionario que expresó el sino de los tiempos al mismo tiempo que rompía moldes y creaba nuevas formas. Fue radical y romántico a la vez, un cantante que se había creado a sí mismo con un instinto nato para la revelación autobiográfica.

Tuvo el talento único de convertir a sus oyentes en confidentes, de hacernos sentir su presencia inmediata. Su aura combinó esencias espirituales y sensuales. En su música, la combinación hizo maravillas; en su vida personal, los dos extremos chocaron. Tuvo éxito al traducir sus contradicciones en música compleja y hermosa. Hoy, más que nunca, aquella música habla a nuestros corazones con la máxima urgencia. Es música de valores permanentes, y eso es algo que la colección editada recientemente, Abthology, The Best Of Marvin Gaye –uno más en su extenso repertorio de recopilatorios- nos ayuda a recordar y comprender.

Marvin Pentz Gay Jr. –la “e” la añadió a su apellido al entrar en el negocio musical- había nacido en 1939 en el estado de Washington. Su vida familiar fue determinante: su padre era un predicador y la mujer con la que se casó, Anna, no era otra que la hermana de Berry Gordy, el fundador del sello Motown. Como el mismo reconoció, en la iglesia aprendió el gozo esencial de la música y con Motown forjó el grueso de su gloriosa carrera.

Aunque creció en una generación conformista, Marvin Gaye era todo lo contrario: un poeta concienciado, un artista anti-autoritarismo, tímido pero ambicioso, delicado pero temeroso, reflexivo y serio. Comenzó como batería de sesión pero muy pronto se encontró cantando al frente de varias formaciones. Se veía a sí mismo como un baladista al estilo Sinatra y estaba decidido a oponerse a la maquinaria del sello Motown.

Sus primerizos intentos con material del tipo Nat King Cole fracasaron, así que pronto cedió e inició el mismo recorrido que los otros artistas de su discográfica. Con el ramillete de productores de la casa no tuvo ningún problema para hacerse popular. El espectro de sus primeros éxitos era amplio: de las locuras bailables como “Hitch Hike” a canciones empapadas de raíz gospel como “Can I Get A Witness”, de la caprichosa “Ain’t That Peculiar” a la desarmantemente sincera “How Sweet It Is (To Be Loved By You)”, Marvin Gaye se estableció como un solista, incluso cuando comenzó una serie de celebrados duetos con Mary Wells (“What’s The Matter With You Baby”), Kim Weston (“It Takes Two”) y, sobre todo, Tammi Terrel.

Aún hoy, el equipo que formó con Tammi Terrel es el estándar con el que se comparan todos los duetos soul. Con Tammi Terrel, Marvin Gaye interpretaba el papel del amante sensible y entregado. Su estilo vocal nunca hostigaba, pero tampoco era arrollado por el de la mujer amada. Amantes sólo en la ficción de sus canciones, crearon la verosimilitud del romance perfecto. Mientras su país se estremecía por la Guerra del Vietnam, mientras los disturbios raciales estallaban por todas partes, aquellos duetos se convertían en una buena excusa para escapar de la realidad.

Marvin Gaye era, entonces, un maestro de la ensoñación. Aquellas canciones –“Ain’t No Mountain High Enough”, “Your Precious Love”, “If I Could Build My Whole World Around You”, “Ain’t Nothing Like The Real Thing”, “You Are All I Need To Get By”- todavía emocionan. Cuando Tammi Terrel sufrió un colapso en los brazos de Marvin Gaye, durante una actuación en el verano del 67, la fantasía terminó. Ella murió de un temor cerebral tres años más tarde y nada volvió a ser igual.

Ahí fue cuando Marvin Gaye se puso en la piel de su hermano, un veterano de guerra de Vietnam que regresaba a la confusión de la vida americana y, entre 1969 y 1971, escribió el que aún hoy es considerado por muchos el mejor disco de la historia del pop, What’s Going On.

Esta suite auto-producida fue escrita desde un punto de vista inequívocamente afro-americano, al tiempo que recogía la identificación de su autor con las ideas más perdurables de los hippies de la época y se inspiraba en los valores cristianos. Además de encarar temas de índole ecológico, social o espiritual, Marvin Gaye también rompió todos los moldes previos al grabar y repetir infinitas veces su voz. En lugar de un Marvin Gaye, se podían escuchar tres o cuatro a la vez; mientras fijaba una armonía, cada voz –su falsetto, su tenor suave, su gruñido- reflejaba un estado de ánimo diferente.

Aún hubo nuevos hitos, como Let’s Get It On o Here My Dear, hasta la resurrección triunfal en el 83 con Midnight Love, justo un año antes de ser asesinado por su padre con la pistola que él mismo le había regalado. Por fin los continuos roces entre los dos, marcados por el temor, los celos, el abuso de sustancias químicas y una fuerte carga autodestructiva por parte de ambos, encontraron un final, liberando a aquella voz de ángel atrapada en un cuerpo de hombre.

Más de tres lustros después de su desaparición, las contradicciones que le acompañaron en vida continúan. Elementos de discordia y armonía aún resuenan en su música en forma de dulces oraciones. Cuando cantaba, los demonios que tiranizaban su alma eran puestos bajo control y se les hacía formar parte de su elevado código de belleza. Había conseguido, en fin, lo que Oscar Wilde llamó una “espiritualización de los sentidos”.

Xavier Valiño

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