ISLAND RECORDS

Island: 50 años marcando la historia del rock

 

 

La historia del sello Island es la historia del rock. Del rock bastardo. Del rock nacido al margen de sus renglones oficiales. Del rock que se movió entre el negro y el blanco, antes de pasarse definitivamente al color -perdiendo parte de su interés con el cambio-. Del rock intuido por uno de sus genios al margen de los focos. Del rock que construyó, en fin, el propio rock.

 

La historia del sello Island es la historia de Chris Blackwell, al menos hasta principios de los 90, cuando lo dejó en otras manos bien crecido y asentado. Es también, por si alguien no lo sabía aún, la historia de Bob Marley, U2, Roxy Music y Bryan Ferry, Jimmy Cliff, Cat Stevens, Steve Winwood y Traffic, Nick Drake, Fairpot Convention, Robert Palmer, The B-52’s, Grace Jones, Free, Lee Perry, Black Uhuru, Tom Waits, PJ Harvey, Portishead, Pulp, Amy Winehouse… Coincidiendo con su 50º aniversario y la edición del recopilatorio Island Life: 50 Years Of Island Records, repasamos su trayectoria.

 

Chris Blackwell nació en 1937 en Jamaica, lo que marcó para siempre su vida y la del sello que fundaría, en una familia con negocios relacionados con el aceite de palmera, los cocos y las bananas. Hijo de un irlandés y de una costarricense de origen sefardí, la familia de su madre venía de judíos españoles que habían marchado a las Indias occidentales en el siglo XV. Cuando sus padres se divorciaron, lo enviaron a un colegio público en Harrow, Inglaterra, aunque tuvo que volver rápidamente a Jamaica sin graduarse cuando comenzaron los problemas económicos de la familia.

 

 

 

Dos episodios marcaron su vida de pequeño, abriéndole los ojos a lo absurdo de los prejuicios hacia la gente de color a su alrededor y sentando las bases para su aprecio por los negros de la isla en la que había nacido. El primero tuvo que ver con sus continuos ataques de asma, que eran tratados con cariño por el personal de color del hospital que visitaba frecuentemente.

 

El segundo fue un extraño accidente que dejó su vida en manos de los hombres más misteriosos, temidos y despreciados de Jamaica, una religión minoritaria en los márgenes de la sociedad, que eran tenidos por criminales y ladrones, tanto por los blancos como por los negros: los rastas. Su barca se quedó sin gasolina y, aunque se salvó de estrellarse contra los arrecifes, acabó en una playa lejos de toda civilización.

 

Tras deambular durante horas entre los pantanos, exhausto y muerto de sed, divisó a lo lejos una cabaña. Un hombre se le acercó y, a pesar del miedo,  le pidió agua. Se lo llevó a su cabaña, le dio de beber y Blackwell cayó dormido. Más tarde despertó en la oscuridad entre seis rastas que estaban leyendo la Biblia. Aquellos ‘forajidos’ le habían salvado la vida. Su percepción de la sociedad también había cambiado.

 

 

 

Blackwell estaba predestinado a llevar la destilería familiar de ron, hasta que un familiar se cargó el negocio. Decidido a no volver a la Universidad en Inglaterra, desempeñó los trabajos más variopintos, entre ellos ayudante del gobernador de la isla o monitor de esquí acuático en el Hotel Half Moon. La banda de jazz que tocaba en el lobby de aquel hotel fue la que atrajo su interés por la música, decidiéndose a grabarles unas sesiones en la capital, Kingston.

 

Como nadie quería editar sus discos, creó su propia etiqueta, Island Records, nombre tomado de la novela de Alec Waugh, Island In The Sun (Isla en el sol), que también daría nombre a un disco de Harry Belafonte y a una película dirigida por Robert Roseen. En pocos meses tenía ya su primer éxito: “In My Bones”, cantado por Laurel Aitken.

 

Con 21 años, Blackwell licenciaba ya sus discos al pequeño sello Starlite en el Reino Unido, al tiempo que viajaba regularmente a Nueva York para proveerse de discos de rhythm & blues de 78 revoluciones que luego vendía a los pinchadiscos en Kingston. Sus negocios le llevaron a conocer un nuevo mundo de inadaptados, gángsteres y canallas. El negocio musical de Jamaica estaba lleno de rastas, quienes, dada su reputación, y al no poder encontrar otros trabajos, se auto empleaban como carpinteros, pescadores o músicos. Blackwell se sentía también como ellos: un inadaptado.

 

 

 

En 1962, con 25 años, Blackwell es contratado por el equipo de producción de la primera película del agente 007, Contra el Dr. No, localizando exteriores como la playa y el volcán que aparecen en la película. Al mismo tiempo, algo se movía en Jamaica a favor de la independencia. Viendo que el color de su piel podría suponer más de un problema, decidió marcharse a Inglaterra con el dinero obtenido por su trabajo en el filme.

 

Pero no lo hizo sólo, sino que decidió llevarse consigo un buen montón de discos de ska, el estilo que empezaba a triunfar en Jamaica con productores como Coxsone Dodd, Leslie King o Duke Reid, distinto a lo que hasta entonces él mismo había grabado. Pensaba que la creciente población jamaicana de Londres, Bristol o Birmingham querría escuchar algo de la música real que se escuchaba en su país de origen, y estaba en lo cierto.

 

Se estableció en Londres con la ayuda de un préstamo de 3000 libras y una casa alquilada a la Iglesia de los Comisionistas Ingleses. Empezó a moverse en un pequeño coche Mini Cooper, vendiendo los singles de 45 revoluciones que importaba por las tiendas de Brixton, Notting Hill, St. Paul’s… Sin descanso, visitaba hasta 14 establecimientos cada día, mientras que su jefe de ventas, el cantante soul jamaicano Jackie Edwards, colocaba aun más producto por otras zonas de Londres.

 

Dos años más tarde sucedería un hecho agridulce que cambiaría el modelo de actuar de Blackwell y que daría paso, sin saberlo, al futuro imperio de Island. Una de sus producciones, el single “My Boy Lollipop”, de Millie, se convirtió en un éxito trasatlántico, despachando más de un millón de copias. Era la primera vez que el mundo se enteraba de la existencia del ska, convirtiéndose en un fenómeno planetario. Como Blackwell decía orgulloso, sólo hubo un grupo que tuvo más prensa aquel año: The Beatles.

 

 

 

Blackwell montó una fiesta de vuelta de Millie a su casa en Jamaica, con una motora que la llevaría desde el aeropuerto a su cabaña familiar en Tivoli. Cuando llegó a su casa, la madre empezó a tratarla como una estrella y no como si fuera su propia hija. Aquello hizo reflexionar a Blackwell, que decidió no arruinar la vida de nadie más, dejar atrás el reggae y centrarse en los artistas blancos, y pasarse de los singles a centrase en los discos de larga duración, construyendo la carrera de sus artistas grabándoles varios discos, aunque tardasen años en ser conocidos y tener éxito.

 

Su primer protegido fue un chaval de 17 años llamado Steve Winwood, que reconoció como un gran talento desde el momento en que lo vio tocando en un pub de Birmingham con su banda Spencer Davis Group en 1965. Cuando Winwood los dejó para formar Traffic en 1967, Blackwell lo respaldó, acompañándolo en su gira por Europa y los Estados Unidos. Aunque todos le preguntaban por qué no se quedaba en la oficina, Blackwell siempre tuvo claro que debía salir a la carretera y conocer las presiones a las que se someten los artistas, algo que le abrió los ojos y siempre recomendó a los responsables de otras compañías.

 

Pronto desarrolló un instinto para reconocer el talento en los lugares más extraños, firmando sólo a artistas en los que creyese personalmente. Sus excéntricos fichajes incluyeron a un renacido Cat Stevens cantando himnos de introspección, un grupete de amigos recién salidos del colegio llamados Free o un extraño grupo de folk-rock con el nombre de un agricultor del siglo XVIII, Jethro Tull. Alguien le dijo que había visto un grupo con un cantante que tocaba la flauta manteniéndose en pie sobre una sola pierna y eso fue suficiente para despertar su interés e ir a verlos con un contrato entre las manos.

 

 

 

Poco a poco, los que no encajaban en otro lado y tenían un modo particular de conseguir lo que querían fueron encontrando en Island el lugar para trabajar persiguiendo esa magia. Por ejemplo, Guy Stevens. El productor empujó al grupo Mott The Hoople a destrozar el estudio durante la grabación del disco Brain Capers en 1972, buscando la chispa que le faltaba a aquellas sesiones. Cuando le llegó la factura, Blackwell, que sufría estas salidas de tono con estoicismo, defendió a Stevens, asegurando que el modus operandi en las calles de Kingston que él había conocido era mucho más extremo.

 

En ese mismo año, otro encuentro cambiaría de nuevo su estrategia. Un Bob Marley en el medio de una desastrosa gira británica, se decidió a visitar a su compatriota y ver qué podía hacer por él. Blackwell, que acababa de sufrir la ‘traición’ de Jimmy Cliff, quien había dejado Island por  EMI recientemente, lo tuvo claro tan pronto lo vio. Supo ver su carisma, su humildad y su extraordinario espíritu, así como su necesidad, y sabía que era algo ‘real’ y que, si conseguía ganarse su confianza, podía intentar vender su música a un público blanco.

 

A pesar de la fama de rebelde e incontrolable de Marley, Blackwell aceptó su petición de grabarle un disco y le dio 4.000 libras, siendo consciente, también, de que probablemente nunca las volvería a ver. Sabía que era la única forma que aquel grupo de rastas tenía de salir del gueto de Trenchtown y que sólo mostrando su confianza se ganaría su respeto. Contra la creencia de todo el mundo, Bob Marley & The Wailers regresaron cuatro meses después con el disco Catch A Fire listo para ser editado.

 

Aquel disco sería el comienzo de la carrera internacional de uno de los símbolos más grandes del siglo XX, de la persona más conocida a nivel internacional surgida del Tercer Mundo: Bob Marley. Sin embargo, todavía tardaría unos años en irse dando a conocer. Blackwell siguió editando sus discos, con la seguridad de que era en los directos donde convencía a todo el mundo: cuantos más conciertos diera, antes sería un éxito. Y tal como lo había previsto, sucedió, rompiendo finalmente con Exodus en 1977.

 

 

 

Con él, el sello Island volvió su vista más decididamente hacia la música jamaicana, editando discos de Black Uhuru, Aswad o Sly & Robbie. Aunque no todos estuvieron de acuerdo con la forma de actuar de Blackwell, especialmente el productor de dub y colaborador de Marley Lee ‘Scratch’ Perry, quien, tras serle rechazada la edición de uno de sus discos, lo acusó de chupar la sangre de los desfavorecidos, asegurando a un periódico, con el consiguiente revuelo internacional, que había visto a Blackwell “beber la sangre de una gallina recién sacrificada en un vaso de ron, ofreciéndole a la modelo Iman un vaso”.

 

El mismo año del éxito de Marley, Island vivió su momento más delicado financieramente. La distribuidora americana de sus discos, RSO, propiedad de Robert Stigwood, decidió centrarse en capitalizar la enorme demanda suscitada de discos de la banda sonora de Fiebre del sábado noche, dejando para mejor ocasión los discos de Island y de otros sellos, guardados en un almacén de Nueva York.

 

Estrangulado el futuro del sello, Blackwell diseñó una ingeniosa operación: ofreció a la rival Warner 25.000 $ por cada disco que distribuyera, a lo que la multinacional no pudo negarse: era dinero gratis de un competidor. De todas formas, el negocio fue para Island, consiguiendo 1 millón $ en ventas sólo en los Estados Unidos al año siguiente.

 

A pesar de la muerte de Marley en 1980, Island ya tenía recambio en el grupo más exitoso del rock para las siguientes décadas: U2. Cuando Blackwell los conoció, aún les faltaba mucho para tener éxito internacionalmente, pero vio en ellos el potencial suficiente, a pesar de hacer un tipo de música que no le gustaba especialmente. Según Blackwell, fue la inteligencia, la pasión y la determinación de Bono lo que le convenció para ficharlos.

 

 

 

Después descubrió que el grupo tenía un fuerte componente religioso en su forma de actuar: perdonando, actuando decentemente, poniendo la otra mejilla, justo como su fe cristiana les requería. Curiosamente, U2 compartía su fe religiosa en común con buena parte del resto de artistas de Island (especialmente los más exitosos): Bob Marley, Jimmy Cliff o Cat Stevens.

 

En 1989, cuando contaba con 52 años, Blackwell vendió Island a Polygram por 350 millones €, ya que “había dejado de ser divertido”. Retuvo, de todas formas, su trabajo como cazatalentos dentro de la compañía, aunque tras diversos encontronazos con los nuevos ejecutivos, lo dejó finalmente en 1997. Hoy Island sigue vendiendo discos y fichando a nuevos artistas, aunque, evidentemente, nada es lo mismo.

 

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