MATTHEW SWEET 2007

MATTHEW SWEET, la bestia alterada

Suelo distinguir entre dos tipos de discos que me gustan: por un lado, los que simplemente “están bien”, esos que resultan agradables de oír cuando estás en un bar o mientras haces otras cosas en casa. No es música difícil de encontrar hoy en día, con la gran cantidad de grupos de todos los pelajes que pululan en sellos de todo tipo. Lo realmente complicado es dar con el segundo tipo, esa clase de discos que te atrapan de una manera irremediable, que solamente se pueden escuchar poniendo los cinco sentidos y sin que nada ni nadie distraiga tu atención; esos que te acompañarán, aunque sea con intervalos, a lo largo de muchos años; esos que, tal como se están poniendo los precios en este mercado, realmente te devuelven con intereses el dinero invertido. Cuanto más tiempo llevas escuchando música, más difícil resulta que algo te enganche de verdad. No es fácil que algo te golpee con la intensidad de los primeros discos, los que te metieron un veneno en el cuerpo a prueba de antídotos. Quizá sea una sensación imposible de recuperar. Sin embargo, de vez en cuando se encuentra algo que te hace revivirla, aunque sólo sea como un reflejo de algunos falsees que te cegaron para toda la vida.

¿A cuento de que viene todo este rollo? Pues la culpa la tienen los discos de Matthew Sweet, un tipo del que no se absolutamente nada, pero que últimamente no sale de mi habitación. Debe de haber un sexto sentido que te ayuda a saber si debes fiarte o no de un desconocido. En este caso, la verdad es que el chaval estaba muy bien acompañado, era difícil que con aquellos amigos la cosa no funcionara. Nada menos que alternaba con Richard Lloyd (Televisión) y Robert Quine (Lou Reed, Richard Hell), doble garantía de que las guitarras iban a ser soberbias. Además, la portada también ayudaba lo suyo, con esa preciosa foto de Tuesday Weld que daba pleno sentido al título del disco, “Girlfriend”. Un par de dudas y ¡zas!, el sexto sentido que te empuja y ya tienes al nuevo inquilino en casa. Nada de que preocuparse, dos o tres repasos y el disco en cuestión pasa a ocupar el sitio reservado a los que no te abandonan así como así.

A primera vista podría pasar por uno más en la legión de cantautores americanos de guitarra en bandolera y autocompasivas canciones de amor, pero en “Girlfriend” latía un poderoso corazón pop que tan pronto bombeaba los luminosos estribillos de “I’ve been waiting”, “I wanted to tell you” o “Looking at the sun”, como enhebraba, sin ayuda de nadie, orfebrerías vocales que parecían desterradas de la música actual. Pocas veces un título como “Your sweet voice” da a entender tan a las claras lo que ofrece la canción. Además el caparazón que envolvía a las canciones distaba mucho de ser “clásico”. Richard Lloyd arañaba las cuerdas con saña, y aunque solamente disponías de tres canciones para lucirse la hubiera bastado el solo de “Divine intervention” para que su reputación siguiera aumentando unos cuantos enteros más. El resto del LP es cosa de Robert Quine, y si Richard Lloyd lo bordaba, el ex-mano derecha de Richard Hell no se quedaba atrás. Da igual que sean canciones suaves o correosas, acústicas o eléctricas, el tipo este toca de todo y como los ángeles. O como el mismísimo demonio, porque en un abrir y cerrar de ojos puede pasar de sutil a brutal, de elegante a paranoico, tan pronto arpegia suavemente como hace saltar todo por los aires. Hay que oír lo que hace con los tres acordes básicos en canciones como “Does she talk?” para creerlo.

Unas gotitas de country a lo Neil Young y la precisa y transparente producción de Fred Maher, que también se ocupa de las baquetas en la mayoría de las canciones, redondean uno de esos discos deliciosamente amargos que algunos echamos tan en falta de un tiempo a esta parte.

Bueno, no es del todo cierto que no sepa absolutamente nada de nuestro amigo. No sabía nada cuando “Girlfriend” cayó en mis manos, pero a partir de ese momento empezaron a aparecer pequeñas pistas que mostraban el sendero a seguir. Tocó el bajo en disco y directo con Lloyd Cole (que rasgueaba la guitarra en dicho disco, y con el que incluso recaló en España); produjo a los recomendables Velvet Crush, cuyo líder Rick Menck también banquetea en “Girlfriend” y con Lloyd Cole (¡esto ya parece una pequeña mafia!); tuvo una especie de dúo con Chris Stamey años atrás y ya había sacado dos discos antes del que primero conocimos aquí.

A pesar de disfrutar de cierto éxito en los USA, se habla de medio millón de discos vendidos, aquí pasa bastante desapercibido. La atención que recibe “Girlfriend” no va más allá del par de críticas de rigor en esas dos revistas que todos sabéis, de las que resulta especialmente atinada la de David S. Mordoh en “Rockdelux”, y cuando escribo esto, tres meses después de aparecer su continuación, aún no he visto ni una línea sobre él.

Naturalmente, cuando apareció “Altered Beast” no me lo pensé demasiado, aunque siempre temo que cuando un disco me gusta tanto como lo había hecho “Girlfriend” el siguiente pueda decepcionarme. Ni muchísimo menos. Es más, a pesar de que los que compartimos esta debilidad por Matthew Sweet no acabamos de ponernos de acuerdo, creo que “Altered Beast” es mucho más definitivo que su predecesor. Aquí se deja de contemplaciones y va directamente al grano. La producción es espesa, aparecen guitarras por todas partes, casi desaparecen las acústicas y todo suena mucho más agrio. Algo se le ha debido torcer durante este tiempo, su “girlfriend” ha tenido que hacerle algo porque sus letras rozan la paranoia en más de una ocasión y parecen las resentidas invectivas de un amante herido. Las hay de todos los colores y ropajes: envueltas en alambradas eléctricas a lo Neil Young & Crazy Horse en “Falling”, “In too deep” o la amenazante “Knowing people”, en las que Richard Lloyd sube el listón todavía más; a lo Dylan en “What do you know” o simplemente a lo Matthew Sweet en la espeluznante “Someone to pull the trigger”.

Fred Maher ya no produce pero aún baquetea en alguna canción, y la mayoría del disco se la vuelve a merendar Robert Quine, pero la lista de invitados es increíble: por la batería pasan, además de Rick Menck, Jody Stephens de Big Star, Pete Thomas de los Attractions y Mick Fleetwood (sí, el de ese grupo que estás pensando); en las teclas nada menos que Nicky Hopkins, compañero de los Stones en el “Exile On Main Street”; Byron Berlline, veterano de mil batallas del country y del bluegrass (Gram Parsons, Country Gazette), levanta el vuelo con su violín en “The ugly truth”. Pero sobre todo hay que agradecer a Matthew Sweet la recuperación de Ivan Julian, el compañero de Robert quine en los Voidoids de Richard Hell, que le acompañó en la gira del ’92 y que aquí suelta un par de solos preciosos y sorprendentemente dulces, sobre todo el de “Life without you”, uno de los pocos remansos de paz emocional del disco.

Las noticias sobre Mr. Sweet siguen llegando mientras estoy a punto de rematar estas líneas. Finalmente hemos podido hacernos con una entrevista aparecida en “Bucketfull Of Brains” (amablemente cedida por Fernando “Shangri-La”  Gegúndez) en la que se repasa la historia de nuestro hombre. Y resulta que ya grabó su primer disco en 1984 bajo el nombre de “Buzz Of Delight” durante la época en la que vivía en Athens, adonde llegó desde su natal Nebraska para estudiar. Su primer disco en solitario salió en 1986. Se llama “Inside” (CBS) y cuando lo conseguí supuso toda una decepción. Pop electrónico insulso con todos los tics de principios de los ochenta que ni siquiera saca partido a invitados como Chris Stamey o John McGeoch ni al gran desfile de productores. El siguiente, “Earth” (A&M) tardaría tres años en aparecer. No lo he oído pero ya hacen acto de presencia Lloyd y Quine, así que imagino que la cosa mejoraría. De los ya he largado bastante, así que vamos a la entrevista.

–   Me metí muy tarde en el asunto de la música. Muchos chavales recuerdan que sus padres tenían todos aquellos discos de blues. Pues bien, yo no tuve nada de eso.

–   ¡Una infancia de privaciones!

–   (Risas) ¡Hasta el año pasado no tuve un puto disco de blues! No sabía lo que era. Tocaba en grupos con gente mayor que yo y empezaban “toca un blues”, y yo “¿qué es eso?”. Cuando tocaba con los Golden Palominos ¡Antón Fier no se lo creía! Cuando empezaba no me interesaban las raíces de a música. Sólo quería ser exóticamente nuevo y no parecerme a nada de lo que había. Después de un tiempo me di cuenta de que cualquier cosa que hacía se parecía a otra que ya había sido hecha antes, pero que yo simplemente no conocía. La gente me decía “suena como si te gustara tal o cual grupo”. Por ejemplo cuando estaba con “Buzz Of Delight”. El primer disco se parece mucho a “Pet Sounds”, muchos vientos y cuerdas, y pequeñas melodías orquestadas al revés y todo eso. Me decían “nos gusta mucho tu producción a lo Brian Wilson”, y yo respondía “vale, pero ¿quién es Brian Wilson?”. Así que me pasaron el disco y me deprimió completamente.

–   Cuando ahora te dicen algo así, ¿compruebas si es cierto?

–   No es que antes lo hiciera mucho, pero durante estos años siempre había alguien que me mandaba material para escuchar… No soy un fanático de la música, no compro montones de discos y los escucho a todas horas. No hay muchas cosas que me gusten.

–   ¿Buscabas una canción de éxito en la época de “Inside”?

–   En realidad no. Era bastante ingenuo con eso. No me decían que fabricara éxitos. Creo que la compañía pensaba que mi música ya iba originalmente por ese lado. No tenía a la compañía detrás diciéndome “tienes que tener hits, venderte y hacer una gran producción”.

–   Pero no había nada que vender, “Buzz Of Delight” no iban a ninguna parte…

–   Exactamente. De alguna manera he ido degenerando a lo largo de los años, siendo cada vez menos comercial, lo que en parte me ha hecho más comercial. Mis discos están cada vez menos producidos y son más crudos y reles, porque me di cuenta de que era lo que me gustaba. Cuando empezaba no sabía nada, tenía 19 ó 20 años. Pasé de estar solo en mi habitación componiendo canciones estúpidas y no atreverme a tocárselas a nadie a tener un contrato discográfico. Así que me llevó mucho tiempo encontrar un campo en el que me sintiera a gusto de verdad. Eso es lo realmente diferente de “Girlfriend”, cuando lo acabamos casi sentía que podía arriesgarme a decir “sé que esto es mejor y que le va a gustar a alguien”, algo que nunca había dicho con los otros. Siempre hice lo que quise, pero eso no significaba que estuviera satisfecho.

–   ¿Así que crees que “Girlfriend” es muchísimo mejor que “Earth”?

–   Hay quien dice que prefiere “Earth”. Si coges las canciones de “Earth” y las grabas como en “Girlfriend” sonarían bastante parecidos los dos.

–   ¿Dónde crees que está la diferencia?

–   Simplemente en el sonido. Quizás en que era más viejo, más cínico… ¡ya llevaba ocho novias! Puede que eso lo hiciera mejor. Pero si hoy escucho “Girlfriend”… creo que ahora soy más cínico que entonces.

–   “Buzz Of Delight” estaba mucho más orientado a los teclados.

–   Estaba enloqueciendo musicalmente y buscando todos los sonidos nuevos que podía. Era un tiempo muy experimental. Pero la forma en que hice aquel disco con CBS fue el mejor entrenamiento en productores y estudios que pude haber tenido, porque lo hice de todas las maneras posibles. Todo tipo de mesas de mezclas, todo tipo de productores,, de los más comerciales a los más artísticos…

–   Tus discos suenan progresivamente más guitarreros.

–   Sí, y probablemente así seguirá la cosa.

Carlos Rego

(Aunque como se indica en el texto la entrevista no fue realizada por Carlos Rego, se ha incluido para mantener la integridad del artículo publicado en el nº9 de 18 Rodas)

 

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