CAMPUS GALICIA ARTÍCULO COLECCIÓN VAMPISOUL

ARTÍCULOS 2003

Vampisoul, sonidos calientes

¿Tan difícil es hacer bien las cosas? En el mundo de la industria musical del pop parece que sí. Entre productos manufacturados, refritos, reciclajes y discos de grandes éxitos no hay hueco para las colecciones cuidadas. Mejor dicho: si lo hay, pero se ignora sistemáticamente.

En los últimos tiempos, pocas colecciones de material nuevo o añejo han merecido la pena. Se pueden contar con los dedos de una mano. Fuera de nuestras fronteras, algunas discográficas se han dedicado a recuperar su catálogo, como puede ser el caso de los clásicos del reggae de Studio One o del catálogo de Trojan Records. Por aquí puede que tan sólo la colección de discos-libro de El Europeo merezca tal categoría, además de ser casi la única.

Si acaso hay otra excepción, ésa es la del sello Munster. Gracias a un excepcional acuerdo -por único- con la compañía DRO-East West, esta discográfica ha venido reeditando en los últimos tiempos clásicos del rock español de su época dorada, la de los 80, aunque, eso sí, en vinilo. Así, en las estanterías se pueden encontrar ahora excelentes discos de los grabados entonces para los sellos GASA, Tres Cipreses o Discos Radioactivos Organizados por Derribos Arias, Los Coyotes, Parálisis Permanente…

Así ha sido hasta ahora, porque la colección que recientemente ha visto la luz con el nombre de Vampisoul marca un hito en la producción fonográfica española. De nuevo el sello Munster es el que se ha decidido a reeditar joyas de la música negra y los ritmos latinos que estaban completamente olvidados.

Si ya de por sí una colección así resulta casi un milagro en España, aún lo es más dado que todas estas obras no fueron editadas aquí en su momento y ahora están descatalogadas en todo el mundo. Pero no ha habido ningún problema; los propios artistas y los sellos que cuentan con los derechos -cuando se encuentran, porque la tarea no es sencilla- ponen todo tipo de facilidades al ver como aquellos álbumes únicos pueden tener una segunda juventud, rescatados de la oscura noche de los tiempos.

Por si fuera poco, las reediciones son tan o más jugosas que los originales. Para empezar, se respeta el diseño original, se incluyen los créditos de las grabaciones y se lanzan en compacto con formato digipack y en vinilos de 220 gramos. Todo un lujo para los coleccionistas y para quien pretenda, hoy en día, descubrir aquellos sonidos.

Contando con las nuevas tecnologías, se ha preparado una página web, www.vampisoul.com en la que se pueden conseguir estos discos desde cualquier parte del mundo, algo importante teniendo en cuenta la procedencia de las grabaciones, aunque también hay distribución directa en nuestro Estado a través de PIAS. Visto así, parece sumamente fácil. Así que volvemos al principio. ¿Por qué nadie lo hace?

Entre las primeras veinte referencias hay auténticas joyas. Nombres tan significativos del jazz latino como el increíble pianista Eddie Palmieri o el tremendo percusionista Willie Bobo están ahí, al igual que parte de los mejores representantes del soul latino, como Harvey Averne o Joe Bataan.

Al mismo tiempo, se han reeditado curiosidades como las primeras grabaciones de dos leyendas del soul: Sly Stone, con algunas canciones inéditas hasta el momento, y el mismísimo Barry White, en su faceta de productor de otras vocalistas. Más desconocido es el trabajo de grupos como los peruanos Black Sugar, adelantados a su tiempo en la fusión del jazz latino con el soul y el funk, o Emil Richards, el vibrafonista y marimbista pionero en los sonidos afro-cubanos.

Un recopilatorio sobre la escena peruana entre 1964 y 1974 nos pone en la pista de curiosos artistas que allí grabaron en aquellos difíciles años. Por su parte, de Claudine Longet, la actriz recordada por su papel en El guateque de Peter Sellers, se recupera casi toda su obra de corte afrancesado para el sello Barnaby en un único compacto.

Sin embargo, quien mejor representa el espíritu de esta colección es el conguero Ray Barretto, del que se recuperan dos discos en un álbum, Acid y Head Sounds, en una asombrosa mezcla de jazz latino, soul, funk y ritmos poderosos que se muestra irresistible en todas y cada una de sus canciones.

Algo parecido trae el disco recuperado de Monguito Santamaría, maestro del funk latino y de las líneas de bajo imparables, y el de Pete Rodríguez, el maestro del boogaloo; no hay más que escuchar su “I Like It Like That” de El rey del boogaloo para saber que ese tema en concreto define todo un estilo.

De Last Poets se recuperan sus grabaciones completas en Douglas Records, que, como reconoció Chuck D de Public Enemy, son el auténtico comienzo del rap. Por último, se reeditan también tres grabaciones de Billy Preston, el que fuera conocido como el quinto Beatle por poner sus teclados a muchas de las canciones del cuarteto de Liverpool. En ellos, además de canciones propias, demuestra su inimitable estilo al órgano haciendo versiones de Phil Spector, las Supremes, los Temptations, los Beatles o las bandas sonoras de James Bond, todas ellas instrumentales que crearon un estilo: el acid jazz.

Xavier Valiño

CAMPUS GALICIA ARTÍCULO THE CHEMICAL BROTHERS

CAMPUS GALICIA ARTÍCULO THE CHEMICAL BROTHERS

ARTÍCULOS 2003

The Chemical Brothers, ritmo onírico

Festival de Benicassim, casi cualquier año. El escenario principal arde en llamas con luz celestial y humo espeso que cae. Ocasionalmente la niebla se abre y deja entrever imágenes de vidrieras, imaginería religiosa, cosas que parecen tan fuera de lugar aquí, enfrente de miles de juerguistas de fin de semana en un descampado al lado de una carretera nacional. El sonido que sale de los altavoces es un imparable ritmo de ruido celestial, al mismo tiempo martilleantemente duro y absolutamente melódico.

El recinto está a rebosar con público con la mente retorcida cada vez más por un día de sol glorioso. El tema que suena es “The Private Psychedelic Reel”, una señal de que la actuación en directo de The Chemical Brothers está terminando, fundiéndose, no apagándose. En cuanto llegue al final, veinte mil personas se soltarán, se quedarán libres para salir corriendo en la noche a intentar encontrar algo que hacer que iguale la intensidad de lo que acaban de ver.

Ya son diez años de este tipo de recuerdos confusos de noches y días pasadas sin descanso, vagas recolecciones de pistas de baile o salas de conciertos o recintos de festivales. Ya son diez años de discos y remezclas; de actuaciones en directo y de sesiones pinchando. Diez años de monumentales ganchos que atraviesan los huesos o pulsantes chispas electrónicas; de la fuerza de viajes psicodélicos a través de maravillosos estados oníricos. Diez años en los que los viajes mutaron de un rápido recorrido por su país con una caja de discos, a asombrosas giras mundiales, a festivales por todo el mundo, al abrigo de la oscuridad.

Hace ya tanto tiempo desde que Tom Rowlands y Ed Simons hicieron por primera vez un disco, el mismo tiempo desde la primera vez que hicieron girar los platos en su nativa Manchester y decidieron llevar las cosas más allá. Durante todos esos años, a través del britpop, pasando por años de barbecho de la música de baile, a través de recuperaciones del blues e ídolos de pop, Tom & Ed le han dado a la música de baile una reparación cargada de turbo; han hecho música psicodélica moderna que retaba al seguidor curtido tanto como al oyente casual, al chaval en la pista de baile pidiendo más a gritos o aquel que ha sintonizado el dial de su radio algo semejante al sonido de una manada de elefantes digitalizados que marchan en estampida sobre un ejército de músicos tocando el sitar.

Han sido numerosos discos y remezclas, incontables actuaciones en directo y sesiones de DJ en pubs, clubes y estadios como The Chemical Brothers, que bien se podría decir ya que se convirtieron en la fuerza que más ha hecho por acercar la música de baile a las masas.

Hace diez años, Tom y Ed se habían mudado de Manchester a Londres. Tras haber empezado pinchando discos en pubs, se pusieron a trabajar en un estudio casero bajo el nombre de The Dust Brothers, robado temporalmente a los productores americanos. Inicialmente incitados por no ser capaces de encontrar discos con la cantidad suficiente de ritmo, perfeccionaron un sonido en el laboratorio que luego probaron en un puñado de remezclas.

Lo que es más importante, poseían también unas cuantas copias de la canción “Song To The Siren”. El disco, su primer single, sonaba diferente a cualquier otra cosa que hubiese en esa época: era todo girantes derviches y tremendos cambios de ritmo, como una tormenta de arena saliendo de los altavoces. Aún más golpe de martillo fue “Chemical Beats”, su segundo disco, que caló en una inesperada gran cantidad de público a principios de 1994. Un incesante riff ácido que sonaba como un pedal wah-wah fuera de control, sobre un castigador ritmo de batería, lo convertía en un disco tan gloriosamente hedonista que era casi como si portase mensajes subliminales de control que no te soltaban hasta rematar el agotador ritmo.

Además de esto, Tom y Ed fueron un paso más adelante con una serie de conciertos -al principio sólo 20 minutos- que retumbaban por los altavoces de un club nocturno como un terremoto rítmico. Sólo fue cuestión de meses, tras algunos primeros pasos sin pretensiones, ya estaban teloneando a bandas como Underworld y The Prodigy, antes de dar el paso decisivo y ser cabeza de cartel en salas más grandes como el Astoria de Londres.

A lo largo de los meses de verano del 94, Tom y Ed se pasaron los días laborables encerrados en un estudio del Sur de Londres y los fines de semana pinchando, tocando a todo volumen los frutos de los últimos cinco días de trabajo en una cabina de un pub en el centro de Londres. The Heavenly Sunday Social tuvo la gran suerte de escuchar por primera vez la mayor parte de Exit Planet Dust, su primer álbum. El álbum fue tan importante en los años del britpop como Definitely Maybe, la otra cara de la moneda.

El resto, como sus cuatro discos, es historia, y, sobre todo, historia imprescindible de la música de baile. Ahora, diez años después de “Song to The Siren”, algunas de sus mejores canciones se recopilan en Singles ’93-‘03. Desde aquellos primeros singles, diseñados casi para reventar altavoces, hasta temas más psicodélicos (“Star Guitar”, “The Golden Path”), la carrera de Tom y Ed se ha condensado en un álbum que más que una guía para principiantes es una serie de discos que sabes que quieres escuchar, cada semana, en ese momento de la noche del viernes noche en la que sales.

Sí, se trata de una colección de discos que van más allá de la cultura de baile y se adentran en inexplorados reinos de experimentación sónica, llevándote a lugares tan lejanos de los sótanos de los pubs donde empezaron, incluso de los descampados de Benicassim o de las montañas de Japón, donde son venerados. Lugares a los que querrás ir.

El quinto álbum de estudio de The Chemical Brothers se espera para el 2004. Mejor que empieces a ejercitar tu imaginación ahora, porque el viaje continúa…

Xavier Valiño

CAMPUS GALICIA ARTÍCULO TALKING HEADS

ARTÍCULOS 2003

Talking Heads, arte pop

Once In A Lifetime(Rhino-EMI)

Una obra de arte. Dicen que no se puede juzgar un libro por su portada, pero con esta retrospectiva del grupo más intelectual de la primera generación del punk de Nueva York se puede contradecir el dicho con tota confianza. Después de todo, el atípico tamaño y presentación de esta colección única, que parece más un libro de arte que una colección de compactos, casa perfectamente con la ética y la estética que David Byrne y compañía mostraron durante el tiempo que estuvieron juntos como Talking Heads.

Formado a mediados de los 70 por tres estudiantes de una escuela de arte de Rhode Island -David Byrne, Tina Weymouth y Chris Frantz-, junto al ex-Modern Lover Jerry Harrison, Talking Heads salieron de la escena punk de Nueva York para convertirse en uno de los grupos más arriesgados e influyentes de la historia. Su visión polirrítmica del rock fundía elementos que incluían el funk, ritmos africanos, la elegancia brasileña y los principios del punk en un sonido pionero que era, a la vez, experimental y accesible, inventivo y contagioso.

Hasta ahora, el catálogo de Talking Heads no había sido tratado como debiera en la era del compacto. Sus discos nunca habían sido remasterizados, su legendario disco doble en directo The Name Of This Band Is Talking Heads no ha visto la luz aún en compacto y, salvo el recopilatorio de 1992 Popular Favorites 1976-1992: Sand In The Vaseline, nunca habían contado con una retrospectiva de su trayectoria.

Ahora, la caja recopilatoria Once in a Lifetime enmienda el error y destaca por varios motivos: porque es la primera vez que se remasterizan las canciones de la banda -y el sonido es deslumbrante-, porque por fin algo de The Name Of This Band Is Talking Heads llega al soporte digital -aunque sólo sea una canción, pero que no está en ninguno de sus otros discos, “A Clean Break (Let’s Work)”-, porque descubre algunas rarezas y, lo más importante, porque hace un repaso con detenimiento por la obra del grupo.

Entre sus 54 canciones hay sitio para media docena de temas de cada uno de sus discos -excepto Naked (1988), tal vez el menos interesante-, además de incluir una selección de cinco descartes y versiones distintas no editadas anteriormente.

Temáticamente, cada disco representa una etapa. El primero de ellos, además de tres grabaciones anteriores a su primer álbum, ya disponibles en su único recopilatorio, se centra en su debut, Talking Heads: 77, y su secuela de 1978 More Songs About Buildings And Food, revelando unos inicios en el post-punk más inquieto y su consiguiente inmersión en el funk y los ritmos africanos.

Los Talking Heads clásicos conforman el grueso del segundo disco, aquellos que siempre formarán parte del subconsciente colectivo. Esta etapa coincide con la colaboración con el productor y músico Brian Eno en los discos Fear Of Music (1979), Remain In Light (1980) y Speaking In Tongues (1983). Ahí está David Byrne escupiendo sus palabras cortantes sobre el funk de coartada intelectual que facturaban Chris Frantz y Tina Weymouth, arropado todo ello por el instinto melódico de Jerry Harrison.

El tercer compacto se centra en lo que siguió a su época más gloriosa. En Little Creatures (1985) el grupo se acercó al pop sin disimulos, para continuar con la banda sonora de True Stories, casi un proyecto personal de David Byrne, que, no obstante, aportó canciones redondas como “Wild Wild Life”, “Love For Sale” y “People Like Us”. Su último disco, Naked, a pesar de estar inmerso más que nunca en ritmos de otras partes del mundo, mostraba ya una cierta pérdida de inspiración.

Si se juzga desde el punto de vista musical, sólo se echa en falta “The Great Curve”. Por ello, salvo un par de cortes menores en esa parte final, y a que omite completamente Stop Making Sense, Once In A Lifetime se convierte ya en la recopilación definitiva de Talking Heads.

Pero esta caja ofrece algo más que música. El cuarto disco, Storytelling Giant, en DVD por primera vez, incorpora, en relación con su edición en VHS hace unos años, tres vídeos nunca antes vistos. Y no se trata de un extra más: dado que la parte visual siempre fue uno de los elementos más importantes del grupo, Storytelling Giant se convierte en una parte imprescindible de la caja.

Esos vídeos vistos ahora, años después de su filmación, revelan que permanecen totalmente vigentes aunque las técnicas de producción hayan envejecido. Queda claro que en este caso -uno de los muy escasos en el mundo del rock-, sí había imaginación y una razón para poner imágenes a su música. De todas formas, era tan importante esta faceta que no se puede tener una visión completa sin acudir a Stop Making Sensey True Stories, puede que la omisión más importante de esta colección.

Mención especial merece el envoltorio, aquí a la altura del contenido. El ancho libreto que guarda dentro los cuatro discos contiene en su interior, además, recuerdos de los cuatro componentes del grupo, del crítico de rock David Fricke, del novelista Rick Moody, de la artista Maggie Estep y de otras luminarias de la escena artística de Nueva York. Lo mejor son unas ilustraciones que invitan a descubrir su contenido. Lo dicho, una obra de arte.

Xavier Valiño

CAMPUS GALICIA ARTICULO STUDIO ONE: LA ENORME PREHISTORIA DEL REGGAE

ARTÍCULOS 2003

La enorme prehistoria del reggae

Studio One Story(K Industria)

En estos días, el rock y el pop tienden a ceñirse a su propio libro de estilo. Los artistas pop se forman con un esquema muy claro, asegurándose de darle al público exactamente lo que quieren. Los grupos de rock persiguen parecer normales; no talentos salvajes, sino chicos corrientes que casualmente se comportan dentro de las convenciones. Así, al público nunca le llega un sobresalto brusco, ni tampoco una sorpresa agradable.

En estas circunstancias, es difícil no juzgar la música jamaicana con la mejor de las opiniones. En contraste con el estrecho campo de miras de la música de hoy en día, Jamaica siempre ha dado una oportunidad a las personalidades más atípicas. Es el país que inventó el género de las versiones, o sea, la edición de distintas grabaciones de artistas muy diversos basados todos ellos en la misma canción original, y también el país en el que el productor Glen Brown editó numerosos singles con las etiquetas cambiadas deliberadamente. Sólo en Jamaica se puede creer que una cantante como Lady Saw pudiera tener un gran éxito con una canción que hablaba de las propiedades de un laxante local, por poner uno de tantos ejemplos.

El particular mundo de la industria musical de Jamaica impregna la historia del Studio One. La compañía de discos más celebrada de su historia tuvo un equipo tan extraño como ajustado a su filosofía: el prodigioso teclista Jackie Mittoo llegaba a las sesiones de grabación de riguroso uniforme, y la hermana Ignatius Davies convirtió su reformatorio de la capital Kingston en la mayor academia musical de la isla -de la que Studio One se nutriría para formar su propia banda para las sesiones en el estudio-.

Y en el centro de todo estaba el máximo responsable, Clement “Sir Coxsone” Dodd, quien en 30 años inventó más trucos musicales que ningún otro productor. Dirigió el equipo de sonido más exitoso de la isla, supervisó el nacimiento del ska y el reggae y abrió un estudio por el que pasaron todos los músicos notables de la isla. Bob Marley incluso vivió en él.

Como era habitual en Jamaica, el éxito de Clement Dodd parecía surgir de una aparente anarquía. Encontraba nuevos talentos en las caóticas audiciones semanales que organizaba: era tanta la gente que se pasaba por el estudio los domingos por la tarde que los rumores hablaban de que allí sucedía algo muy distinto, y la policía lo tenía permanentemente controlado.Conviene recordar que Studio One Records fue el principal sello discográfico de Jamaica, en el que empezaron su carrera cientos de artistas, desde Bob Marley a The Skatalites, de Horace Andy a Peter Tosh.

Tal y como reconoce el experto Steve Barrow, autor de la “Guía Rough Guide del reggae”, los pinchadiscos jamaicanos fueron los precursores del rap: aquellos discos en los que Count Machuki divagaba sobre los sonidos de la banda montada por Clemente Coxsone viajarían hasta el Bronx a través de Kool Herc, un jamaicano que se dedicaba a pincharlos en las calles de Nueva York. Allí los primeros b-boys utilizaron aquellos sonidos para cantar encima, con lo que nació el hip-hop. De esta forma, los ritmos que habían surgido de las calles de Kingston se extenderían hasta conquistar el mundo.

Aquellos discos que salían del Studio One cambiaron la música pop para siempre, pero, como sucede habitualmente en la música jamaicana, intentar darle un sentido a lo que realmente sucedía es una tarea desagradecida. Así que la edición de un disco resumiendo la historia del Studio One es un hecho sin precedentes.Studio One Story continua el trabajo empezado con otros recopilatorios anteriores -Studio One Rockers, Studio One Soul y Studio One Roots-.

En este caso, Studio One Story, distribuido aquí por K Industria Cultural, además del disco compacto, incluye un libreto de 92 páginas cuidadosamente escrito e ilustrado, con todo lujo de detalles sobre la historia del sello y de la música jamaicana, junto con un DVD de cuatro horas que contiene imágenes en sepia y blanco y negro, en el que se recogen diversas sesiones de los músicos en el estudio y entrevistas con algunos de los históricos que alguna vez pasaron por allí: Ken Booth, Skatalites, Lone Ranger, Sylvan Morris, Alton Ellis, Dennis Alcapone…

Por necesidad, el compacto es más selectivo que definitivo. Sus grandes diferencias de estilo, que van desde el rhythm & blues de Theo Beckford al dancehall de Dennis Alcapone, son inmensas, pero no hay un solo tema prescindible. Cada corte muestra lo que en él hubo de invención. Sin ir más lejos, en “Love Bump”, de DJ Lone Ranger, que ya tiene 20 años de antigüedad, se puede escuchar al Shaggy de hoy en día. Alton Ellis, por su parte, canta suavemente sobre un sonido que reaparecería años más tarde para convertirse en un número uno como “Uptown Top Ranking” en las voces de Althia And Donna.

Evidentemente, una colección así no puede intentar resumir en unos 16 temas la historia del Studio One. Sin embargo, el intento no desmerece. Además, sus 16 cortes son incuestionables. “Guns Of Navarone”, de The Skatalites, aparece en su mezcla original, sin los retoques que posteriormente se le añadieron. Algo similar ocurre con “Dancing Mood”, de Delroy Wilson, en la que se respeta la grabación de la voz original, y no la remezcla que apareció después en tantas recopilaciones. Si a eso se le añade la primera toma de “Deceleration Of Rights”, de The Abyssinians, “I’m Still In Love”, de The Altons, y otros clásicos de Jackie Mittoo, The Heptones, Dennis Al Capone y Larry Marshall, está claro que no hay la más mínima posibilidad de equivocarse.

Xavier Valiño

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