BOB DYLAN

 Bob Dylan, los tiempos cambian

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Bob Dylan no es los Rolling Stones. Ni falta que le hace. Para bien y para mal, las diferencias entre uno y otros son demasiado evidentes, a pesar de haber comenzado ambos en los 60 y continuar en activo hasta hoy. Y encima de un escenario se muestra abiertamente el abismo que hay entre optar por un camino fácil o intentar construir día a día una parte de la historia del rock. 

No hay más que ver la interpretación que ambos hacen de la misma canción, “Like A Rolling Stone”, que el trovador de Minnesota compusiera hace 30 años, y que ahora Jagger, Richards y compañía pasean como suya por los grandes estadios, para comprender que no les une casi nada. 

Quien quiera espectáculo y fuegos de artificio no los encontrará en Bob Dylan, y si se buscan guiños de complicidad hacia el público, los de Bob Dylan, cuando los hay, exigen participación y apelan a la inteligencia del espectador. O sea, la distancia y la aparente frialdad convertidas en mérito.  

Hace ahora seis años se presentó en aquel añorado Concierto de los 1000 años en A Coruña, y se lo puso realmente difícil al público que por allí se dejó caer, más pendiente de los desplantes de Jerry Lee Lewis o del concierto de la década que hizo Neil Young. Ahora ha vuelto para aparentar una mayor cercanía. Nadie sale defraudado de su nuevo directo aunque, también es justo reconocerlo, nadie se emociona más allá de lo predecible. 

La primera parte de su actuación, 45 minutos, la resuelve a golpe de acústica, reforzado por una banda de gregarios de lujo –Tony Gurnier, Bucky Baster, Larry Cambell y David Kemper- que reinventan para el final del milenio su mítico “Live At The Royal Albert Hall” –grabado realmente en Manchester, aunque nadie lo sospechara-.  

La segunda parte, la eléctrica, contagia más a su audiencia, a base de algún que otro rabioso desarrollo instrumental y mínimos movimientos de sus pies enfundados en sus eternas botas de tacón cubano, al modo del famoso baile del pato de Chuck Berry. 

Eso, además de la presentación de los músicos, es todo. Ni una palabra más, ni una sonrisa fuera de lugar. Por si fuera poco, las melodías son desfiguradas hasta lograr que incluso los estribillos suenen irreconocibles. Bob Dylan puede hacer que un concierto de grandes éxitos suene como la presentación de un disco completamente nuevo. Son muchas actuaciones al año, casi 200, y es mucha la carga de sus canciones, que le han llevado a estar propuesto para el Premio Nobel, como para esperar encontrárselas allí, sin más, con su sonido de hace lustros: necesitan de una reinvención casi diaria. 

En estas reconstrucciones, “Just Like A Woman” es la que sale ganando. Y en los bises, al menos los regalados en la pétrea Compostela, “Rainy Day Women #12 & 35”, “The Times They Are A-Changin´” -¡con coros de sus músicos!- y “Highway 61 Revisited” suenan como la mayor concesión que Dylan haya hecho nunca a su respetable audiencia. 

Antes habrán sonado “Mr. Tambourine Man”, “Blowin’ In The Wind”, “Stuck Inside Of Mobile With The Memphis Blues Again”, “Don’t Twink Twice, It’s All Right”, “Tangled Up In Blue”, “Knockin’ On Heaven’s Door” y parte del magnífico  Time Out Of Mind. Parece que, una vez superada la infección del corazón que lo tuvo con un pie en la tumba hace un año y después de la extraña experiencia de tocar ante el Papa, Dylan está aquí para quedarse y para congraciarse con sus seguidores en una gira infinita –Never Ending Tour– que le conducirá hasta la entrada del nuevo milenio. Su sobriedad y contención son, en su caso, un derroche de energía y expresividad muy distintos a los de aquel 93 que, por suerte, ha tenido oportunidad de enmendar a escasos kilómetros. 

 

 

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