KLAXONS

Klaxons, manifiesto futurista

 

            Es justo decir que Klaxons responden a muchas expectativas. Sólo poco más de un año después de su existencia los chicos les adoran, se visten como ellos y se vuelven literalmente locos en sus conciertos. Los medios de comunicación se huelen algo muy caliente y están estupefactos ante ellos. Para el consumidor de música y para los adictos a MySpace la loca energía de los tres singles -el último, “Magick”, una frenética apología al ocultista Aleistair Crowley-, se escucha sobresale con creces entre la masa de canciones normales del indie, justo las que componen su debut, Myths Of The Near Future.

 

Para el observador más casual hay mucho de qué hablar sobre la nu-rave, un término que el bajista Jamie Reynolds acuñó hace meses para describir la forma en la que esta banda se refiere a la era en la que la música de baile gobernaba en Inglaterra. Esa es una expresión que, que para una banda de ardientes guitarras, es engañosa y a veces extrañamente apropiada.

 

Jamie Reynolds (26 años)  creció entre los municipios de Bournemouth y Southampton. A la edad de 13 años un grupo le pidió que fuera bajista de su recién formada banda indie, Thermal, y unas cuantas lecciones de bajo más tarde ya estaba taloneando a bandas de la talla de Mansun y Heavy Stereo. Pero el gran salto nunca llegó.

 

“Cuando fuimos a grabar el single del lanzamiento de Thermal, descubrimos que el cantante principal no podía cantar y la banda se disolvió”, asegura Reynolds. “Me sentí destruido por completo y caí en los brazos de las fiestas. Estudié filosofía en la Universidad, pero mi corazón no estaba ahí y lo dejé. Pasé los siguientes ocho años trabajando en tiendas de discos dándole la tabarra a la gente que compraba discos que a mi no me parecían buenos”.

 

Igual que Quentin Tarantino, el chico del vídeo club que soñaba con hacerse grande, Jamie pasó esos años sumergiéndose en la cultura musical y haciendo planes. Las cosas resultaron de forma espectacular cuando se trasladó a Londres y lo echaron del trabajo. “Gasté el dinero de mi despido en un equipo de estudio y me junté con Simon para formar un grupo llamado Klaxons (Not Centaurs), llamado así por un verso de un texto artístico de principios del siglo XX, El Manifiesto Futurista”.

 

Simon Taylor (24 años) creció en Stratford-upon-Avon. Aunque estaba muy imbuido de la música indie, también escuchaba las recopilaciones de Dance Nation e iba a las discotecas de hardcore. “Le pedí a James, que estaba en un curso por debajo de mí en el Instituto, que me enseñara a tocar la guitarra. Después me fui a estudiar Arte en la Universidad de Nottingham. Fue allí donde empecé a seguir los sonidos angulosos de Josef K y los Fire Engines y empecé a pensar, cuando salía a beber por la noche, que debía formar una banda con el novio de una de mis compañeras de piso, un tal Jamie Reynolds”.

 

James Righton (23 años), trabajaba cada verano en los barcos de Stratford-upon-Avon, pero mientras se dedicaba también a la música porque su padre es músico. “Fui al Festival de Reading a los 10 años y vi a Oasis en Knebworth a los 13 años”, asegura. “Me gustaba todo, desde Pantera a Radiohead, pero después de estudiar Historia en la Universidad de Cardiff me marché a Madrid a enseñar Inglés y explorar esos extraños clubes de techno”.

 

A finales de 2005, su antiguo compañero Simon le persuadió para que regresara de “ese año de paréntesis  interminable” y se uniera a los Klaxons. “La química entre los tres fue inmediata”, señalan. Meticulosamente idearon un plan de lo que querían conseguir y grabaron “Gravity’s Rainbow”, un single de ciencia-ficción de punk progresivo, del que publicaron 500 copias con portadas hechas a mano.

 

La cara B era una versión de la olvidada canción rave de 1992 “The Bouncer”, originalmente del grupo Kicks Like A Mule. Jamie dejó caer la expresión nu-rave para describir la ética de los Klaxons y la bola empezó a rodar. Para cuando hicieron su primer concierto, ya estaba claro que la banda era algo especial.

 

“The Bouncer” no es un disco de dance electrónico en absoluto, por descontado, sino que vacila brutalmente con el rock espartano que tiene más en común con Big Black o Fugazi”, dicen. La cosa era que los Klaxons, con su llamativo sentido del vestir, su falta de presunción y su deseo de convertir un concierto en un verdadero momento de frenesí, eran lo que la escena post-Libertines de Londres necesitaba. 

 

Una fiesta al viejo estilo del rave en el gimnasio del colegio, con la localización revelada en el último minuto a través de un mensaje al móvil, selló finalmente la reputación de Klaxons. “Cientos de personas se congregaron allí y bailaron hasta el amanecer sin interrupción policial”, recuerdan. Lo que vino después han sido seis meses frenéticos: giras constantes por Europa y Estados Unidos, la ficticia llamada a las armas de William Burroughs en el segundo single “Atlantis To Interzone”, la aparición en el festival Reading e infinidad de perlas del tipo ‘el próximo gran grupo’ de toda la prensa, desde el NME a The Sun.

Xavier Valiño

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