BRUNO T. FORD

Bruno T Ford: “La primera vez que me subí a un escenario solo casi me meo encima del miedo”

 

 

 

“¿No pretenderás que hable otra vez del camión de bomberos? ¡He contado esa historia un millón de veces!”. Entonces ya da igual una más, una menos. Bruno T. Ford (Kiel, 1974) se atusa el flequillo rubio y recuerda que llegó a Galicia en un camión de bomberos en 1992 con su banda, Río Bravo. Unos años después acabó afincándose en Pontevedra.

 

Ahora toca en locales como La Cabaña (miércoles alternos); trabaja de camarero en el Náutico de San Vicente do Mar durante el verano (“Es un sitio muy especial. En él he tenido la oportunidad de hacer jam sessions con gente con bastante clase, en los camerinos, hasta la madrugada, como con los Pereza, o Coque Malla. ¿En dónde se puede hacer algo así?”); y hasta hace sus pinitos como modelo para la Escola de Deseño e Moda de Pontevedra (“Una amiga le preguntó a un compañero de piso si podía desfilar, le dijo que no podía, y fui yo. Es divertido. Total, ya me gano la vida haciendo el payaso delante de un montón de gente, así que…”). Pero sobre todo compone sus propias canciones (www.myspace.com/brunotford) y las de su grupo, The Ford Broncos (www.myspace.com/thefordbroncos).

 

Río Bravo llegó a Pontevedra en un camión de bomberos.

– ¿Cómo empezar esta historia? Érase una vez un grupo de rock alemán… (bromea). Formamos Río Bravo en Kiel y cuando llevábamos un año tocando, en 1992, quisimos celebrarlo de una forma especial: con algún concierto fuera de Alemania. Como el único amigo que teníamos que vivía fuera era un tipo llamado Enzo, que estaba en Santiago de Compostela, nos vinimos para aquí. Cogimos nuestro vehículo, que era un viejo camión de bomberos, y nos pusimos en marcha.

 

Y el camión al llegar a Galicia causó sensación.

– Sí, llamó mucho la atención, pero allí tener este tipo de coches es bastante corriente, arreglarlos por diversión y moverse en ellos o incluso usarlos como vivienda. En él llegamos a Santiago.

 

Con alguna que otra parada por el camino.

– Sí, bueno, porque tuvimos que cambiar al batería dos días antes de salir. Así que había que ir parando para ensayar en la carretera. Llevábamos un generador para poder hacerlo. Tremendo.

 

Y llegaron a Santiago.

– Pero resulta que Enzo ya no estaba allí. Nos buscamos la vida como pudimos, consiguiendo actuaciones en los bares. Al final volvimos a Alemania, pero como la experiencia nos había gustado bastante decidimos volver al año siguiente. Hicimos lo mismo: buscamos sitios donde poder tocar. Bueno, tocar… No te creas que sabíamos tocar. Pero disimulábamos muy bien. Yo todavía sigo haciéndolo. Y nos hacíamos entender como podíamos con nuestro castellano. Eso sí: súper elegantes. Siempre vestidos de traje. Alguien nos mandó a San Vicente do Mar, al Náutico, y allí conocimos a Miguel (de la Cierva). Nos enamoramos mutuamente (risas). Y hasta hoy. Bueno, luego seguimos tocando por toda Galicia. Hasta que se quemó el bicho.

 

Se incendió el camión de bomberos y se acabó Río Bravo.

– Algo así. En realidad nunca supimos que pasó exactamente. Volvíamos de un concierto en Baiona en 2004 cuando empezó a salir humo y, como estábamos en el medio de la autopista, el conductor no quiso parar, así que nos pusimos a echar agua por donde salía el humo. Cuando se acabó el agua empezamos a echar vino. Tampoco sirvió de nada. Cuando salieron llamas de debajo del asiento del copiloto decidimos parar. Hubo ahí unos minutos de pánico y al fin nos resignamos: no se podía hacer nada. Sacamos todo lo que pudimos y dejamos que se quemara. Se convirtió en una antorcha gigante, una nube de humo negro que bloqueó la AP-9 durante una hora. Un atasco de la hostia. Y así se acabó la historia. ¡Y la gente sigue preguntando! ¡Incluso en las entrevistas! (se ríe).

 

No pasan muchas cosas por aquí, ya sabe.

– La verdad es que sacamos unas fotos bastantes bonitas del incendio. Después, pensándolo un poco, yo me decía que teníamos que haber sido nosotros los que le plantásemos fuego al bicho. Un año después de aquello yo me trasladé aquí.

 

 

 

 

¿Y eso?

– Pues no sé, necesitaba un cambio de aires. Miguel (de la Cierva) me dijo que por qué no me venía para aquí, que era un buen sitio para vivir de tocar, y lo hice.

 

¿Y por qué Pontevedra y no San Vicente do Mar, por ejemplo?

– ¿Tú has estado alguna vez en San Vicente en invierno? Hay como cinco personas viviendo allí. Yo necesito farolas encendidas por la calle de noche y una tienda 24 horas cerca. Estuve pensando en trasladarme a Santiago o a Vigo. Al final me quedé en Pontevedra porque queda en medio.

 

¿Y encontró lo que buscaba, ese cambio de aires que decía?

– Ummm, al final no he cambiado tanto. Me encontré con gente muy similar, haciendo básicamente lo mismo, viviendo cerca de la costa… Pero sí que hay un cambio importante en calidad de vida.

 

Y en Pontevedra empieza la carrera en solitario de Bruno T. Ford.

– Al principio empecé a tocar con Miguel como dúo. Después vino lo de actuar en solitario. Aquí hay una infraestructura bastante guay de bares para hacer música en directo. No se puede comparar con Alemania. Aquí hay muchos más locales, muchas más oportunidades. Aunque los cachés no dan para tanto como para poder ir acompañado de una banda si quieres vivir de esto más o menos. Así que se puede decir que empecé con los conciertos en solitario más o menos involuntariamente. La primera vez que lo hice casi me meo encima del miedo.

 

¿Cómo describiría su espectáculo?

– Uf. A ver. Básicamente tienes ahí a un chico que canta en inglés con la boca muy abierta, saltando y gritando, armado con una guitarra acústica más o menos afinada, que mezcla canciones propias con versiones más o menos conocidas bastante sesenteras y setenteras, aunque luego voy de los Red Hot Chili Peppers a Jimi Hendrix.

 

¿Es usted un tipo ambicioso?

– No sé… Lo que soy es extremadamente vago. Y en el tema de la autopromoción, un desastre.

 

¿Cómo decidió ser músico?

– Decidí empezar a tocar a eso de los 12 años. Culpa de mi madre. A ella siempre le gustaron los Beatles y me regaló una guitarra. A los 22 o así me di cuenta de que era la única cosa que quería hacer. No está bien remunerado, sí, y refleja una cierta inmadurez, también. Pero a mí es lo que más feliz me hace en el mundo, subir al escenario a saltar y gritar.

 

Belén López

 

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