ULTRASONICA ARTÍCULOS 2006 CINEUROPA DOCUMENTALES MUSICALES

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Ultrasonica e-zine :: Xavier Valiño

ARTÍCULOS 2006


Cineuropa: Sonidos en celuloide

 

 

A veces suceden los milagros. Estamos en la esquina más occidental de Europa, en una región con una extensión igual que Holanda, pero con una población seis veces menor y la mitad de habitantes que Madrid. Tener una actividad cultural decente es ya todo un mérito. Conciertos, festivales o una programación estable es casi una labor de cruzados contra los elementos. Y, a pesar de todo, algunos resisten.

 

Por ejemplo, Cineuropa. Este año celebra su vigésima edición, programando en 30 días unas cinco películas en diversas salas de Santiago de Compostela. Pero no se trata de películas cualquiera, sino de filmes minoritarios, más por circunstancias ajenas a ellos mismos que por vocación, de esos que no encuentran acomodo en las salas comerciales, manteniendo como siempre, desde sus inicios, el espíritu de cine de combate, comprometido socialmente.

 

 

 

En un festival así han tenido cabida en sus anteriores ediciones algunas películas que tenían a la música como protagonista, principal o secundario. Pero este año hay una novedad muy importante: un ciclo de películas musicales, un sueño hecho realidad para muchos, entre los que, por supuesto, están y deben estar los lectores de Mondo Sonoro apoyando la iniciativa. Puede que las circunstancias del entorno hayan cambiado: se han estrenado últimamente un buen número de películas documentales que toman a la música como el elemento más importante, además de la existencia de un par de festivales a nivel estatal que tienen un lugar relevante para estos títulos.

 

En cualquier caso, hay que agradecer la iniciativa que, si todo sale bien, se convertirá en un ciclo con continuidad en las próximas ediciones. Para empezar, este año se podrán ver en Santiago dos de los documentales más premiados de los dos últimos años, centrados ambos en grandes nombres del rock alternativo: Fearless Freaks retrata, a lo largo de 10 años, la trastienda de la trayectoria de los talentosos The Flaming Lips, en una cinta cruda y sin concesiones; por otro lado, The Devil & Daniel Johnston se centra en el iconoclasta favorito del underground americano, canonizado por gente como Yo La Tengo o Nirvana, un extraño y adorable músico atrapado en un documento de desencaje mental y amor no correspondido.

 

 

También hay sitio en esta nueva sección para los clásicos. En Leonard Cohen: I Am Your Man, el canadiense abre al fin su boca para explicar su vida y obra, mientras que gente como Rufus Wainwright, Jarvis Cocker, Bono y otros le reinterpretan. En Woody Guthrie: This Machine Kills Fascists tendremos la oportunidad de seguir los pasos del rebelde cantautor folk y, por el camino, conocer la historia de la depresión USA de su tiempo. Por su parte, en Everyone Stares: The Police Inside And Out, Stewart Copeland, el batería del grupo, recupera las imágenes en Súper 8 que grabó en su día para documentar las esquinas escondidas del celebre trío nuevaolero.

 

         Otros de los documentales que se proyectarán se centran en festivales o una escena, en lugar de intérpretes en concreto. Así, en Glastonbury el director Julián Temple repasa 30 años del festival musical más importante del mundo con mil ojos, sin dejarse un punto por ilustrar. En Standing In The Shadows Of Motown se revisa la historia de los Funk Brothers, el grupo que se ocultaba tras las bambalinas de la discográfica Motown y que tocó en todos los grandes éxitos del sello, de Marvin Gaye a los Temptations, incluyendo también imágenes de un concierto que les reúne con Ben Harper o Me’Shell NdegéOcello.

 

 

         Por su parte, en Periféricos, rodado en Galicia por Xosé Holgado, Carlos Méndez y Tamara Blanco, se rememora la movida de Vigo de principios de los 80, con recuerdo, entre otros, a Siniestro Total o Golpes Bajos. The Refugee All Stars se centra en varios exiliados de la guerra civil de Sierra Leona que deciden montar un grupo musical para mantener su dignidad y talento intactos en un sobrecogedor y multipremiado filme.

 

         Por último, tres cintas miran hacia el gran país-continente de la música sudamericana, Brasil, consolidando los lazos de Cineuropa con aquel Estado. En Coisa mais linda: Histórias e casos de bossa nova se cuenta la historia del hermoso sonido brasileño narrada por sus protagonistas, sin ahorrar palabras ni canciones. Maria Bethania: Música y perfume se centra en una de sus grandes figuras, a la que arropan gente como Caetano Veloso, Chico Buarque, Gilberto Gil o Nana Caymmi. Y 2 filhos de Francisco: A história de Zezé di Camargo & Luciano es un conmovedor filme en el que un padre sueña con que sus dos hijos se conviertan en músicos, con banda sonora de Veloso, exitazo de taquilla en Brasil y nominaciones a mansalva.

 

Xavier Valiño

ARTÍCULOS 2006 BRUCE SPRINGSTEEN BORN TO RUN

ARTÍCULOS 2006 BRUCE SPRINGSTEEN BORN TO RUN

Ultrasonica e-zine :: Xavier Valiño

ARTÍCULOS 2006


Born To Run, la representación definitiva del sueño del rock

Bruce Springsteen: Born To Run, 30th Anniversary Edition (Sony)

 

         Está la anécdota. Aquella que dice que Bruce Springsteen idolatraba al productor Phil Spector y, después de grabar un grandioso -en todos los sentidos- Born To Run, intentó conocerlo. Se pasó por el estudio en el que el productor estaba trabajando en “Born To Be With You”, de Dion DiMucci, y asistió a una larga sesión sin obtener una sola palabra de Spector. Al final, éste se dirigió a él: “¡Si querías mi sonido, tenías que habérmelo encargado a mí!”  

         Está la emoción, la misma que consiguió que en 1975 se le pusiera la piel de gallina a todos cuantos escucharon los acordes iniciales de un disco con un principio, una parte central y un final irrepetibles: “Thunder Road”, “Born To Run” y “Jungleland”. Treinta años después la sensación permanece inalterable.  

¿Qué pasó para que en ningún otro disco como éste se conjugase la épica y la pasión? No hay más que tratar de imaginarse la escena del rock en 1974, cuando Bruce Springsteen empezó a escribir y grabar el álbum que significaría su conversión de aspirante a uno de los nombres sagrados del rock. Elvis había despuntado tan sólo unos 18 años antes y Janis Joplin, Jim Morrison, Jimi Hendrix y The Beatles habían fallecido o se habían desintegrado unos cuatro años antes. Bob Dylan ya llevaba un largo período en esto y, a la edad de 33 años, parecía que su momento había pasado. El peso de la historia de la música pop era algo con lo que se podía jugar y, con tanto territorio aún virgen, los grupos se sentían obligados a ver adónde podía dirigirse el rock. 

En este entorno, Springsteen todavía contaba 24 años y aún lo tenía todo por delante. Como adolescente, se le había considerado el nuevo Dylan y había grabado dos discos sin demasiada repercusión, así que todavía no era una estrella. Tenía talento y ambición a partes iguales, pero lo que le pondría por encima de los demás sería su visión. Springsteen creía como nadie más en el poder y las posibilidades del rock, lo que le condujo a lugares que pueden parecer extraños a los que han crecido con la MTV y todo lo que el punk simbolizó. Su planteamiento ingenuo, pero inspirado, tuvo su más pura expresión en Born to Run, que ahora se reedita con la excusa del 30 Aniversario, en una caja que incluye dos DVDs extra: un documental y un concierto.

Born to Run es un disco singular, incluso dentro del canon Springsteen. Su mundo es el de un hiperrealismo romántico e imposible, donde lo mundano se convierte fácilmente en algo fantástico, y donde todo ocurre en cada una de sus líneas. A través de ellas, recorremos el Jersey de los primeros 70, la extraña sensación de una época que se ha ido, algo que concuerda con la descripción de Springsteen en la canción que le da título: “El parque de atracciones se alza rígido y desafiante. Los chicos se amontonan en una nube en la playa”. Podría tratarse de un par de adolescentes aburridos sentados en un parque perdiendo su tiempo, pero con la imaginería de Springsteen y un saxo que se mete hasta el tuétano, se transforma en esplendor cinematográfico.

La siguiente frase incrementa esa sensación: “Esta noche quiero morir contigo en las calles, Wendy, en un beso eterno”. De la forma en que lo cantaba en 1974, no aparentaba ser un diario confesional, sino expresionismo desquiciado, Kerouac con una botella de vino rojo en el estómago. Mientras todo el mundo se dejaba llevar sentado frente a una televisión, Springsteen veía una ópera en el asfalto y un ballet que se representaba en los callejones.

También reconoce que quiere saber si el amor es salvaje y real, pero la realidad no es un concepto de mucha ayuda en el contexto de este disco. Puede que Born to Run sea una obra maestra, pero sólo en sus propios términos. Springsteen aún no sabía mucho de las relaciones de pareja, pero tenía un instinto para el drama, y sus historias se basaban más en el argumento y las circunstancias que en las personalidades. 

 

Casi todas las canciones hablaban de la imagen mitológica central en la era del rock’n’roll, las ideas de escape y abandono. Sin embargo, era el drama lo que contaba; las historias de Springsteen no tenían nada de nuevo, aunque nadie las había contado antes mejor o había logrado que importasen más. Su historia, ya familiar, representaba más de la mitad de su poder: la promesa y el reto de la noche; el atractivo de la carretera; la búsqueda de una oportunidad que vale la pena tomar y el precio que se ha de pagar; las fronteras de la ciudad como la última y permanente frontera… 

Lo que era nuevo era la majestuosidad que Springsteen y su banda le daban a la historia. Su voz, sus palabras y la música  convertían los sueños y los fracasos que dos generaciones anteriores habían dejado atrás en algo épico que había empezado cuando el coche saltó por el precipicio en Rebelde sin causa. Uno siente que todo lo que en algún momento importó, todo lo que había que decir, está en este disco, presentado con una determinación que parecía haberse desvanecido años atrás. Los conflictos aquí relatados hablan del hombre contra su entorno social. Más adelante, una vez que Springsteen encontró su lugar en la sociedad, el conflicto pasaría a ser el del hombre contra sí mismo. 

Sus auténticas dimensiones se extienden ahora como nunca al sonido, mejorado ampliamente en esta reedición, con la primera remasterización que sufre el disco desde que se editó por primera vez en disco compacto. La épica de las mini-óperas de Phil Spector convive con una voz que nunca volvería a sonar tan poderosa y fuerte, con el añadido de un eco que parece ir un segundo por detrás de la melodía para darle mayor profundidad. 

En cuanto a los extras de esta edición, el primer DVD contiene el debut de 1975 de Bruce Springsteen en Londres, en el Hammersmith Odeon, toda una revelación. El concierto arranca con el piano y la armónica de “Thunder Road”, una escasa luz enfocando sólo a Springsteen en un escenario oscuro y Roy Bittan tocando por alguna parte detrás de él. Cuando el resto de la banda se les une, se desatan los elementos, convirtiéndose en una representación teatral, dramática y emocionante. De esta forma, se convierte en uno de los trabajos esenciales de la discografía de Springsteen. 

Wings for Wheels, el documental sobre cómo se grabó el disco, revela abundante información sobre los aspectos técnicos del disco, con demostraciones de cómo las canciones fueron evolucionando con el tiempo. Escuchar cada una de las partes separadas de la densa “Born To Run” -la guitarra acústica o el saxofón aislados, por ejemplo-, es como un curso intensivo sobre cómo mezclar las canciones. También contiene los comentarios de su autor sobre qué significa cada canción y cómo las compuso. Su propia definición se puede tomar como el mejor epílogo: “Born To Run fue el disco en el que dejé atrás mis definiciones adolescentes del amor y la libertad, marcando la línea divisoria con el resto de mi obra”.

Xavier Valiño

ULTRASONICA ARTÍCULOS 2006 BOB DYLAN NO DIRECTION HOME

ULTRASONICA ARTÍCULOS 2006 BOB DYLAN NO DIRECTION HOME

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ARTÍCULOS 2006


El enigma de Robert Zimmerman

 

Bob Dylan: No Direction Home (DVD Sony)

 

 

 Una de las cualidades más reseñables de Bob Dylan es su habilidad para mantener el enigma esencial de sí mismo. Puede participar en películas intrascendentes, editar largos libros de memorias, incluso prestar su imagen y canciones a un estúpido anuncio de ropa interior y, a pesar de ello, mantener intocable el misterio de qué fue lo que hizo que un chaval inquieto llamado Robert Zimmerman se convirtiera en el icono apodado Bob Dylan. Si Martin Scorsese tuvo en algún momento la intención de llegar al fondo con su documental de tres horas y media No Direction Home, está claro que no lo consiguió, pero eso no hace que esta película comercializada en DVD sea menos que extraordinaria y necesaria.

 

Centrada en los años históricos que le llevaron de tocar en bandas de rock’n’roll de Minnesota a finales de los 50 a su accidente de moto en 1966 -sea cierto tal percance o sólo una excusa que se inventó para desaparecer durante un tiempo-, No Direction Home incluye una buena cantidad de material de archivo. De entre lo recogido, destaca una larga y franca entrevista en cuatro jornadas con el propio Dylan (conducida por su colaborador de muchos años Jeff Rosen) y otras con muchos de los que lo conocieron entonces, como Allen Ginsberg, quien reconoce que lloró tras escuchar por primera vez “A Hard Rain’s A-Gonna Fall” al descubrir que el testigo acababa de pasar a otra generación distinta a la suya.

 

Lo más destacable es que, a pesar de que Martin Scorsese se encontró con todo el material rodado cuando saltó al proyecto, éste ha convertido la película en un film propio con muchos puntos en común con el resto de su trayectoria. Como Uno de los nuestros, Toro salvaje o El aviador, se trata de una historia sobre cómo los tiempos conforman a determinadas personas y cómo éstas se echan atrás en algún momento, al menos durante un tiempo.

 

 

En más de una ocasión, Dylan sugiere que, aunque viene de una pequeña localidad llamada Hibbing, en Minnesota, aquel lugar no era su hogar, sino que se trataba de una localización en la que su cuerpo se había instalado temporalmente a la espera de alcanzar la mayoría de edad para volar. Consecuentemente con ello, Scorsese pone su énfasis en el potencial americano de reinventarse y la tristeza que puede sobrevenir cuando se logra. Rehaciéndose a sí mismo como un seguidor de Woody Guthrie, después como el producto más interesante de la escena folk de Nueva York y, más tarde, como un visionario rebelde del blues-rock y del estilo que llamarían americana -que aún estaba por inventarse-, Dylan contentaba y confundía a sus admiradores a partes iguales.

 

En la parte central del film, uno de los entrevistados articula la mística central de Dylan de la forma más sencilla posible, pero con las palabras más apropiadas: “Mientras está en el escenario, de alguna forma nos transporta con sus canciones diciéndonos que sabe algo que nosotros no sabemos”. Es la forma más llana de describir la razón de la fascinación por Dylan, del mito entre el resto de los mortales, del hombre tan atrapado en la persona que se ha creado con sus textos crípticos y su apariencia que incluso un director como Martin Scorsese sólo puede arañar la superficie de un ser extraño que parece contener el secreto más grande del mundo en su música. Da igual que lo cuente todo, porque sigue pareciendo que hay algo que se nos escapa, que no sabemos; es decir, la misma sensación que dejaba el primer volumen de sus Crónicas editado el año pasado.

 

El conflicto central de Don’t Look Back se traduce en conocer cómo se pasó en seis años de ser considerado un profeta a un paria, cómo llegó al punto de que sus fans pagasen por una entrada simplemente para abuchearlo. En la compleja narrativa por la que opta Scorsese, este aspecto se muestra hacia atrás al tiempo, mientras que los primeros años de Dylan se muestran en sentido cronológico, hacia delante. Una vez que las dicromáticas imágenes de Dylan se unen en el punto medio, conseguimos atisbar una imagen clara del enigma de Dylan: por qué sus fans se sintieron traicionados mientras a él no le importaba en absoluto lo que pudieran pensar, y cómo esa apatía sólo realimentaba la admiración hacia él.

 

 

Para confirmarlo, Scorsese vuelve una y otra vez a lo que D.A. Pennebaker rodó durante la gira británica de 1966 (que conformaría la película Don’t Look Back de aquel año), aquella serie de conciertos en los que los fans le gritaban “Judas” y “Traidor” cuando aparecía con sus músicos en formación eléctrica, los mismos que luego se convertirían en The Band. Fuera del teatro de Newcastle, donde aquella polémica actuación se vio por primera vez, los seguidores británicos de Dylan expresan el sentimiento de traición que sienten porque, según ellos, Dylan ha abandonado la tópica canción protesta, sin saber que esperaban a un Dylan que ya había desaparecido.

 

No Direction Home no desprecia totalmente ese sentimiento de pérdida. El título (Sin dirección o, también, Sin un hogar) no está ahí por accidente, ni tampoco lo están los lazos de unión entre la transformación de Dylan desde el activismo político, la muerte de Kennedy y el colapso del optimismo norteamericano que creía que una canción cantada con la suficiente fuerza y durante bastante tiempo podía cambiar el mundo.

 

La admiración de Scorsese por la música de Dylan era evidente antes de rodar esta película, pero nunca llega a desprenderse de la idea de que el éxito de Dylan trajo sus consecuencias. Mientras interpreta canciones de dudas, desilusiones, desengaños y distintas clases de confusión a todo volumen, Dylan parece sobrecogido y fuera de sí en las imágenes de 1966, en especial una interpretación a medias con Johnny Cash de “I’m So Lonesome I Could Cry”, aunque en ningún momento se mencionan las drogas (ni, tampoco, curiosamente, a su primera mujer Sarah, la madre de sus cinco hijos).

 

Parece que si todavía no había perdido su alma como otros personajes de otros films de Scorsese, al menos iba encaminado en esa dirección. Por supuesto, no era el único que se sentía así entonces; simplemente se dedicaba a construir su banda sonora. Si No Direction Home prueba algo, es que el Dylan ‘auténtico’ probablemente nunca aparecerá o, de hecho, puede que incluso no haya existido.

 

Xavier Valiño

ULTRASONICA ARTÍCULOS 2006 BELLE AND SEBASTIAN

ULTRASONICA ARTÍCULOS 2006 BELLE AND SEBASTIAN

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ARTÍCULOS 2006


BELLE AND SEBASTIAN  Los Cuatrocientos Golpes

   Asomaron la cabeza desde su buhardilla de Glasgow como un capricho para minorías selectas a mediados de los 90 y, al poco, se convirtieron en la más relevante banda del pop británico. Tras seis álbumes, y siendo ya unos clásicos en vida, echamos la mirada al pasado y presente de Belle and Sebastian.

  “Llámame profeta si quieres, no es ningún secreto / Tú sabes que el mundo está hecho para los hombres / No para nosotros”(“We rule the school”)

 

    El débil. La música siempre guarda un lugar privilegiado para los débiles. Muchos de los seguidores del pop integran, en ese sentido, una gran masa de desamparados sentimentales buscando balones de oxígeno y guiños de complicidad entre melodías y estribillos, enterneciéndose cuando surge uno de estos trovadores modernos capaz de diseccionar con toda precisión sus sensaciones, insertándolas en una bella composición. El raro, el incomprendido, el confundido y afligido que, de pronto, haya así una canción con quien compartir su soledad, sus sueños, sus penas y euforias privadas, y abrazarse a ella como si fuera lo único que quedase en este mundo en el que, no solo nadie lo entiende sino que, aparentemente, nadie dedicaría un minuto de su tiempo a entenderlo.

 

    Es normal por tanto, que los recovecos del indie más sensible de la pasada década se estremecieran con la aparición de “If You´re Feeling Sinister”, un frágil tratado de pop que giraba en círculos sobre la angustia vital juvenil con una conmovedora cercanía. Con él los escoceses Belle And Sebastián se daban a conocer y, entremezclando misterio, boca a boca y amor a primera vista, llegaron y calaron en la fibra sensible colectiva de esos poperos ilustrados de piel fina y permeable, siempre más vulnerables de lo que debieran, resignados que esperan cada día un gris autobús que les llevará al mismo sitio del que quieren escapar y que saben que su vida vara aún en los traumas adolescentes, sin más solución a la vista que suspirar… y luego flotar en un universo paralelo en el que suena Nick Drake, mientras se suceden las páginas de Dylan Thomas. Pero la cosa no se quedó ahí, la bola creció, un infinito dominó de fans cayó ficha tras ficha para que aquella formación semidesconocida y sus historias de bolsillo adquirieron unas dimensiones y unas adhesiones que superaban incluso al propio grupo. Éstos, abrumados en su amateurismo universitario, apenas ofrecían conciertos y jugaban al escondite con la prensa, alimentando su aureola de grupo especial de un modo radicalmente opuesto a como nos tenían acostumbrados los narcisos de una era brit que ya agonizaba.

 

    El día que mi compañero de piso de aquel entonces, un fan de grupos como Limp Bizkit, Placebo u Ocean Colour Scene, me pidió sus discos para grabar, me di cuenta de que definitivamente habían trascendido: Belle And Sebastian eran la mejor banda de pop del mundo. O no, quién sabe, pero en aquel entonces a no pocos nos gustaba pensar lo contrario.

 

 

AQUELLOS AÑOS DE INCONSCIENCIA

 

    En muchos casos la inconsciencia es la clave de la magia. No hay nada como crear por el puro placer de crear, sin detenerse en más consideraciones, para que en caso de cuajar el resultado se vea envuelto de ese algo -llamémosle encanto, llamémosle autenticidad- que nunca poseerán los productos pasados por la cadena industrial con el objetivo de vender. Me sobrevolaba esa idea cuando relataba en esta publicación las andanzas iniciales de Galaxie 500 y retorna ahora, envolvente, cuando pruebo a meterme en la piel de los Belle And Sebastián de mediados de los 90.

 

    Stuart David (bajo), Stevie Jackson (guitarra), Chris Geddes (piano y teclados), Richard Colburn (batería) Sarah Martin (voces y violín), Isobel Campbell (chelo y voces) y Mick Cooke (trompetista que colabora intermitentemente y que formará ya parte del grupo desde 1998) eran unos estudiantes escoceses de veintipocos años comandados por Stuart Murdoch (guitarra y voces), un brillante compositor obsesionado con Felt, aficionado a escribir relatos y comprimirlos en forma de bellas canciones pop. Tras participar en un curso de “negocio musical” para músicos desocupados en el Stow College’s de Glasgow, su ciudad, surge en los primeros meses de 1996 la oportunidad de poder grabar un disco en el sello creado por dicha institución. La tirada será de 1000 ejemplares en vinilo y su difusión apenas sobrepasará las fronteras de su localidad. “Tigermilk” (Electric Honey, 1996), el disco en cuestión, pasó lógicamente desapercibido para el gran público, pero varios sellos se percataron del diamante que descansaba en su interior, mientras que durante los años siguientes la última generación de cintas vírgenes se hartó de pulsar el record de su pletina y franquear sobres acolchados, para trasmitir el secreto de un elepé que se iba revalorizando en auténtica joya de coleccionista a medida que el grupo iba creciendo.

 

 

 

    Hubo que esperar hasta 1999 para la escucha “legal” de “Tigermilk”, llegando cronológicamente como un tercer álbum. Anteriormente ya todos, o casi todos, habían caído a los pies de una banda que, con el citado elepé “If You´re Feeling Sinister” y el puñado de singles editados durante 1997 y 1998, firmó una de las más admirables colecciones de canciones de los 90. Un compendio de delicadeza y preciosismo que sustentaba ese romántico juego de luces y sombras de lo cotidiano, el “ordinary” británico, que en la pluma de Stuart Murdoch alcanzó unos niveles de refinamiento asombroso. Para ello empleó una base pop con ligero devaneo folk que, inicialmente, gravitaba sobre el Bob Dylan electroacústico del periodo 64/66, suavizando su angulosa dicción con la tersura de Donovan y Nick Drake. A su vez, se embellecía con el barroquismo de Love, poseía aún parte del rastro Velvet Undeground de sus inicios y se dejaba contagiar del indie ochenteno de bandas como la troupe de Sarah Records o The Go-Betweens. La tan mencionada influencia de los Smiths (más que endeble en lo musical, afirmaría uno) siempre tuvo más que ver en su condición de “grupo para inadaptados”, si bien la banda de Stuart Murdoch oxigenaba su discurso a base de humor y ternura, frente a aquel Morrissey que no dejaba de ajustar cuentas con el mundo y pintarle nuevas capas de negro a su relación con él.

 

 

 

    “If You´re Feeling Sinister” (Jeepster, 1996) es un elepé que trascurre, con ligeras variaciones, de inicio a fin por ese clima sonoro descrito. Desde el soberbio y arrebatador arranque de la turbadora “The stars of track and field” a esa pieza final de folk, adornada de trompetas y trote de guitarras velvetianas, titulada “Judy and the dream of horses” se suceden dentro de una misma gama cromática un arsenal de formidables canciones, que hablan como una poética voz interior del peso de los remordimientos y la ligereza de los fantasmas, de no saber tomar una decisión y de mirar atrás temeroso, de construir un mundo a medida y usarlo como punto de fuga, de probar nuevas cosas y también de no querer probar ninguna más. Y si en momentos como ese delicioso himno looser titulado “Get me away from here I´m dying”, su protagonista pide que “Oh, llévame lejos que aquí que me muero / tócame un canción que me libere”, luego en la metafórica “The fox in the snow” pregunta: “Chica en la nieve, ¿a dónde vas? / ¿a buscar a alguien que lo haga? / ¿a contarle a alguien la verdad antes de que te mate?” para, finalmente, en “The boy done wrong again” terminar por confesar,  en lo que bien podría ser la síntesis emotiva del disco, que “Todo lo que quería era cantar las canciones más tristes / y si alguien las cantase conmigo seré feliz”. Pronto todas ellas serían escritas, con la mejor de las caligrafías, en multitud de carpetas estudiantiles.

 

    En los ep´s mencionados, sin embargo, el cuadro musical del grupo va más allá en su registro. El primero de ellos, “Dog On Wheels” (Jeepster, 1997) recoge unas maquetas previas a la formación del grupo, entre las cuales se incluye una primitiva versión de “The state I am in” (regrabada, como veremos luego, en “Tigermilk”) junto a varias piezas completamente abducidas por el espíritu de Love. Mayor relevancia adquiere “Lazy Line Painter Jane” (Jeepster, 1997), cuyo tema titular, de obvias reminiscencias sixties (con ese poderoso “levantamiento” de teclados y precisas guitarras serpenteantes tan típicas de Booker T & Mg´s), cuenta con la intervención de la cantante de gospel Mónica Queer. “You made me forget my dreams” es, por su parte, una incitación –a bombo, piano y pandereta velvetianos- a relamerse las heridas en la eterna diatriba entre lo que parecía amor y finalmente solo fue sexo, mientras que “A century of Elvis” cobija un relato interpretado en spoken word sobre la base de la exquisita melodía de regusto ochenteno de “A century of fakers”, incluida ya en su siguiente ep, “3…6…9 Seconds Of Light” (Jeepster, 1997).

 

    “3…6…9 Seconds Of Light”, para muchos el mejor de los ep de esta etapa, cuenta con uno de los emblemas de Belle And Sebastian, la trepidante “Le pastie de la bourgeoisie”, todo un manifiesto de autosuficiencia nerd entre cuyas líneas se cuelan las lecturas juveniles de Judy Blume, se apela al espíritu de “El Guardián Entre El centeno” y, cómo no, Jack Kerouak termina por marcar el camino de esa huida de la mediocridad. La acompañan “Beautiful” y “Put the book back on the shelf”, ambas en la línea temática y musical de “If You´re Feeling Sinister”. Cerrará esta secuencia de ep´s en úlitmo lugar “This Is Just A Modern Rock Song” (Jeepster, 1998), cajón de la bellísima “I know where the summer goes” y del debut de Isobel como vocalista en “The gate”.

 

    Nadie que fuera fan de Belle And Sebastian se conformaba sólo con sus álbumes. Como ocurriera con los Stone Roses, Suede o los eternamente referenciados Smiths, sus ep´s contenían auténticos tesoros que no podían quedar apartados y se esfumaban en cuestión de segundos de las cubetas de las tiendas de discos. No quedaba la menor duda: Belle And Sebastian eran un grupo muy especial.

 

 

DEMOCRACIA ENVUELTA DE  FILTROS VERDES

 

  

 

    Citábamos antes los lazos “espirituales” que unían a Belle And Sebastián con The Smiths, pero la conexión se muestra harto evidente también en lo concerniente al diseño de sus trabajos. Como sucedía con aquéllos, se trata de fotografías con composiciones iconográficas de enorme simbolismo, pasadas por un filtro de color y manteniendo una cierta unidad artística. Si en el primero de ellos, “Tigermilk”, una chica amamantaba a su peluche de Winnie The Pooh (Tiger, el miedica) en una enternecedora fotografía y, en “If You´re Feeling Sinister”, otra meditaba con gesto angustiado y “El Proceso” de Kafka sobre la almohada, en su siguiente álbum “The Boy With The Arab Strap” (Jeepster, 1998) se riza el rizo. Los guiños serán a tres bandas: con el grupo Arab Strap, con The Smiths y su clásico tema “The boy with the torn to his hide” y, finalmente, con la polémica película “San Sebastián” de Derek Jarman y su clásica imagen del susodicho santo atravesado por un lanza.

 

    El “disco verde” supone el fin del monopolio compositivo de Stuart Murdoch, que delega funciones en sus compañeros, otorgando así una mayor variedad al disco. Isobel Campbell se destapa adorable con la celestial “Is it wicked not to care?” en  cuyo clip, rodado en el onírico b/n de Jean Cocteau, muestra su devoción por la figura de Jean Seberg. Por su parte, Stuart David realiza su particular genuflexión hacia el clásico “The gift” de The Velvet Underground, y en “A space boy dream” dispone su recitado sobre una espectacular tour de force rítmica guiada por la brújula blaxplotation. Stevie Jackson, por último, relata la vida y milagros de “Seymour Stein”, el fundador de Sire Records en una pieza colmada de delicadeza. Además, ese corazoncito mod que (casi) todo indie británico guarda en su interior sale a relucir con la majestuosa y radiante “Dirty dream number two” de filiación nothernsoulera. También asombran tirándose a la galaxia del space-pop colando a Claudine Longet por la vía Neu!-Stereolab en “Sleep the clock around”, mientras que con la homónima “The boy with the arab strap” trasladan esa misma estructura cuasi-monotrik en un in crescendo que no rompe jamás (eso sí, perfectamente enterrada dentro su clasicismo) a ese lugar donde se funden melancolía, euforia disimulada e indescifrable nostalgia. Es decir, puro Belle And Sebastian

 

    Con una popularidad en constante aumento (ya habitan en el top-20 de ventas y obtienen en los Brit Awards el premio a la “mejor banda revelación”), Belle And Sebastián no pueden seguir en la liga amateur y, pese a que Stuart siga escurriéndosele a la prensa, su profesionalización será inminente. En esta tesitura llega en 1999 la esperadísima reedición por parte de Jeepster de “Tigermilk”, su soberbio disco de debut considerado por muchos como el álbum más logrado del grupo. En él muestran el lado más eléctrico, en ese punto donde colisionan el Nueva York de Bob Dylan y el de Lou Reed y del que salen chispeantes maravillas como “You´re just a baby” o “I could be dreaming”. Y también sus mejores letras, las más agresivas e intimas. Por ejemplo, la segunda de éstas habla del maltrato: “¿El es el imbécil que te ha estado pegando sin dejarte salir? / nunca he hecho esta clase de cosas/ pero si ahora le mato ¿quién le va a echar de menos?”. Pero quizá las palabras más comprometidas llegan con la despechada, aunque aparentemente plácida, “Mary Jo”, dedicada a Mary Jo Kenny (la chica de la portada y antigua pareja de Stuart), a quien le dedica, como si de un “Like a rolling stone” particular se tratase, líneas como “Porque la vida nunca es triste en tus sueños / una penosa historia de acción /y los hombres que dejaste por mujeres / y los hombres que dejaste por intrigas / y los hombres que dejaste por muertos”. Si a todo ello le añadimos los coros de Isobel Campbell (su siguiente novia), pues ya se harán una idea del efecto de todo este particular salsa rosa indie.

 

   “Expectations”, con cierto aire skiffle, traza uno de esos grises relatos costumbristas de working class en los que Stuart se mueve como pez en al agua (“quieres trabajar en un C&A porque es lo que esperan / un traslado a moda de mujeres y meterle mano a Joe en el almacen”) y “I don´t love anymore” se reboza en la autosuficiencia sentimental al más puro estilo Holden Claudfield (“No, no quiero a nadie / quizá a mi hermana, quizá a mi hermanito pequeño también / si hay algo que aprendí cuando todavía era un niño es a buscarme un escondite / sí, si hay algo que aprendí cuando era un niño es a estar solo”). Sorprenden, de modo especial, con esa bizarra composición de electrónica analógica de textura retro, “Electronic renaissance” (que, irónica, dice “tú irás a las discotecas y yo escucharé a Funkadelic / chico, es el camino a seguir”), y enternecen hasta el corazón más rocoso con la hermosísima “We rule the school”. Esta última supone, a mi juicio, uno de los cinco mejores temas de su carrera, así como de los que mejor recoge ese espíritu que viaja constantemente, en fintas mentales, a la infancia para encontrar esa época en la que todo era aún posible y explicarlo “todo”. Apostaría que fue compuesta tras ver “Los Cuatrocientos Golpes” de Francois Truffaut.

 

    Fuera de ese bucle temporal el grupo seguía con su trayectoria y su nuevo álbum contará con un atípico ep previo: “Legal Man” (Jeepster, 2000). Bajo una cubierta que imita los diseños del clásico sello Kent, así como el cine de espías británico de los 60, su interior guarda una auténtica bomba. Belle And Sebastián de nuevo tensan el arco y lanzan la flecha directamente al centro de la diana mod con ese auténtico rompepistas que es el tema titular y que aventura una total sumersión retro del grupo. Ese single además, servía de despedida a Stuart David, responsable de “Winter wooksie” y que, en adelante,  se centrará en su proyecto Looper.

 

 

 

    Recibido con desigual entusiasmo llega su cuarto elepé “Fold Your Hands Child, You Walk Like A Peasant” (Jeepster, 2000) el sucesor natural de “The Boy With The Arab Strap” que continúa el proceso por él iniciado de “aperturismo” y democratización (a los “miembros compositores” se unirá ahora Sarah Martin, debutante con la estupenda “Waiting for the moon to rise”). Sin embargo, “Fold Your Hands…” deja claro que, más allá de alguna atrevida asociación pasada (“Electronic renaissance”, “Sleep the clock around”, etc…), Belle And Sebastian habían echado raíces lejos de esas ensaladeras generacionales tan típicas de los 90 (Beck, Stereolab, Super Furry Animals, etc…) que, en su modo lúdico de asociar sin límite estéticas musicales contrapuestas, epataban con hallazgos que revestían de novedad cosas que, quizá, no lo eran tanto. Los escoceses, sin embargo, apelaban a un refinadísimo neoclasicismo, fluido y de embriagador aroma atemporal, que entrelazaba estilos clásicos que en su momento, apenas tuvieron contacto (ciertamente pocos transitaban, en su día, de las Supremes a la Velvet Underground y de ahí a los Byrds del country rock), pero que hoy, en perspectiva, denotan una inusitada armonía. En ese sentido, Belle & Sebastián tenían mucho más que ver con Tindersticks, The Divine Comedy o Lambchop.

 

    Concretizando ya dentro del disco en cuya portada aparecen las dos componentes del grupo islandés múm, lo cierto es que, si bien con un nivel inferior a su predecesor, el abanico se abre en nuevas formas con óptimos resultados. “Don´t leave the light on baby”, por ejemplo, sigue tirando del hilo de la música negra y su sensualidad nos lleva a sus pasajes orquestados inequívocamente setenteros, “The wrong girl” cabalga de la mano de Steve Jackson por los bucles del country-pop hasta un lujoso paisaje de cuerdas y la nocturna “Beyond the sunrise” muestra la particular devoción de Isobel por Lee Hazlewood, envolviendo de tenue psicodelia sus resonancias folk y gravedad crooner. También sorprenden detalles instrumentales como ese clavicordio que aparece en “The model” o la mencionada “Waiting for the moon to rise” y que los conecta con Left Banke. Mientras tanto, “I fought in a war” responde al molde clásico del sonido “belleandsebastianano”, “Family tree” se desliza por ese encanto soft de una Isobel abducida nuevamente por la dicción difuminada de Claudine Longet,  “Women´s realm” podría ser la hermana pobre de “Dirty dream number two” y “The chalet lines” continúa esa desolada lírica-a-piano de “The fox in the snow” con un desgarrador relato sobre una mujer violada que se escapa a Londres sin denunciarlo para olvidarlo, guiada por esa pluma social de Stuart.

 

 

 

      Los ep´s “Johnathan David” y “I´m Waking Up To Us”, como siempre para Jeepster, serán sus movimientos editoriales de 2001. El primero de ellos, en su tema titular inserta, dentro de ese arrebatador trazado melódico que de nuevo  emplea el pincel barroco de Left Banke, un triángulo amoroso resuelto con ingenio (“Yo sé que a ti te gusta ella / bien, a mí también me gusta / sé que a ella le gustas tú/ no es como si me enviasen a una guerra/ hay peores cosas en el mundo”), mientras que con “The loneliness of a middle distance runner” homenajean a Tony Richards, uno de los paradigmas de ese free cinema británico que tanta influencia ha tenido en Stuart Murdoch. En “I´m waking up to us”, por su parte, supone el enésimo tributo a Arthur Lee acompañada de un par de cortes, “I love my car” y “Marx and Engles”, perfectamente olvidables. Se debe señalar que toda esta producción en ep comprendida entre 1997 a 2001 se condensaría, años después, en el lujoso doble cd “Push Barman To Open Old Wounds” (Jeepster, 2005).

 

 

AUSENCIAS QUE SE NOTAN MÁS QUE PRESENCIAS

 

 

 

      Tras la edición de la b.s.o. “Strorytelling” (Jeepster, 2002), realizada por encargo para el film homónimo del irreverente Todd Solondz (estrenada en España bajo el título “Cosas Que No Se Olvidan”) se produce una noticia clave en el devenir del grupo: Isobel Campbell abandona Belle And Sebastian. Muchos lo presentimos cuando en la histórica comparecencia de los escoceses en el Fib 2001, se podía observar como habitaba en su burbuja particular, al margen de la histeria colectiva allí vivida de la que el grupo se contagió, rompiendo cualquier estereotipo de apocamiento. Todos menos una Isobel que miraba al infinito, descolocada con su cara de niña resabida y luciendo un vestido estampado con el rostro del Dylan del 66, todo un icono de la rebeldía y del no ceder ante los deseos del público. ¿Se había alterado todo aquello demasiado como para apearse?. Isobel argumentó la falta de tiempo para compaginar el grupo y sus proyectos pero, a la vista de la evolución posterior de ambas trayectorias, da la impresión de que la fractura venía por lo artístico.

 

      Del mismo modo que, por ejemplo, lo eran Brian Jones en los Rolling Stones, Kim Deal en los Pixies o Brian Gregory en The Cramps, en el caso de Isobel estamos ante una de esas figuras que, más allá de sus aportaciones en lo puramente musical, otorgaba a la banda un espíritu y un carisma insustituible, sin las cuales el todo obviamente se iba a resentir. Con su salida, como se podrá comprobar en los siguientes trabajos, se volatilizó mucha de esa intangible fascinación que ejercía el grupo en los fans. El afrancesamiento, esa característica cinefilia de la nouvelle vague y la “ñoñería” que muchos de sus detractores echaban en cara se perdió en apenas un soplo de aire. Si se fijan, nunca más aparecerá un vocablo francés en las letras de Belle And Sebastian. ¿Pura coincidencia?. Mucho nos tememos que no.

 

         La baja de Isobel no fue el único cambio. El grupo rompe unilateralmente con su casa de toda la vida, Jeepster, y pasa a engrosar las filas del célebre sello Rough Trade. Asimismo Tony Doogan, otra de sus señas de identidad, es sorprendentemente sustituido por Trevor Horn (un productor de corte mainstream famoso por sus trabajos para Buggles, T.a.t.u., Seal o Tina Turner) y, para más inri, se pliegan al mercado y rompen con esa regla no escrita de no publicar singles de temas incluidos en el álbum. Así la saltarina y prescindible melodía de “I´m a cuckoo” ejercerá de primera ficha de la nueva etapa del grupo. El single en concreto parece un mensaje sin ira a Isobel Campbell en una de esas despedidas entre amantes tomadas con una sonrisa: “romper es triste /veo un desierto para ti y para mí/ interrumpido por la filosofía / y la esperanza de lo que podría haber sido”.

 

 

 

        Lo cierto es que “Dear Catastrophe Waitress” (Rought Trade-Sinamon, 2003) presenta un nuevo grupo. Si bien conservan la capacidad de producir bonitas canciones con un fondo de armario referencial cada vez más amplio, con este trabajo Belle And Sebastian pierden la pegada sentimental que los hizo célebres. Agradan, pero ya no conmueven; siguen gozando de un amplio número seguidores, pero ya pocos los defienden como su grupo favorito; y mientras su estilo inicial es continuado por otros (generalmente con escasa fortuna), ellos entregan un disco en el que, con acierto, el adjetivo “luminoso” se repite crítica a crítica con diferentes grados de entusiasmo. Se trata de una apuesta decidida por un pop brillante, seducido por el rebuscado mimo sixtie de bandas como Beach Boys o The Zombies y cuyo sofisticado tratamiento sonoro no logran disimular el palpable bajón de inspiración.

 

Llama la atención que uno de los mejores momentos venga dentro de la estupenda “Lord Anthony”, dueña del desolado regusto de antaño que gira, de nuevo, en torno a los días de colegio ( “el profesor no tiene control / así que los chicos se revolucionarán / y tú te quedarás callado o morirás” ). Se trata de una pieza antigua, desechada en su momento, modificada con una leve capa de maquillaje country, cuerdas y unos deliciosos coros de Sarah que acarician con ese tacto tan familiar la fibra sensible del fan. Luego, aparte de los cortes que encajan en esa línea de pop recargado y epatante (como la desternillante “Step into my office, baby” analizando las pulsiones sexuales en las oficinas o la titular “Dear catastrophe waitress”, inspirada en una camarera enfadada que Stuart conoció en el 95), el grupo se pasea agradable por el soft-funk en “If she wants me”, recuerda al primer Dylan en la miniatura acústica “Piazza, New York cather” (dedicada al jugador de beisbol Mike Piazza, a quien Stuart pregunta directamente “¿eres hetero o gay?”) o apelan al Bowie más artificioso de “Scary Monsters” en “Stay loose”. Por último, temas como las notables “Asleep on a sunbeam” y “Wrapped up in books” conectan con lo último que venía haciendo el grupo antes del gran cambio.

 

  

       

            Llegamos finalmente, tras dos años de silencio, al recién editado y continuista “The Life Pursuit” (Rough Trade-Sinamon, 2006). La mano de Tony Hoffer (Beck, Supergrass) recoge ahora el testigo de Horn en labores de producción y ya, desde “Act of the apostle part 1”, se constata que el sonido de brillante y molduras pulidas será el predominante. “Another sunny day”, el siguiente corte, con ese pop directo y de guitarras ágiles homenajeando a la homónima banda de Sarah Records, genera efectos similares a lo que fue “Imitation of life” en Rem cuando editó “Reveal”, es decir: que el oyente tenga la sensación de que estamos ante la mejor canción del grupo en años. Debería ser, sin duda, el single que continuase ese exultante “Funny little frog” en el que un Stuart, impotentemente enamorado, se muestra incapaz de encerrar su omnipresente amor dentro de una metáfora: “Eres el cuadro de  mi pared / eres mi visión en el recibidor /  eres la única a la que hablo  cuando vuelvo del trabajo / tú eres my chica y aún no lo sabes”.

 

No obstante, el nivel descenderá sensiblemente en la torpe inmersión al glam-rock de “The blues are still blue” y se precipitará completamente, tanto en la plomiza pieza final “Mornington crescent” como ese “White collar boy” que barniza de electro el pop sesentero en technicolor de su anterior disco. Equilibra la balanza “Sukie in the graveyard” que, a poco que arruguemos las voces y ennegrezcamos las guitarras, podría pasar por un tema de Paul Weller; “Song for sunshine” que nos traslada al más esplendoroso y sintetizado Steve Wonder; y, también, la sorprendente “Act of the apostle part 2”, que arranca con aroma swing y termina siendo la atmosférica continuación del tema que abre el disco. Un trabajo recomendable que, resumiendo, posiblemente supere a su inmediato predecesor pero, como era de prever, habita lejos, muy lejos, de los (ahora sí que lo podemos decir) los irrepetibles días de gloria. 

 

      Y es que me recuerda mi novia, al enseñarle un borrador de estas líneas, que cuando me conoció Belle And Sebastian eran mi grupo de pop favorito, que lo decía constantemente, que incluso cruzamos la Península para verlos en el Fib del 2001, en aquel concierto en el que poco más y nos sale el corazón del pecho. Retorna entonces a mi cabeza, tras pasar tres semanas buceando por su discografía y todos los recuerdos adheridos a ella, aquel momento a finales de los 90 en el que, apocado por el apocalíptico anuncio del fin de la juventud y tirando habitualmente de contrastadas series medias, ya me empezaba a creer eso de “que ya no se hacen disco como los de antes”. Y aparecieron ellos, inyectando las últimas energías para una post-adolescencia en la que las emociones se iban atenuando en esa gama de grises -sin arrebato, sin efervescencia, sin estridencias, en la que parece que no pasa nada, pero pasan tantas cosas- que estos muchachos reflejaron y musicaron mejor que nadie. 

 

      ¿El último gran grupo de pop?. Uy, uy, uy…

 

 

(Nota: quisiera agradecer su valiosísima ayuda en la elaboración de este artículo a Guille y Kurique, mis eternos compañeros de www.feedback-zine.com)

 

Javier Becerra (Artículo publicado originalmente en Ruta 66, nº 225)

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ARTÍCULOS 2006


Anuario del Pop Independiente

 

 

         Pues aquí está. Se trata del Anuario del Pop Independiente 2005. Tan sencilla era la idea, que parece mentira que a nadie se le haya ocurrido antes. Bien es cierto que también hay que tener iniciativa, y eso es, precisamente, lo que no le falta al responsable del portal popmadrid.com, Luis Alonso-Lasheras.

 

         También conviene destacar que casi todo lo que recoge esta publicación se pudo leer antes en el portal citado, pero seguro que nadie, salvo su responsable, se ha pasado los últimos doce meses colgado de ese -u otro- portal. Además, siempre se agradece tener a mano un libro al que acudir para repasar o recordar qué fue lo que pasó en un año cualquiera en el ámbito de la música independiente. Y decimos un año cualquiera, sí, sin equivocaciones, porque hay pretensión de darle una continuidad en los próximos años.

 

Bueno, al  grano. El libro se compone de una selección de las noticias más representativas de cada mes, hasta un total de 200; un buen montón de discos analizados en profundidad, 65 en total, seleccionando uno estatal y uno internacional por cada mes; entrevistas a artistas que en aquel momento estuvieron de actualidad, contabilizando 22 encuentros con solistas o grupos destacados como Mercromina, Cooper, La Habitación Roja, Jet Lag, Quique González, Deluxe, The Go-Betweens, Santi Campos, Clem Snide, Cycle, The Posies, Nosoträsh, Echo & the Bunnymen, Marlango, Steve Wynn, José Ignacio Lapido, Nada Surf, Lori Meyers, Paul Collins, Sidonie, Carrots y José María Granados; una selección de 10 maquetas escogidas de entre las llegadas a su redacción, con el correspondiente contacto con los grupos; y, por último, una selección de lo mejor del 2005 según la opinión de distintos críticos musicales.

 

Al precio de 10 euros, y de venta en tiendas de discos, librerías especializadas y el propio portal, el Anuario del Pop Independiente aspira, en palabras de su responsable, “a perdurar en el tiempo y convertirse en una referencia para el mundo de profesionales y aficionados a la música”. Veremos si realmente existe público independiente interesado y la respuesta popular se lo permite.

 

          Más información: www.anuariopop.com

 

Xavier Valiño

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