CAMPUS GALICIA ARTICULO FESTIVAL DOCTOR MUSIC 2000

ARTÍCULOS 2000

Doctor Music: Beck bien vale el intento

Xavier Valiño

Beck en directo

“Viajo sin rumbo fijo en mis botas viejas…” Evidente: si Beck no existiera, el Doctor Music Festival tendría que inventárselo. Genios así –por fin el mismo se propone ya como tal sin paliativos- no abundan ni nacen todos los días. Llegó con su pinta de desvalido tísico y levitó, a base de blues rural, acústica y armónica, por encima de cualquier interrogante en una carpa que se quedaba a la altura de su tamaño físico: pequeña para tamaña demostración. Le bastaron tres canciones para amenazar con que lo suyo no tendría parangón. Nada ni nadie lo podría parar y, mucho menos, superar.

Dos horas después, en el escenario principal arrolló a todo lo que se puso a tiro. Su música, de otra dimensión; sus músicos, tan extravagantes como efectivos; su pinchadiscos, arrancándose por bulerías extraterrestres en los platos; sus canciones, tan grandes como el anfiteatro natural al que se dirigía; su final, de un teatral que aún justifica el pasado alternativo que se le supone. “Jack-Ass” sirvió de detalle, interpretado como “Burrito” en un ininteligible castellano y a golpe de mariachi. ¿El concierto de su vida? Probablemente. Si Prince es el príncipe de Minneapolis, y Björk se convirtió un buen día en la reina de Benicassim y de nuestras vidas, Beck fue el rey de todas las vacas, al menos de las pasadas, y el único capaz de sustentar en su frágil figura todo un macrofestival, justificando, de paso, los 37 millones que se llevó y que los organizadores se lo robaran a un festival de la competencia a golpe de talonario.

No queda claro si el viernes se declaró como día triunfal sólo por su presencia, aunque hay que reconocer que Muse le pusieron más intensidad y entrega que nadie en la Carpa Cabra 1, que Henry Rollins volvió a desgañitarse sobre las tablas como poseído por el demonio, tres versiones de Thin Lizzy incluidas, y que Rinocerose dejaron planear libremente su electro elegante como nunca antes sobre los prados de Llanera, convirtiéndose en la inesperada sorpresa de la onda bailable. Incluso Pet Shop Boys tuvieron un pase, a pesar de su insospechada sobriedad, al desgranar sus éxitos uno tras otro sin respiro y con intervalo acústico incluido.

No había avanzado mucho el sábado en la esfera de los relojes de quienes habían tenido la suerte de vivir un día sin igual en las 24 horas precedentes, cuando quedaría claro, con Zebda en el escenario, que ése era el día para cumplir con las expectativas que a cada uno se les tenían reservadas.

Los franceses se refrendaron como los más firmes candidatos al trono vacío de Mano Negra. Paul Weller supuró clase, estilo y gusto como nadie, aunque haciéndoselo evidente sólo a una generación muy concreta, porque a los demás les faltaba una canción con la que conectar. Hefner confirmaron que no hay nadie como ellos para que le reflejen a uno las contradicciones de la vida propia con inteligencia y simpatía, a medio camino entre Violent Femmes y Jonathan Richman. Manta Ray, de nuevo, sí, tejieron sus ambientes hipnotizadores, esos a los que llaman canciones sin serlas. Tindersticks volvieron a dramatizar sus lamentos no pensados precisamente para grandes eventos.

Incluso el espectáculo teatral de Els Comediants, grandes como todos los anteriores, podía intuirse: el fuego como excusa perfecta para sacar sus pasacalles de demonios traviesos, brujas enrevesadas, bufones gamberros, tracas y antorchas, todo ello coronado por fuegos artificiales y extras encarnando a la Razón. Sólo Sandy Dillon, por desconocida, y 7 Notas 7 Colores, por desplegar más artillería verbal de lo habitual y contar con DJ Vadim a los platos, se escaparon al guión previsible para brillar como el resto de sus colegas de día.

No las tenía todas consigo el domingo y, a medida que pasaban las horas, aún fue a menos. Sólo Gomez y Leftfield salvaron los trastos. A Lou Reed los aguaceros no le levantaban el ánimo y su sobria actuación fue retrasándose lo indecible. Cuando salió, dejó claro que los mejores músicos de los tres días estaban detrás de él y que su sonido era excelso, pero, de nuevo, no estaba por las concesiones fáciles y, al igual que a su colega Dylan, acabaron exigiéndole más.

Puede que no todos aprecien la calidad por sí sola. Es más: últimamente la vistosidad escénica se impone a la calidad artística. Y en el Doctor Music Festival hubo ejemplos para dar y tomar: Molotov, Bloohound Gang –estos al menos políticamente incorrectos-, Soviet Sister…

Aunque, una vez más, por desgracia, el protagonista principal fue la ausencia de respuesta popular. Los responsables del evento no saben apuntar una razón y hay que reiterarles que es exclusivamente una: un cartel tan amplio y variopinto que, aún siendo ésta también su mayor virtud, impide marcar una línea de referencia y ahuyenta a los espectadores. Con abonos más baratos y un cartel más atractivo –sí, la primera edición es, definitivamente, insuperable- otra vaca les cantaría. Además, deberían suplir sin disculpas las ausencias, muchas y de renombre en esta ocasión: Les Rythmes Digitales, Gorky’s Zygotic Mynci, Robert Plant con Priory Of Brion, Manchild, Rae & Christian…

De lo demás, nada que objetar. Tal es la impecable organización, la comodidad y las excelentes infraestructuras que lamentaríamos tener que dejar al Doctor Music Festival dormitar en la noche de los tiempos. De todas formas, y al menos por esta edición, siempre quedará Beck y sus caleidoscópicas imágenes en el recuerdo.

Xavier Valiño

CAMPUS GALICIA ARTICULO DISCOS QUE NUNCA LLEGAN

ARTÍCULOS 2001

Expedientes X: los discos que nunca llegan

The Stone RosesEvidentemente, no estamos en los 60. Entonces los discos se componían, se grababan y se editaban sin pensárselo demasiado, pudiendo llegar a colocarse tres discos de una banda en un mismo año. Desde entonces, sólo Siniestro Total han conseguido igualar tal marca, aunque no era ésa su intención ni suyo todo el mérito: en el 97 editaron Cultura popular, un disco de versiones grabado en directo, Así empiezan las peleas, un directo para América Latina, Gato por liebre, un álbum con las versiones hechas por el grupo para su sello anterior, y Sesión vermú, su disco en estudio de ese año.

Lo normal en estos tiempos es editar un disco después de haber promocionado intensamente el anterior, de haber girado con él interminablemente, de haberlo exprimido hasta decir basta y de haber tenido tiempo para retirarse a un lugar apartado a componer el próximo. No todos sufren de incontinencia creativa como Prince –veintidós discos en veinte años, sin contar dobles, triples y los que no llegó a editar-, Ani Di Franco –catorce discos en diez años- o Andrés Calamaro –más de 300 canciones esperan aún su turno-.

Más bien lo contrario: suele ser bastante común que, después de un disco de bastante éxito, el grupo en cuestión desaparezca del mapa durante años. Sí: el miedo a no poder presentarse con algo digno, comparable a lo editado hasta ese momento –bloqueo creativo, lo llaman-, la edición de directos, recopilatorios y discos de versiones para evitar enfrentarse al estudio –vivir de las rentas, por supuesto-, el largarse durante meses a retiros idílicos –pura vagancia- y el ponerse metas más allá de toda lógica –excesiva autoexigencia- pueden complicar las cosas hasta el absurdo.

El caso más conocido es el de los Stone Roses, un grupo que con un único disco editado en el 89, Stone Roses, ingresó por derecho propio y para siempre en la realeza del pop británico. Después, los problemas durante la grabación de su segundo intento fueron el pistoletazo de salida a una espiral cuesta abajo que acabó con la separación. En el 94, por fin, volvieron con un álbum adecuadamente titulado The Second Coming –algo así como El regreso-, aunque los nuevos guiños a Led Zeppelin dejaron indiferentes a todos. El título hubiese estado mucho mejor aplicado a la vuelta de un desahuciado Shaun Ryder al frente de Black Grape, una auténtica sorpresa inesperada por aquel entonces.

Un bloqueo similar sufrió Elastica, la banda de Justine Frischmann, que consiguió el año pasado rehacer un grupo disuelto por la falta de continuidad. Su segundo disco, cinco años después, no avanzaba nada nuevo y en sus conciertos, como el de Benicassim, dieron la impresión de haber ido hacia atrás, pero al menos parecen tener asegurada una nueva etapa.

Para los próximos meses se anuncian discos de varios de los grupos que más han cacareado su regreso durante los 90. Por ejemplo, Guns N’ Roses, que hablan de un nuevo disco aunque, como en los dos casos anteriores, ¿qué más da a estas alturas unos meses más o menos? En su caso, desde el 91, en el que editaron dos discos dobles –Use Your Illusion I y II- no han publicado nada nuevo, salvo el disco de versiones The Spaghetti Incident. Diez años parecen más que suficiente para darle continuidad, aunque no debe ser tan sencillo, teniendo en cuenta que en todo este tiempo sin material nuevo Axl Rose ha ido perdiendo o despidiendo a todos sus compañeros, así como a los productores que han osado poner sus manos sobre el supuesto nuevo material. Las crónicas del Rock In Rio tampoco avanzan nada espectacular.

Algo similar es el caso de Stereo MC’s, mejor banda británica del 92, según la industria, con su álbum Connected, un híbrido perfecto de funk y hip-hop. Desde entonces, todo ha sido interminables días en los estudios, sesiones como pinchadiscos para airearse un poco y rumores de adicciones problemáticas. Antes de su disco en estudio propiamente dicho, si es que se confirma su regreso, tuvieron tiempo para editar DJ Kicks, a base de música ajena.

Con menos bombo y platillo se anuncian nuevos álbumes de Daft Punk –cinco años después de su debut Homework-, Kraftwerk –el primero desde Electric Caffe del 86, ¡quince años después!- y New Order –el siguiente tras Republic del 93-.

Aún quedan casos de los que no sabemos nada: Bruce Springsteen –sin nada nuevo desde el 95, cuando publicó The Ghost Of Tom Joad-, Michael Jackson –History es del 95-, Prodigy –The Fat Of The Land fue editado en el 97-, y, sobre todo, My Bloody Valentine -en dique seco desde el 91, fecha del excepcional Loveless, después de haber gastado millones de dos compañías que esperaron inútilmente su continuación-.

Hay otros de los que, como siempre, poco se puede esperar: The Blue Nile han editado tres discos en veinte años, a un ritmo de un álbum cada siete años, y Prefab Sprout dejaron pasar siete años entre Jordan: The Comeback y Andromeda Heights, del 97, momento en el que Paddy McAloon reconoció que había trabajado durante ese tiempo en cinco discos distintos, pero que su nivel de exigencia no le permitía editarlos antes de mejorarlos. Y la pregunta final, en todos los casos, siempre será: ¿de verdad ha valido la pena tanta espera?

Xavier Valiño

CAMPUS GALICIA ARTICULO DIEZ AÑOS DEL SELLO ELEFANT

ARTÍCULOS 2000

Luis Calvo, diez años al frente de Elefant

Allá por el 89, un leonés inició un sello discográfico con el pop como bandera. Diez años más tarde, y después de editar algunos de los mejores discos estatales de la década –Family, Le Mans- llega la hora de hacer balance y mirar hacia el futuro sin ira.

– ¿Cuándo comenzaste había algo similar a lo que tú pretendías en el Estado?

– Cuando comencé lo único que pretendía era sacar cosas que me gustaban y que casi nadie conocía, y supongo que hay mucha gente, y había mucha gente, haciendo lo mismo. Lo que sí era único y diferente era el estilo musical del sello, iba contracorriente, era el único sello pop del momento, todo lo demás era punk, garage, rock…

– ¿Has colaborado con otros sellos en estos años?

– He colaborado con muchos sellos nacionales e internacionales durante todo este tiempo. Siempre hemos querido ayudar a los sellos pequeños de fuera con la distribución en España y lo mismo con sellos nacionales (Acuarela, Munster, Houston Party, Splat, Astro, Grabaciones en el mar…) que distribuimos por correo y exportamos fuera de España. Además de todo eso, muchos discos de Elefant han visto la luz en diferentes sellos japoneses, americanos, ingleses, alemanes, franceses, griegos…

– Al principio también organizabas conciertos. ¿Cuánto tiempo duró y por qué lo dejaste?

– No lo hemos dejado, seguimos haciéndolo. Hace poco trajimos a Marine Research y los últimos grupos internacionales importantes que hemos traído de gira han sido Damon and Naomi, Frank and Walters, BMX Bandits… Nunca lo dejaremos, siempre me ha gustado traer a mis grupos favoritos para poder verlos.

– También fuiste el impulsor del Festival de Benicassim en sus orígenes. ¿Ha cambiado mucho con respecto al proyecto original que teníais?

– Ha cambiado respecto al proyecto original que teníamos cada uno de los cuatro que empezamos el festival. Creo que cada uno, después de la primera edición, se imagino su Festival ideal y eran diferentes.

– En cuanto a Viaje a los sueños polares, vuestro programa de radio, ¿con qué intención nació?

– Con la misma intención que han nacido casi todos los proyectos que he realizado o en los que me he visto envuelto –la revista Spiral, los sellos Elefant y Acuarela, la sala Maravillas, el Festival de Benicassim…-: con la idea de apoyar y promocionar la escena independiente de este país y la música pop en general. Viaje a los sueños polares es la plataforma del pop!!!!!

– ¿Cómo es posible que os hayáis hecho con un hueco en una emisora como 40 principales?

– Un milagro!!!!!… Dios es pop!!!

– ¿Ha servido de algo emitir desde esa cadena?

– Ha servido, sirve y servirá de mucho. Es la emisora de radio más importante de este país y llega a muchísima gente. La audiencia del programa es muy grande, entre 125.000 y 150.000 oyentes diarios, y eso ya se está notando en muchas cosas. Hay mucha gente que no conocía la música independiente, no sabia ni que existía, y ahora, gracias a que el programa está en los 40, lo ha podido descubrir, y además le gusta, que eso es lo bueno.

– ¿Por qué grupos como los que se pinchan en el programa no llegan a la gente? ¿Es que la gente no los quiere escuchar?

– La gente escucha lo que le dan, no se preocupa de investigar o de descubrir y tampoco tiene muchas alternativas. No conocen este tipo de música y estoy seguro de que si tiene posibilidad de oírla, un tanto por ciento muy grande estará encantado con ella.

– ¿Cuáles fueron los motivos de la desaparición de la revista Spiral?

– Muchos y muy diferentes, entre ellos el paso de Viaje a los sueños polares de Cadena 100 a 40 principales.

– Has trabajado como DJ, aunque no sé si continuas. ¿Es lo que tiene una respuesta más inmediata de la gente?

– Siempre he pinchado. Me gusta la música y me gusta pinchar para la gente, para que se lo pase bien y además disfrute de la música. Es un contacto más inmediato con la gente.

– ¿Cuál de tus actividades consideras la principal y cuál es la que más te llena?

– Elefant siempre estará por encima de todo como mi proyecto más importante en todos los sentidos. De todas formas, Viaje a los sueños polares es también algo muy importante en mi vida.

– ¿Es difícil mantener la lucha por la continuidad del vinilo?

– Sí, es muy difícil y muy caro, pero no importa, me gusta el formato y seguiré luchando por él.

– ¿Es la distribución la bestia negra de los sellos independientes?

– Es una parte de la bestia negra. Las tiendas también son parte importante en esto y luego esta la gente y los medios de comunicación.

– ¿Cuántas veces ha estado a punto de desaparecer Elefant?

– Nunca desaparecerá. Siempre será algo muy pequeño y aunque tengamos épocas mejores o peores económicamente hablando, nunca desaparecerá.

– ¿La separación de Le Mans coincide con una nueva etapa en el sello?

– Coincide con nuestro décimo aniversario, coincide con más experiencia, con una nueva generación, con una manera de hacer las cosas mucho mejor, una nueva década…

– Después de unos años con el noise como referencia, la nueva generación, de la que Elefant tiene a una buena parte de los grupos, parece más cercana a los principios de los 80 y al pop. ¿Lo ves también así?

– Cualquiera que conozca Elefant desde el principio al 100% sabe que siempre ha sido un sello muy, muy pop. Hay mucha gente que sólo conoce a algunos grupos del sello. En estos 10 años hemos publicado más de 125 singles de vinilo, y más de 125 compactos y LPs, así que no creo que haya un cambio ni nada parecido. Hay una evolución con los tiempos y con la gente en general. No hemos tenido al noise como referencia: nuestra única referencia siempre ha sido el pop, en el amplio sentido de la palabra. Lo de noise es un término inventado por nosotros de casualidad, por la gira Noise Pop 92. Si le hubiésemos llamado a la gira banana 92, ahora todo el mundo hablaría del sonido banana. No tiene nada que ver. Noise significa ruido y eso se puede entender de muchas maneras. Cuando surgió el sello y se montó la gira pensé que ruido era un buen nombre, pero no para una generación, sino para una gira. Sólo era para eso. Es la prensa la que se equivocó. No creo que ahora sean grupos ochenteros para nada. Todo depende de la música que escuches y de como veas las cosas. Si, por ejemplo, Bis son un grupo ochentero para ti, entonces Vacaciones también, o si lo son Broadcast o Stereolab, entonces Niza también lo son.

– ¿Y estás de acuerdo en que esta generación existe en buena parte gracias a lo que ha hecho Elefant?

– Sí, eso lo dicen ellos mismos. Creo que si luchas por el pop y estás mucho tiempo trabajando y sacando cosas, al final eso repercute en las nuevas generaciones. Casi todos los grupos nuevos son muy fans de Le Mans, Family, Automatics, Beef, Patrullero Mancuso…

– ¿En qué grupo tienes depositadas mayores esperanzas?

– Todos los grupos nuevos me parecen especiales y estoy muy contento con ellos. Ahora estoy muy ilusionado con los dos últimos fichajes: La casa azul y Juniper Moon.

– ¿Crees que esto explotará en unos meses con el reconocimiento masivo?

– No, y tampoco lo deseo. Sólo quiero que crezca poco a poco y que lleguemos a un punto de equilibrio inteligente.

– Y para los próximos diez años, ¿hay alguna nueva filosofía o proyecto?

– No; seguir igual que hasta ahora: vivir por y para la música.

Xavier Valiño

CAMPUS GALICIA ARTICULO LAURIE ANDERSON

ARTÍCULOS 2001

Laurie Anderson, la vanguardia accesible

“No soy realmente una profesional de nada”, sentenció un buen día Laurie Anderson. “Bueno, tal vez haya hecho de contar cuentos mi profesión. Toda la música y las imágenes son simplemente formas de contar historias”.

De alguna manera, “cuenta cuentos” no parece la forma más apropiada de describir una carrera que ha comprendido arte visual, música, fotografía, literatura o vídeo, eso sin hacer referencia a sus numerosos monólogos cómicos sobre el escenario.

Laurie Anderson ha llevado el arte de la representación a los públicos mayoritarios y ha traído bastante de la cultura pop al terreno de la vanguardia. De hecho, toda su carrera puede ser vista bajo la perspectiva de alguien que pone fin a las barreras, que trabaja con objetos cotidianos para convertirlos en entes extraños, creaciones nuevas, y que descubre lo extraordinario que hay en lo común.

Un micrófono detrás de su oreja, pegado a unas gafas de sol, hace de la cabeza de la artista un instrumento percusivo con un sonido propio y distintivo. Una simple frase preguntando por una dirección lleva a un paisaje surreal que no ha sido construido aún. El contestador automático de un teléfono parece tener su propia mente. Un músico toca el violín mientras lleva un par de patines recubiertos de hielo. Cuando el hielo se derrite, el espectáculo finaliza.

Hay muy poco en la cultura americana que haya escapado al ojo cuestionador de Laurie Anderson. La televisión. Los deportes. La celebridad. Los medios de comunicación. Los colonizadores y los indígenas. Y no nos olvidemos de esos temas universales: religión, política, dinero, poder, relaciones entre hombres y mujeres.

Una buena parte del éxito de Laurie Anderson es que cuanto más examina un tópico desde un ángulo –si es más extraño, mejor-, menos parece tener una respuesta apropiada. Sus propias palabras lo atestiguan: “Quiero producir imágenes que hagan que la gente se pregunte un montón de cosas. No soy una moralista que golpee una mesa y le diga a la gente lo que hay que hacer. Así no funciona nunca. Pero estoy interesada en este mundo y cómo se mueve. Es muy parecido a lo que trata mi arte”.

Después de infiltrarse brevemente en las listas de éxito en 1981 con su “O Superman”, Laurie Anderson tuvo una repercusión mucho mayor que cualquiera de los músicos de vanguardia de su tiempo. Dejando de lado sus muy contadas incursiones en el mundo del rock, Laurie Anderson siempre permaneció fiel a lo que se dio en llamar performance. En sus ambiciosos montajes multimedia no había sólo música, sino también películas, mimo, proyecciones, baile y –lo más importante- monólogos y lenguaje hablado, la esencia de su trabajo.

Aquel “O Superman” no una canción cualquiera: se trataba de un single de once minutos construido alrededor de bucles electrónicos que contenían una letra opaca, medio recitada, medio cantada, con una voz tratada electrónicamente, que se convirtió en una de las rarezas más imposibles que jamás hayan visitado las listas de éxito.

A partir de ahí llegaron los discos Big Science, sacado de un proyecto mucho más ambicioso -el espectáculo multimedia de siete horas United States-, Mister Heartbreaker, United States Live, Home Of The Brave, Strange Angels, Bright Red, The Ugly One With Jewels y Puppet Motel.

Talk Normal: The Laurie Anderson Anthology recoge 35 de sus mejores momentos que van desde el material más artístico hasta los temas más pop de su trayectoria. Partiendo de “O Superman” el primer disco equipara Big Science con sus más profundos e hipnóticos temas, como “From The Air” o “Born, Never Asked”. “Sharkey’s Day”, “Excellent Birds” y “Langue D’Amour”, todos del más melódico y emocional Mister Heartbreaker cierran este primer compacto.

El segundo disco escoge los mejores momentos de la banda sonora de Home Of The Brave –entre ellos, “Smoke Rings” y “Language Is A Virus”- e incluye seis cortes de su disco más basado en las canciones, Strange Angels. La antología se cierra con un pequeño repaso a las viñetas de su último trabajo, incluyendo “The Night Flight From Houston” y “The End Of The World”.

Aunque esta antología tiene tanta entidad que oscurece la personalidad de cada uno de sus discos, Talk Normal recoge una buena parte de los temas recurrentes de Laurie Anderson. Para los nuevos oyentes que busquen algo más que el más representativo de sus discos, Big Science, esta colección es un buen punto de partida.

Xavier Valiño

CAMPUS GALICIA ARTICULO GORAN BREGOVIC

ARTÍCULOS 2000

Goran Bregovic

El latido de los Balcanes

Fue en 1989, durante el Festival de Cine de Cannes, que el público pudo empezar a apreciar por primera vez el acento nostálgico de unos repetitivos acordes llenos de lirismo que resaltaban, como un motivo encantado, las impactantes imágenes de la película de Emir Kusturica El tiempo de los gitanos.

“Ederlezi”, una canción basada en un retazo de una melodía procedente del folklore albanés, iba a ser la pieza definitiva para catapultar a Goran Bregovic al reducido coto de los compositores de culto de música para películas, revelando al mismo tiempo su variado talento, tanto a la gente de la industria cinematográfica como al público internacional ávido de nuevas emociones.

En el tiempo de unos escasos diez años, Bregovic escribiría algunas bandas sonoras excepcionales, entre las más hermosas de la década, en especial aquellas que extendieron su colaboración con su alter ego Kusturica para una trilogía ya legendaria: El tiempo de los gitanos, El sueño de Arizona y Underground.

No sería todo: asimismo compondría, manteniéndose fiel a su arte del collage, algunas extrañas y cautivadoras melodías para La reina Margot, la magnífica evocación del siglo XVI hecha por el director Patrice Chereau, y pondría su pluma también al servicio de Train de vie, de Radu Mihaileanu y Lionel Abelanski, y Kuduz, de Ademir Kenovic.

Lo más curioso es que Bregovic no fascina por conformarse a aquella vieja regla que dice que una buena banda sonora es aquella que no se escucha, sino, precisamente, por todo lo contrario, por retar tal afirmación y oponer la salud de su propio universo a los trabajos de los directores de esas películas, sin ceder un ápice en sus principios estéticos.

Bregovic no es uno de esos ilustradores-compositores que intenta con su música seguir el rastro y el dictado de unas imágenes, como si de una fantasía por encargo a medida se tratase, realzando devotamente cada emoción, cada efecto, manteniéndose fiel a las situaciones dramáticas propuestas en la pantalla.

Lo que presenta es un sentido real de la imagen, verdaderamente personal y original, así como una genuina percepción del movimiento, como si se tratase de un auténtico dramaturgo que, a su manera, va llenando progresivamente el espacio sónico. De esta forma intenta controlar su energía, descubriendo cada canción en sí mima como un ruidoso argumento que muestra, con sus sentimientos exagerados, una ironía cáustica, el gusto por todo lo que es espectacular, su intención deliberada de impresionar…

Al final el espectador se pregunta si Bregovic no estará más por la labor de intentar crear un discurso paralelo, casi efectivo por sí mismo, con sus propias tensiones dramáticas, su propia lógica narrativa, independiente de la película, y mucho menos interesado en que su banda sonora sirva para dar servicio a la imagen. Aún más, ¿no cabría pensar que su relación con las películas para las que trabaja no es una alianza, sino simplemente un conflicto?

Al final, todo su talento descansaría en su travieso arte del montaje, en una visionaria forma de unir dos aspectos que nunca se crearon para ir unidos, de conveniar los extremos, de unirlos por un momento en la misma utopía, de ligarlos en el mismo trazo de una única voluntad.

De todas formas, las bandas sonoras de Goran Bregovic no pretenden resolver nada, ni negar diferencias de opinión, ni sentar contrastes formales, sino que presentan retos, para jugar con ellos, para atreverse con las conexiones más audaces, los más alocados anacronismos y hacer que se entren en discordia unidos.

Eso es lo que, al fin y al cabo, vienen a probar sus dos colecciones más recientes, Music For Films, con retazos de todas las bandas sonoras que ha compuesto en la última década, y Songbook, un tratado abierto en el que se recogen todas las composiciones cantadas incluidas en estos filmes, en los que, tanto el salvaje Iggy Pop, como la melancólica Cesaria Evora, el gótico Scott Walker o la lírica oriental de Ofra Haza son llevados desde el terreno de sus intérpretes hasta la perspectiva regional de Bregovic, de forma que aquello que los une pueda aportarles luz propia. Para el compositor de los Balcanes, las canciones son el lugar perfecto en el que hacer brotar la reconciliación, más allá de la edad y de la cultura.

Xavier Valiño

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