EDITORIAL 1

EDITORIAL 1

vinilo 8

De aberraciones sabemos bastante los que escribimos sobre música en medios de información general. De principio, asumes que eres el último mono en el orden de cosas: en tu periódico o en tu revista, la música popular ocupa el furgón de cola, representa el detallito moderno cuyo espacio siempre puede ser sacrificado por exigencias de la actualidad de la Literatura, el Teatro, el Cine, la Danza, las Bellas Artes.

Excepto si la información musical tiene que ver con. ¡su-per-es-tre-llas! Cualquier asunto relacionado con Bob Dylan, David Bowie, Paul McCartney, Van Morrison, Prince tiene un hueco garantizado (curiosamente, John Lennon, Jim Morrison, Jimi Hendrix y demás cadáveres ilustres también gozan del mismo privilegio). Eso supone que, por ejemplo, un servidor haya hecho tres críticas de página entera sobre la gira rollingstoniana de Bridges To Babylon (Chicago, Málaga y Santiago de Compostela). Y puedo confesar que en la primera se contaba todo lo que había que saber y que las demás fueron reiteración o autoplagio.

Por alguna razón, los responsables de las páginas culturales manifiestan una reverencia ilimitada por el directo. Un artista que está de gira es una percha perfecta, mientras que la edición de un disco no merece mayor atención (a no ser, claro, que lleve la firma de las citadas superestrellas).

 El resultado es que puedes leer una crítica extensa de un concierto que ha sido seguido por unos pocos centenares de espectadores mientras que el disco de alguien que vende decenas/centenares de miles de copias sólo ocupa la tercera parte del espacio. Inútil discutir: es así y punto.

 Existen otras muchas peculiaridades en la cobertura de la música en esos medios masivos. Por ejemplo, puedes vender cada año el mismo artículo si tiene un título o un concepto que refuerza ideas preconcebidas como «La ascensión de las mujeres en el rock», «Los festivales están de moda», «El boom de la música latina», «La música de baile eclipsa al rock», «Las independientes vencen a las multinacionales». Igualmente, puedes conseguir un espacio precioso si propones un reportaje sobre la gira de tal grupo español por Europa -aunque las cacareadas actuaciones tengan lugar en casas okupadas o en el Centro Gallego de turno- o el interés de la CNN o la BBC por la última cosecha de gaiteros norteños. El oculto complejo de inferioridad de este país se manifiesta en detallitos así.

 El aburrimiento que provocan esos temas en los profesionales de información musical -si tú no los sugieres, te suelen ser encargado por los redactores jefes tras un riguroso brainstorming- debe atemperarse con el conocimiento de que, caso de que te los propongan y tú los rechaces, caerán inevitablemente en manos de los becarios. Los becarios suelen ser hipercrédulos e hiperentusiastas ante cualquier tema y se lanzan con ardor sobre el asunto más manido. No importa que luego escriban Curt Kobain, Jimmy Hendrix o godspell. El resultado de sus afanes son artículos hechos a medida que refuerzan las ideas preconcebidas, que no rompen el consenso más necio.

No todos los temas tópicos caen en manos de novatos. Ocasionalmente, algún reportero estelar, incluso alguno de los especializados en política internacional o nacional, tiene la valiente ocurrencia de cubrir algún festival o concierto multitudinario. Puedes tener la seguridad de que su crónica incidirá en (1) la desnudez de las asistentes, (2) la abundancia de drogas, (3) el número de personas atendidas por la Cruz Roja y (4) el precio que alcanzaron las entradas en la reventa. Esa última información siempre me alucina: evidentemente, no procede de investigaciones propias a pie de obra.

Hace un par de años, una amiga se tragó esos disparates: tenía una entrada para un espectáculo que no le interesaba especialmente y resulta que, decía el periódico, estaban agotadísimas y el día anterior ya se cotizaban a 40.000 pesetas en los alrededores del estadio. Se acercó a venderla y lo consiguió en una hora… por mil pesetas menos del precio oficial. Estaba indignada: «¿de dónde salen esas cifras?”. Respuesta: de la imaginación de los jefes de prensa y de la predisposición de los plumillas, incluso los más experimentados, a tragarse desorbitadas cifras redondas.

 

(Diego A. Manrique)

Texto que Ultrasónica suscribe plenamente

 

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