BLUR

Blur, la gran escapada

 

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Se han vertido, a propósito del nuevo álbum de Blur, el quinto de su carrera, ciertas exageraciones que conviene, desde ahora, reducir a su verdadera dimensión. Este disco, titulado simplemente Blur, es un álbum mucho más hacia dentro que, por ejemplo, Parklife o Modern Life Is Rubbish, colecciones de crónicas costumbristas que definieron la carrera del grupo de Damon Albarn, Graham Coxon, Dave Rowntree y Alex James. Se trata, en realidad, de un disco con un poco de todo, más íntimo aunque no intimista. La cuestión es, y aquí comienzan los equívocos, que Blur no es un disco revolucionario, ni siquiera en su carrera. Y cuando se habla de revolución uno se refiere, por ejemplo, a algo que Everything But The Girl conocen muy bien.
 
                  Existen razones para ver en este disco inflexión, madurez, instinto de supervivencia, genuina intención de ignorar la palabra pop -en lugar de la pretensión de desconocimiento-. En términos concretos, se puede relacionar este nuevo papel con el hecho de haber asumido Blur que, desde que salió (What’s The Story) Morning Glory, Oasis juegan en un campeonato aparte en términos comerciales.

 

         No hay nada como asumir la derrota para, a partir de ahí, del alivio volver a sentir la presión. En el caso de Blur, esa presión llevó anteriormente a la consecución de dos discos tan deliciosos como los ya citados y, también, a la sacralización de la arrogancia, el escapismo vía alcohol, la decadencia y la posibilidad de la separación.

 

Y es de ese punto del que parte este quinto álbum, desde el momento en que se percibe que Blur son, apenas, una banda y no la mejor banda británica de todos los tiempos. Blur, así, se asume como una pieza de resistencia en la carrera del grupo, más que como un guiño de ojos al mercado americano («Song 2» comienza incluso con una alusión a Nirvana) o como, volvemos a lo mismo, un ejercicio de ruptura incuestionable.

 

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Grabado entre Londres e Islandia, Blur es un disco construido prácticamente al sabor del viento, envuelto en las corrientes y arrastrado por sus silbidos. Eso es fácil de constatar a partir de la audición del disco, y no por los eventuales asomos hardcore (ya los había en «Popscene» o «Bank Holiday»), sino por el régimen caótico que deja un perfume inconfundible, de aquellos que definen al rock con sangre y la incertidumbre de lo que vendrá.

 

De sus estrías resulta que, sin tratarse de un disco irreconocible, Blur es el álbum más difícil que Blur podían haber grabado después de haber experimentado con las canciones del carrusel y las críticas a la sociedad sedentaria. Más crecidos, Blur tratan de encontrar el tiempo que parecía escapárseles con la velocidad con la que se fue el brit-pop o el neo-mod que ayudaron a levantar.

 

Después de haber encontrado ese tiempo, encuentran ahora su lugar. Para ello necesitaron poner en pie un álbum arrojado, balbuciente, diríase que inacabado. En ese sentido no se puede hablar de revolución. Blur será, como mucho, un motín de puertas adentro, un tiro en el pie con balas de fogueo, una más que interesante vuelta de tuerca con el tornillo bien asegurado.

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