ULTRASÓNICA ARTÍCULO U2 «THE JOSHUA TREE DVD»

ULTRASÓNICA ARTÍCULO U2 "THE JOSHUA TREE DVD"

ULTRASÓNICA

ARTÍCULOS 2004


U2: The Joshua Tree DVD (Eagle-JRB Producciones)

        Ésta es la historia de uno de los más conocidos y aclamados discos de los 80, en un documental que incluye mucho, mucho en sus 60 minutos. A través de actuaciones, material de archivo, anécdotas memorables y entrevistas con los cuatro miembros de la banda (Bono, The Edge, Adam Clayton y Larry Mullen), así como con su manager Paul McGuiness, los productores Daniel Lanois y Brian Eno y el mezclador Steve Lillywhite, asistimos a una visión completísima sobre cómo se compuso y se grabó el disco hace unos 15 años en Dublín.

        Mezclando el pasado y el presente, Daniel Lanois, Brian Eno, Steve Lillywhite y The Edge van desgranando las pistas de las grabaciones originales para ilustrar cómo se fueron añadiendo las cruciales contribuciones de cada uno de los componentes de U2. Por ejemplo, The Edge describe el sonido "cinematográfico" del disco como destinado a transportar al oyente a una localización física específica basada en el ambiente y la atmósfera de cada canción. 

        Por su parte, Bono escucha en silencio a Daniel Lanois explicando las diferentes pistas de las canciones; aunque parece tímido cuando hablan de su aportación vocal, se muestra elocuente al afirmar que su disco no es "irlandés para nada" en cuando a su sonido innovador, pero "muy irlandés" en cuanto a las emociones que lo inspiraron. También reconoce una influencia muy fuerte de Led Zeppelin en "Bullet the Blue Sky".El bajista Adam Clayton y el batería Larry Mullen completan los ilustrativos comentarios.

        Aún hay más: Brian Eno recuerda el tortuoso proceso de la grabación de "Where the Streets Have No Name" y cómo casi borra las cintas accidentalmente trabajando con ellas, mientras que The Edge revela que cuando llegó con el sonido de guitarra tanto el grupo como Eno tuvieron muchas dificultades en sacar una canción de aquello. Lo que queda claro después de ver este DVD, es que una nueva escucha de The Joshua Tree será más gratificante que nunca. 

Xavier Valiño

CAMPUS GALICIA ARTÍCULO COLECCIÓN VAMPISOUL

ARTÍCULOS 2003

Vampisoul, sonidos calientes

¿Tan difícil es hacer bien las cosas? En el mundo de la industria musical del pop parece que sí. Entre productos manufacturados, refritos, reciclajes y discos de grandes éxitos no hay hueco para las colecciones cuidadas. Mejor dicho: si lo hay, pero se ignora sistemáticamente.

En los últimos tiempos, pocas colecciones de material nuevo o añejo han merecido la pena. Se pueden contar con los dedos de una mano. Fuera de nuestras fronteras, algunas discográficas se han dedicado a recuperar su catálogo, como puede ser el caso de los clásicos del reggae de Studio One o del catálogo de Trojan Records. Por aquí puede que tan sólo la colección de discos-libro de El Europeo merezca tal categoría, además de ser casi la única.

Si acaso hay otra excepción, ésa es la del sello Munster. Gracias a un excepcional acuerdo -por único- con la compañía DRO-East West, esta discográfica ha venido reeditando en los últimos tiempos clásicos del rock español de su época dorada, la de los 80, aunque, eso sí, en vinilo. Así, en las estanterías se pueden encontrar ahora excelentes discos de los grabados entonces para los sellos GASA, Tres Cipreses o Discos Radioactivos Organizados por Derribos Arias, Los Coyotes, Parálisis Permanente…

Así ha sido hasta ahora, porque la colección que recientemente ha visto la luz con el nombre de Vampisoul marca un hito en la producción fonográfica española. De nuevo el sello Munster es el que se ha decidido a reeditar joyas de la música negra y los ritmos latinos que estaban completamente olvidados.

Si ya de por sí una colección así resulta casi un milagro en España, aún lo es más dado que todas estas obras no fueron editadas aquí en su momento y ahora están descatalogadas en todo el mundo. Pero no ha habido ningún problema; los propios artistas y los sellos que cuentan con los derechos -cuando se encuentran, porque la tarea no es sencilla- ponen todo tipo de facilidades al ver como aquellos álbumes únicos pueden tener una segunda juventud, rescatados de la oscura noche de los tiempos.

Por si fuera poco, las reediciones son tan o más jugosas que los originales. Para empezar, se respeta el diseño original, se incluyen los créditos de las grabaciones y se lanzan en compacto con formato digipack y en vinilos de 220 gramos. Todo un lujo para los coleccionistas y para quien pretenda, hoy en día, descubrir aquellos sonidos.

Contando con las nuevas tecnologías, se ha preparado una página web, www.vampisoul.com en la que se pueden conseguir estos discos desde cualquier parte del mundo, algo importante teniendo en cuenta la procedencia de las grabaciones, aunque también hay distribución directa en nuestro Estado a través de PIAS. Visto así, parece sumamente fácil. Así que volvemos al principio. ¿Por qué nadie lo hace?

Entre las primeras veinte referencias hay auténticas joyas. Nombres tan significativos del jazz latino como el increíble pianista Eddie Palmieri o el tremendo percusionista Willie Bobo están ahí, al igual que parte de los mejores representantes del soul latino, como Harvey Averne o Joe Bataan.

Al mismo tiempo, se han reeditado curiosidades como las primeras grabaciones de dos leyendas del soul: Sly Stone, con algunas canciones inéditas hasta el momento, y el mismísimo Barry White, en su faceta de productor de otras vocalistas. Más desconocido es el trabajo de grupos como los peruanos Black Sugar, adelantados a su tiempo en la fusión del jazz latino con el soul y el funk, o Emil Richards, el vibrafonista y marimbista pionero en los sonidos afro-cubanos.

Un recopilatorio sobre la escena peruana entre 1964 y 1974 nos pone en la pista de curiosos artistas que allí grabaron en aquellos difíciles años. Por su parte, de Claudine Longet, la actriz recordada por su papel en El guateque de Peter Sellers, se recupera casi toda su obra de corte afrancesado para el sello Barnaby en un único compacto.

Sin embargo, quien mejor representa el espíritu de esta colección es el conguero Ray Barretto, del que se recuperan dos discos en un álbum, Acid y Head Sounds, en una asombrosa mezcla de jazz latino, soul, funk y ritmos poderosos que se muestra irresistible en todas y cada una de sus canciones.

Algo parecido trae el disco recuperado de Monguito Santamaría, maestro del funk latino y de las líneas de bajo imparables, y el de Pete Rodríguez, el maestro del boogaloo; no hay más que escuchar su “I Like It Like That” de El rey del boogaloo para saber que ese tema en concreto define todo un estilo.

De Last Poets se recuperan sus grabaciones completas en Douglas Records, que, como reconoció Chuck D de Public Enemy, son el auténtico comienzo del rap. Por último, se reeditan también tres grabaciones de Billy Preston, el que fuera conocido como el quinto Beatle por poner sus teclados a muchas de las canciones del cuarteto de Liverpool. En ellos, además de canciones propias, demuestra su inimitable estilo al órgano haciendo versiones de Phil Spector, las Supremes, los Temptations, los Beatles o las bandas sonoras de James Bond, todas ellas instrumentales que crearon un estilo: el acid jazz.

Xavier Valiño

ULTRASÓNICA ARTÍCULO LEONARD COHEN

ULTRASÓNICA ARTÍCULO LEONARD COHEN

ULTRASÓNICA

ARTÍCULOS 2004


Leonard Cohen, la última palabra

 

        “Algo como una plaga ha aparecido en mi casa.” Con estas misteriosas palabras extraídas del Levítico, el dueño de una casa se dirige a un sacerdote al observar una extraña lesión en su morada, en busca de ayuda para eliminar la impureza denotada por las heridas de la pared. Lo más asombroso de esta voz es su vacilación, su imprecisión, su incertidumbre. Es raro que alguien no esté seguro en las Sagradas Escrituras. Pero este hombre no informa acerca de una plaga en su casa, sino que informa acerca de la creencia de contar con una plaga en su casa. ¿Por qué? Quizás su temor haya sacudido su confianza en su mente. Pero también se puede pensar en otra explicación. El centro de estas palabras, tan desconocidas en el universo bíblico pero tan familiares en el universo humano, consiste, en palabras de un antiguo rabino, en “enseñarle a tu lengua a decir: ‘No lo sé’”.     

        Aquí acaba el midrás o interpretación de Dear Heather de Leonard Cohen. Pero es precisamente de esa lengua de donde ha surgido este precioso disco meditabundo. Para los poetas, para los artistas, para los pensadores, no existe ilusión más peligrosa que la ilusión de la última palabra. No existe tal cosa como la última palabra, porque en cualquier momento la luz cambiará, se pasará página, finalizará la caricia, el hielo se derretirá, la sombra acabará, el cristal se romperá, la noticia llegará: el mundo dejará de ser como era cuando escribiste, dijiste o cantaste las palabras destinadas a captarlo, a concretarlo, a fijar su significado de una vez por todas.  

        El ideal de la última palabra representa sólo un deseo de ser liberado de la diversidad y mutabilidad de la vida, poner punto final a la experiencia y la expresión. Tras la grandiosidad de la última palabra, la gran afirmación, la imagen final, la conclusión suprema, tras todos esos pareceres y coerciones se oculta un lastimoso agotamiento y una autoridad engañosa. 

        Dear Heather es una réplica a todo ese agotamiento y un rechazo a esa autoridad. Su éxito se debe a la reducción de su escala. Cohen siempre se ha sentido fascinado por su propia pequeñez: no se rebela contra ella tanto como lo que se rebela dentro de ella. Su arte ha sido un largo y estimulante esfuerzo por extraer la trascendencia de la intrascendencia. Nunca introduce nada grande ni duradero salvo irónicamente, como si quisiera decir: aquí está lo que sabe él que no sabe…  

        Y Dear Heather es un ejemplo perfecto de esta humildad brillante. Esta vez la forma se ha puesto a la altura de la filosofía. El disco es un bloc de notas, un cuaderno de recortes, una miscelánea de ideas y estados de ánimo, de observaciones y diversiones, la declaración definitiva de la feliz pérdida de interés de Cohen en lo definitivo. El humor es provisional, lleno de digresiones, incompleto, silencioso, experimental, generoso, artesanal.  

        Dear Heather se ubica en el centro de la obra, en el centro del mundo. Cohen canta, pero no siempre; a veces deja que sean otros los que lo hagan (especialmente Anjani Thomas, en cuya voz prodigiosamente maravillosa ha encontrado Cohen al más angelical de todos sus “ángeles”), y a veces habla, expresando sus propias palabras o las de otros. Quiere que se preste atención a todo aquello que ama. Incluso en la tristeza, presenta sus elogios.  

        El disco se deleita con su propia falta de trascendencia. Ninguna emoción está libre de su insistencia en la realidad y la belleza de lo ordinario. Tomemos por ejemplo “On That Day”, la aportación de Cohen al duelo por el 11-S. Con motivo del “día en que hirieron a Nueva York”, compuso un poemilla. Dos minutos de duración en los que incluye la imprevista vibración de un arpa judío. Pero no hay blasfemia en su simplicidad. En absoluto. El tema es profundamente conmovedor por su rechazo a la tentación de la magnitud, y también por su argumento de que se puede responder al mal con locura o favores.  

        Comparemos esta inverosímil conmemoración con las grandilocuentes elegías provocadas por la catástrofe de Nueva York y recibiremos una lección acerca de la integridad del dolor. O pensemos en “Dear Heather”, el pícaro tema que da título al disco. En este caso no es la pena lo que se traduce en el idioma de lo real, sino el deseo. Una mujer camina junto a un hombre y le anula de tal forma que debe aprender a escribir de nuevo. Cohen se regodea con la banalidad de su propia lujuria. Donde antaño hubo angustia, ahora hay estupidez. La nostalgia perdura, pero la esclavitud ha acabado.  

        Y las pruebas de la libertad interior están por doquier en Dear Heather. Una ventana al corazón de un hombre extraordinariamente interesante y extraordinariamente mortal, un hombre con ganas de fugacidad que ya se adentra, por imposible que parezca, en los setenta años.

Xavier Valiño

ULTRASÓNICA ARTÍCULO MASSIVE ATTACK Y CHEMICAL BROTHERS EN EL XACOBEO

ULTRASÓNICA ARTÍCULO MASSIVE ATTACK Y CHEMICAL BROTHERS EN EL XACOBEO

ULTRASÓNICA

ARTÍCULOS 2004


Massive Attack y The Chemical Brothers, Xacobeo en el cetro del baile

 

         ¿Cuándo se le pasó el arroz a la música electrónica? ¿Antes del cambio de década? ¿Después? Lo cierto es que el gran revulsivo del rock en los 90 está en horas bajas. Tal vez nunca debió salir del underground y los clubes -donde aún se mantiene en vigor, pero con nombres ajenos al gran público-, ya que, una vez que se hicieron con las listas, empezaron a perder su capacidad de sorpresa y su creatividad. 

         Contar con The Chemical Brothers y Massive Attack en el Xacobeo puede ser un motivo de orgullo para Galicia, aunque lejos están de visitarnos en su mejor momento. Es más: a estas alturas poco grandioso esperamos de ellos ya. Son el pasado, aunque hay que reconocer que puestos en el cartel al lado de The Darkness -que gran chiste inflado el de estos tipos-, casi siguen pareciendo el futuro. Y eso que estamos hablando de dos de los nombres cruciales de los últimos años. Recapitulemos. 

         Massive Attack firmaron, en el 91, el gran disco de la música electrónica de todos los tiempos, Blue Lines, el álbum que sirvió de acta de fundación del trip-hop. Su mezcla perfecta de soul, house, funk, hip-hop y electrónica incluía la canción de mayor pegada emocional de la década, “Unfinished Sympathy”.  Cierto es que, con el tiempo, hemos descubierto que Robert “3D” del Naja, Grant “Daddy G” Marshall y Andrew “Mushroom” -el núcleo del colectivo- le debían mucho a otros artistas (“Mambo” de Wally Badarou sirvió de base a “Daydreaming”, “Stratus” de Billy Cobham fue fusilado en “Safe From Harm”, incluían una versión de “Be Thankful For What You’ve Got” y se apoyaban en algo más que simples y excelentes colaboradores: Tricky, Horace Andy o Shara Nelson). 

         Aún así, aquel debut sigue sonando único. Después llegó Protection (94), un álbum más meloso, Mezzanine (98) el disco que, pretendidamente, fundía la electrónica con las guitarras de Radiohead -y que es su otro disco imprescindible-, y 100th Window (03), un trabajo que sólo contó con 3D y que manifestaba un cierto desarraigo y desorientación con su tiempo. Massive Attack siguen siendo únicos en directo, tal y como se pudo comprobar en su gira del año pasado en Madrid, y para quien no los ha visto nunca su capacidad de emoción permanece casi intacta. 

         Si Massive Attack son el grupo de los detalles, del perfeccionismo, de los ambientes densos, The Chemical Brothers son los amos de la electrónica de trazo grueso, del gran ritmo, el grupo que cualquier seguidor del rock puede bailar desaforadamente en un recinto al aire libre sin tener que pedir perdón. Vamos, pura cazalla electrónica para las masas, algo en lo que sólo sienten la competencia del bueno de Fatboy Slim. 

         Sitúate. Como se pudo comprobar en el Festival de Benicassim de casi cualquier año, el escenario principal arde en llamas con luz celestial y un humo espeso que va cayendo. Ocasionalmente, la niebla se abre y deja entrever imágenes de vidrieras, imaginería religiosa, cosas que parecen tan fuera de lugar ahí, justo enfrente de miles de juerguistas de fin de semana en un descampado al lado de una carretera nacional. El sonido que sale de los altavoces es un imparable ritmo de ruido marciano, duro y melódico al mismo tiempo. 

         Ya son más de diez años de este tipo de recuerdos confusos de noches y días pasadas sin descanso. Ya son diez años de discos y remezclas; de actuaciones en directo y de sesiones pinchando. Diez años de monumentales ganchos que atraviesan los huesos y de pulsantes chispazos electrónicos; de la fuerza de viajes psicodélicos a través de distintos estados oníricos. Diez años en los que los viajes mutaron de un rápido recorrido por su país con una caja de discos, a asombrosas giras mundiales, a festivales por todo el mundo, al abrigo de la oscuridad. 

         Tom y Ed le han dado a la música de baile una reconversión cargada de turbo en cuatro discos que parecen el sonido de una manada de elefantes digitalizados en estampida sobre un ejército de músicos tocando el sitar. En Santiago oficiarán, una vez más, su ceremonia psicodélica reclamando el trono que un día, tanto ellos como Massive Attack, ocuparon.

The Darkness, cock-rock

          La pregunta del millón: ¿se toman lo suyo con ironía o van en serio? Hasta ahora, no se han pronunciado. Tal vez les convenga, ya que así se ganan a los medios -como chiste hasta tienen un pase- y a un sector del público rock mayoritario -huérfanos desde que bandas como Queen, Def Leppard o Rainbow andan desaparecidas o desorientadas-. 

         Por increíble que parezca, estos machos que han recuperado el heavy más exhibicionista empezaron en una banda de techno llamada Empire, pero no se comían un rosco. Un buen día, en un karaoke de Nueva York, comprobaron que tenían más suerte interpretando el “Bohemian Rhapsody” de Queen que con sus trasnochadas canciones de sintetizadores. 

         El plan maestro se puso en marcha. El vocalista Justin Hawkins debía copiarle la indumentaria y los leotardos a Steven Tyler de Aerosmith, las pintas y los saltos a David Lee Roth de Van Halen y el falsete a Freddie Mercury de Queen; mientras, el resto del grupo debía acompañarle en el reciclaje del heavy AOR de finales de los 70 y principios de los 80. Acertaron. Su debut Permission To Land se instaló en el número 1 de las listas británicas en su primera semana, algo que no pasaba desde que Coldplay hicieran lo propio tres años antes.  

         Y ahí siguen. ¿Van de coña o son así? Da igual. Lo que es de juzgado de guardia es ponerlos en el mismo cartel que The Chemical Brothers y Massive Attack. Sucede cuando contratas a golpe de talonario y no existe un criterio. ¿Deserciones en masa hacia las barras de los alternativos? ¿El resurgir del heavy gallego? Lo veremos.

Muse, Wagner rock

         Muse sí se lo toman en serio y hacen gala de ello. Lo mejor y lo peor de su música es que han llevado el rock a los extremos más grandilocuentes que uno se puede imaginar, siendo perfectamente conscientes. Es más, es justo lo que pretendían desde sus inicios.  

         Algo así como si La cabalgata de las Walkirias de Wagner, el Carmina Burana -sí, mira tú por donde aparece de nuevo- de Carl Orff o el Réquiem de Verdi sonaran todos juntos en un grupo de rock pasado de rosca y a todo volumen. Vamos, una pesadilla sonora para muchos que, sin embargo, atrae a mucha otra gente. 

         Lejos quedan ya los ecos de Radiohead y Jeff Buckley de sus primeras canciones, cuando se llamaban Gothic Plague, Fixed Penalty o Rocket Baby Dolls. A partir de ahí Matthew Bellamy, Chris Wolstenhome y Dominic Howard sólo viven para hacer música estratosférica que los sitúe en la estratosfera. Allí habita su sonido y de allí bajarán para pasarse por el Monte do Gozo, en un -de nuevo- desafortunadísimo cartel que los une a Starsailor, The Cure y David Bowie.

Xavier Valiño

CAMPUS GALICIA ARTICULO TECHNO

1 290 291 292 293 294 362