CHUCK BERRY: Chuck

CHUCK BERRY: Chuck (Dualtone)

 

 

No estaba previsto. Ni había sido concebido así. A diferencia de otros discos póstumos recientes, cuando Chuck Berry empezó a grabar Chuck simplemente iba a ser otro de sus álbumes. Eso marca distancias con los postreros trabajos de Leonard Cohen (sabía que el fin estaba muy próximo, y así se puede entender por ciertos versos de You Want It Darker) y David Bowie (bastante premeditado lo que hizo en Blackstar). No es exactamente el caso de Berry, más que nada porque este disco editado ahora tuvo sus primeras sesiones en 1981.

 

Recordemos que en 1979 grabó el que hasta ahora era su último álbum, el prescindible Rock It, editado cuando, quién lo diría, el punk ya había pasado a mejor vida, la música disco daba sus últimos coletazos y Elvis Costello había editado ya tres discos. Los acontecimientos se precipitaron a partir de ahí: lo que Berry registró entre 1981 y 1989 se quemó en un incendio en un estudio de Wentzville, un suburbio de St. Louis, y en 1991 inició de nuevo un proceso que duró hasta 2014, grabación que fue compartiendo con su residencia en el restaurante-club Blueberry Hill de St. Louis, donde llegó a dar más de 200 conciertos en los últimos años.

 

La casualidad ha hecho que este disco, grabado ya hace un tiempo, aparezca solo dos meses después de muerto. Y a pesar de que no había sido premeditado, él empezó a ver el fin cada vez más cerca, así que en los últimos meses solo había hecho declaraciones para decir que se lo dedicaba a la mujer que lo había acompañado durante 68 años, Themetta ‘Toddy’ Berry. La prueba más evidente es “Lady B. Goode”, una de las nuevas ocho canciones compuestas por Berry para este disco, y que ha grabado con sus hijos y su nieto. Tres generaciones participando en la secuela espiritual de “Johnny B. Goode” para rendir pleitesía a esa mujer que lo ha acompañó casi toda su vida y que aguantó de todo; es, también, el testimonio de tres generaciones unidas sabiendo que no iba a haber muchas más oportunidades, seguramente ninguna, de volverse a encontrar en un estudio -o sobre un escenario-.

 

“Lady B. Goode”, con una energía cuando menos similar a la del modelo del que parte, es también sintomática de lo que encierra este álbum. ¿De verdad este tipo compuso y grabó todas estas canciones siendo ya octogenario? Escúchenlo bien, porque el brío de “Wonderful Woman” y “Big Boys” con el que comienza Chuck, su primer disco en casi 40 años, no lo refleja en absoluto. Para empezar, no se trata de un disco de versiones, nada de descartes, nada de reinterpretaciones de canciones antiguas, nada del socorrido disco de duetos. Aquí está él y su guitarra sin más aditamentos, incluso produciéndose para ser más fiel a sus principios, respaldado por los instrumentos básicos del rock que él mismo edificó a cargo de sus más cercanos familiares y amigos: su nieto Charles III, sus hijos Charles II (guitarra) e Ingrid (armónica), además de Jimmy Marsala (su bajista durante 40 años), Robert Lohr (piano) y Keith Robinson (batería), quienes le han respaldado durante casi dos décadas en directo, más las colaboraciones nada protagonistas de Tom Morello, Gary Clark Jr. o Nathaniel Rateliff.

 

El resto no alcanza el mismo ímpetu, pero sí que revisa buena parte de las coordenadas que le llevaron a crear el rock and roll tomando un poco de lo que en aquellos lejanos años 50 del pasado siglo tenía a su alrededor: blues con piano a lo Nueva Orleáns (“You Go to My Head”), baladas country (“Darlin’”, cantándole a la mortalidad con su hija Ingrid), calypso (“Jamaica Moon”, un remake de “Havana Moon”) o rhythm & blues (“She Still Loves You”) para acabar sentando cátedra en el blues-rock (“Eyes of Man”, advirtiendo de la adoración a los falsos ídolos) o el recitado rock de palabras como cuchillos que tanto gustará a Tom Waits y sus seguidores (“Dutchman”, probablemente su mejor momento). En otros instantes parece revivir su pasado, como en “Wonderful Woman” (un nuevo “You Never Can Tell”), “3/4 Time (Enchiladas)” (una versión en directo de Tony Joe White con su temática preferida -coches, chicas y vino- que bien podría pasar por otro “My Ding-a-Ling” en su repertorio) o el citado “Lady B. Goode”.

 

Aunque se puede evocar en todas estas canciones las sensaciones que proporcionaba con su música en los buenos viejos tiempos, aquí no se trafica con nostalgia, sino que prolonga y constata de nuevo un talento musical único. Suena a conocido pero resulta ser vigoroso y jubiloso. Ahora quedamos huérfanos y un poco menos sabios, pero al menos podremos intentar sobreponernos bien acompañados por este Chuck que ni en nuestros mejores sueños esperábamos así. En esas últimas declaraciones, Berry sabía que lo había logrado y que este sería su legado: “Mi querida, me estoy haciendo viejo. He trabajado mucho tiempo en este disco. ¡Ahora ya puedo colgar mis botas!”

 

 

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