CAMPUS GALICIA ARTICULO GORAN BREGOVIC

ARTÍCULOS 2000

Goran Bregovic

El latido de los Balcanes

Fue en 1989, durante el Festival de Cine de Cannes, que el público pudo empezar a apreciar por primera vez el acento nostálgico de unos repetitivos acordes llenos de lirismo que resaltaban, como un motivo encantado, las impactantes imágenes de la película de Emir Kusturica El tiempo de los gitanos.

“Ederlezi”, una canción basada en un retazo de una melodía procedente del folklore albanés, iba a ser la pieza definitiva para catapultar a Goran Bregovic al reducido coto de los compositores de culto de música para películas, revelando al mismo tiempo su variado talento, tanto a la gente de la industria cinematográfica como al público internacional ávido de nuevas emociones.

En el tiempo de unos escasos diez años, Bregovic escribiría algunas bandas sonoras excepcionales, entre las más hermosas de la década, en especial aquellas que extendieron su colaboración con su alter ego Kusturica para una trilogía ya legendaria: El tiempo de los gitanos, El sueño de Arizona y Underground.

No sería todo: asimismo compondría, manteniéndose fiel a su arte del collage, algunas extrañas y cautivadoras melodías para La reina Margot, la magnífica evocación del siglo XVI hecha por el director Patrice Chereau, y pondría su pluma también al servicio de Train de vie, de Radu Mihaileanu y Lionel Abelanski, y Kuduz, de Ademir Kenovic.

Lo más curioso es que Bregovic no fascina por conformarse a aquella vieja regla que dice que una buena banda sonora es aquella que no se escucha, sino, precisamente, por todo lo contrario, por retar tal afirmación y oponer la salud de su propio universo a los trabajos de los directores de esas películas, sin ceder un ápice en sus principios estéticos.

Bregovic no es uno de esos ilustradores-compositores que intenta con su música seguir el rastro y el dictado de unas imágenes, como si de una fantasía por encargo a medida se tratase, realzando devotamente cada emoción, cada efecto, manteniéndose fiel a las situaciones dramáticas propuestas en la pantalla.

Lo que presenta es un sentido real de la imagen, verdaderamente personal y original, así como una genuina percepción del movimiento, como si se tratase de un auténtico dramaturgo que, a su manera, va llenando progresivamente el espacio sónico. De esta forma intenta controlar su energía, descubriendo cada canción en sí mima como un ruidoso argumento que muestra, con sus sentimientos exagerados, una ironía cáustica, el gusto por todo lo que es espectacular, su intención deliberada de impresionar…

Al final el espectador se pregunta si Bregovic no estará más por la labor de intentar crear un discurso paralelo, casi efectivo por sí mismo, con sus propias tensiones dramáticas, su propia lógica narrativa, independiente de la película, y mucho menos interesado en que su banda sonora sirva para dar servicio a la imagen. Aún más, ¿no cabría pensar que su relación con las películas para las que trabaja no es una alianza, sino simplemente un conflicto?

Al final, todo su talento descansaría en su travieso arte del montaje, en una visionaria forma de unir dos aspectos que nunca se crearon para ir unidos, de conveniar los extremos, de unirlos por un momento en la misma utopía, de ligarlos en el mismo trazo de una única voluntad.

De todas formas, las bandas sonoras de Goran Bregovic no pretenden resolver nada, ni negar diferencias de opinión, ni sentar contrastes formales, sino que presentan retos, para jugar con ellos, para atreverse con las conexiones más audaces, los más alocados anacronismos y hacer que se entren en discordia unidos.

Eso es lo que, al fin y al cabo, vienen a probar sus dos colecciones más recientes, Music For Films, con retazos de todas las bandas sonoras que ha compuesto en la última década, y Songbook, un tratado abierto en el que se recogen todas las composiciones cantadas incluidas en estos filmes, en los que, tanto el salvaje Iggy Pop, como la melancólica Cesaria Evora, el gótico Scott Walker o la lírica oriental de Ofra Haza son llevados desde el terreno de sus intérpretes hasta la perspectiva regional de Bregovic, de forma que aquello que los une pueda aportarles luz propia. Para el compositor de los Balcanes, las canciones son el lugar perfecto en el que hacer brotar la reconciliación, más allá de la edad y de la cultura.

Xavier Valiño

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