John Otway, el mayor fracaso del rock and roll

John Otway, el mayor fracaso del rock and roll

 

 

Para aquellos que ya estaban componiendo canciones y grabando a principios de los 70, salir a la luz en plena explosión del punk podría haber significado su desaparición y/o combustión instantánea. No fue así, y ahí están Nick Lowe o Elvis Costello para probarlo. John Otway era otro de ellos, sí, pero para salir adelante había que tener talento y saber cantar, algo de lo que no andaba precisamente sobrado.

 

A Otway no le importó nunca: editó su primer single en 1972 pero no fue hasta cinco años después que tuvo su primer –relativo– éxito, pudiendo por fin dejar su trabajo de barrendero. Se podría pensar que ese sería su único momento de fama, aunque no fue así para nada, ya que Otway pasaría a la historia del rock por algo bien distinto: sufrir un contundente golpe en sus testículos en directo en televisión. A partir de ese momento, podríamos no haber sabido nunca más de él nunca y, aunque no tuvo ningún otro éxito –bueno, sí, uno, pero no tenemos claro de si habría que computarlo o no-, Otway supo sacar rédito de todo ello, pasando a autoproclamarse “El mayor fracaso del rock and roll”. Así que, en lugar de desaparecer, hizo notar su presencia, para bien o para mal. Esta es su alocada historia, la más sorprendente e hilarante de las últimas décadas, con permiso de The KLF.

 

Otway estaba ya grabando sus primeras canciones en 1972. Tras seis singles que habían pasado más que desapercibidos, en 1977 se le presenta su gran oportunidad a los 24 años, al ser invitado a participar en The Old Grey Whistle Test para interpretar su single “Really Free”, una canción suya que acaba de llegar al número 27 de las listas de éxito y que el mismo Elton John ha presentado en el reconocido programa Top of the Pops. Delante de varios millones de espectadores –cuando en el Reino Unido solo había tres canales de televisión, durante su interpretación del tema “Cheryl’s Going Home” de Bob Lind, y en medio de una actuación visceral y casi gimnástica, Otway se sube a su amplificador Marshall, lo tira y cae encima, golpeándose sus testículos con gran estruendo y conmoción.

 

Aun así, Otway consigue reponerse, se arrastra por el suelo y acaba desnudo de la cintura para arriba. Al finalizar su actuación, Otway se acerca a su guitarrista Wild Willy Barrett como para abrazarlo triunfalmente, pero este lo rehúye con una mirada que parece querer decir algo así como “Nunca más volveré a trabajar contigo”, abandonando el escenario cada uno en una dirección opuesta con una visible desorientación de ambos. Desde ese momento, todo el mundo lo recordará por ese accidente casual, convirtiéndose en el punto de partida de una atípica carrera en el mundo del rock en el que este tipo de extraños e impensables momentos serán los habituales, a diferencia de la trayectoria de todos los artistas contemporáneos.

 

Tras ese instante de –una muy particular gloria, Polydor lo ficha por cinco años y le adelanta un millón de libras. Otway se cree realmente que se ha convertido de la noche a la mañana en la estrella del rock que ha anhelado ser desde los nueve años, en el rey del mundo. De su apartamento con una habitación en el extrarradio se muda a uno de los barrios más exclusivos de Londres, convirtiéndose en vecino de Dave Edmunds (Rockpile) o Dave Stewart (Eurythmics). Con su primer cheque, en lugar de llevarlo directamente al banco se acerca al supermercado más cercano para hacer la compra, siendo rehusado. Adquiere un caro automóvil de la marca Bentley sin saber conducir, así que acaba viéndolo más desde su bicicleta al pasar por delante de la puerta de su casa, donde lo tiene aparcado, que utilizándolo. Por si no fueran suficientes elementos indicativos de la enajenación mental provocada por su vertiginoso ascenso al olimpo de la música, deja de ir en metro solo para evitar pasar por el –para él vergonzoso trago de que nadie lo reconozca.

 

 

Con efectivo por primera vez a su disposición, Otway decide emplearlo en grabar una canción con toda una orquesta de cincuenta componentes, a diferencia de sus anteriores intentos de rock guitarrero acelerado que habían contado incluso con la producción de Pete Townshend (The Who). De título “Geneve”, se trata de una canción que podía más bien haber sido grabada por un crooner que tuvo hace mucho tiempo sus mejores años de gloria, editado en medio de la explosión punk y la aparición de la new wave, con lo que se encamina directamente a las cubetas de segunda mano. Si su voz ya pasaba un tanto desapercibida antes en medio del furor eléctrico de las guitarras desatadas, aquí queda perfectamente claro que a Otway le deberían prohibir acercarse a 500 kilómetros de cualquier micrófono. Su propia madre no lo duda, reconociendo en directo en televisión que “Cuando iba a los scouts los jueves por la noche, él gritaba más que cantaba, y acababa siempre sin voz. Ahora afina algo más de lo que lo hacía antes, pero, la verdad, no debería cantar”.

 

“Geneve” marca el principio de su cuesta abajo, la caída inmediatamente posterior a aquello que había sido durante unos segundos un punto álgido en su carrera. Su siguiente single, “Baby’s in the Club” (“El bebé llega al club”) toma su inspiración en, sí, el embarazo de su novia. Nadie se da por aludido y las ventas son nulas, así que Otway empieza a cavilar, junto a su mánager Maurice Bacon, en cómo adquirir notoriedad con su próximo lanzamiento: su single “Frightened and Scared” llegará a las tiendas en versión cantada, camuflando entre sus ejemplares tres copias instrumentales, y aquellos que adquieran uno de esos tres singles contarán con el propio Otway interpretándola en su casa. Tras descubrirse que el primero es un adolescente de Paisley, en Escocia, la BBC decide acompañar a Otway para documentar el acontecimiento y ofrecer el reportaje. El problema es que el Sindicato de Músicos Británico repara en que el single ha sido grabado fuera de las horas estipuladas de trabajo de sus asociados y le exige a Otway que regrabe las pistas instrumentales, con lo que la BBC se desmarca del asunto para evitar cualquier conflicto, así que finalmente su actuación casera no aparece en televisión. La otra interpretación a domicilio prevista, en un internado de Birmingham, no llega a producirse porque la dirección del mismo la prohíbe.

 

En lugar de desanimarse, Otway maquina otra ocurrencia: invitar a sus conciertos a todos los que compren su siguiente single “Green, Green Grass of Home” (“Hierba, hierba verde de casa”). Con ello pretende animar las ventas de la canción, llegar a las listas de éxito, aparecer en Top of the Pops y lanzar definitivamente su carrera. La cuestión es que, como resulta más barato comprar el single que pagar la entrada de sus actuaciones, nadie pasa por caja, así que el cantante y su banda se encuentran sin liquidez para hacer la gira. Para poder culminar adelante su plan, Otway plantea a sus músicos hacer la gira en tiendas de campaña. En la gira, un vehículo los transporta a ellos y a su equipo y el otro acarrea el material de camping. Cada día montan su tienda antes del concierto y luego, a la mañana siguiente, desmontan y empacan. Eso, en medio de las gélidas temperaturas británicas y acompañados habitualmente de lluvia.

 

Todos los sacrificios parecen por fin tener su compensación cuando les informan de que el single despega directamente hacia las listas de éxito y lo siguiente será aparecer en Top of the Pops tras recibir la correspondiente invitación. Sin embargo, justo esa semana el Sindicato de Músicos –otra vez ellos­ se pone de huelga y no se emite el programa. Otway, sin desfallecer, ya está en el siguiente paso, otro single de título “Birthday Boy” (“Chico de cumpleaños”) y que se ofrece para interpretar en un programa infantil de televisión, con la idea de que los niños obliguen a sus padres a comprar su single. El caso es que los pequeños que asisten a su interpretación en el estudio se muestran más asustados que encantados, y eso se contagia también a los que lo ven desconcertados en casa; una vez más, su nuevo intento de éxito se vuelve en su contra.

 

Para su siguiente single, “Headbutts” (“Cabezazos”), Otway se decide a emplear una estrategia en directo que nadie olvidará: golpeará su cabeza contra el micro y acabará sangrando. Así ocurre en sus primeros conciertos de su nueva gira, pero pronto los técnicos de su gira deciden cubrir los micrófonos con cinta adhesiva para evitar que su ocurrencia pase a mayores y el cantante acabe en el hospital. Tampoco los medios de comunicación están por darle muy por la labor de darle cobertura a Otway, especialmente la BBC, teniendo en cuenta que el álbum que acaba de editar en ese año (1982) se titula All Balls and No Willy (Todo cojones y sin polla), algo que los locutores británicos no están precisamente dispuestos a pronunciar en antena.

 

 

Por increíble que parezca, a estas alturas Polydor ha aguantado a la estrella-que-no-lo-fue más de lo que es recomendable para su salud financiera y su reputación. Tal y como la lógica recomienda, Otway es despedido, aunque increíblemente encuentra acomodo poco después en el sello Stiff. Pero el inglés quiere volver a ser una estrella del rock, y sabe que para ello necesita grabar para una multinacional. Su mánager acaba convenciendo a uno de los ejecutivos de W.E.A. al que le adelanta la grabación que han hecho de su nuevo single. Todo parece encaminado con la compañía hasta que Otway se empeña en editar “The New Jerusalem” (“El nuevo Jerusalén”) en plenas Navidades. W.E.A. se niega y Otway decide facturar el single por su cuenta.

 

Un nuevo obstáculo se cruza en su camino: ninguna fábrica se presta a hacer un single con la etiqueta de W.E.A. sin el consentimiento de la discográfica. Es entonces cuando Otway opta por contratacar y manda a fábrica un single con una etiqueta blanca, sin créditos, y, por otro lado, consigue que otra empresa le imprima las etiquetas con los datos del single que pegara una a una con cola adhesiva en las galletas del vinilo. Le entrega una copia a la emisora Capitol, que lo programa, y veinte minutos después los ejecutivos de W.E.A. dan la orden de editarlo solo para no tener que pasar por el descrédito de que alguien lo haga en su lugar ridiculizándolos. Como es de esperar, su estrategia le lleva a cavar su propia tumba, siendo su último lanzamiento con una gran compañía.

 

Cerca ya de los 40 años, siendo consciente de que nunca va a alcanzar su sueño, Otway decide utilizar toda su improbable historia en su favor. Lo primero que hace es documentarlo por escrito en 1990 en su primera autobiografía, Cor Baby, That’s Really Me, subtitulada Rock and Roll’s Greatest Failure (El mayor fracaso del rock’n’roll) todo un tratado de autodesprecio que decide seguir explotando sobre los escenarios. Inicia la década de los 90 con una gira denominada Headbutts and Halibuts, acompañado de un músico que siempre ha estado a su lado, Atila el Corredor de Bolsa, con el que escribe una ópera rock surrealista llamada Cheryl. A estas alturas, Otway va haciéndose con una base de seguidores que lo apoyan a pesar de su limitado talento, conscientes de estar respaldando a una persona obstinada en lograr su objetivo, contra viento y marea. En 1993 consigue reunir a 2.500 entregados fans en un concierto en Londres para celebrar los 2.000 conciertos que ha dado hasta el momento, toda una hazaña.

 

Cinco años después el número llega a los 4.000 seguidores que se congregan para su concierto especial en el Royal Albert Hall, coincidiendo con el lanzamiento de Premature Adulation (Adulación prematura), su primer álbum de material nuevo en más de diez años. Pero Otway no quiere que sea un concierto más, así que se plantea hacerlo con una orquesta sinfónica formada por 50 músicos jóvenes que ensayan durante tres meses unos arreglos que ha compuesto para él un arreglista que trabaja en ello seis meses sin descanso. El problema aparece bien pronto: en los ensayos, Otway es incapaz de seguir el compás, así que, tras todo el largo y arduo trabajo previo, la parte de la orquesta queda reducida al mínimo en su actuación. La segunda parte del ‘histórico’ recital, ya con toda la banda, acaba con Otway entrando en el escenario a lomos de un caballo.

 

En esa década aparece un aliado inesperado, Internet. Sus seguidores se reúnen en un grupo-foro de discusión creado por Ali McLean, que trazan las primeras estrategias de apoyo a un músico que luego copiarían muchos otros. Su primer objetivo consiste en votar masivamente una de sus canciones para que salga elegida entre las mejores letras de la historia del rock en una encuesta de la BBC de 1999. Entre todos logran aupar a “Beware of the Flowers Cause I’m Sure They’re Going to Get You Yeah” (“Ten cuidado con las flores porque estoy seguro de que van a pillarte, sí”) a la séptima posición por detrás de, por ejemplo, John Lennon o The Beatles, y por delante, nada más y nada menos, del futuro premio Nobel de Literatura Bob Dylan.

 

En 2002, Otway le pide a sus seguidores que le ayuden a conseguir su segundo éxito en las listas para celebrar su 50 aniversario. Primero preparan una campaña para elegir entre todos la canción que sería editada en single con este fin. Tras el correspondiente escrutinio oficial realizado por una reputada institución como la Sociedad para la Reforma Electoral, el tema escogido resulta ser “Bunsen Burner” (“El mechero Bunsen”, editado como “The Hit Mix”, “La mezcla de éxito”), una composición con fragmentos de la canción “Disco Inferno” de Trammps y una letra que Otway ha escrito para ayudar a su hija adolescente con los deberes de Química. En la cara B, Otway opta por incluir una versión de “The House of the Rising Sun” que graba en los estudios Abbey Road acompañado en la voz de 900 de sus fans, con el consiguiente dolor de cabeza de los técnicos de los reputados estudios a la hora de conseguir registrar a aquella multitud. Eso sí, cada uno de los participantes es acreditado en los créditos del single.

 

 

Con la idea de llegar a colocar 30.000 copias en las tiendas, se decide editar el single con tres portadas distintas, para que cada fan se haga con varias copias. El problema aparecer a la hora de distribuirlo, ya que se trata de una compañía pequeña sin capacidad para hacer llegar las copias a las tiendas. Sus seguidores prepara una táctica de guerrilla y, vestidos con camisetas alusivas diseñadas para la ocasión, se dirigen a las tiendas de discos en las que se contabilizan los discos vendidos para confeccionar las listas de éxito cada semana exigiéndoles que adquieran copias del single para su venta. La misma noche del lanzamiento, Otway da un concierto en Sheffield, movilizando al final a los asistentes para que todos acudan a la tienda HMV de la ciudad a adquirir las copias que previamente habían llevado. Al día siguiente reserva un tren desde su ciudad natal, Aylesbury, hacia Londres, donde ha convocado a la prensa e, incluso, a una pareja de seguidores que se prometen en el acto delante de las cámaras. Algunos fans lo espera con una camiseta que dice irónicamente: “Me gustaba John Otway cuando era un artista de un solo éxito”.

 

El domingo 6 de octubre, fecha en la que se revelarían los discos más vendidos de la semana, Otway reserva para la celebración el Teatro London Palladium, que de lunes a sábado contaba con la representación de Chitty Chitty Bang Bang. Allí se congregan sus admiradores a celebrar con él su segundo y mayor éxito, ya que finalmente se encarama al número 9 de las listas. Una semana después, y tras aparecer por segunda vez en Top of the Pops, Otway edita el álbum Greatest Hits (Grandes éxitos) porque, ahora sí, según explica, “se trata por fin de ‘éxitos’, en plural”. La campaña de lanzamiento utiliza un lema que señala que el disco incluye el tema “Bunsen Burner”, “la canción que llegó al número 9 sin que tú la hubieras comprado”.

 

Aprovechando ese empujón de sus seguidores, Otway organiza en 2006 una gira alrededor del mundo que haría parada en los grandes escenarios de varios continentes, como la Casa de la Ópera de Sídney o el Carnegie Hall de Nueva York. Reserva un jet privado al que llama Ot Air y pretende cubrir el presupuesto total de 900.000 libras para su gira con la idea de que 300 de sus seguidores pagasen cada uno 3.000 libras. En el momento en que vence la fecha límite marcada para mantener las reservas hechas en los diferente auditorios, Otway y su equipo cancelan el proyecto ya que solo cuentan en ese momento con poco más de 150 inscritos.

 

Ya en 2012, y para darse un nuevo homenaje por su 60 cumpleaños, Otway pone en marcha su propia película, Rock and Roll’s Greatest Failure: Otway the Movie (El fracaso más grande del rock and roll: Otway, la película) sufragada por sus propios fans, quienes aparecen acreditados individualmente en los créditos finales. La cinta hace historia por ser la primera que se proyecta pocas horas después de filmar sus últimas escenas por la mañana en la alfombra roja del Teatro Odeón (convenientemente renombrado Teatro Otway) de Leicester Square en Londres. Al año siguiente, se estrena en el Festival de Cine de Cannes, tras lo que denomina “La marcha de los cientos de Otways”: el cantante y un séquito de 300 seguidores vestidos como él –camisa blanca y pantalón negro– se pasean por la Croisette y la alfombra recubiertos con caretas con su rostro, para acudir a la proyección y, posteriormente, a un banquete en su honor.

 

Hoy Otway tiene un club de moteros seguidores llamado Beware of the Flowers Motorcycle Club (Club de Motos Ten Cuidado con las Flores) y da conferencias de vez en cuando presentado un discurso titulado “Teniendo éxito a partir del fracaso”. Su último disco, titulado Monserrat y registrado en la Isla tropical de Monserrat –la primera vez que alguien grababa allí desde que los Rolling Stones hicieron lo propio con Bridges to Babylon­–, consigue financiarlo gracias a sus fans. Tras la edición de un volumen con las letras de sus canciones, Deep and Meaningless (Profundo y sin sentido), el último capítulo hasta el momento de esta improbable historia es la segunda parte de su autobiografía, I Did It Otway. Regrets I Had a Few (Lo hice a la manera de Ot. Remordimientos he tenido unos cuantos), publicada hace unos meses y en la que, por supuesto, Otway vuelve a recordar lo que nadie olvida: el encuentro de sus testículos con un amplificador hace más de 40 años mientras intentaba llevar a cabo su particular ‘numerito rockero’.

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