IMELDA MAY 2009

Imelda May, be-bop deluxe

 

Ha nacido una estrella. La cantante y compositora irlandesa Imelda May no tiene hoy nadie que competencia femenina en su fusión de rockabilly, blues y jazz. Si las cosas no se tuercen, Imelda será al rockabilly (o jazz-a-billy, como se prefiera) lo que Amy Winehouse ha representado recientemente para el mundo del soul.  

 

Su álbum de debut, Love Tattoo, acaba de editarse en el sello Blue Thumb/UCJ (distribuido por Universal, como en el caso de Amy Winehouse), que cuenta entre sus otras estrellas a Teddy Thompson y Beth Rowley. Su contrato le llegó después de que Jools Holland la llamara para actuar en su programa Later de la BBC y la invitara a ser la telonera en su gira de verano el año pasado.

 

Pero no han sido los únicos artistas con los que Imelda ha compartido escenario, incluso antes de editar su primer álbum: como no es una recién llegada, durante los últimos años ha actuado junto a la desaparecida Kirsty MacColl, Alison Moyet, Dionne Warwick, Diana Ross, Van Morrison o Scissor Sisters. Las influencias de Billie Holiday, Dinah Washington y la reina del rockabilly, Wanda Jackson, son las que configuran su música.

 

Sus actuaciones, inspiradas por el género burlesque, le reportaron una nominación a la Mejor Cantante Burlesque del 2007, así como la participación estelar como en la película de Hollywood Dark Streets. Además, en el 2008 fue reconocida como Mejor Artista Novel en los premios de los Medios de Comunicación Irlandeses.

 

Pero, ¿cuáles son sus antecedentes? “Me enamoré del rockabilly y el blues con nueve años”, dice May, que por aquel entonces vivía en Dublín. “Era la única de mi clase que no seguía A-Ha y Wet Wet Wet”. A partir de ahí empezó a componer sus propias canciones, logrando una fusión que resulta ser al tiempo clásica y, por extraño que parezca, moderna.

 

 

“Todo se ha desmadrado últimamente”, reconoce, con un acento que 10 años viviendo en Londres no ha conseguido cambiar aún. “Elbow querían que compusiera una canción en su nuevo disco después de aparecer en el programa Later y Dave Gilmour de Pink Floyd, que también me conoció en Later, me dijo que le parecía una sexy de pacotilla, aunque me explicó que lo quería decir en el mejor de los sentidos”, y May parece complacida cuando lo recuerda. “Así que le respondí que él parecía un chulo, pero también en el mejor de los sentidos”.

 

Imelda May era la más joven de cinco hermanos en su familia y, como vivían en una casa de dos habitaciones, no podía evitar la música que sus hermanos mayores escuchaban. Sonaba folk (una de sus hermanas estaba en un grupo folk conectado con la iglesia de su barrio), lo habitual de las listas de éxitos y, también, Elvis Presley. “Mi hermano era un seguidor obsesivo de Elvis, y un buen día encontré en su habitación una casete con Elvis, Eddie Cochran y Gene Vincent. Descubrí que su música era fantástica”.

 

Ya a los cuatro años había descubierto que tenía una voz especial haciendo armonías vocales en el grupo folk de su hermana, así que cuando se cruzó con el rock’n’roll, fue algo natural empezar a cantar. Sus gustos evolucionaron, al igual que su pasión por la moda (“Compré mi primer abrigo de leopardo a los 15 años y los chicos de la pandilla de la esquina no dejaban de mirarme”), y empezó a interesarse por el bluesman Elmore James. “Después escuché a Billie Holiday y me volvió loca. Mi hermano me llevó a una tienda de discos y compré mi primer álbum suyo, y no paré de escucharlo de principio a fin”.

 

Después de un año en la Escuela de Arte, May se dio cuenta de que sería mejor ganarse la vida cantando. Puso voz a un anuncio de barritas de pescado Findus con 14 años por el que le pagaron 40 libras. Empezó a actuar en el club Bruxelles de Dublín, en el que a menudo no podía aparecer por ser menor de edad. “Los mejores músicos de la ciudad me daban consejos”, recuerda. “Uno de ellos me dijo que mi voz era muy buena, pero que necesitaba curtirse”.

 

 

No sería el único consejo para crecer y mejorar. Otro vendría de quien menos se lo esperaba, su propio padre. Triste por el fin de una relación sentimental, un buen día se encontró llorando delante de su padre. “Me preguntó si tenía el corazón roto y le dije que sí. Su respuesta es que así podría cantar el blues, las baladas tristes, mejor”.  

 

Ambos tenían razón. Con el corazón roto, su voz se convirtió en algo más apasionado y versátil, así que decidió probar suerte en Londres en 1998, entrando pronto en contacto con los habituales del circuito del swing y el rock’n’roll. “Hicimos muchas cosas en las que tenía que tener una imagen de los años 40, con un vestido de satén rojo y una flor en mi pelo, pero aprendí a depurar mi estilo y enfrentarme a todo tipo de público”.

 

También empezó a cantar y a conocer el mundo del burlesque, poniendo su voz en este tipo de actuaciones. “Yo era la cantante mientras las chicas actuaban. Una de ellas solía acercar una bengala a su entrepierna y sacar de allí una lluvia de chispas. Un día una de ellas se me metió en la garganta mientras cantaba”. Desde luego, un concierto para el recuerdo.

 

En el 2006 ya tenía su propia banda. “Empezamos con un concepto más jazz, pero aquello necesitaba pelotas y convertirse en algo ser más vigoroso, y así lo hicimos”. Sus conciertos ganaron reputación por su intensidad y por ser del tipo todo-o-nada. Su debut, Love Tattoo, que ha sido casi enteramente compuesto por ella, desprende esa misma sensación, ya sea con un intrépido rockabilly o con una balada para la medianoche. 

 

Sus favoritas son la delicada “Falling In Love With You Again,” inspirada por su marido (y el guitarrista de su banda) Darrel Higham (“Habla de cuántas veces te puedes enamorar de la misma persona”), el blues “Knock 123”, sobre un fantasma que no deja de amar al chico que dejó detrás, y “Johnny Got A Boom-Boom” (“Johnny tiene un boom-boom”), todo un trepidante rock’n’roll. “Uno de los ejecutivos de mi compañía me preguntó si ‘boom-boom’ era algo picante y yo le respondí que tenía una mente sucia”. Nadie lo pone en duda.

 

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