MARK LANEGAN LIVE

Mark Lanegan en concierto

 


 

Últimamente, al escuchar al Mark Lanegan de Blues Funeral me viene a la cabeza PJ Harvey. Aunque ambos traen el blues hasta el siglo XXI, más que por su sonido la asimilación viene por su personalidad, tan fuerte que lo determina todo. Y en concierto esa impresión se ratifica.

 

Conociéndole, está claro que no va a pasearse de un lado al otro del escenario y que, probablemente, tampoco haga nada que llame la atención. Por eso no sorprende una puesta en escena sobria, llevada a sus últimas consecuencias: cinco músicos y una iluminación estática durante hora y media predominantemente roja, rota por tan solo un halo azul central. Con esa disposición, solo el guitarrista se mueve un par de pasos de su posición, con Mark Lanegan como el más hierático de todos, pegado al micro sin salirse nunca de su medio metro cuadrado.

 

Las canciones son, en fin, lo que todo lo sustenta. No hay concesiones (a menos que consideremos la versión de “Crawlspace” de Screaming Trees como algo así, porque la de Leaving Trains, “Creeping Coastline of Lights”, sí que no lo es), no hay fuegos de artificio, nada que distraiga de una homilía cargada de magnetismo y de tensión constantemente, una tensión que parece no crecer ni tan siquiera menguar, latente y mantenida en todo momento.

 

 

Solo una vez, a la vuelta para los bises, abre la boca Mark Lanegan para dar las gracias. La otra, como es de recibo, para presentar a sus músicos, con la misma aparente pasión que pone en su oficio un enterrador (ahí está “The Gravedigger’s Song” para abrir el concierto). A su derecha un guitarrista que luce desde la sombra, incluso cuando recuerda al The Edge de U2 (¡oh, anatema!) en “Harborview Hospital”. Detrás, una sección rítmica sólida como una roca, el elemento que más lo emparenta con su pasado de los 90 con su grupo de Seattle.

 

Y a la izquierda el multiinstrumentista que determina la deriva que va a llevar cada canción: si coge la acústica, nos retrotrae a Whiskey for the Holy Ghost en “Pendulum”; si deja el teclado por una segunda guitarra eléctrica, entonces nos paseamos por Bubblegum en “Methamphetamine Blues” o enlazamos con la versión más salvaje de la banda en “Riot in My House”; si lanza bases pregrabadas desde su ordenador, la sala se convierte en una disco oscura con “Ode to Sad Disco”; y si lanza notas incendiarias desde el teclado, entonces vienen a la cabeza los más peligrosos Primal Scream en “Quiver Syndrome”, que se lleva la mayor ovación de la noche.

 

Imponiéndose sobre todo ello, el carisma y la grave, gravísima voz de Mark Lanegan, la intensidad de unas canciones sufridas para ser escuchadas con atención, para entrar y vivir en ellas, para sentirlas en la epidermis más que para disfrutar con ellas desde el escenario.

 

(Sala Capitol, Santiago, 28-3-2012. Público: Casi lleno. Promotor: Sweet Nocturna. Ciclo: Compostela Rock)

 

(Fotos: Xosé Luis Novo)

 

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