MARTÍN BUSCAGLIA: Temporada de conejos

MARTÍN BUSCAGLIA: Temporada de conejos (Lovemonk)

 

 

 

Como su vecino (de país) Kevin Johansen, a Martín Buscaglia le gusta jugar con la música. Él es un gracioso querubín daltónico y juguetón que viene correteando alegremente por los campos. Ya era tiempo de un nuevo disco, el quinto ya. Lo que no sabíamos era que iba a llegar en temporada de conejos austral. ¡Qué importa! Sea jaguar, sea puma, ruja o muja, le damos la bienvenida.

 

Martín sigue con su deriva hacia latitudes afroamericanas, con su devoción por los ritmos perfectos de los Meters, por la expresión contemporánea del funk de Nino Moschella, por los calypsos fuera de onda de Robert Mitchum junto a la tradición de sus ídolos y amigos locales como Rada, Spinetta, Arnaldo Antunes o Juana Molina.

 

Hace unos años, cuando terminó de dar vida a El Evangelio según mi Jardinero (Lovemonk 2006), Martín decidió desaparecer por un tiempo. Tanto es así que borró su huella digital. Mutiló día a día su web y su blog hasta que volvió a esos días en los que, como un pescador, te levantas sin nada y te acuestas sin nada. Apretó el botón de reset para renovarse y quizá para brotar con más fuerza. El resultado es un firme paso adelante.

 

Temporada de Conejos ahonda en la senda emprendida por El Evangelio. Un paso más allá en el camino de Martín por desprenderse de los manierismos estilísticos de la canción de autor latinoamericana y buscar su propia voz en otras latitudes más universales. Candombe y funk, juguetes descacharrados, lo-fi, tropicalismo, blues y reggaetón se trenzan con su poesía surrealista y poliédrica. Es un disco de contrastes, sin duda. De cumbres y valles donde descabezar una siesta. De tambores y ukeleles asilvestrados. Encontramos también coros de niños y monstruos bonachones que salpican el disco y nos llevan a paisajes fabulosos que antes no existían.

 

Partimos del irresistible candombe funk vacilón de “Jaula de Motos” o el más sudoroso y loco “No vamos a parar” nunca para luego bajar por praderas verdes y soleadas como en “Extraña calabaza”. Nos perdemos por madrigueras con vistas al mar como “Diablo débil” o vislumbramos apetecibles caminos por recorrer en “Oda a mi bicicleta”.

 

Podemos pararnos a beber y bailar en raíces afrocubanas y caribeñas o, incluso, darnos el gustazo de un chapuzón bluesero sin tapujos a ritmo de bombo con un Kiko Veneno absolutamente en forma en el “Blues del carrito”. En los valles mansos del disco encontramos tesoros y recompensas: “Altas horas” y “Cortémonos la cara” son Buscaglia en estado puro, hasta que por fin nos quedamos flotando sobre la espuma de un delicado himno-nana que suena a extraña despedida de año en “Ése será tu collar”.

 

Martín viene del sur del sur. De un país, Uruguay, donde once aguerridos futbolistas le ganaron un mundial a Brasil en Brasil. Hecho insoslayable cuyo carácter y ADN rezuma por los cuatro costados de Buscaglia y le imprime ese carácter que hoy brota también en Alcorcón. El disco es sincero y honesto. Es juguetón, marciano y clásico a la vez. Más hondo que largo. Es raro. ¿Quién si no se raparía la cabellera y se dibujaría un conejo en el pecho con ella?

 

 

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