LILY ALLEN 2009

Lily Allen, la fiera de mi niña

 

Sensación del pop. Voz de su generación. Diseñadora de moda. Activista política. Atrevida y lista blogera respondona. Experta sexual calificada X. Borracha desplomada. Antagonista. Reina del MySpace. Exhibicionista. Prima dona. Icono de estilo. Novia famosa. Hija famosa. Hermana famosa. Presa de los paparazzi. Promotora de fiestas. Princesa.

 

A Lily Allen le han llamado todas esas cosas y muchas, muchas más, a veces justificadamente, otras sin razón. Es pija, es ordinaria, es sexy, es recatada, es directa, es sensible, es descarada, es amada, está angustiada, y muchas veces todo eso en la misma velada. Luego se va a la cama, se levanta y desayuna. Luego cuelga su desayuno en Internet. Más tarde, otra gente analiza su desayuno. Y se pregunta por qué ha colgado su desayuno en Internet.

 

Para nada ha sido todo coser y cantar. El contragolpe, cuando llegó tras el éxito de su primer disco, fue feroz. Allen, junto a un selecto grupo de mujeres jóvenes famosas a ambos lados del  Atlántico ha sido, con frecuencia y en cierto modo de forma histérica, puesta en la picota en la prensa amarilla por su, supuestamente percibido, mal comportamiento. Ha tenido peleas con otras estrellas pop. Su relación con los paparazzi podría describirse educadamente como tirante. Su vida privada se ha convertido en pública. Mientras, una serie de traumas personales amenazan ocasionalmente con abrumarla.

 

“Estaba preparada para eso porque la gente decía, ‘¿Estás listas para el contragolpe?’”, cuenta Allen. “Aun así, seguía resultando irritante y confuso. A veces era simplemente como una descarga de odio. Ahora, si salgo y tomo una copa, soy una vergüenza, y si no lo hago, soy aburrida. Ése es el contragolpe, la reacción antagónica. Pero no hay nada que yo pueda hacer al respecto. No te dan la opción de convertirte en famosa o no. Creo que hay gente que se confunde con eso”.

 

 

Todo eso ha llevado a que la gente haya olvidado la razón por la que le gustaba Lily Allen en primera instancia. Pero para recordarlo aquí está su segundo álbum, It’s Not Me, It’s You, que empezó a fraguarse en colaboración con un colaborador en una diminuta casa alquilada en Cotswolds, una zona montañosa en el corazón de Inglaterra, en el otoño de 2007.

 

Tras una semana y media tenían seis canciones y un sonido nuevo había emergido: más oscuro quizás, definitivamente más bailable, claramente más maduro. “La forma en la que trabajamos es con Greg Kurstin y yo sentados juntos al piano”, explica Allen, “y mientras él toca distintos acordes yo digo ‘para’ o ‘empieza’ cuando me gustan. Luego canto encima y pienso en las letras”.

 

“Decidimos e intentamos hacer canciones con un sonido más potente, canciones más etéreas, verdaderas canciones. Yo quería trabajar con una persona de principio a fin para hacer todo el trabajo en conjunto. Quería que transmitiera cierta especie de integridad. Creo que la primera canción que hicimos fue “I Could Say” (“Podría decir”). Ese tema estableció el tono para todo el álbum. Creo que he madurado un poco como persona y espero que eso se refleje en el álbum”.

 

 

Líricamente, en cuanto a las letras, It’s Not Me, It’s You es a la vez una continuación de las preocupaciones de Alright, Still. Los exámenes forenses, conmovedores y a menudo muy divertidos, de las relaciones y la política sexual siguen presentes, pero también se abordan temas con más peso. “Dios está presente en el disco, igual que lo está George Bush y mi familia -aunque no en las mismas canciones que Dios y George Bush-, además de todos los triunfos y tribulaciones de la vida de una mujer joven a finales de la década del 2000 en Gran Bretaña”.

 

“Me resulta difícil escribir canciones sin contenido”, declara Allen. “Trato de escribir cosas que son relevantes para mi vida,  que es totalmente extraña y surrealista, y también que sean universales a la vez. Creo que el disco es probablemente un poco más oscuro, pero no porque yo tenga un punto de vista más oscuro sobre la vida. De hecho, me siento más feliz ahora que cuando publiqué Alright, Still. Cuando estaba escribiendo el primer disco sentía como que estaba realmente luchando contra algo. Quería hacer algo y me parecía que no le interesaba a nadie. Ahora siento que la gente está muy interesada”.

 

A esa gente le interesará saber que It’s Not Me, It’s You puede que sea el único álbum que escucharán en el 2009 que trate temas tan distintos. “Sí, hablo del racismo en “Fuck You” (“Qué te jodan”), de la discriminación por razones de edad (“22”), del lado oscuro de la cultura de los famosos y del consumismo (“The Fear” -“El temor”-), de la dependencia de las drogas (“Everyone’s At It” -“Todo el mundo está en ello”) y el 11-S (“Him” -“Él”-), pero también sobre comidas precocinadas y para llevar (“Chinese” -“Comida china”-), eyaculación precoz (“Not Fair” -“No es justo”-), la eterna tontería de los hombres (“Never Gonna Happen” -“Nunca va a suceder”), además de la belleza frágil de los primeros amores (“Who’d’ve Known” -“Quién lo hubiera sabido”-)”.

 

Llevando la contraria, contradictoria, ocasionalmente maliciosa, siempre convincente, Lily Allen tomó por primera vez el escenario público en julio del 2006, con una canción, un fenómeno totalmente formado que ayudaría a definir aquel verano, la súper-pegadiza “Smile”, su primer single y su primer número uno en el Reino Unido.

 

 

Smile” sirvió como excelente primera obra para Allen, un despreocupado ritmo dinámico, una rebanada de pop perfecto con toques tirando al ska que se distinguía por una voz dulce como el azúcar y unas letras abiertamente autobiográficas. Era una canción de poder femenino cantada por una adolescente de grandes ojos y verbo inteligente, ataviada con un vestido rosa de fiesta de graduación y zapatillas Nike recién estrenadas, maquillaje fluorescente y enormes pendientes de aro.

 

“LDN” fue, si cabe, incluso más insidiosa y distintiva: una falsa-nativa, un texto deletreado, un himno triunfal profano a su ciudad natal en toda su mugrienta gloria. Para cuando llegó la publicación de Alright, Still, su álbum de debut, el estrellato de Allen se había solidificado y cimentado en su persona pública: descarada, sardónica, abrasadoramente sincera, chispeante, puntiaguda y satírica. Algunas de las historias sobre ella eran incluso reales.

 

Lily Allen nació en mayo de 1985 en Hammersmith, al oeste de Londres, hija de una productora de cine, Alison Owen, y de un actor, Keith Allen. Tuvo una infancia poco convencional, pero no exenta de compensaciones, que hizo que Allen se espabilase mucho más de lo que le correspondía por edad y tremendamente motivada para labrarse su propio sitio en el mundo. Se crió en Bloomsbury, Shepherd’s Bush, Primrose Hill e Islington, asistió a 13 colegios distintos en total antes de abandonar su educación formal a los 15 años y embarcarse en una odisea adolescente de inocencia y experiencia: irse de marcha en Ibiza y estudiar para ser una florista, mientras esperaba a introducirse en la industria del entretenimiento.

 

Estuvo llamando a las puertas de las discográficas desde los 16 años, y su primer contrato llegó en 2002, con Warner, que la empujó hacia una inconfortable dirección folky. Sería dos años más tarde cuando Allen empezó a sentirse cómoda como compositora. En el 2005 firmó para  Regal, un sello de Parlophone, y, frustrada por la lenta marcha de la industria discográfica, empezó a subir maquetas a su MySpace. Mientras, una serie de apariciones en directo en un garito de Notting Hill, Yo-Yo, en la primavera del 2006 empezaron a abrir el apetito de prensa y público. Lo demás, ya es historia.

 

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