Si hablamos de un músico que acapara portadas como las de la revista de Swiss Air, se tiñe el pelo y trabaja con un horario británico para dejarlo a la hora del té, podríamos pensar en Tom Jones o Paul McCartney. Pero, por difícil que parezca, todas las condiciones las cumple Nick Cave, quien es ya toda una referencia alejada de sus salvajes inicios. Sin embargo, su música y su reputación mantienen cuando menos el mismo respeto y admiración.
Con Grinderman hinchó el pecho con oxígeno fresco, dejó que las guitarras lacerantes tomaran las riendas, soltó las bridas y se rodeó de una pandilla de adultos barbudos para hacer el cafre (casi los mismos Bad Seeds). Tras dos discos desbocados, tocaba la versión intimista, así que para ello convocó de nuevo a los Bad Seeds, ya sin Mick Harvey pero con Barry Adamson de vuelta.
A veces sin batería, con la instrumentación contenida, Cave retoma la senda de sus discos introspectivos aunque intensos, oscuros pero igualmente exigentes, como The Boatman’s Call o Nocturama. Siempre es más complicado crear ambientes poderosos y emociones profundas siendo sutil, pero Nick Cave lo consigue ejemplarmente en temas como “Jubilee Street” o “Higgs Boson Blues”, esta vez sin despeinarse desde su oficina de Hove.
