ELVIS COSTELLO

Elvis Costello, el hombre renacentista

 

 

Si hay un hombre renacentista en el mundo de la música de los últimos 33 años, ése es Elvis Costello, que este próximo martes 27 se presenta en Galicia. Aquel chaval que comenzó personificando al indomable chico de singulares gafas que le dio astucia al movimiento punk recorrió, ya en sus primeros años, la nueva ola, el soul, el country, el pop… Renegando del éxito ya entonces, prefirió alejarse de los oropeles para llevar una carrera en la que sólo le guían sus instintos y, sobre todo, sus inquietudes.

 

 

Ha grabado con Paul McCartney, Burt Bacharach, Allen Toussaint, Sam Moore, Bob Dylan, Neil Young o The Chieftains, con cantantes de ópera (Anne Soffie von Otter), de jazz (su mujer, Diana Krall), con cuartetos de cuerda (The Brodsky Quartet), con orquestas de 52 músicos (The Metropole Orkest) ha compuesto discos enteros para otros (por ejemplo, Wendy James), partituras clásicas (Il Sogno) y sus canciones han sido interpretadas por artistas como Chet Baker, Johnny Cash, Roy Orbison, Dusty Springfield o George Jones. Por si fuera poco, en la actualidad tiene su propio programa de televisión al que lleva como invitados a gente como U2 o Bruce Springsteen a cantar con él y su banda y contarles sus confidencias en público.

 

En su disco más reciente, Secret, Profane & Sugarcane, Costello encarna a un trovador country-folk. Lo interesante del caso es que en todo triunfa, además de que invariablemente hay un sello propio en cada una de sus mutaciones. Ése es el álbum que lo trae hasta Compostela en un cartel doble junto a su mujer, y junto a su banda más reciente, The Sugarcanes, en un concierto que seguramente repasará temas de toda su trayectoria.

 

¿Es cierto que este disco comenzó como dos proyectos diferentes, uno llamado Secrets y otro Sugarcane?

            – Realmente se gestó en la carretera, durante mi anterior gira, a partir de una de las canciones del disco, “Sulphur To Sugarcane”, compuesta mientras buscábamos un pueblo que se llama “Profane” o, mejor dicho, la condición de lo profano. Sulphur y Sugarcane son dos ciudades del Estado de Luisiana, y yo no he estado allí nunca, algo que no es necesario y tampoco tan extraño en otros grandes compositores.

 

¿Y crees que esos lugares de los que escribes sin conocer pueden ser tan hermosos o interesantes como te los has imaginado?

            – No creo que sean tan atractivos como me imaginé, sino que probablemente sean incluso mejores. Los imaginé como Texarkana, esa ciudad en la que si conduces por la calle principal puedes tener un pie en dos Estados sin darte cuenta, Texas y Arkansas.

 

 

 

 

¿Y esas dos ciudades podrían ser rivales?

            – Sí. De hecho, cuando íbamos a salir de gira les pregunté a mis músicos si querían ser los Sulphur (sulfuro) o los Sugarcane (Caña de azúcar), y respondieron unánimemente que los segundos. Así llegamos al nombre del grupo que ahora me acompaña. Supongo que no querían dar la impresión de que apestamos.

 

¿Es éste, como otros cuatro álbumes anteriores tuyos, un disco ambientado en los estados sureños de los EE.UU.?

            – Sí, es algo que puedo hacer porque soy un inglés que vivo en Norteamérica, sobre todo en Canadá. Con el tiempo he aprendido que lo mío es más dejar mi impronta como compositor que como músico, porque soy incapaz de tocar un instrumento para interpretar la música de otro autor. Lo que consigo con la guitarra es satisfacer mis propias necesidades, y puedo seguir también con el piano música bastante compleja. Pero lo que de verdad me motiva es ser escritor, porque un escritor puede viajar con su imaginación, te puede llevar de un punto a otro del mundo en una sola frase, aunque eso es algo maravilloso que también puedes olvidar.

 

De hecho, ya en “Watch Your Step”, canción de 1981, ponías en la misma frase dos lugares, “de Singapur a Widnes”.

            – Eso es algo que he plasmado en canciones de álbumes anteriores. Por ejemplo, King Of America, de 1986, que tenía temas sobre vivencias muy personales, aunque había otras que eran temáticas, y uno de los temas que más me inspiraba era precisamente el del exilio. Entonces no me daba cuenta de su contenido real, pero es algo que he ido descubriendo al retomar las canciones años después. Me pasó también con The Delivery Man, que tenía una narrativa al ser compuesto, pero me di cuenta de que eso perjudicaba a las canciones. Puede sonar raro, pero es lo mismo que me ha pasado en este nuevo álbum, en el que empecé siguiendo mis instintos sobre un determinado sonido y acabó siendo otra cosa. También comencé con la idea de Secret Songs, lo que mencionabas al principio de la entrevista, con una narrativa muy concreta que nació por encargo de la Real Ópera Danesa. Curioso que de ahí llegase hasta Nashville.

 

Supongo que es ahí donde surge la figura de Hans Christian Andersen. ¿Puedes explicar cómo se llega de él a Nashville?

            – Sí. Por encargo de la Ópera Danesa para celebrar el bicentenario del nacimiento del escritor empecé a investigar sobre sus cuentos -vivos, macabros y fascinantes- y, sobre todo, su persona. Nuestra visión del personaje está muy contaminada por la película de Hollywood de 1952 protagonizada por Danny Kaye. Pero se trata de una figura cómica, incluso en su época, con muchas contradicciones, un iletrado que quería ser escritor reconocido y que venía de la más absoluta pobreza. Mi primera reacción fue buscar una relación con el mundo anglosajón para tener una cierta autoridad para hablar de él, una relación con mi biografía, y la encontré en Charles Dickens. Cuando Andersen fue a ver a Dickens, se quedó durante mucho más tiempo de lo previsto, creyendo saber hablar inglés, exponiendo abiertamente sus desvaríos románticos, con su conducta extraña; donde se cruzaba con Dickens era en el tablero de ajedrez, y de ahí empezó a surgir el disco. La otra conexión la encontré en el deseo, ya que era un hombre de su tiempo, un romántico que se enamoraba continuamente y simultáneamente de varias personas, mujeres y hombres, como el hijo de su patrón o la cantante sueca Jenny Lind, quien cuando le preguntó porque no le correspondía a su amor, ella le ofreció un espejo. Puede ser una licencia poética, pero no le resta belleza a esa imagen. Y en todo ese conflicto había también buena materia prima para darle forma a un disco grabado en Nashville de forma acústica en tres días.

 

 

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