Fiasco total: Woodstock ’99

Fiasco total: Woodstock ’99

Jaime Crawford

(BBH-Raw-Netflix)

 

 

En una secuencia se puede ver al alcalde donde estaba ubicado el hangar militar abandonado en el que se iba a celebrar el Festival de Woodstock de 1999 intentando romper una botella de champán contra las primeras infraestructuras montadas para inaugurar el recinto. La botella se resiste una y otra vez, hasta que acaba rota empapándolo a él y a los organizadores. Alguien asegura a continuación que bien pudieron entenderlo como un presagio de lo que se avecinaba.

 

Efectivamente, el apocalipsis se desató cuando el público, mayoritariamente blancos frustrados y movidos por el lema “Sexo, dinero y tías golfas”, a quienes apelaba un cartel con los artistas de rap-metal de boga entonces y con solo una mujer por día para cubrir la cota femenina, dejó aflorar sus más bajos instintos simplemente por diversión. Todo acabó ardiendo y destrozado, revolcándose el público en la mierda, literalmente.

 

Lógico en un evento en el que los promotores que no sabían qué tipo de bandas habían fichado y en el que los servicios de seguridad y restauración fueron subcontratados, fijando los precios -desorbitados- que les  pareció, prendiendo una mecha imparable. HBO ya lo recogió el año pasado en Woodstock 99: Peace Love and Rage y ahora Netflix le dedica una serie de tres capítulos similar. Aciertan al incluir la versión de muchos asistentes y de los dos promotores -puestos en evidencia-, y se muestran demasiado parcos al dejar los abusos sexuales para el final, como si no quisieran o supieran abordarlo. Por segunda vez, la peor pesadilla reciente del mundo de la música documentada en tu pantalla en toda su crudeza.

 

 

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